Seminaristas


 
 Recuerdo, como si hubiera sido esta mañana (que decía mi suegro), mi primer día de escuela. No empecé yo mi escolaridad un primer día de curso, no; ni tampoco al cumplir los seis años como era lo habitual en esos tiempos.

Una cajilla mixtos y me la apuntas



 Pienso a veces en los comercios de nuestros pueblos, las tiendas; las de ahora y las de antes, el frío autoservicio frente al directo “dame un kilo de… y dos pesetas de…” Y, la verdad, no es que aquí en Santa Cruz eso se note demasiado en la tienda de Cari y Lucas, la única que tenemos, pues, mientras vas cogiendo el gel y los yogures, nada te impide echar con ellos un rato de charla.

Trampas ("Ese pa mi mama")



 La mayoría de nosotros tenemos alguna. Eso, si tuvimos la suerte de que nos prestaran cuando lo necesitábamos, que ahora aun esto es difícil. Pero no, no me refería yo a esas trampas, a esas que nos vienen a la mente al oír esta palabra. Me refería a las otras, a las de pillar pajarillos, a esas que también tuvimos casi todos los niños de mi generación (y los no tan niños) antes de que campañas ecologistas y medioambientales lograsen concienciarnos de la crueldad y error de nuestra conducta cazadora.

La película de esta noche



 Recuerdo la primera vez que yo intervine en una obra de teatro: “Un oficio para el Niño”. Tendría yo nueve o diez años y hacía el papel de abogado. Fue en una velada navideña preparada por el maestro y el cura y se representó en el entonces flamante salón de cine de Pina.

El retratista


- Asunción, ¿no quiere usted retratar a los niños?.

“Pa que llores por algo”


 En alguna ocasión lo he dicho y, en honor a la verdad, tengo que repetirlo, que, pese a los usos de la época, no me dieron mucha leña durante mi niñez; es decir, ni padres ni maestros abusaron conmigo del castigo corporal. Tampoco fui un niño demasiado travieso, más bien, tímido. Pero hubo ocasiones, sí, las hubo. Y no sé si por excepcionales o por la profunda huella que estas vivencias dejan en nuestras infantiles mentes, el caso es que estoy seguro de recordar todos y cada uno de aquellos episodios.

A Granada con Pérez (en la orza no, mamá)


 En el reloj de la iglesia dan las siete cuando mi madre, mi hermano y yo llegamos a la plaza. Es más de noche que un cuento y el frío cortante de esta gélida mañana del mes de diciembre hiela mi cara, mis manos y mis piernas que el pantalón corto deja al descubierto. Pero no importa, soy feliz porque hoy voy a Granada y, desde allí, seguiré viaje hasta Agrón.

La romana del ‘Chico’



Faltan dos días para la Virgen de agosto y esta misma mañana hemos metido el último carro de paja. ¡Lo que nos ha aventajado el verano esto del carro! Y es que barcinar carga a carga, con las angarillas, y luego acarrear la paja con los herpiles… Así, casi todos los años este día nos pillaba de verano; y alguno, que me acuerdo yo, que nos ha pillado hasta la feria sin haber acabado; ¡el 18 de septiembre! La pobre Salud algunas veces me veía pasar por su puerta y me decía: “te va a durar más el verano que a Nariz en pringue” (que yo no sé quién sería).

El pintaor


 Son las cinco de la tarde y la puerta de la escuela de los niños se abre para dar suelta al numeroso grupo de chiquillos que, corriendo y gritando, desembocan en la plaza, cartera en mano (o a la espalda, que alguna hay), para desde allí enfilar la calle El Sol, o la carretera, o Los Corralones…

Esta letra se llama “CU” (Q)


 Mañana fría del frío invierno agroneño. En la destartalada casa que hace las veces de escuela, D. Elías, con voz grave y majestuoso porte, dicta a los mayores un párrafo que narra el paso de los israelitas por entre las aguas del mar.

El tío del bigote



 No voy yo todos los días al médico, pero sí, sí voy de vez en cuando. Las recetas de las pastillas del colesterol, las de la tensión, que si ahora me he resfriado… en fin, que los años no pasan en balde. Y hay que ver la de gente que hay siempre en la consulta. Pero que lo mismo hay niños, que jóvenes, que mayores.