La mirada de la morera



 Con el título “Historia y sentimiento de una morera alhameña” se homenajeó a Emilio Benítez García- Candil, uno de los dos supervivientes que participaron en la plantación de la misma.


 Desde que el 31 de mayo de 1931 un grupo de alumnos de Don Sixto decidió a modo de homenaje al buen maestro que se iba, plantar una morera, muchos años han pasado por la misma, buenos unos, malos otros. Andrés García Maldonado a lo largo de su intervención en el acto de homenaje a García-Candil, el sábado 12 de julio, contó algunas de las cosas buenas vistas de la morera y otras no tan buenas, como la visión de los vencidos en la guerra civil obligados a cantar el “Cara al sol”.

 Pero, como insistió en su alocución Andrés, lo que nos hace grandes a los seres humanos es la capacidad de tener sentimientos. Y sentimientos y emociones no faltaron en ese sencillo homenaje en el cual dos de los alumnos de Don Sixto se reencontraban 83 años después frente a esa morera. Lo que sintieron los dos, lo que recordaron, que es toda una vida, debió de ser intenso y lleno de esa sensación un poco agridulce que todo recuerdo trae.

 El acto en sí, fue de evidente sencillez. Tomó la palabra Andrés, para recordar a los presentes para recordar el motivo del acto y destacar los méritos que concurrían en el homenajeado, buen alhameño que marchó a Madrid en 1950, ciudad desde la cual colaboró con las publicaciones alhameñas en todo cuanto pudo a la hora de aportar datos y fotografías. También nuestro alcalde hizo uso de la palabra. Se descubrió una placa y se impuso a Emilio Benítez García-Candil, la Medalla de Honor de Alhama y la medalla del ayuntamiento el cual agradeció placa y medallas. Y ese fue el final de ese acto.

 Pero lo que realmente importan, los recuerdos de los homenajeados y, sobre todo de la morera, que darían para varios libros sobre la historia de nuestra tierra, quedaron en ese lugar en la que habitan los mejores recuerdos, en ese lugar de la memoria en que recreamos, volvemos a crear, nuestra infancia. Mientras, la morera sigue mirando el pasar del tiempo en el Patio del Carmen.

Todo el acto se desarrolló alrededor de la morera
 










Miguel y Emilio nos recordaron cómo con una pala plantaron la morera (a sus espaldas) hace 83 años. 



Previa de Andrés García Maldonado.

Los ochenta y tres años de la morera: de Don Sixto a Emilio Benítez "García-Candil"

 Este sábado, a las nueve y media de la noche, en nuestro Ayuntamiento, más concretamente, en el Patio del Carmen, va a tener lugar el acto denominado "Historia y sentimiento de una morera alhameña", en el que se rendirá homenaje de recuerdo y reconocimiento a un maestro que dejó una huella imborrable en cientos y cientos de alumnos y en el mismo pueblo, allá por la década de los veinte del siglo pasado, don Sixto Gutiérrez Barrenechea.

 A la par, se quiere recordar a aquellos alumnos, entre los que se encontraban tantos y tan buenos y excelentes alhameños de la segunda mitad del siglo XX. Entre ellos, quizás el único que vive de los mismos, Emilio Benítez Rodríguez "García-Candil", a quien en representación emocional de tantos amigos y compañeros, primero, de juegos y escuela, y, después, en tantos casos, de toda una vida de amor a Alhama, se le rendirá un sencillo, pero muy sincero, homenaje de afecto y alhameñismo.

 El acto será breve, pero muy emotivo, dejándose constancia histórica, precisamente, de maestro y alumnos conjuntamente como de esa alhameña morena que, de una u otra forma, todo alhameño tiene algún recuerdo y, algunos, muchos, como el que estas líneas escribe, cientos.

 Con este motivo, vuelvo sobre el tema ya publicado hace años, la primera vez en abril de 1996, en "Alhama Comarcal" y de donde se obtuvieron los datos para otra referencia histórica que apareció en "Alhama Comunicación" en diciembre de 2011.

Don Sixto, sus alumnos y la morena

«Don Sixto fue un maestro inolvidable, tanto por el sistema pedagógico de enseñanza como por la humanidad que desbordaba, cuantos fuimos alumnos suyos supimos de su entrega para que todos aprendiésemos no solo cultural general, sino bondad y afecto hacia los demás. Por ello, a pesar de que han transcurrido tantos años, ha sido y será siempre muy bien recordado por cuantos fuimos sus alumnos.»


