Inicios de la Guerra Civil en Alhama



Documentos inéditos narran los trágicos sucesos acaecidos en Alhama al principio de la Guerra Civil y los sufrimientos de los refugiados en su huida
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22/09/2004.- Puede sonar a recurso literario pero es la pura verdad. El azar ha querido que, al mismo tiempo, lleguen a mis manos dos documentos escritos que describen los trágicos acontecimientos vividos al inicio de la guerra civil y de los primeros exiliados alhameños. El primero me lo facilitó un forneño que realizaba una obra en un molino de la vega granadina. Lo encontró escondido en un muro. Se trata de la reproducción de un texto manuscrito, con una enorme mancha de aceite, en el que se cuentan los últimos días del entonces párroco de Alhama, Pedro Ruiz de Valdivia Pérez. El segundo fue enviado por Juan Gutiérrez Arenas al director de ALHAMA COMUNICACIÓN en el que cuenta la hégira personal y de su familia por tierras malagueñas y granadinas, hasta su definitivo exilio en Francia. Ambos testimonios demuestran hasta qué punto son absurdas las guerras por lo que no se trata de abrir viejas heridas sino de conocer estas vivencias para que nunca jamás vuelvan a repetirse.

Primer documento

“Redacción verídica de la estancia y muerte de D. Pedro Ruiz de Valdivia, Cura Párroco de Alhama”, así se inicia el documento de once cuartillas en las que, con gran lujo de detalles se cuentan los últimos momentos de la vida de este sacerdote que, aunque natural de Huétor Vega, vivió desde muy niño en La Zubia. Más de un mayor de Alhama, e incluso alguno de los que no lo vivieron pero lo escucharon de sus familiares lo ratifican. “Así me lo contó mi padre”, comenta el alhameño, Antonio Medina Triviño tras oír la lectura del mismo. ¿Quién lo escribió? Tal vez nunca lo sepamos pues aparece sin firma. Sin embargo, la forma en que está contado hace pensar en que se trata de un testigo directo que lo escribe o lo dicta a otra persona.


 El relato comienza con el nombramiento de Ruiz de Valdivia como párroco de Alhama (en la imagen) en abril de 1936, donde se incorporó el 7 de mayo, siendo “bien recibido tanto por las personas devotas y de las de alguna distinción” al tiempo que manifiesta como se palpaba el ambiente enrarecido pues comenta que “el elemento izquierdista no se ocultaba para decir que poca vida le quedaba al nuevo cura”. A continuación narra cronológicamente los hechos. Irrupción, el 20 de julio, de un numeroso grupo en la iglesia del Carmen pidiendo que se interrumpieran los cultos. El día 21, en torno a las ocho de la noche, se presentaron en la casa del párroco de cinco a seis hombres armados de pistola diciendo que “venían a por él para llevarlo a la cárcel”, cosa que hicieron pese a su enfermedad y a los ruegos de la familia del sacerdote. Un día más tarde cuenta como también fue detenido José Frías y su hijo del mismo nombre y coadjutor de esta parroquia, José Muñoz, presidente de Acción Católica, Manuel Melguizo, y otros vecinos de Alhama. A los tres días del encarcelamiento del párroco los familiares solicitaron que pudiera ir al hospital cosa que “no quiso aceptar por ser igual que todos”. El 25 de julio, a las cinco de la tarde, llegaron a Alhama “varios camiones de rojos de Málaga” que continúan con el destrozo de todas las iglesias de la ciudad y el 30 de julio, a las dos de la tarde, cuando las familias de los presos le llevaban la comida se escuchó la frase de “¡presos arriba!”. Habían llegado otras brigadas malagueñas dispuestas a fusilar a los cerca de treinta presos que ven cercana su muerte. Les conducen a una camioneta aparcada a la puerta del ayuntamiento que se pone en marcha y a la que siguen otras cargadas de milicianos. Toman dirección hacia la carretera de Loja para detenerse en el puente de la Lancha, donde fueron fusilados. El párroco fue el último y pidió unos momentos para hablar “y en las breves palabras que fueron tan elocuentes declarando su inocencia que los mismos rojos se conmovieron y algunos querían perdonar la vida; otros se opusieron y se decidió su muerte”. Dos días cuenta este texto que estuvieron insepultos los cuerpos concretamente hasta el uno de agosto en que fueron llevados al cementerio municipal. A la finalización de la guerra los familiares solicitaron que su cuerpo fuese trasladado a La Zubia hecho que se materializó el 2 de abril de 1937 donde se le ofició un solemne funeral y donde se le dedicó la calle donde estaba enclavado el domicilio familiar y que todavía lleva su nombre.

