En una república social bien organizada, en la cual el estado garantizase los servicios básicos y un salario para todos suficiente para cubrir las necesidades, ni la caridad ni la solidaridad serían necesarias.
Pero como vivimos donde vivimos y nos gobiernan quienes nos gobiernan, cada vez es mayor el número de personas que no pueden satisfacer las necesidades básicas del día a día o se ven incapaces de afrontar una necesidad concreta. El problema es que hubo un tiempo en el cual los diferentes servicios sociales disponían de soluciones o podían buscarlas para casos concretos. Pero hoy día se ven impotentes ante la falta de recursos. Para quien necesita algo y ha agotado todos los trámites oficiales solo caben dos opciones: Esperar a que la cosa cambie y vengan tiempos mejores o acudir directamente a la solidaridad o la caridad de sus prójimos.
No creo que resulte fácil para nadie acudir a esto último, pero, dado que esperar a que las cosas cambien resulta poco práctico, hay quien decide apelar a organizaciones humanitarias religiosas o laicas, familiares y amigos o a programas de televisión que intermedian entre los peticionarios y la gente que decide colaborar. Particularmente no estoy en contra de ninguna de estas soluciones ni creo que acudir a pedir ayuda cuando se necesita urgentemente sea denigrante ni vergonzoso, lo que sí resulta vergonzoso es que vivamos en una sociedad que no es capaz de solucionar por cauces oficiales los problemas de la gente y en la cual el gobierno, efectuando una lectura literal y exacta de los evangelios, da al que más tiene y al que no tiene, le quita aún lo poco que tiene. Lo que si es vergonzoso es que alguien tenga que acudir a la solidaridad o la caridad para comer cada día.
Pero como nuestros poderes públicos, en la mayor parte de las ocasiones, son el problema, toca a organizaciones humanitarias de todo tipo intentar resolver los problemas puntuales ofreciendo lo que pueden, que muchas veces no es tanto lo que se da, sino la forma de dar las cosas, algo en lo que insistió José Luis Pérez Cervantes en la reunión preparatoria de la Gran recogida de alimentos del pasado 20 de noviembre, cuando dijo que además de alimentos se reparte afecto, cariño y respeto. Pero para poder actuar se necesita algo más que dinero, todas estas organizaciones precisan voluntarios, gente capaz de dar su tiempo a los demás. Este tipo de gente ofrece algo mucho más valioso que el dinero. Parte de su vida.
Todo el mundo puede dar un poco de su dinero en una u otra ocasión y eso es bueno, pero los que son capaces de dar su tiempo, parte de su tiempo, son los imprescindibles.
Se necesita solidaridad para intentar cambiar esta sociedad que no nos gusta y que nos resulta lesiva, pero se necesita la solidaridad para paliar en parte los asuntos que urgen a la gente que más lo necesita: Comer hoy, un sitio para dormir esta noche, una sonrisa, un abrazo, un “no estás solo”.
Espero que el próximo fin de semana la Comarca de Alhama desborde las previsiones más optimistas del Banco de Alimentos en solidaridad, voluntariado y resultados. Allí nos veremos.
No creo que resulte fácil para nadie acudir a esto último, pero, dado que esperar a que las cosas cambien resulta poco práctico, hay quien decide apelar a organizaciones humanitarias religiosas o laicas, familiares y amigos o a programas de televisión que intermedian entre los peticionarios y la gente que decide colaborar. Particularmente no estoy en contra de ninguna de estas soluciones ni creo que acudir a pedir ayuda cuando se necesita urgentemente sea denigrante ni vergonzoso, lo que sí resulta vergonzoso es que vivamos en una sociedad que no es capaz de solucionar por cauces oficiales los problemas de la gente y en la cual el gobierno, efectuando una lectura literal y exacta de los evangelios, da al que más tiene y al que no tiene, le quita aún lo poco que tiene. Lo que si es vergonzoso es que alguien tenga que acudir a la solidaridad o la caridad para comer cada día.
Pero como nuestros poderes públicos, en la mayor parte de las ocasiones, son el problema, toca a organizaciones humanitarias de todo tipo intentar resolver los problemas puntuales ofreciendo lo que pueden, que muchas veces no es tanto lo que se da, sino la forma de dar las cosas, algo en lo que insistió José Luis Pérez Cervantes en la reunión preparatoria de la Gran recogida de alimentos del pasado 20 de noviembre, cuando dijo que además de alimentos se reparte afecto, cariño y respeto. Pero para poder actuar se necesita algo más que dinero, todas estas organizaciones precisan voluntarios, gente capaz de dar su tiempo a los demás. Este tipo de gente ofrece algo mucho más valioso que el dinero. Parte de su vida.
Todo el mundo puede dar un poco de su dinero en una u otra ocasión y eso es bueno, pero los que son capaces de dar su tiempo, parte de su tiempo, son los imprescindibles.
Se necesita solidaridad para intentar cambiar esta sociedad que no nos gusta y que nos resulta lesiva, pero se necesita la solidaridad para paliar en parte los asuntos que urgen a la gente que más lo necesita: Comer hoy, un sitio para dormir esta noche, una sonrisa, un abrazo, un “no estás solo”.
Espero que el próximo fin de semana la Comarca de Alhama desborde las previsiones más optimistas del Banco de Alimentos en solidaridad, voluntariado y resultados. Allí nos veremos.