La zarzuela: ¿un género en crisis?



Después de que, por ley natural, los longevos Federico Moreno Torroba y Pablo Sorozábal cerraran su taller, la producción de zarzuelas nuevas tiende a cero, y son ínfima minoría quienes aún se dedican al género. ¿Es que ha desaparecido el público potencial de clase media que hallaba su solaz en el género lírico español?


María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora

 No, no ha desaparecido, pero ahora se entretiene con los espectáculos penosos de la televisión pública o privada, que son muy inferiores, pero se pueden ver en casa, apretando un botón, aparentemente sin gasto y con un mínimo esfuerzo. Sólo cuando la niña canta en el coro o el mozalbete de la casa inicia una dudosa carrera de canto con un papelito zarzuelero, se desplaza la familia hacia el teatro parroquial para ver el olvidado género, que conserva un pequeño grupo de fieles, sobre todo en Madrid, donde la Comunidad o la villa pagan algunos espectáculos cada temporada para que no decaiga la afición aún más de lo que está.

 Pero es que, además, no todos los problemas de la zarzuela se centran en su progresivo agotamiento. Son también muy graves, y ya casi históricos, los que afectan a la calidad de los espectáculos de zarzuela que se ofrecen, cuando se ofrecen. Aparte de los ciclos que pueden verse en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, en el Teatro de la Villa y en algún otro lugar, el resto de los ciclos se debaten en la más angustiosas de las miserias. En algunas ciudades, como Valladolid, el teatro más importante de la ciudad programa algún título anual; en otras, como en Barcelona, la zarzuela sigue estando en manos de empresarios privados que, con alguna subvencioncilla añadida montan cada año una temporadita de varios títulos precariamente puestos en escena y cantados como se puede. Ya puede tratarse de las mejores obras del género. Defendidas por sopranos madurísimas y vetustos barítonos, con las voces ajadas por años de continuos “bolos”, viviendo de una técnica de canto jamás perfeccionada y de un “oficio” aprendido de modo precario, darán como resultado funciones penosas en las que sólo hallarán consuelo cuatro ancianos que recordarán emocionados las melodías de antaño.



 Mientras la ópera hace años que ha encontrado el camino de su renovación en las grandes producciones teatrales realizadas muchas veces por famosos especialistas, que pasan de un teatro a otro del mundo para que puedan ser admiradas en su función de realce de las partituras más escogidas, la zarzuela sigue representándose todavía con medios que no pueden añadir ningún atractivo al espectáculo, o bien caen en manos de empresarios que exhiben fragmentos brillantes convertidos en un espectáculo cercano a las variedades, con alguna mayor dignidad escénica pero reduciendo la zarzuela a un conjunto de “hits” populares.

 En la década de 1960, la decadencia del género era completa. Las nuevas generaciones de compositores se desviaron del género y, salvo excepciones, se dedicaron a la revista o a otros tipos de espectáculo musical. Algunos, más atrevidos, se orientaron al género operístico, que si bien tenía poca salida en el complejo mundo de la lírica contemporánea, al menos parecía revestir de nuevo un cierto prestigio. Sólo ocasionalmente algún compositor se esforzaba en escribir algo para el recién reabierto Teatro de la Zarzuela, puesto que volvía a haber temporadas oficiales protegidas por el Estado.

 La mayoría de los títulos posteriores a 1960 que aparecen en nuestra cronología de la zarzuela son, sin embargo, meras comedias musicales vagamente reminiscentes de las antiguas creaciones que en otros tiempos habían llenado los teatros de las ciudades españolas. La zarzuela tradicional seguía atrayendo público, pero sin que hubiese aportaciones nuevas dignas de este nombre.



Lentamente, los aficionados al género lírico se habituaron a vivir con un repertorio establecido que-como pasaba con la ópera desde mucho antes-estaba anquilosado

 Los Festivales de España, creados en los años expansivos del franquismo, cuando la prosperidad económica de los años dorados del turismo permitieron gastar los sobrantes del erario en espectáculos populares, fueron los encargados de dar a algunas zarzuelas un ropaje nuevo de gran espectáculo. Se multiplicó la improvisación de escenarios en las ciudades más populares o turísticas. Para ello se contó con el desplazamiento de algunas compañías líricas, como la titular del Teatro de la Zarzuela de Madrid, que bajo la dirección de Lola Rodríguez de Aragón recorrió España en el verano de 1960, la llamada Amadeo Vives, dirigida por José Tamayo, que alcanzó memorables éxitos en el verano de 1961, la del veterano maestro César Mendoza Lasalle, etc.

 Estos espectáculos podían atraer hasta cierto punto la atención de los aficionados, pero su coste era superior al de su rentabilidad y sólo constituía un parche dentro de una programación de zarzuela cada vez menos dotada. Además, este tipo de programas de fragmentos de zarzuela permitía oír muy bien los números célebres de las zarzuelas más populares, pero “desacostumbraba” al público a seguir las obras en su forma original y completa, falseando el lenguaje verdadero de la zarzuela como género.

