Sostengo la teoría de que todos nacemos fascistas.
Da igual que lo llamemos fascismo, o nazismo, o populismo o que, como el sátrapa de Argentina, nos proclamemos libertarios; el nombre es lo de menos, como lo es si los perros eran galgos o podencos. Lo importante es tener claro que a qué llamo yo fascismo, a la hora de sostener mi teoría de que todos nacemos fascistas. Para no recargar en exceso esta mirada sugiero recordar la mirada “Lo natural es ser fascista” (acceder desde aquí).
Porque igual que Paco Umbral yo he venido aquí a hablar de mi mirada. Pero, si se diese el caso de qu el lector fatigado en demasía tengo de sobra con una y no desee consultar la otra, dejo aquí el meollo de la cuestión: ”Resulta profundamente cómodo creer que mi patria, mi bandera, mi religión, mi ideología, mi territorio, mi lengua, mi cultura, mis tradiciones, etc. son las mejores del universo, y que mi líder indiscutible es el mejor de los posibles, que mi país ha sido bendecido por Dios y todos los demás territorios en que se divide el planeta están puestos ahí para mi uso y disfrute.
Llamo fascismo a todo sistema de creencias que incluyan los ingredientes que conforman esa cómoda forma de pensar que nos libera de la necesidad de reflexionar o de cuestionarnos el estado de cosas y, que, de paso, nos da respuesta a la causa de nuestros problemas: el origen es siempre el otro, los extranjeros que nos quitan el trabajo; o la casta política, o los catalanes, o los españoles...”
la juventud es una enfermedad que se cura con los años, y el fascismo, leyendo
Y esta es la forma de pensar de un niño antes de incorporarse al mundo real en la escuela y darse cuenta de que no es único, que hay otros como él y que, a partir de ahora toca luchar duro para conseguir sobrevivir. No sé si todos los niños lloran el primer día de clase, pero yo sí que lo hice. Afortunadamente igual que según Bernard Shaw “la juventud es una enfermedad que se cura con los años”, el fascismo también se cura, pero no sólo con los años sino, el el lector me perdonará una cita más, como dijo Unamuno, leyendo. Y el racismo, viajando, añadió.
Y cuesta trabajo sanar de ese mal congénito porque la idea de que, entre todas las patrias, religiones, culturas y pieles del mundo, la tuya es única, especial, resulta especialmente consoladora, mucho más, en épocas de crisis, económica cultural y casi existencial como es este primer cuarto del siglo XXI. Igualmente resulta muy cómodo delegar en el líder supremo la tarea de pensar y acogerse a la obediencia como norma de vida. Es decir, huir de la responsabilidad que trae consigo el ejercicio de la libertad, abandonar toda duda y entregarse al abrazo de las certezas absolutas. Como se refugia uno en los brazos maternos en la infancia. Pero es un falso consuelo, porque fuera de los brazos maternos está el mundo real.
Por eso digo que el fascismo tiene un discreto encanto, el de dar respuestas absolutas a preguntas que no tienen respuesta en absoluto. Pero lo peligroso, y en estos tiempos lo estamos vendo claramente es, no su reaparición, el fascismo no se fue nunca, el nazismo fue derrotado en apariencia, pero los nazis y los fascistas continuaron su vida tranquila y apacible en las democracias europeas y en los Estados Unidos, algunas iglesias y algunos bancos. Un franquismo remozado y renovado en el que yo puedo escribir esto sin miedo, pero que ahí sigue.
Y cada día resulta más atrayente para más gente ese cómodo refugio ante el fracaso personal que es el creer que existe una conspiración universal de rojos, moros, negros, maricones, mujeres y políticos de izquierda para conseguir que tu vida sea una mierda.
Y es cierto que no hay trabajo, que el que hay está muy mal pagado, que no da para vivir decorosamente, que pagar un alquiler es casi un milagro. Pero créeme que con tu líder de extrema derecha en el poder va a ser aún peor. Milei en Argentina y “Trumpmusk” en EE.UU. son los espejos en los que hay que mirarse. Al tiempo.