Bernabé Fernández-Canivell



El pasado 22 de mayo se cumplieron 111 años del nacimiento de una figura universal, nuestro querido y recordado Bernabé Fernández-Canivell. Un hombre sencillo y bonachón, de profunda mirada donde parecían reflejarse las bellezas líricas de sus queridos amigos y compañeros de generación: Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda...

María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora

 Su espíritu, purificado por la tinta azul de nuestro mar, de su imprenta del Paraíso, voló hacia la eternidad, donde estamos seguros lo esperaban para abrazarlo su esposa Quinín y su hija Blancanieves.

 Bernabé Fernández-Canivell nació un 22 de mayo de 1907 en Montilla(Córdoba), en un pueblo andaluz donde se fragua el buen vino en quietud fervorosa y en penumbra, en un pueblo de ascetas y de amantes de la vida, donde se fraguan esplendorosas síntesis de ascéticas soledades y epicúreas compañías...Estuvo interno en el Real Colegio de la Purísima Concepción de la vecina localidad cordobesa de Cabra, donde cursó sus estudios de bachillerato. Su espíritu artístico, creativo e inquieto se manifiesta en un temprano amor por la naturaleza y las cosas bellas de la vida. Cierto intimismo religioso afloraba ya en su alma de adolescente...Comienza a amar la poesía.



 En 1927 continuará sus estudios en la Pitman’s School de Londres y más tarde en la Universidad francesa de Neuchâtel, con el objeto de perfeccionar las respectivas lenguas.

 Su padre, granadino de nacimiento como su madre, y creador de la empresa familiar de “El Ceregumil Fernández-Canivell”, se traslada a Málaga en 1928, donde iniciará un importantísimo desarrollo.

 En 1936, Bernabé contrae matrimonio con Joaquina García de la Bárcena, su querida y adorada Quinín, como se la llamaba familiarmente, y de la que nacerían sus tres hijos: Carlos, Blancanieves y Bernabé.

 Son muchas las vicisitudes y obstáculos con los que habrá de enfrentarse a lo largo de su vida. Coincidiendo con el inicio de la guerra civil, Bernabé marcha a Lisboa para acompañar a su padre, atendido en su enfermedad por el prestigioso Dr. Egas Moniz (profesor con el que realizaría estudios el que más tarde llegaría a ser un eminente médico, D. Pedro Ortiz Ramos). La mala fortuna comenzó a segar la vida de Bernabé, pues el tren en el que viajaba Quinín en su regreso desde Lisboa a Málaga fue detenido. Era 18 de julio. Comienza su calvario; durante mucho tiempo no tiene noticias de su esposa y está desesperado. Corren tiempos difíciles. Cuando llega a Málaga se encuentra a su amigo Emilio Prados también solo, y separado de su familia.

 En septiembre de 1937 los nacionales toman Málaga y Bernabé marcha a Gibraltar, pero viéndose en la necesidad de abandonar el Peñón se dirige a Tánger junto a sus hijos y donde al fin abrazará a su esposa, detenida como rehén en Sevilla. Todo ello no es más que el comienzo de su amargo periplo vital. Tras su recorrido por Valencia, Barcelona y París, regresa de nuevo a Tánger para encontrarse con Quinín y con sus hijos que le esperaban con los brazos abiertos. Acompañado esta vez de su familia viaja a Barcelona donde se alista, junto a Manolo Altolaguirre, en el Ejército del Este. Ambos tuvieron en el frente unas experiencias impresoras inolvidables, estremecedoras...(como diría el poeta Antonio Machado, “golpe a golpe, verso a verso...”). Cuando cae el frente catalán, cruza de nuevo la frontera de Francia donde permanece durante algún tiempo en el campo de concentración de Saint Cyprien. Tras la guerra civil, Bernabé piensa en el exilio que nunca llevó a cabo.



 En Málaga, y tras una injusta y arbitraria denuncia (como tantas otras en aquella época), se procede a su ingreso en prisión. Acostumbrado ya a padecer tantas vicisitudes, sin embargo, es en Málaga donde se va a sentir especialmente abatido. Más tarde, es trasladado a las prisiones de Utrera, Cádiz y Las Palmas, donde al fin consigue la libertad.

 De nuevo en Málaga y con su biblioteca saqueada, intenta resignarse y encontrar algo de paz en su quehacer diario junto a los suyos. Es entonces cuando conoce a las grandes voces de la poesía española de la época. Sus entrañables amigos Emilio Prados y Manolo Altolaguirre, fundadores de la imprenta malagueña “Sur” y creadores de la importante revista de poesía “Litoral”, propiciaron que Bernabé estableciera estrechos lazos de amistad con los poetas de la Generación del 27.