Alumnos de Don Sixto en los años cincuenta. García-Candil en la tercera fila con sombrero.

 Don Sixto Gutiérrez Barrenechea fue maestro en Alhama en la década de los veinte y primer año de la de los treinta. Ejerció el magisterio junto al sacerdocio, siendo persona siempre estimada y querida por su bondad y cualidades humanas.

 La escuela de don Sixto se encontraba en la del Paseo, concretamente la que daba al Patio del Carmen, dependiendo la otra de don Manuel Aguado que era, además de maestro, practicante.

 Don Sixto empleaba el método pedagógico del ejemplo constante. Ejemplos para que los alumnos comprendiesen las cosas viéndolas y sintiéndolas, y ejemplo de su propio talante tolerante y cariñoso para que la enseñanza fuese, precisamente, el mejor medio de solidaridad y comprensión de unos con otros en unos tiempos que, como bien sabido es, no eran nada fáciles.

 Además de las enseñanzas propias como maestro, sabía combinar adecuadamente éstas con su misión sacerdotal. Así, los ejercicios espirituales que los alumnos llevaban a cabo con don Sixto eran realmente agradables, en contraposición a otros que más que ejercicios espirituales, eran “jornadas en las que se infundían temores y advertencias de peligros, por aquello de que si la muerte nos sorprendía en pecado mortal, la aplicación del infierno eterno era irreversible”.

 También, como nos dice nuestro amigo Emilio Benítez Rodríguez, nuestro estimado “García Candil”, para que no haya duda de quién hablamos y de quien nos informa, eran inolvidables para sus alumnos estos ejercicios espirituales porque, al terminar los mismos, en el convento de San Diego, de donde era sacerdote don Sixto, se ofrecían unas invitaciones “realmente excelentes a base de rosquillas, pasteles y tortas elaboradas por las monjas, dando después gracias a la Virgen de la Candelaria.”

 Precisamente, hablando de la imagen de la Virgen de la Candelaria, la que desapareció en e l transcurso de la Guerra Civil, y que sería recuperada por el mismo Emilio Benítez y por Rafael Velasco Santander, tras que ésta fuese escondida por una tía del mismo García Candil, Encarnación Barco Gordo, y quienes la entregaron al Convento una vez finalizada la contienda en Alhama, recibiéndola la misma superiora de éste, la que indicó que sería mandada a restaurar.

 Según nos cuenta Emilio Benítez, hace unos años fue al convento y preguntó por la referida imagen y resultó que no sabían nada de la misma, “por lo que pudo suceder que al ser llevada a algún lugar para su restauración, no fuese recuperada posteriormente, dado que no tienen noticias al respecto de donde puede encontrarse la referida imagen, algo ha tenido que suceder con ella.”

 Frente a la escuela de don Sixto, nos recuerda, y nosotros lo transcribimos porque aún viven, afortunadamente, muchos de los alumnos de este gran maestro, existía un quiosco, “de chapa y tipo churrigueresco, muy bonito”, donde en el recreo los niños tomaban gaseosa de bola y agua de limón, pagándolo en aquel tiempo con la vieja perrilla de cobre y agradeciendo siempre la amabilidad de la persona que lo regentaba, el bueno de Pepón Molina.

 Don Sixto, el 31 de mayo de 1931, marchó a la tierra castellana de su nacimiento, Valladolid, pero aquí, en el recuerdo de muchos, muchísimos alhameños, en lo mejor de sus sentimientos, sembró y afianzó enseñanzas y cualidades irrepetibles.

