La morera del Patio del Carmen: noventa años no son nada



Un accidente imprevisible ha estado muy cerca de acabar con la histórica morera, que constituye uno de los árboles más queridos y reconocidos por todos los alhameños. El pasado 31 de mayo se cumplieron precisamente los ochenta y ocho años de su plantación en el renacentista Patio del Carmen de Alhama de Granada. 


 Podría decirse sin caer en la exageración que no se es alhameño de verdad, "alhameño viejo", si no se ha descansado, al menos una vez, bajo la sombra tupida y fresca de la morera del Patio del Carmen. Y es que hasta cuatro generaciones de alhameños -y no alhameños también- han podido disfrutar de su presencia durante ochenta y ocho años, que se dice pronto. Tal es el tiempo que lleva ubicada en ese lugar, escogido al efecto por un grupo de alumnos agradecidos del recordado don Sixto Gutiérrez Barrenechea, aquel maestro de maestros que ejerció su doble ministerio -como sacerdote y como educador, en todas las acepciones del término- en Alhama de Granada, hace exactamente un siglo. La famosa morera fue plantada el último día de mayo de un lejano 1931 en ese patio porque las ventanas del aula donde don Sixto impartía su ciencia daban vista a ese lugar. Se encontraba en un principio acompañada por otros árboles, cuya razón de ser consistía en proveer de sombra suficiente al patio de recreo donde jugaban los escolares todas las mañanas. Con el tiempo esos árboles fueron desapareciendo hasta que la morera, ya crecida, se quedó definitivamente sola.

 Todo se ha dicho, escrito, disertado y argumentado acerca de ese simbólico elemento vegetal de la ciudad, tanto por los vecinos de a pie como por los alhameños más ilustres, en los últimos años. A lo largo de su cerca de un siglo de vida -ochenta y ocho años plantada más los dos años que tenía el arbolito cuando fue llevado allí, suman noventa- nuestro árbol, frutal y ornamental, útil y bello al mismo tiempo, fue testigo de incontables hechos históricos -la breve Segunda República, una cruenta guerra civil, la interminable dictadura del general Franco y la represión de los no afines a su régimen, el regreso de la democracia, la abdicación de un rey cansado y la coronación de su sucesor- y, sobre todo, de no menos relevantes hechos cotidianos. Compañera de juegos de varias generaciones de niños y niñas, los vio crecer, enamorarse, presentarle luego a sus propios hijos, madurar y sentarse por último bajo su sombra ya ancianos, buscando el apoyo -y no sólo físico- de esa amiga y tal vez su compañía discreta y acogedora, de igual forma que se regresa a casa después de un largo viaje.



 La ciudad de Alhama y sus habitantes fueron conscientes desde siempre de la singularidad de la morera del Patio del Carmen; durante décadas se han ido reuniendo todos a su vera para celebrar un sinnúmero de actos culturales y sociales: festejos y ferias, verbenas, reuniones de relevancia para la ciudadanía, el Festival de la Canción, mítines políticos, conciertos de música y recitales de poesía, representaciones teatrales y homenajes a personalidades locales, entre otros. Todas esas actividades han sido presenciadas por la morera como si fuese una convidada más -y no de piedra, precisamente-, observando todo y a todos con su paciente mirada verde hoja desde la perspectiva privilegiada de sus ramas más altas, como el espectador más veterano y destacado de cada velada.



 Según los manuales de Botánica la especie a la que pertenece, Morus Alba, es de origen asiático. La familia de las moreras fue traída a la península por los fenicios principalmente para criar gusanos de seda, pero fueron los romanos quienes le dieron ese nombre por el color blanco de sus pequeños frutos, tan dulces que terminaban en los estómagos de casi todos. La vida media de una morera blanca oscila entre los 120 y los 150 años -que no está nada mal para tratarse de un frutal-; esto quiere decir que nuestra protagonista, con "sólo" noventa años, se encontraba todavía en la plenitud de su vida. Pero las apariencias engañaban: este árbol emblemático no estaba tan sano como aparentaba.

