En la tienda de la esquina



 Afirmó Manuel Alcántara en uno de sus artículos que era un hombre que necesitaba pocas cosas, pero esa pocas cosas las necesitaba mucho; todo el mundo necesita a alguien y todo el mundo necesita comer, vestir y un techo bajo el cual cubrir sus intimidades y parapetarse del tiempo meteorológico, que del otro no hay forma posible de escapar.

 Necesidades. Ese es uno de los engaños más sangrantes del capitalismo como sistema, el de crearnos necesidades que no tenemos a fin de hipotecarnos en todos los sentidos. La publicidad se encarga de hacernos desear productos que no nos harán más felices, pero cuya carencia sí que nos creará la falsa sensación de infelicidad.

 Pero es cierto que algunas necesidades materiales sí hay que satisfacer y para eso está el comercio o los comercios, las tiendas de barrio o pueblo de toda la vida, con sus dependientes a los que conoces y te conocen, con los cuales la compra es algo más que una transacción comercial porque existe ese pequeño añadido de la conversación humana, ese calor que uno no espera encontrar en una gran superficie donde los empleados parecen calibrar el contenido de la cartera de un vistazo y tratan al posible cliente con una amabilidad proporcionalmente directa al grosor de la billetera y que va desde el avisar a seguridad al “puedo ayudarle” frio y casi amenazante en caso de poco grosor , al obsequioso, sonriente y muy dispuesto si intuyen una razonable cantidad de euros. Ciertamente esto es algo caricaturesco y, por lo general el trato suele ser en las grandes superficies atento e impersonal. Pero yo escuché a una cajera de una tienda mediana avisar a seguridad a mi entrada, en años en los que mi juventud y aspecto personal sin duda resultaban sospechosos en tierras del noroeste de España.

 Coexisten en la actualidad las tiendas de pueblo, que en el nuestro bastan para cubrir todas las necesidades básicas, e incluso algún lujo o capricho, con las grandes superficies y el comercio electrónico a través de internet. Todas tienen sus ventajas e inconvenientes, pero prefiero el comercio local por la confianza y seguridad que me ofrece, por el trato familiar y el consejo oportuno caso de indecisión o falta de información, y por cercanía.

 La gran superficie la dejo para los escasos días del año en los cuales necesito viajar a la ciudad y dispongo del tiempo necesario para deambular en grandes almacenes y del peculio necesario para darme algún capricho.

 Para todo lo demás, alimentación, ropa, libros, objetos de aseo e higiene personal y pequeño material de oficina e informático, los comercios de ALHAMA, son suficientes para abastecerme y siempre encuentro en ellos además del producto que necesito una palabra amable, una sonrisa oportuna, un consejo acertado y un trato humano que va más allá de lo puramente comercial. Son las pequeñas, o grandes, ventajas de comprar las mismas cosas en el sitio de casi toda la vida.

 Yo, lo tengo muy claro y procuro comparar en tiendas de mi pueblo, no solo para mejorar la economía del mismo, que también, sino por puro egoísmo. Es donde mejor me tratan.