Vacaciones, tiempo libre y salud



Es de gran interés propagar la idea de que el tiempo libre y las vacaciones deben servir de compensación contra los peligros para la salud inherentes a la sociedad deshumanizada en que vivimos- exceso de estímulos patógenos y stress- y que nos empuja hacia una vida cómoda, fácil y placentera.


María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora

 Todos conocemos las consecuencias de la vida sedentaria o de las prisas y la precipitación, las consecuencias de la polución del medio ambiente y de intoxicaciones internas causadas por un comportamiento inadecuado y el desenfreno, etc.



 En el mundo en que vivimos, el hombre vive hacinado en las ciudades, aunque más bien hay que decir que vegeta en ellas, sujeto a la obligación de un día sin descanso, sin sentido y sin valor vital sirviendo a unos intereses económicos, cual figura de un juego de ajedrez en el que se juega por el poder, en una política en la que se ha hecho un autoobjetivo igual que se ha hecho con la técnica y la economía. Esta sociedad desprovista de valores, ignora tanto lo bueno como lo malo, tanto lo justo como lo injusto; exige todo lo imaginable para su uso y consumo, sin asumir responsabilidades ni obligaciones. En esta sociedad, a cualquiera que se atreva a destacar por encima de su nivel le cortan la cabeza y los miembros, al propio tiempo que se le despoja de su dignidad humana, liberando a sus átomos del tener que pensar y decidir y ofreciendo seguridad y cobijo en tanto que uno sea capaz de ir siguiendo en el gran rebaño.

 Sin embargo, el hombre no es un animal gregario. Así, al menos, lo afirman los investigadores del comportamiento. Pues si se convierte en tal, disminuye irremediablemente su nivel espiritual. Una sociedad gregaria acaba idiotizándose; es decir, su alma se seca, empezando por perder la capacidad de sublimar su vida instintiva y de dominarla de un modo razonable, perdiendo asimismo la capacidad de las relaciones interhumanas. Éstas son algo más que meros contactos fugitivos. Finalmente, el hombre pierde la capacidad de amar, es decir, de entrar en valiosas relaciones duraderas. Ser feliz es el sueño del hombre desde tiempos inmemoriales. Esto no significa encontrar una satisfacción pasajera o sentirse feliz por una sola vez. El camino para su realización no supone el dinero o el poder ni lleva por la satisfacción de impulsos o deseos, sino únicamente por la alegría.

 Además, el hombre de una sociedad deshumanizada y materialista pierde asimismo la capacidad de recrearse, de regenerarse. Porque el descanso no es solamente un proceso físico, sino también un proceso dirigido psíquicamente.



 ¿Qué entendemos actualmente por salud? Antes la salud era el estado normal y la enfermedad lo contrario. Ambos conceptos experimentaron un cambio, ocasionado, de un lado, por las fases de transición, condicionadas por la civilización, del “encontrarse todavía bien” y del sentirse “no del todo mal”, y, de otro lado, por las enfermedades psicosomáticas igualmente condicionadas por la civilización y que empiezan, en la mayoría de los casos, como trastornos funcionales. Desde el punto de vista de lo psicosomático habría de tenerse en cuenta la siguiente determinación de conceptos: la salud es el equilibrio natural y armonioso y el intercambio de las funciones fisiológicas de psique y soma, es decir, de cuerpo y de alma.

 Lo mismo ocurre con las relaciones que existen entre el tiempo libre y el medio ambiente. Éstas también pueden formularse simplemente de la siguiente manera: todo lo que contribuye a mantener o recuperar la armonía entre cuerpo y alma es saludable. Las vacaciones cortas, los fines de semana y los stress que templan el ánimo pueden proporcionar sólo cierto relax, pero no la recuperación.



 Las causas de la necesidad de recuperación y las del debilitamiento podemos resumirlas diciendo que el hallarse fatigado y enfermo de civilización repercute en un comportamiento erróneo en la vida instintiva, ocasionando, además: Falta de factores estimulantes, como, por ejemplo, falta de movimiento corporal y espiritual o bien de actividad. Excesivo número de estímulos fisiológicos y demasiada fuerza de los mismos; sobreabundancia de estímulos y desenfreno de impulsos, como por ejemplo en la comida, en la bebida o en el sexo. Y, en fin, estímulos no fisiológicos y en ocasiones incluso patógenos.

 Tales son los resultados de convertir en objetivo primordial los impulsos basados en un deseo de goce y agresión. Las consecuencias psicosomáticas de estos desenfrenos en los impulsos van desde las neurosis sexuales hasta el deseo de asesinar y la autodestrucción.

 Las vacaciones más importantes para la medicina preventiva, las vacaciones de recuperación, deben servir para el individuo que vive en tensión; el incremento de tiempo libre ha de beneficiar al individuo en tensión nerviosa, ayudando así a la conservación de la salud, cada vez en mayor peligro. La receta general para ello es muy simple: En las vacaciones debe hacerse una vida razonable, es decir, una vida moderada, tranquila y alegre, una vida natural, en un ambiente sano, con las correspondientes actividades equilibradoras para cuerpo y alma.



 Por ello las auténticas vacaciones son y serán siempre un problema individual muy complejo. Tan complicado como toda la vida moderna. Las vacaciones adecuadas deben adaptarse a cada uno como si fueran un par de zapatos. Solamente entonces serán agradables y proporcionarán auténtica alegría; una alegría que, en opinión de estudiosos en la materia, aumenta el cambio de oxígeno de las células y, con ello, tiene un efecto restablecedor para la salud. Debemos saber que el entrenamiento deportivo y una preparación física no hacen, por sí solos, la salud. Se necesita también un entrenamiento psíquico y una preparación espiritual basada en un autoconocimiento profundo. Esto hace comprender el incremento de montañeros y esquiadores amantes de la naturaleza, la afición a la equitación y asimismo las actitudes culturales, la meditación y las conversaciones espirituales.

 El hombre no sólo vive de pan, y mucho menos lo hace el hombre de las grandes ciudades. Siempre que lo intenta cae en un estado vegetativo; pierde la dignidad humana y la capacidad de sobrevivir. En el materialista baile en torno del becerro de oro ha perecido alguna que otra cultura antigua. Para sobrevivir no sólo se precisa de un “corpus sanum”, sino también de una “mens sana”; igual ocurre con respecto a una auténtica recuperación regeneradora. La armonía entre cuerpo y alma es, durante las vacaciones y el tiempo libre, el único camino seguro para el restablecimiento, la salud y la felicidad.