No estoy en absoluto en contra de la iniciativa privada, de hecho publico mis miradas en un medio de comunicación de iniciativa privada si bien con clara vocación de servicio público y en uno de mis artículos, Emprendedores: La economía real, reconocía la deuda que tenemos los alhameños con todos cuantos han aunado su trabajo y su dinero para proporcionarnos servicios y productos.
Comentaba la semana pasada la pérdida de algunos empleos como el de sereno o el de cobradores, desaparecidos en el altar del progreso y la tecnología.
La primera vez que me hice una cartilla de ahorros, fue por la necesidad de disponer de una para domiciliar el cobro de unos libros que adquirí por correo.
No hace muchos días la señora Lagarde, directora del fondo Monetario Internacional, hacia cuentas sobre los años de vida de los europeos y los gastos que esto ocasiona y llegó a la conclusión de que unos pocos años más, tres, creo que dijo, suponían un gasto importante.
Entre los cacharrillos que adornan mis estanterías hay dos de especial significado para mí; se trata de un pequeño cincel de cantero, que me recuerda que soy un trabajador manual, o lo fui y un candil de los de toda la vida.
Mitad monjes, mitad soldados, viriles, recios y raciales; así quería el régimen de Franco a los hombres españoles; a las mujeres, con la pata quebrada y en casa. Pero todos uniformemente iguales en la grisura. Nada de destacarse ni diferenciarse.
Aunque no soy especialmente sensible a los planteamientos nacionalistas de ningún tipo, debo decir que me siento, por estas fechas, orgulloso de ser andaluz por más que en el hecho de serlo no me quepa ningún merito y sea fruto del azar.
La primavera, que los griegos sobrados de poesía personificaban en el mito de Proserpina, ha llegado un año más a reiniciar el ciclo de la vida, allá donde lo dejó el año pasado.
“Billetes, billetes verdes, pero qué bonitos son," sonaba el estribillo de una rumba de mi infancia, allá por los últimos sesenta. Aludía, cómo no, a los billetes de mil pesetas, por la época los de más valor.
La primera vez que vi Casablanca tuve un flechazo total con Annina Brandel, su historia me conmovió mucho más que la de Ilsa y su aspecto frágil y juvenil, la actriz que la interpretaba tenía por la época 17 años, me enamoraron totalmente.