Donde haya un árbol que plantar… (Homenaje al Pino de las Cinco Ramas)


"Donde haya un árbol que plantar ve y plántalo tú mismo; no lo dejes a los demás", dice un viejo refrán. El Club Senderista Navachica de Jayena hizo lo propio durante un sencillo acto en el que se homenajeó al histórico Pino de las Cinco Ramas, derribado por un vendaval el pasado mes de enero.


Mirador del Pino de las Cinco Ramas

 Domingo, once de febrero de 2018. Nueve de la mañana. En el privilegiado mirador del Pino de las Cinco Ramas -donde se pueden ver todavía, al lado del camino, un tocón desgarrado y el tronco de aquel árbol firme y robusto que todos creímos inmune al paso del tiempo- ha amanecido un día frío, pero de una luminosidad radiante. El cielo está despejado y el aire se nota diáfano, purificado por las lluvias y la nieve que han traído los últimos temporales a Tejeda, Almijara y Alhama. No en vano muy cerca de allí, en el camino conocido como la Cuesta de las Pulgas, la nieve caída hace unos días todavía permanece acumulada en las umbrías formando helados y peligrosos neveros, al igual que tapiza las cumbres que rodean ese paraje con una esponjosa capa blanca que centellea bajo el sol. Un intenso aroma a invierno y a pineda endulza el ambiente augurando que, tras varios fines de semana de borrascas continuadas, ese día, precisamente ese domingo, será distinto a los demás.


Restos del Pino de las Cinco Ramas

 Salvo por el suave rumor que provoca el vientecillo en las ramas más altas de los pinos, todo está en silencio, como siempre -o como casi siempre- hasta que, a lo lejos, el sonido de un motor rompe inesperadamente la monotonía de esa mañana: se aproxima un vehículo todoterreno. Es de color blanco y en los laterales lleva dibujado el anagrama de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía. Alcanza por fin el mirador, aparca en un extremo y de él se apean dos agentes de Medio Ambiente. Se trata de Daniel García y Paco Medina, cuyas obligaciones profesionales hoy les destinan a supervisar la actividad que se va a llevar a cabo en ese significativo rincón del Parque Natural. Son los primeros en llegar; se acercan pues al vencido Pino de las Cinco Ramas -o más bien a lo que queda de él- y, mientras charlan entre sí pausadamente, respirando a pleno pulmón el aire puro y frío, dejan vagar sus miradas por el magnífico horizonte que se despliega ante ellos.



Paco Medina y Daniel García, agentes de Medio Ambiente

 Ambos esperan pacientemente. La brisa, que esa mañana sopla del norte, corta la cara y las manos como un cuchillo; tanto que para estar a gusto hay que arrebujarse bien en los chaquetones, a pesar de que luce un sol brillante. Daniel se acerca al coche para abrigarse un poco más, y en ese momento aparece un nuevo vehículo. Esta vez se trata de una furgoneta blanca, que aparca a un lado del camino y de la cual se baja un grupo de personas entre quienes se encuentra Vanesa, la joven alcaldesa de la vecina localidad de Jayena, que se ha desplazado hasta el lugar con su marido Valentín y su hija Sofía, de cinco años. Con ellos van también otros familiares. Tras un breve y amistoso intercambio de saludos con los agentes de Medio Ambiente, los recién llegados se disponen, sin perder tiempo, a sacar del interior del vehículo una serie de enseres; en pocos minutos montan hábilmente unas mesas portátiles sobre las que colocan varias cajas, bolsas y paquetes de diferentes tamaños. La pequeña Sofía, mientras tanto -instintivamente; el viejo tronco la ha atraído como si fuese un imán- juguetea subiendo y bajando del Pino de las Cinco Ramas tranquila y confiada, igual que si estuviera en compañía de un viejo y querido amigo.



En el centro de la imagen, Vanesa Gutiérrez Pérez, alcaldesa de Jayena

 A medida que avanza la mañana y el sol va escalando en el cielo, el contraste entre luces y sombras se hace más nítido y el color de las montañas se intensifica, aunque el frío no remite. Al poco, dos coches más se acercan: en uno viaja Ricardo Salas, director conservador del Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama, que se ha desplazado hasta allí desde Málaga capital. Al volante del otro vehículo va José Gutiérrez, presidente del Club de Senderismo Navachica, de Jayena. En un remolque adosado a su todoterreno José transporta una carga que a primera vista podría parecer un tanto variopinta: dos pequeños ejemplares de pino que, acusando el traqueteo del camino, balancean sus ramitas a un lado y al otro; un gran cartel metálico con marco y patas de madera; cuatro postes altos, también de madera, y un rollo de alambrada; un pico, una pala grande y algunos objetos más. En un momento y a medida que se van descargando coches y remolque, el suelo se llena con todo tipo de bártulos y herramientas. Ya no hay silencio ni quietud en el mirador del Pino de las Cinco Ramas: el lugar bulle con el trajín de quienes van y vienen en su afán por dejarlo todo listo y a punto. Nadie permanece ocioso; cada cual colabora en lo que puede -agentes, alcaldesa, director del Parque, directiva y miembros del Club Navachica- al tiempo que charlan todos relajada y amigablemente, de igual a igual.




