Winston Churchill: una voz que sacudía los espíritus



Sir Winston Leonard Spencer Churchill, uno de los más preclaros e ilustres hijos de Inglaterra, abrió los ojos por primera vez en el Palacio de Blenhehin, en el condado de Oxfordshire, el 30 de noviembre de 1874.


María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora

 Era hijo de lord Raudolph Churchill, destacado político durante el reinado de la reina Victoria y de Jenny Jerome, mujer de extraordinaria belleza e hija de un relevante ciudadano estadounidense. De sus nobles ascendientes, los duques de Malborouhg, parece había heredado las altas aspiraciones, la combatividad y las dotes de mando, y de su bella madre norteamericana la vitalidad y el desdén por las vanidades de la nobleza hereditaria.

 En el internado de Harrow School, realizó, a duras penas, sus estudios, dando pruebas de una personalidad independiente y rebelde. No fue un buen estudiante. En los años de Harrow necesitaba el calor de su madre a la que adoraba. Tal vez su fracaso escolar podría justificarse como un acto de rebeldía contra la figura paterna, a la que siempre sintió distante.



 Desde Harrow pasó a la Academia militar de Sandhurst, de la que salió en 1895 como oficial para el cuarto Regimiento de húsares. En 1898 asistió a la guerra de Cuba, su primer conflicto bélico, como agregado militar al ejército español. Pasó más tarde al ejército inglés de la India. Tras su intento fallido de agregarse a la expedición del Sudán, mandada por Horatio Kitchener, fue nombrado corresponsal de guerra de un periódico londinense tomando parte en la campaña como periodista, lo que no fue obstáculo para que interviniese en la batalla de Omdurmam como oficial de 21 Regimiento de lanceros. Se trasladó a África del Sur como corresponsal en la Segunda Guerra de los Bóeres en el Reino Unido donde cayó prisionero y, logrando huir tras muchas vicisitudes, regresó a Londres convertido en un héroe popular. Elegido diputado, a los 26 años, a la Cámara de los Comunes, no tardó en integrarse en las filas del partido liberal que, tras su victoria en las elecciones de 1905, marca el inicio de su brillante carrera.

 Antes de la Primera Guerra Mundial fue ministro de Interior y Primer Lord del Almirantazgo como parte del gobierno liberal. Se puede decir que fue en este último cargo en el que Churchill empezó a desarrollar su verdadero papel histórico. Cuando estalló la guerra del 14, la campaña de los Dardanelos- que Churchill quería forzar para acudir en socorro de los ejércitos zaristas con las armas que necesitaban para no sucumbir- fracasó y ello le movió a presentar la dimisión de su cargo en el Almirantazgo.

 En 1924, Winston Churchill fue nombrado ministro de Hacienda de los Gobiernos de coalición y del partido conservador, función que desempeñaría hasta 1929. Desde esta fecha hasta 1939 no ocupó ningún cargo oficial, aunque permaneció en la Cámara de los Comunes liderando la alerta sobre el peligro de Hitler. Los agoreros anuncios de una guerra inminente que ya hacía tiempo preveían sus penetrantes pupilas de estadista, provocaron el odio de Hitler y de los pacifistas que aún permanecían ciegos a los claros síntomas de la fatal catástrofe. Cuando ésta llegó, Neville Chamberlain lo puso a la cabeza del Almirantazgo y, más tarde, el Parlamento le pidió aceptar el cargo de primer ministro (1940-1945). Churchill lo aceptó con firmeza, ayudando al Reino Unido en aquellos primeros años de la guerra, sacándolo de la crisis, tal vez, más grave de la historia. Con su divisa “sangre, sudor y lágrimas”, logró elevar la moral de las tropas y de la población civil y sostener la nación hasta la victoria aliada.

 Situándonos en su contexto, Inglaterra había declarado la guerra a Hitler tras su invasión de Polonia. Cuando Churchill llegó al poder, Polonia había sido repartida entre la URSS y Alemania. Y éste agitó la bandera de la libertad e independencia de Polonia con mayor vehemencia aún que lo hiciera su predecesor, Chamberlain. Hasta que un día Hitler declara la guerra a la URSS y Stalin viene a convertirse, por obra del Destino –quien lo iba a imaginar-, en aliado de Churchill, tan enemigo de totalitarismos. Dificilísimo trance para el político inglés si hubiera sido sólo un gobernante idealista y teorizador.



