Los ajusticiados de Moraleda
Un tribunal militar condenó a la pena de muerte a dos vecinos de Moraleda de Zafayona, Francisco Fraguas Márquez, ‘el Moro’, y José Gallego Ramos, ‘el Fresco’, por un delito de rebelión militar en un juicio sin garantías procesales.
SANTIAGO SEVILLA Y ÁLVARO CALLEJA. –Doy fe de que Francisco Fraguas Márquez, el ‘Moro’, natural de Moraleda de Zafayona, es un exaltado, un extremista de mal instinto, que tomaba parte en los tiroteos contra las Fuerzas Nacionales como cabecilla de partida y he oído que también en los asesinatos de Santa Cruz del Comercio. Por el juzgado de Alhama desfilaron en septiembre de 1939 labradores de los pueblos vecinos, el entonces alcalde de Moraleda, el juez municipal, mandos de la Guardia Civil e incluso el jefe local de las JONS. El motivo no era otro que ajusticiar a dos milicianos “de la peor especie” que pelearon en el bando republicano. Ninguno de ellos tuvo compasión por ‘El Moro’ y su amigo José Gallego Ramos, ‘el Fresco’, de 33 y 30 años respectivamente, que compartían no sólo ideales sino también la profesión de panaderos.
Los tribunales militares y los juicios sumarísimos eran la excusa perfecta para eliminar a la disidencia. Prueba de ello que es que a la declaración del “encartado”, Francisco Fraguas Márquez, no asistió el abogado defensor. Juicios sin garantías y testigos que acudían de los pueblos limítrofes para atestiguar que los milicianos republicanos, acusados de un delito de rebelión militar, eran capaces de las peores fechorías, “malísimos sujetos”, a los que se les atribuía el asesinato de nueve civiles en Santa Cruz del Comercio, municipio a 14 kilómetros de Moraleda sin que quedase claro la fecha de la tropelía.
S ólo el párroco tuvo al menos compasión con los hermanos de Francisco, José y Antonio, militantes también ellos del partido socialista pero que, según el cura, “no se habían distinguido en nada”.
‘El Moro’, conocido en el pueblo por su habilidad con el mosquetón, pensó ingenuamente que podía regresar a Moraleda donde le esperaba su mujer y sus seis hijos una vez que acabó la Guerra Civil. Franco hizo llegar el mensaje de que sería indulgente con todos aquellos que no tuvieran las manos manchadas de sangre. De todos era sabido que ‘El Moro’ permaneció siempre “fiel a sus principios”, simpatizante del socialismo frente al caciquismo que imperaba en los pueblos del poniente granadino. Su destreza con el fusil, que pudo exhibir en la contienda civil, no le convertía en asesino. Al menos eso creía él. Admitida la derrota, ¿por qué no confiar en el mensaje del caudillo en el año de su Gloriosa Victoria?
Nada más lejos de la realidad. Los agentes de la Guardia Civil no tardaron en apresar a Francisco en presencia de su familia y trasladarlo a un lugar del pueblo conocido como la Venta, la cárcel improvisada que se instaló en la carretera de Cómpeta, un sitio estratégico y apartado de la zona residencial desde donde se controlaba la entrada a Moraleda. El lugar perfecto para torturar a los rojos.
Las palizas fueron constantes durante los días que ‘El Fresco’ y él permanecieron encerrados en la Venta, en un intento de arrancarles una confesión de culpabilidad. En el pueblo todos conocían que ‘El Moro’ era un excelente tirador y un “individuo de izquierdas muy avanzadas”. De hecho, cuando se escuchaba el eco de un disparo proveniente de las sierras de Almijara o Parapanda se le atribuía a él. Pero la imagen de sanguinario que algunos le asignaban distaba mucho del concepto que tienen los que le trataron.
Miguel Muñoz, un vecino de Ventas de Huelma que vive hoy en la residencia de ancianos de Láchar, aún se emociona cuando recuerda su estampa. Entonces él sólo tenía 15 años pero guarda un recuerdo imborrable: “Era el hombre más cabal que he conocido en mi vida. Si todos los republicanos hubiesen sido como él, no cabe duda de que hubiésemos ganado la guerra”. Su pericia le generó enemistades que acabaron delatándole, al igual que a ‘El Fresco’, que sucumbió a los golpes durante el cautiverio y admitió una participación en los hechos de Santa Cruz del Comercio; una confesión que negó su compañero ‘El Moro’ durante el juicio. “No fue él el autor de las muertes”, mantuvo siempre en su declaración.
El juez militar no pensaba lo mismo. “Fresco es un degenerado que ha ascendido por toda la escala de la delincuencia, saqueador, ladrón, iconoclasta, impío y asesino; con el síndrome de personalidad despreciable por su condición de invertido, de cuyo feo vicio hace gran alarde”. No había perdón posible para un hombre que “se mofa y saquea la Iglesia en la que recibió las aguas bautismales, que quemó las imágenes e hizo escarnio de la religión y del buen gusto toreando con el manto de la virgen antes de que la imagen fuese arrojada al fuego”. Consejo de guerra. En el auto de procesamiento del 16 de septiembre de 1936, el juez militar de Alhama consideró los hechos constitutivos de un delito rebelión militar por alzarse en armas contra los legítimos mandos militares. La condena oscilaba entre los seis meses y un día de prisión hasta la pena de muerte, según el grado de participación.
En el juicio sumarísimo contra ‘El Moro’ y ‘El Fresco’, que se siguió días después en los tribunales de Granada, se consideró probado, a partir de los testimonios de vecinos de otros pueblos y de las autoridades de la época, que ambos participaron en los crímenes de Santa Cruz del Comercio. En la sentencia, Francisco Fraguas Márquez aparece como coautor de las muertes y se recuerda que capitaneó un grupo de rojos que abandonó el pueblo y que no regresó hasta la finalización de la guerra. “Ambos procesados –según recoge la sentencia– han demostrado plenamente su incondicional adhesión a la rebelión, así como sus malos instintos y su perversidad en sus respectivas actuaciones”. La pena de muerte se ejecuta en el cementerio de Granada el 4 de abril de 1940, siete meses después de sus detenciones y después de dar lectura íntegra a la sentencia.
Después de aquello, la madre y el hijo de ‘El Fresco’ se vieron obligados a emigrar a Barcelona mientras que los ‘Moros’, como se conoce todavía hoy a la familia de Francisco Fraguas Márquez, resistieron con estrecheces los avatares de años adversos.
Los cuerpos de ‘El Moro’ y ‘El Fresco’ permanecieron en un fosa común junto al de otros represaliados del régimen franquista pero la orden dada con posterioridad, ya en la década de los setenta, de extraer sus cuerpos y hacerlos desaparecer dificulta hoy el intento de los familiares de Francisco Fraguas Márquez de darle una sepultura digna.
Hoy su nieta, Carolina Fraguas Castro, preside el gobierno socialista del Ayuntamiento de Moraleda de Zafayona. Guarda con cariño la única foto de familia donde aparece su abuelo, que data de 1935, un año antes del inicio de la Guerra Civil, cuando Francisco se ganaba el jornal de panadero y mantenía a sus seis hijos. Carolina presume del elegante porte de su abuelo que, en la instantánea, sostiene a su padre, José Fraguas, una persona discreta y entrañable que vivió en sus propias carnes los difíciles años de la posguerra. La ayuda de éste último ha servido para desenterrar el pasado de otros maquis asesinados en Moraleda. Pero eso es otra historia.
Artículo publicado en "Memoria recuperada" de la Opinión de Granada, el 07/10/2008