 Pocos hubiesen imaginado que debajo de aquellas ramas nudosas el interior del tronco se resquebrajaba remisa e insidiosamente. Llegó un momento, con toda lógica, en el que éste no pudo aguantar: una podredumbre interna que iba a más, unida a la consecuente debilidad de esa parte del tronco y al peso de la rama que soportaba, que se hallaba cargada de hojas y frutos como manda la estación, han sido los causantes de un accidente que podría costarle la vida más adelante. La noche del pasado veintiséis de mayo, tan solo a cinco días de su noventa cumpleaños oficial -fecha además en que se celebraron las elecciones municipales y europeas-, mientras Alhama se iba a dormir tras confirmarse electoralmente sus próximos gobernantes, uno de los dos brazos principales de la morera cedió del todo. Nadie en la ciudad escuchó el crujido de la rama al resquebrajarse y caer al suelo (¿Por qué escogen los árboles siempre la noche para sucumbir?). Al día siguiente amaneció la morera partida literalmente por la mitad, hendido el tronco poderoso casi hasta el suelo. La enorme rama vencida descansaba sobre los adoquines de la plaza con el follaje todavía fresco y revuelto por la caída, como si fuese la cabellera de una princesa de cuento desmayada.







 Pocos fueron los alhameños -solo los más madrugadores- que tuvieron la oportunidad de presenciar el triste espectáculo de la morera gravemente herida. El ayuntamiento de la ciudad envió al punto a unos operarios que más pronto que tarde podaron y retiraron la rama desgajada, convirtiéndola en leña en un santiamén. Parece mentira cómo en unos minutos el tupido ramaje, que el día anterior se erguía en todo su esplendor de árbol maduro, llenaba ahora, hasta los topes, un contenedor, mientras un dulce olor a madera verde inundaba el recinto del patio. Cuando los restos quedaron retirados se pudo apreciar la nueva, descompensada y casi irreconocible silueta del viejo árbol. Una cruel desgarradura amarillenta, que parece ejecutada por el hacha de un gigante, recorre el tronco desde la cruz hasta el suelo; una lesión que, a decir de quienes saben, podría traer a la morera graves consecuencias en el futuro y que la ha reducido prácticamente a la mitad de su tamaño original.







 Han pasado unos días desde el suceso. A pesar de su estado, se va a intentar recuperar el árbol a toda costa, según las palabras del alcalde en funciones, Jesús Ubiña. Porque no se trata solo de un árbol: también es historia, y cultura, y patrimonio común a todos los alhameños. Por lo tanto, nada de cortarlo ni sustituirlo por otro, al menos por el momento. Con una poda de saneamiento y un tratamiento efectivo a base de pasta cicatrizante con cobre y azufre para sellar la herida, facilitar su curación e impedir en lo posible el ataque de enfermedades e insectos xilófagos (comedores de madera), se intentará evitar que por esa magulladura se escapen a chorros la salud y la vida del veterano monumento vegetal.

 Porque el Patio del Carmen no sería el mismo sin su morera ilustrada a fuerza de años de ferias, conciertos, recitales y charlas públicas; sin esa presencia viva e inmutable llenando el espacio con su copa esmeralda en verano, brillante y dorada en otoño, cuajada de moras a finales de primavera y de ramaje desnudo, como encaje hecho de madera, en invierno. Para que siga justificando la placa que se colocó en su nombre y que durante el verano -que está a punto de llegar-, aun con la silueta mutilada y deforme, reine la morera sabia como ha venido haciendo hasta ahora -como debería continuar haciéndolo hasta cumplir los 120 años-, dispuesta, como siempre, a ofrecer su sombra en las tardes veraniegas a los hijos de Alhama que se acerquen hasta su pie.




Escrito por Mariló V. Oyonarte
Fotografías, Francisco Ortiz Villarraso y archivo de Alhama Comunicación (alhama.com)

Más información:

La morera del patio del Carmen, don Sixto y sus alumnos (de Andrés García Maldonado, 2011)

La mirada de la morera (de Antonio Gordo Villarraso, 2014)