Aunque es innegable la profunda huella que la cultura francesa ejerció sobre los españoles durante el siglo XVIII, sin embargo, las nuevas concepciones religiosas-en nuestro país- intentaron conciliar el humanismo erasmista del siglo XVI con la racionalidad que la nueva espiritualidad burguesa demandaba y para la que la religión había de ser socialmente útil.
María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora
La mayoría de los seguidores de “las luces” españoles apostaron por una revitalización del humanismo cristiano, por una religiosidad íntima, personalista y por un profundo análisis de los textos bíblicos, del evangelio y por un compromiso humano de asistencia a los más débiles y marginados. En suma por un mayor respeto en las relaciones entre los hombres junto a la crítica a los radicales e intolerantes procedimientos inquisitoriales.
Numerosos obispos de la segunda mitad del siglo XVIII, fueron, como los ilustrados laicos, profundamente aficionados a las ciencias útiles, patrocinando núcleos asistenciales y educacionales en sus diócesis. También ciertos curas ilustrados urbanos propagaban la nueva espiritualidad humanística, creando escuelas y centros profesionales para mejorar la vida de hombres y mujeres.
La importancia que concedieron algunas mujeres ilustradas a desterrar la beatería y superstición, se percibió entre las promotoras de las Juntas de Damas de la Sociedad Económica Matritense; por ejemplo, la condesa de Trullas fue la encargada de redactar las conclusiones de la comisión de moral que había debatido en las dos últimas décadas del siglo, sobre los principios religiosos que habían de proporcionarse a las mujeres españolas y que se concretaron en ocho memorias redactadas por la Junta. Una de ellas decía: “…Procúrense a las niñas no imbuirlas de ideas falsas y mezquinas sobre la moralidad (…) Que no se las fatigue con devociones y prácticas en una edad en que no pueden tener propia deliberación (…) y se las prepare el entendimiento y el corazón para que cuando lleguen a la edad de juventud lleven ideas rectas y no equivocadas…” En este informe de la condesa de Trullas se manifiesta cómo buscaban una educación racional, acorde con la capacidad individual femenina. También es importante destacar la lucha emprendida contra el mantenimiento de devociones absurdas y el deseo de veracidad que perseguían estas damas, herederas de los planteamientos analíticos que la revolución científica había expandido por toda Europa.
La figura intelectual femenina más importante de este siglo, Josefa Amar, en su ensayo sobre la “Educación moral de las mujeres”, determinaba cómo debía ser la educación religiosa que se las había de proporcionar. No se trataba, para la ilustrada, de fomentar los actos y devociones externas femeninas-criticaba la promiscuidad y beatería de numerosas mujeres en sus visitas a las iglesias-, sino de ser una buena y auténtica cristiana. Acusaba a las mujeres de ser excesivamente extremadas en sus devociones y poco impulsoras de un personal convencimiento religioso. La práctica de la virtud era central para ella, y pensaba que la educación religiosa femenina debían propiciarla aquellos ejemplos que pudieran ser imitados; incluso, consideraba improcedentes el desarrollo de largas devociones que algunas madres fomentaban en sus hijas y que no obtenían de ellas sino el rechazo y el fastidio.
Por el hecho de tratar de armonizar sus ideas con sus concepciones religiosas, algunas de las mujeres españolas ilustradas sufrieron una persecución por su supuesta heterodoxia religiosa. La condesa de Montijo fue el caso más representativo. Casada a los catorce años con un noble liberal, el marqués de Ariza, a los diecinueve años era una mujer ilustrada imbuida de la necesidad de reformar a la sociedad española. La condesa destacó por su fuerte personalidad y por sus aportaciones intelectuales indiscutibles como miembro de la Junta de Damas; pero, tanto su figura como sus planteamientos religiosos, fueron manipulados por Menéndez Pelayo y por el Padre Coloma, que la desprestigiaron, traduciéndose todo ello en su rechazo y olvido hasta la época contemporánea. En opinión de diversos autores no parece ser cierto que la de Montijo estuviera “animada de odio” contra la religión católica como decía el padre Coloma, ni tampoco que fuese la responsable de difundir desde su salón madrileño los principios jansenistas, como denunciaba Menéndez Pelayo. Preocupada por una religión excesivamente barroca, reunió en su casa a un grupo de personas-clérigos, frailes, obispos o seglares- que fomentaban cambios hacia una religión más humanista.
Paula Demerson, biógrafa de la condesa de Montijo, muestra la limpieza de las convicciones de María Francisca, su evidente humanismo y la honradez de sus planteamientos religiosos. La condesa de Montijo, las socias de la Junta de Damas y numerosos ilustrados criticaron la vida de los conventos femeninos y la ignorancia en la que allí se vivía, promoviendo la utilidad de modificar su ideario de vida y de fomentar el trabajo entre las monjas. En todas sus alegaciones era evidente la crítica liberal contra unas personas, recluidas del mundo e improductivas para la nueva ética burguesa. No obstante, para numerosas mujeres y para sus progenitores, sobre todo, siguió siendo el claustro un espacio que, como en épocas anteriores, salvaguardaba la seguridad de su existencia: una vez más la intelectualidad y las clases sociales no caminaban por vías paralelas.
El funcionamiento interior de los conventos femeninos siguieron sus pautas tradicionales y las clases privilegiadas preferían realizar a los conventos importantes donaciones testamentarias, antes que a las personas necesitadas del lugar. Mas ese comportamiento no se difería de lo que se estaba desarrollando en toda Europa, por lo que pese a la lucha y deseos de reforma de mujeres ilustradas-cuya sospecha de heterodoxia las persiguió casi toda su vida- los conventos e instituciones religiosas seguían cumpliendo el compromiso asistencial que el Antiguo Régimen les había asignado. No obstante, la voz de los ilustrados y mujeres ilustradas, como los ejemplos citados, removieron las conciencias de numerosos españoles de la época.
Así se escribe la historia…Los trabajos de las ilustradas nunca fueron baldíos, pues a mediados del siglo XVIII, fue posible detectar ciertos cambios de actitud en una minoría culta que contribuyeron a modificar- a la luz de un humanismo cristiano esperanzador- las pautas religiosas de la población española.