Estos hechos coinciden con los recogidos por Santiago Hoces en su libro “Cayetano Jiménez Martín y compañeros, mártires granadinos de 1936”, editado en 2000 por la Curia Diocesana de Granada, en el que recoge la foto y biografía de Ruiz de Valdivia, así como de otras víctimas alhameñas como José Becerra Sánchez (Alhama, 1875- Málaga,1936), Francisco Morales Valenzuela (Alhama, 1877-1936) y José Frías Ruiz (Málaga, 1902-Alhama, 1936), entre otros.

Segundo documento


El segundo documento consta de seis folios mecanografiados en los que el alhameño, Juan Gutiérrez, actualmente presidente de la Asociación para la Amistad Franco-Española “García Lorca” de Pamiers (Francia) cuenta la huida de Alhama junto a su familia, cuando él contaba con seis años y medio de edad. Se inicia con “Me acuerdo, aquel 22 de enero de 1937, cuando se corrió la voz por la mañana temprano de que las fuerzas rebeldes de Queipo de Llano estaban cerca de la Torre de la Gallina dispuestas a tomar Alhama”. Meses antes la aviación fascista había bombardeado el puente de los baños donde hubo “bastantes heridos y algunos muertos”. Uno de ellos fue Juan José Serrato, conocido murguista apodado el “ministro Velarde”, cuyas hijas recuerdan como este suceso tuvo lugar el primero de agosto y el cadáver de su padre quedó tan destrozado que se no le dejaron ver a su madre.


El alhameño Juan Gutiérrez, junto a su compañera, en su residencia de Francia

 “Como la cosa se ponía fea mi padre pidió a mi madre que fuera preparando a los niños para salir hacia la costa”, continua el estremecedor relato antes de denunciar cómo su padre fue otra de las miles de víctimas que años más tarde fueron fusiladas en las tapias del cementerio de Granada. A las tres de la tarde abandonaban la huerta de la Peña para río arriba dirigirse hacia la Venta Palma. El grupo estaba compuesto por ocho adultos y cinco chiquillos que realizaron parte del trayecto metidos en los “cujones de un serón donde se ponían los cántaros”. Recuerda como fueron unos días de fuertes lluvias y fríos intensos hasta el punto de que “la mujer de Antonio Bonilla que iba con tres hijos hizo una choza en pleno barranco, arropó a los tres niños con su manta de flecos negros y al día siguiente amanecieron muertos de frío”. Con las claras del día iniciaron el paso del puerto de la Sierra Tejeda hasta que llegaron a Canillas de Aceituno donde la casualidad quiso que el padre se encontrara con un amigo con el que había estado en África en 1921, “cuando el desastre del Anual” y por los que fueron muy bien acogidos hasta el punto de que le obsequiaron con el mulo que llevaban y “porque se dieron cuenta de que ya les iba a servir de poco”. Diez días estuvo sin parar de llover y sobre el 2 ó 3 de febrero su padre que había alquilada un coche de “punto” en Vélez Málaga vino a recogerles para dirigirse a Nerja. Aquí tomarían el autobús para continuar hacia Almería donde llegaron ya entrada la noche. Aquí permanecieron unos 15 días siendo de los primeros refugiados en llegar. Después tomarían el tren para dirigirse a Baza permaneciendo aquí hasta el final de la guerra. En esta ciudad coincidirían con otros alhameños como “Andrés, el de la huerta, Juan El Moruno, chófer como mi padre y que moriría también en la cárcel debido a una inyección que le pusieron. Estos casos eran frecuentes en los presidios franquistas de aquellos malditos años y que como consecuencia dejó a tantos chiquillos huérfanos”. Años más tarde vendría la huida a Francia desde donde Juan Gutiérrez pide a las nuevas generaciones de alhameños que “busquen siempre el camino de la paz”.

Todas las guerras son injustas y las víctimas inocentes de uno y otro bando demuestran la necesidad de resolver pacíficamente las diferencias, así como el prevalecimiento del respeto y de la vida por encima de la defensa de la ideología política y de las creencias religiosas. Familias que pierden a sus seres queridos, destrozadas por la separación, alejadas de su tierra, desaparición de patrimonio histórico-cultural de todos, nos enseñan que no hay nada más absurdo que una guerra.

Texto y foto: Antonio Arenas