La morera del patio del Carmen, don Sixto y sus alumnos



“Don Sixto fue un maestro inolvidable, tanto por el sistema pedagógico de enseñanza como por la humanidad que desbordaba, cuantos fuimos alumnos suyos supimos de su entrega para que todos aprendiésemos no solo cultural general, sino bondad y afecto hacia los demás. Por ello, a pesar de que han transcurrido tantos años, ha sido y será siempre muy bien recordado por cuantos fuimos sus alumnos.”


Imagen superior: La morera del patio del Carmen, testigo de innumerables acontecimientos históricos. En la imagen el día de los ensayos de las bandas de música de Bagnères y Alhama.


“ALHAMA, HISTORICA”
Por Andrés García Maldonado

 En la reciente Velada “Alhama, Ciudad de los Romances”,  la que se celebró en el Patio del Carmen totalmente abarrotado de personas, lo que en nombre de la Concejalía de Cultura y del Patronato de Estudios Alhameños he de agradecer, al igual que cuantos nos han comentado que ha sido el mejor acto del Verano Cultural-2011, comenté, en mi función de presentador del acto, la historia de la morena existente en el mismo y que, en tantos casos, ha sido fiel compañera o, al menos, testigo de excepción de hechos de nuestra infancia, niñez, juventud y vida de miles de alhameños. Tanto por el interés que despertó la historia que conté, aquella misma nioche de la Velada como los siguientes días, creo oportuno dedicar esta vez nuestra “Alhama, Histórica” a la misma.

 Don Sixto Gutiérrez Barrenechea, al que he comenzado haciendo referencia, fue maestro en Alhama en la década de los veinte y primer año de la de los treinta del pasado siglo. Ejerció el magisterio junto al sacerdocio, siendo persona siempre estimada y querida por su bondad y cualidades humanas.

 La escuela de don Sixto se encontraba en las del Paseo, concretamente la que daba al Patio del Carmen, dependiendo la otra de don Manuel Aguado que era, además de maestro, practicante.

 Don Sixto empleaba el método pedagógico del ejemplo constante. Ejemplos para que los alumnos comprendiesen las cosas viéndolas y sintiéndolas, y ejemplo de su propio talante tolerante y cariñoso para que la enseñanza fuese, precisamente, el mejor medio de solidaridad y comprensión de unos con otros en unos tiempos que, como bien sabido es, no eran nada fáciles y sí socialmente muy duros y discriminatorios.

 Además de las enseñanzas propias como maestro, sabía combinar adecuadamente éstas con su misión sacerdotal. Así, los ejercicios espirituales que los alumnos llevaban a cabo con don Sixto eran realmente agradables, en contraposición a otros que, más que ejercicios espirituales, eran “jornadas en las que se infundían temores y advertencias de peligros, por aquello de que si la muerte nos sorprendía en pecado mortal, la aplicación del infierno eterno era irreversible”.

 También, como nos informo sobre todo esto, hace ya más de quince años, nuestro amigo Emilio Benítez Rodríguez, nuestro estimado “García Candil”, para que no haya duda de quien hablamos y de quien fue nuestra fuente excepcional y con una prodigiosa memoria, eran inolvidables para sus alumnos estos ejercicios espirituales porque, al terminar los mismos, en el convento de San Diego, de donde era sacerdote don Sixto, se ofrecían unas invitaciones “realmente excelentes a base de rosquillas, pasteles y tortas elaboradas por las monjas, dando después gracias a la Virgen de la Candelaria”.

 Precisamente, hablando de la imagen de la Virgen de la Candelaria, la que desapareció en el transcurso de la Guerra Civil, y que sería recuperada por el mismo Emilio Benítez y por Rafael Velasco Santander, tras que ésta fuese escondida por una tía del mismo García Candil, Encarnación Barco Gordo, y quienes la entregaron al Convento una vez finalizada la contienda en Alhama, recibiéndola la misma superiora de éste, la que indicó que sería mandada a restaurar.

 Según nos contó Emilio Benítez, fue al convento años después y preguntó por la referida imagen y resultó que no sabían nada de la misma, “por lo que pudo suceder que al ser llevada a algún lugar para su restauración, no fuese recuperada posteriormente, dado que no tienen noticia al respecto de donde puede encontrarse la referida imagen, algo tuvo que suceder con e1la”.

 Frente a la escuela de don Sixto, nos comentó, existía un quiosco, “de chapa y tipo churrigueresco, muy bonito”, donde en el recreo los niños tomaban gaseosa de bola y agua de limón, pagándolo en aquel tiempo con la vieja perrilla de cobre y agradeciendo siempre la amabilidad de la persona que lo regentaba, el bueno de Pepón Molina.

 Don Sixto, el 31 de mayo de 1931, marchó a la tierra castellana de su nacimiento, Valladolid, pero aquí, en el recuerdo de muchos, muchísimos alhameños, en lo mejor de sus sentimientos, sembró y afianzó enseñanzas y cualidades irrepetibles.

