Don Antonio Gallego Morell: Una honrosa memoria



Fueron numerosas las ocasiones, durante mi trayectoria profesional y, anteriormente, en aquellos ya lejanos años estudiantiles en la Universidad de Granada, en que tuve la suerte de conocer de cerca a este gran hombre, gloria de las letras españolas.

María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora



 En aquella inolvidable y añorada Facultad de Letras de la calle Puentezuelas granadina, tuve el honor de ser su alumna. Yo tenía 21 años y estudiaba el 5º curso de la especialidad de Filología Románica. Su aspecto corpulento y elegante, su forma de dirigirse a los alumnos, su acercamiento, me impactaron; especialmente, en una época en que el catedrático universitario era un ser intocable y distante. Fueron muchas las preguntas que, dado su talante, me atrevía a formularle.

 Una vez finalizada la carrera, la vida de nuevo me hizo gozar de su verbo, de su generosidad y sencillez. Asistí a numerosas de sus amenísimas conferencias que, en aquellos ya lejanos años de mi juventud, estimularon ese amor que ya sentía por la literatura. Tuve la suerte de compartir con él algunas palabras, recibiendo de su parte consejos que nunca olvidaré. Tras coincidir, más tarde con el profesor Gallego en diversos simposios, tuve ocasión de invitarle a que asistiese a un Congreso sobre Literatura Contemporánea que, por aquel entonces, organizábamos en el ICE de la Universidad de Málaga. Un imprevisto le impidió su asistencia que me comunicó personalmente por teléfono, disculpándose, por ello, en ese tono de afectividad que siempre le caracterizó y celebrando las excelencias de Málaga, de esa tierra de gente tan abierta y acogedora que él adoraba y a la que tan vinculado estuvo en una época de su trayectoria profesional.



 Sí, queridos lectores, esta semblanza que van a leer está escrita desde la admiración y el respeto por el que siempre fue un extraordinario ser humano que contribuyó a mi formación como profesora de literatura, y al desarrollo de un gusto personal por la lectura, lenta y meditativa, voluntariamente solitaria, por la lectura que produzca al mismo tiempo sensación de placer intelectual y de entretenimiento humano. Su profundo conocimiento, la claridad y brillantez de sus exposiciones reflejaban, sin duda, el talante de un gran maestro, siempre ligado para mí a aquel recoleto palacete de la Facultad de Letras granadina. ¡Cuánta nostalgia de aquellos años…!

 En el profesor Gallego se aunaban facultades extraordinarias de docente, crítico literario, creador e investigador. En repetidas ocasiones, solía decir que en sus modestas aportaciones científicas, el trabajo siempre suplió al talento, y esfuerzo obstinado a la intuición genial. Evidentemente, en la idiosincrasia del profesor Gallego destacó su férrea voluntad, pero también su brillante oratoria, su ingenio y su extraordinaria capacidad de comunicación.

 De su generoso magisterio guardan estimable recuerdo los que fuesen sus alumnos de las Universidades granadina y malagueña, del que afirman procedió como todos aquellos sabios a quienes se les debe el inestimable valor de una enseñanza útil y práctica. El corazón de esos alumnos no olvidarán jamás la extremada benevolencia y generosidad de don Antonio y aún laten, como el mío, movidos por la gratitud.

 Al alcanzar la edad de la jubilación, no produjo ninguna dolorosa odisea, supo encontrar nueva ilusión, un modo de eludir la visión sombría de los últimos años de la vida. La gloria de su hacer en la Universidad de Granada y en la Universidad de Málaga, concede estímulos y produce sano orgullo a todos los granadinos y a todos los malagueños, pues el profesor Gallego ejerció enorme y beneficiosa influencia en el porvenir de la investigación lingüística y literaria española, que no encontrará nunca la recompensa adecuada a tanto saber y a tanta generosidad.

 Abro mi ventana interior y oigo las músicas magas de la Alhambra y me pregunto: ¿qué fue de tanta belleza…? Ante el paisaje embellecido y misterioso, pienso en la vida humana que no retorna nunca. Porque la vejez, su vejez, ha sido una vejez llena de ecos y silencios. El amor a la literatura y su lucha incansable encontraron eco en una juventud llena de estridencias, hasta que poco a poco se fue apagando su voz hasta llegar a ese tono suave de la ancianidad lleno de ecos.



 ¿Por qué esa mirada perdida en una nostalgia ya casi inconsciente…? Tal vez echaba de menos aquellos años fecundos y, ahora, desde el espíritu debilitado-de sus últimos años-donde, a veces, se refugia, contempla ensimismado la sigilosa muerte que cada invierno vuelca sobre la tierra. Pero la muerte no es definitiva. Su recuerdo y sus enseñanzas perdurarán en los hombres y mujeres a los que intentó formar para hacerlos mejores y más dichosos. Y cuando nos “llegue el día del último viaje…”, el profesor Gallego seguirá viviendo-junto a su querido y admirado paisano, Ángel Ganivet-, en los sonidos, en los rumores de esos misteriosos bosques de la Alhambra.