 “Nosotros concedemos inmensa importancia a que sobreviva la democracia parlamentaria. Éste es uno de los objetivos de guerra de este país”. Churchill es la antítesis de Hitler y de Mussolini. En uno de sus brillantes discursos hace un ferviente elogio de la democracia parlamentaria de Inglaterra, logrando fusionar a los liberales y conservadores: “…Yo propugno la soberana libertad del individuo dentro de las leyes que Parlamentos libremente elegidos aprueben con toda libertad. Propugno el derecho del hombre corriente a decir lo que piense del Gobierno que exista…”

 Mas a sus distinciones como político y estadista sumó la gloria literaria. Fue un excelente escritor e historiador autodidacta dotado de un ingenio proverbial. Churchill hizo historia y la escribió, con la sabia luz del historiador. En él se aunaban el hombre de acción, propio del político y el talento del escritor. Esta duplicidad de actitudes: hombre de acción y gran contemplador del mundo se amplía especialmente en el caso de Winston Churchill, uno de los principales actores de una guerra que excedía la capacidad coordinadora de un solo hombre, que fue capaz de escribir esa complicada y difícil historia, la historia viva de un drama candente.

 En 1906 terminó su primera obra de envergadura, la biografía de su padre, titulada “Lord Raudolph Churchill”. Al terminar la Primera Guerra Mundial, escribió una historia de la misma en cuatro volúmenes, “La crisis mundial, 1911-1918”. Durante el periodo que pasó alejado de las tareas de de Gobierno, escribió la biografía de su antepasado Malborough, donde realmente pone de manifiesto el gran talento literario que poseía, siendo considerada como una obra maestra. El primero de los 4 volúmenes que componen dicha obra apareció en 1933. En 1937, vieron la luz sus “Grandes contemporáneos”, una serie de bocetos biográficos sobre celebridades del momento que conoció personalmente. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial publicó la historia de la misma. Una obra magna para la historia y para la literatura por su estilo enérgico y contundente, y al mismo tiempo por su profundo conocimiento de la lengua y sus más exquisitos matices. Y todo ello sin contar los diversos volúmenes de discursos y arengas.

 Sus magistrales discursos lo sitúan entre los grandes oradores de la historia. Mas su elocuencia es distinta a la clásica de Grecia y Roma, y aún más a la de tipo romántico de los Parlamentarios europeos nacidos de la Revolución francesa. En la oratoria de Churchill no hay galas retóricas ni elegancias teatrales. Su estilo conversacional equivale a naturalidad, sencillez y espontaneidad, no exento de ironías y puntos de humor en los que es maestro. Los grandes discursos que Churchill pronunció en el Parlamento británico durante los años 1943-1944 y 1945 nos sitúan como espectadores del drama en su desarrollo, horrible a veces y a veces sublime y heroico. Estos discursos, situados en su secuencia histórica nos permiten apreciar el alcance de las palabras del orador, y la agudeza de su visión profunda del panorama mundial y, asimismo, nos ponen de manifiesto a Winston Churchill en sus momentos culminantes como orador, como político, como gobernante y estadista y como pensador. Doctrinalmente sus discursos son de una claridad y contundencia extraordinarias, viva manifestación de un hombre de vasta cultura política y humanística.



 Aunque muchos conocían al brillante político y estadista pocos conocían su faceta como escritor. Sin embargo, su vocación literaria fue una constante en su vida. Prácticamente no dejó nunca de escribir memorias, biografías, relatos, historias, piezas oratorias… En 1953 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura por “su dominio de la descripción histórica y biográfica, así como por su brillante oratoria en defensa de los valores humanos”.

 Durante años, fue algo así como “UNA VOZ QUE SACUDÍA LOS ESPÍRITUS”, concediéndoles grandes dosis de energía y valor. Su genio polifacético, además de conducirlo a la inmortalidad en el mundo político, lo hizo destacar como historiador, biógrafo, novelista, orador, corresponsal de guerra, pintor y soldado…Se ganó un lugar importante en la historia por su capacidad para sobreponerse a las derrotas. Virtud que él resumió en una frase: “El éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo.” Su carrera política, que había durado sesenta años, la comenzó como soldado, acabándola como un mito.

 Cuando vio que disminuía su capacidad física e intelectual, Churchill se retiró de su posición como Primer Ministro en 1955. En 1959 se convertía en el miembro del parlamento con el servicio continuo más prolongado; había logrado ser el único parlamentario que sirvió bajo los reinados de Victoria I e Isabel II.

 Después de más de 56 años de matrimonio, su esposa y compañera Clementine Hozier enviudó un 24 de enero de 1965, cuando Churchill fallecía a los noventa años de edad. Sus últimas palabras fueron: “¡Es todo tan aburrido!”. Para el activísimo Churchill, los últimos diez años de su vida, años de decadencia, retiro y lucha contra la depresión, habían sido los más insoportables de su vida.

 Hoy, el espíritu de ese gran gigante, político y estadista sobrevive en las páginas de su prolífica obra y en los Anales de la Historia Universal.