
A don Quijote, encarnación del deber y del altruismo, añadió Cervantes algunos rasgos patológicos, proponiéndose una obra de polémica literaria. Queriendo esgrimir el arma poderosa del ridículo contra los libros de caballerías para lo que juzgó indispensable otorgar el estigma de la locura a la figura del Ingenioso Hidalgo, cuyo entendimiento agudísimo y genial fue presa de ilusiones, alucinaciones e ideas delirantes.