 Por ello, hoy, como homenaje a don Sixto y a muchos de sus alumnos que ya se han marchado, le pedimos a Emilio Benítez que nos recuerde a alguno de éstos, al menos que nos dé nombres de los mismos y, sorprendentemente, la relación, como el lector observará, alcanza ni más ni menos que a más de cien personas, concretamente, a ciento veintisiete en nuestra conversación de 1996: “Fuimos alumnos de don Sixto, que yo recuerde ahora, y espero no olvidarme de muchos, Locas Villarraso Triviño, y su hermano Mariano “El Chipi”; Francisco Rojas, Antonio Díaz “El Espatarrao” , Francisco Corral, Miguel Ramos, Benito Pérez Velasco, José Velasco Peña, Eduardo Moya Muñoz, hijo de la Sampedro; Antonio Escobedo Morales, Manolo y Juanito el de Baltasar, los hermanos Antonio y Pedro Raya, Paco Grande, que era el primero de la clase; Francisco y Juanito “Los Pizarras”; Ramón Molina Fernández, Paquillo Castro el de la calle Las Parras, Antonio Aranda «Arandilla», Antonio Franco, que era el número de dos y sobrino de “ Tripicas”; Francisco Castillo Pérez y su hermano Armando, Miguel Valladares Guerra y su hermano Juan, Balbino Uribe y su hermano Pepito, Antonio Fernández “El Carnicero”, Emilio Triviño García y su hermano Alberto, Antonio Hinojosa Vargas el “Sereno”, Andrés Gracia Ruiz y su hermano Gregorio, Pedro Fernández "El Bomba” , Francisco Retamero Franco «Quinito”, Gonzalo Canónigo el que tenía la fragua en el callejón y su hermano José, Manuel López Peña “Juanula”, José Ríos Navarro el de la calle Guillén, José “El Quemao” y su hermano Fernando, Flores el municipal, Juan Pino, Francisco Pino, Salvador Marín y su hermano José, Álvaro y Antonio Molina Guirado, Ignacio Gutiérrez Barrenechea, sobrino de don Sixto; Juan y Andrés Pérez Pons, Pedro y Francisco Pérez Jiménez hijos de don Ramiro, Cristóbal y José Medina de la Torre hijos de Miguel el portero, Francisco Castillo Morón, Rafael y Eladio Jiménez Espejo, hijos del veterinario Ricardo Jiménez Moya; Miguel y Silverio Morales Jiménez “Mola», Juan Velasco Raya, Miguel y Locas Morales Raya, José Villarrubia Vinuesa “Pepe Picha”, Francisco y Rafael Vinuesa Fernández, Emilio Fernández Castro jugador del Tachuelas, Salvador y Juan Matías Peláez, Francisco y Emilio Olmos Flores, hermanos “Roilla”; Jerónimo López, Manuel Moya Rodríguez “Zamora”, Juan Moya “Bujete”, Gerónimo Larios, Juan y Antonio Moya Zamora, Pepe y Carmelo Morales Barrientos, Miguel Cortes Maldonado, Juan María Quesada Barrientos, Manuel Quesada Barrientos hermano del anterior, Salas hijo de un Guardia Civil, Fuentes hermano del anterior, los hermanos Pericana, “Pajarillo” que vivía en la reondilla, Silverio Quesada Ruiz, Antonio López Robles “Ralico”, Francisco Maldonado Velasco, Isidoro Jiménez hijo del guardamontes, el hijo de Pana Barconcillo Pilatos;, Miguel Morales Raya, Juan Retamero de la calle Alta, Francisco Vargas de calle Alta , Pinillos «El Blanqueador”, Paco Castillo Fernández de calle Guillé n , Diego Olmos Valderrama de calle Alta, Sindo, Mesa el “Chico” de calle Llana y primo de Nicolás el practicante, Diego Redondo de calle Enciso “ El Remolacha”, Diego Zamora, José María y Miguel Rueda hijos del notario, Paco Larita, Serrato el del Carril, Justo Pasitas de calle Matadero. El Chiquitín y Orro, del Tejar; Juan Moldero Canónigo hermano de Segura Miguel Ruiz Valladares “Miguelillo Panarrilla”, Juan Ruiz Casasola cuña® de Juan Navas, Antonio Escobedo «El Violinista”, Morrete cuñado de Antonio Pericana, Moldero de calle de Las Parra~ Juanillo Márquez primo de Ricardo Mantecas, Antonio Mediavilla Fernández, Claudio “El Carbonero”. Pepe Juyín, “Primo Listo”, José María Castillo Lozano “El Corregidor” de calle Portillo; los tres hermanos “Chimeneas" de la posada Ortega, Humberto y Luis hijos del teniente de la Guardia Civil, Jesús Gómez Díaz, Ciruela de calle de la Aurora,...

 Y en nombre de todos sus alumnos y como muestra de afecto a don Sixto, e l mismo Emilio Benítez junto con Emilio Fernández Castro, Andrés García Ruiz, Paco Grande y algunos otros, plantaron la morera que aún sigue en el Patio del Carmen en aquel mismo mes y día de mayo de 1931, siguiendo el árbol allí, creciendo y creciendo, y siendo testigo y hasta parte de los juegos de muchos, muchísimos escolares que, en el transcurso de estos últimos ochenta y tres años hemos pasado junto con nuestros inolvidables maestros por ese querido y entrañable, al menos para nosotros, Patio del Carmen, o hemos ido al mismo a bailar, o a presenciar y participar en cualquier acto o acontecimiento.