 Por ello, entonces, como homenaje a don Sixto y a muchos de sus alumnos que ya se han marchado, la inmensa mayoría de ellos de feliz recuerdo, y alguno, afortunadamente, entre nosotros, le pedimos a Emilio Benítez que nos recordase a alguno de éstos, al menos que nos diese nombres de los mismos y, sorprendentemente, la relación, como el lector observará, alcanza ni más ni menos que a más de cien personas, concretamente, a ciento veintisiete:

 “Fuimos alumnos de don Sixto, que yo recuerde ahora, y espero no olvidarme de muchos, Lucas Villarraso Triviño, y su hermano Mariano “El Chipi”; Francisco Rojas, Antonio Díaz “El Espatarrao”, Francisco Corral, Miguel Ramos, Benito Pérez Velasco, José Velasco Peña, Eduardo Moya Muñoz, hijo de la Sampedro; Antonio Escobedo Morales, Manolo y Juanito el de Baltasar, los hermanos Antonio y Pedro Raya, Paco Grande, que era el primero de la clase; Francisco y Juanito “Los Pizarras”; Ramón Molina Fernández, Paquillo Castro el de la calle Las Parras, Antonio Aranda “Arandilla”, Antonio Franco, que era el número de dos y sobrino de “Tripícas”; Francisco Castillo Pérez y su hermano Armando Castillo, Miguel Valladares Guerra y su hermano Juan, Balbino Uribe y su hermano Pepito, Antonio Fernández “El carnicero”, Emilio Triviño García y su hermano Alberto, Antonio Hinojosa Vargas “El  sereno”, Andrés Gracia Ruiz y su hermano Gregorio, Pedro Fernández "El bomba”, Francisco Retamero Franco “Quinito”, Gonzalo Canónigo el que tenía la fragua en el callejón y su hermano José, Manuel López Peña “Juanula”, José Ríos Navarro el de la calle Guillén, José “El quemao” y su hermano Femando, Flores el municipal, Juan Pino, Francisco Pino, Salvador Marín y su hermano José, Álvaro y Antonio Molina Guirado, Ignacio Gutiérrez Barrenechea, sobrino de don Sixto; Juan y Andrés Pérez Pons, Pedro y Francisco Pérez Jiménez hijos de don Ramiro, Cristóbal y José Medina de la Torre hijos de Miguel el portero, Francisco Castillo Morón, Rafael y Eladio Jiménez Espejo, hijos del veterinario Ricardo Jiménez Moya; Miguel y Silverio Morales Jiménez “Mola”, Juan Velasco Raya, Miguel y Lucas Morales Raya, José Villarrubia Vinuesa “Pepe picha”, Francisco y Rafael Vinuesa Fernández, Emilio Fernández Castro jugador del Tachuelas, Salvador y Juan Matías Peláez, Francisco y Emilio Olmos Flores, hermanos “Roilla”; Jerónimo López, Manuel Moya Rodríguez “Zamora”, Juan Moya “Bujete”, Gerónimo Larios, Juan y Antonio Moya Zamora, Pepe y Carmelo Morales Barrientos, Miguel Cortes Maldonado, Juan María Quesada Barrientos, Manuel Quesada Barrientos hermano del anterior, Salas hijo de un Guardia Civil, Fuentes hermano del anterior, los hermanos “Pericana”, “Pajarillo” que vivía en La Reondilla, Silverio Quesada Ruiz, Antonio López Robles “Ralico”, tu chacho Paco, Francisco Maldonado Velasco; Isidoro Jiménez hijo del “guardamontes”, el hijo de Pana Barconcillo Pilatos; Miguel Morales Raya, Juan Retamero de la calle Alta, Francisco Vargas de calle Alta, Pinillos “El  blanqueador”, Paco Castillo Fernández de calle Guillén, Diego Olmos Valderrama de calle Alta, Sindo, Mesa el “Chíco” de calle Llana y primo de Nicolás “el practicante”, Diego Redondo de calle Enciso “El Remolacha”, Diego Zamora, José María y Miguel Rueda hijos del notario, Paco Laríta, Serrato el del Carril, Justo Pasitas de calle Matadero, El Chiquitín, Orro del Tejar; Juan Moldero Canónigo hermano de Segura, Miguel Ruiz Valladares “Miguellillo Panarrilla”, Juan Ruiz Casasola cuñado de Juan Navas, Antonio Escobedo “El Violinista”, Morrete cuñado de Antonio Pericana, Moldero de calle de Las Parras, Juanillo Márquez primo de Ricardo Mantecas, Antonio Mediavilla Fernández, Claudio “El carbonero”, Pepe Juyín, “Primo Listo”, José María Castillo Lozano “El corregidor” de calle Portillo; los tres hermanos “Chimeneas” de la posada Ortega, Humberto y Luis hijos del teniente de la Guardia Civil, Jesús Gómez Díaz, Ciruela de calle de la Aurora,…

 Y en nombre de todos sus alumnos y como muestra de afecto a don Sixto, el mismo Emilio Benítez junto con Emilio Fernández Castro, Andrés García Ruiz, Paco Grande y algunos otros, plantaron la morera que aún sigue en el Patio del Carmen en aquel mismo mes de mayo de 1931, siguiendo el árbol allí, creciendo y creciendo, y siendo testigo y hasta parte de los juegos de muchos, muchísimos, escolares que, en el transcurso de estos últimos ochenta años hemos pasado, junto con nuestros inolvidables maestros por ese querido y entrañable, al menos para nosotros, Patio del Carmen, tan vinculado a Alhama y todo lo alhameño desde finales del siglo XVI.