 Sólo en Madrid persistía, hasta cierto punto, una actividad lírica continua-si por continua entendemos la existencia de una actividad de unos pocos meses al año. En las restantes ciudades sólo se producía la aparición esporádica de alguna compañía durante breves días o semanas. La calidad de los espectáculos- como decía el ilustre crítico Antonio Fernández-Cid en su libro “Panorama de la música en España”-podía oscilar entre una presentación mediana subvencionada casi siempre de un modo “justito” y un montaje de bajo coste, con cantantes y músicos ruinosos y decorados de papel.

 El único campo donde se registró un auge, curiosamente, fue en el de las producciones discográficas. La llegada de los nuevos discos de larga duración y soporte de vinilo permitió que una iniciativa brillante y amplia de una casa discográfica con sede en España iniciase una serie de grabaciones de la parte musical de las zarzuelas más habituales del repertorio, contando con cantantes de calidad y una orquesta ocasional-con el nombre genérico de Gran Orquesta Sinfónica u otros parecidos. La mayoría de las grabaciones de los primeros años fueron realizadas por Ataúlfo Argenta como director de orquesta y contaban con profesionales de la talla de Ana María Olaria, Teresa Berganza, Carlos Munguía, Pilar Lorengar, Manuel Ausensi, Ana María Iriarte, Inés Rivadeneira, Toñi Rosado, Dolores Cava, Lina Huarte, etc. El Coro de Cantores de Madrid también contribuyó con frecuencia a llenar la parte coral con un buen nivel de profesionalidad.



 Fallecido prematuramente Ataúlfo Argenta-quien también grabó numerosos discos de preludios e intermedios de zarzuela-, la iniciativa de las empresas discográficas no cesó y aparecieron nuevas grabaciones bajo la dirección de prestigiosos maestros, como Benito Lauret, Indalecio Ciesneros, Ricardo Lamote de Grignon, Rafael Ferrer y, más recientemente, Rafael Frühbeck de Burgos, Enrique Navarro, Enrique García Asensio, etc., no faltando tampoco las zarzuelas dirigidas en disco por sus propios autores, como Federico Moreno Torroba y, sobre todo, Pablo Sorozábal

 En las versiones más recientes se incorporaron los mejores cantantes españoles, desde los internacionalmente famosos, como Montserrat Caballé, Alfredo Kraus, Plácido Domingo, Pedro Lavirgen, Vicente Sardinero, Eduard Jiménez, Ángeles Gulín, la ya citada Teresa Berganza y Josep Carreras, hasta los profesionales expertos del género lírico, como Lily Berchman, Teresa Tourné, Renato Cesari, Lina Richarte, Julián Molina, Isabel Penagos, Carlos Fagoaga, Maria Rosa del Campo, Antonio Blancas, Víctor de Narké, Ana María Higueras, Julio Catania, Manuel Gas, Cecilia Fondevila, Francisco Ortiz, Josep Ruiz, Pura María Martínez, y otros muchos cuya mera mención haría esta lista interminable.

 Al llegar 1970 era éste el único bastión que resistía la crisis, pues la producción de zarzuelas nuevas llegó a detenerse casi del todo, a pesar de la dedicación ocasional de los veteranísimos Moreno Torroba y Sorozábal, que todavía sostenían el pabellón del género lírico, aunque ya no salían de sus manos más que creaciones muy ocasionales.
 En los Últimos años 1970 se produjo un cierto renacimiento, no de la creatividad del género, sino del interés general por la zarzuela, que se reflejó en el auge de las reediciones discográficas, de las colecciones de títulos propiciadas por editoriales que publicaban series de discos (en LP, primero, y a fines de la década de 1980 en CD) con fascículos ilustrados que trataban con una óptica más moderna el antiguo género de la zarzuela.



 Una nueva iniciativa discográfica la llevó a cabo en la década de 1990 la casa discográfica Auvidis, que publicó algunos de los mejores títulos -“La verbena de la Paloma”; “El barberillo de Lavapiés”; “Bohemios”, etc.-en grabaciones nuevas, con orquestas de gran calidad e intérpretes veteranos y noveles de primera clase. Así apareció en el mundo de la zarzuela la soprano navarra María Bayo, al lado del barítono Joan Pons y del extraordinario tenor Plácido Domingo, en grabaciones modélicas que hoy en día dignifican el nivel de la zarzuela. Por desgracia, al terminar el siglo XX, parece que esta iniciativa ha disminuido su ritmo de aparición. A su lado han surgido otras, tendentes a revalorizar grabaciones de antaño, como las de Aria Recording y otras, que han devuelto al mundo del disco nuevos títulos hasta ahora inencontrables, basados en grabaciones antiguas en 78 rpm “remasterizadas” y editadas en cómodos CD que han triunfado como medio de grabación moderno y ágil.

 No han faltado tampoco las grabaciones en vídeo de algunos de los títulos más célebres. En su momento, TVE emitió varias zarzuelas escenificadas y filmadas de modo moderno y sugestivo y la iniciativa ha sido reproducida por otras entidades.

 Tal vez este artículo ( al menos ese ha sido mi deseo ) pueda tener interés como difusión de un género que nos pertenece y que, a pesar de los pesares, se resiste a morir.