Los fallecimientos relativamente recientes de Miliki y Tony Leblanc han dejado el mundo un poco más triste, y no son precisamente causas para el desánimo y la tristeza lo que faltan.
Son tiempos estos de profundo malestar, en los que día sí y día también, y alguna otra noche , se nos agria el humor con el resultado de que recurrimos al insulto, la descalificación y el denuesto.
Entre los muchos deseos insatisfechos que los años me han ido dejando está el de saber, no ya pintar, sino, al menos, dibujar decentemente algo reconocible; pero, con palabras que creo que dijo Cervantes, “es gracia que Dios no me ha dado”.
Una de las cosas que tienden a desaparecer con la irrupción de los nuevos modos de comprar y consumir son las plazas o mercados de abastos.
Afirmó Manuel Alcántara en uno de sus artículos que era un hombre que necesitaba pocas cosas, pero esa pocas cosas las necesitaba mucho; todo el mundo necesita a alguien y todo el mundo necesita comer, vestir y un techo bajo el cual cubrir sus intimidades y parapetarse del tiempo meteorológico, que del otro no hay forma posible de escapar.
Como tecleo estas líneas a toro pasado, puedo hacerlo desde la tranquilidad que da saber que ningún niño disfrazado de nada raro llamará a mi puerta a decirme eso de “truco o trato”, que, tras arduas investigaciones he logrado averiguar que es una petición de dulces, golosinas, caramelos o similares.
Afirma el Jefe del Estado que las reformas del presidente Rajoy ya empiezan a dar sus frutos y yo, que estoy a ras de tierra y con los pies en el suelo, no alcanzo a ver tales frutos.
No hablo aquí de ese apartamento que regalaba un programa, ya desaparecido, pero que para los de mi generación fue emblemático; hablo de la genial película de Billy Wilder.
Sorprende a mucha gente la proletarización de este país nuestro, la depauperación de eso que se da en llamar clases medias, el hecho evidente de que aquí lo único que esta medianamente bien repartido es la pobreza, que de eso si que hay suficiente.
Aún recuerdo la primera maquinilla de afeitar que usé en mi vida, de esas de cuchillas recambiables, hoy, como casi todos, supongo, utilizo de esas de usar y tirar, cómodas y prácticas y perfectamente impersonales.
Somos herederos de la cultura grecolatina que fue especialmente adoradora de la belleza, tanto femenina como masculina; no es raro, por tanto, que ese ideal subsista en nuestros días en todos los ámbitos de la vida.