 Tras la toma de Málaga, la Prensa del Movimiento había incautado los talleres de la imprenta “Sur”, cediendo su nombre al diario de la ciudad. La imprenta adopta el nombre de “Dardo”, el mismo que el de la revista impulsada por José María Amado, delegado de prensa en aquel momento. Evidentemente “Dardo” asiste a un verdadero resurgir de las colecciones de poesía a las que Bernabé, una vez más, entrega todo su celo y cuidado. Con los ojos iluminados por el fulgor de la amanecida, se dirigía a su oficio deseado, embelleciendo con sus manos el papel donde acariciaba las palabras de otros, los pensamientos de otros...; queriendo resaltar la deseada chispa en el repertorio de palabras inefables que trataba de atar a tinta. Pero, tal vez, ¿cuántos versos podría haber escrito Bernabé Fernández- Canivell, poseedor, sin duda, de alma de poeta, para imprimir los versos de los que él siempre consideró grandes maestros?. Bernabé fue, sin la menor duda, una voz sublime en el silencio, artesano sin límites de lo eterno.

 El 1 de noviembre de 1952, nació la revista “Caracola”, nombre evocador de azules infinitos y resonancias marinas de nuestro mar. Fue su fundador José Luis Estrada Segalerva, hijo de un ministro de Alfonso XIII y alcalde en aquellos años de nuestra ciudad. Una vez más cuenta con la inestimable ayuda de Bernabé Fernández-Canivell que cuidó con su habitual esmero los 100 primeros números de la revista, que salieron de la imprenta “Dardo”(la misma donde se imprimió su hermana mayor, “Litoral”, en su primera etapa, de la mano de Prados y Altolaguirre). “Caracola” acogió en su larga vida (1952-1975) los versos de los más ilustres poetas españoles contemporáneos: Pedro Salinas, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Rafael Alberti, y hasta el mismo Juan Ramón Jiménez que, desde Puerto Rico, fue asiduo colaborador hasta su muerte. El poder contar con la colaboración de tan insigne poeta animó a Bernabé en la ejecución de “Caracola”; siendo digno de destacar el sumo cuidado de su tipografía y su magistral edición. Colaboró con su buen hacer impresor en una revista que consiguió ser expresión de los más sublimes sentimientos, música que suena en la artesanía del alma del impresor del Paraíso. Tanto fue así que “Caracola” llevó con gran prestigio, todo un muestrario de bellezas literarias por el mundo. Mas aquel “experto y virtuoso de la imprenta”, por una serie de circunstancias, abandona la revista en su número 100. En las siguientes ediciones cambió el aspecto externo de la misma, pues dejó de componerse artesanalmente, para pasar a serlo a linotipia. Según José Luis Estrada, la marcha de Bernabé Fernández-Canivell supuso para la revista una gran pérdida.



 En 1961, Bernabé cuidará, a petición de Ángel Caffarena, la colección de “Cuadernos de María Cristina”(Ediciones de la Librería Anticuaria El Guadalhorce).

 En 1974, ocurriría un suceso trágico en su vida: el fallecimiento de su joven y queridísima hija Blancanieves que lo va a sumir en un profundo abatimiento. No se siente con fuerzas para imprimir una nueva revista “Caballo griego para la poesía”, a propuesta de Margarita Smerdou Altolaguirre.

 En 1978, imprime su “Cuaderno de Blancanieves” en homenaje póstumo a su hija.. En aquella primavera vio el blanco incomparable del papel entre limoneros y sus ojos brillaron con la emoción de la eternidad. También, en privado, imprimirá un nuevo Cuaderno dedicado a Quinín, su amada esposa, tras su fallecimiento en 1983.

 Las injusticias de que fue objeto en la arbitraria voluntad de la vida, le dejaron perennes cicatrices en el alma...Pero la muerte de su hija y de su esposa le desgarraron tanto..., que se supo más solo que nunca. Su soledad desprendía un olor a biznaga marchita.

 En la vida y en la literatura no se es genio por haber obtenido el aplauso, sino por haber palpitado, como lo hizo Bernabé Fernández-Canivell, en la quebradiza nave de su humano corazón. Su nombre nunca se extinguirá en el ineludible polvo del tiempo. En la retina de este montillano universal, generoso y magnánimo, seguirá reflejándose el azul infinito de “su mar” y las olas le devolverán el eterno reconocimiento de los malagueños.