Ricardo Salas, director conservador del Parque Natural, a la derecha de la imagen





Son ya casi las once y media de la mañana. Es entonces cuando comienzan a llegar también, poco a poco, los caminantes. Primero más espaciados, y después formando un nutrido y bullicioso grupo de personas de todas las edades: mayores, adultos, jóvenes y niños con sus perros, que vienen dando un agradable paseo desde la zona de los Prados de Lopera, a unos tres kilómetros de distancia, donde hoy se han reunido para realizar una marcha que pretenden -que desean- resulte simbólica y especial, hasta el mirador del Pino de las Cinco Ramas. Todos son senderistas locales junto a familiares y amigos; personas que disfrutaron en vida del Pino de las Cinco Ramas o que conocen su interesante historia a través de los relatos de los mayores, sabedores de la importancia que ese árbol emblemático, recientemente destrozado por una ventisca, tuvo a lo largo de los siglos. En pocos minutos un compacto grupo formado por más de cien personas se ha congregado en el lugar. Ya sea en animados corrillos, por parejas o en grupos más numerosos, todos se saludan, bromean y hablan cordialmente. Los niños que los acompañan, siempre prácticos y atentos a cualquier circunstancia que implique diversión -tal vez deberíamos aprender de ellos-, se acercan sin pensarlo dos veces al tronco del Pino de las Cinco Ramas convertido ahora, por obra y gracia de la imaginación de los chiquitines, en el mejor de los juguetes: un tobogán por el que deslizarse, un obstáculo que vencer, un escondite perfecto donde ocultarse o un trampolín desde el que saltar al suelo entre risas. Cerca de ellos, un corro de mujeres entona algunas cancioncillas de carnaval, típicas del pueblo de Jayena. El ambiente es, como no podía ser de otra manera, festivo, alegre y familiar.



















 Muy cerca del viejo árbol que es el motivo de esa reunión -inerte, es verdad, pero rodeado hoy de personas que lo quisieron y todavía lo quieren-, un ancho agujero excavado en la tierra se encuentra ya preparado para recibir a un nuevo habitante de ese espacio natural. Porque la razón de esa convocatoria popular no es otra que homenajear al venerable, al histórico Pino de las Cinco Ramas y dejar constancia de todo lo que ha significado física, social y culturalmente, durante más de doscientos años, para esa comarca. Y realizarlo de la mejor forma posible, es decir, emulando los ciclos naturales, cerrando el círculo de la vida y de la muerte, contribuyendo a la conservación de ese espacio protegido plantando en su lugar un joven ejemplar de la misma especie. Un nuevo Pino de las Cinco Ramas -aunque, en el fondo, todos sepamos que jamás podrá sustituir al original-; otro pino piñonero que sea capaz de crecer sano y fuerte, de afrontar la desoladora intemperie de cien inviernos y de proporcionar dignamente sombra, cobijo e infinidad de anécdotas y recuerdos, como lo hizo su predecesor hasta el momento su muerte, aquella aciaga madrugada en la que un tremendo golpe de viento desgarró su tronco -y su alma- con un zarpazo que resultó definitivo.


Todo está ya preparado para la plantación del nuevo pino

 Por eso el de hoy es un día que podría resultar histórico para esta comarca y sus gentes. Durante las últimas semanas los miembros del Club Navachica han dedicado gran parte de su tiempo a organizar todo lo necesario para llevar a feliz término su plan: solicitando a la Junta de Andalucía los permisos pertinentes para la obtención de tres ejemplares jóvenes de pino resinero -procedentes del vivero forestal de La Resinera, como no podía ser de otro modo- por si el árbol recién plantado no arraigase bien; colaborando en la retirada del ramaje del Pino de las Cinco Ramas; corriendo con los gastos de limpieza y maquinaria para la apertura de un agujero para la plantación del nuevo árbol y confeccionando un bonito cartel conmemorativo de ese acto.




 Todo está listo; los presentes, expectantes. Por fin, dos integrantes del Club Navachica -José y Jorge- toman el contenedor de plástico que protege el cepellón de raíces de un joven y sano pino piñonero (Pinus Pinea) y lo llevan hasta el lugar de plantación, mientras el grupo observa sus movimientos entre comentarios y gestos de aprobación. Luego liberan el pino del contenedor y lo colocan dentro del agujero, en la posición idónea para trasplantarlo. Ya sólo queda cubrir las raíces con unas cuantas paletadas de tierra, y el nuevo Pino de las Cinco Ramas será una bella y esperanzadora realidad. Son muchos entonces -por no decir todos- los asistentes que quieren contribuir con su esfuerzo a ese momento tan significativo para la comarca y sus habitantes. Unos antes y otros después toman la pala entre las manos y entre todos, a poquitos, van cubriendo las raíces de tierra. "Yo también ayudé a plantar el pino", parecen decir, mientras se hacen las fotografías de rigor. Los niños mientras tanto observan la escena, escuchan y, sobre todo, aprenden esa importante lección de vida. Una vez que las raíces del pino han quedado bien protegidas, el arbolito es rodeado con una alambrada para que su tronco y su ramaje, todavía débiles y tiernos, no sirvan de alimento a las cabras montesas, los ciervos o los jabalíes hambrientos que pasen por allí. Por último se coloca un práctico cartel conmemorativo con texto y fotografías realizados por Jesús Pérez Peregrina, que en adelante ofrecerá toda la información al respecto a quien se detenga en ese lugar.












 La actividad prevista está a punto de terminar. En un gesto espontáneo el grupo se reúne alrededor de José Gutiérrez y Ricardo Salas, que llanamente, sin más ceremonia, se dirigen a todos los presentes. José Gutiérrez, como presidente del Club Navachica -de cuya directiva partió la idea original- agradece la presencia de todos al homenaje del árbol que tanto simbolizó para el pueblo de Jayena y cede enseguida la palabra a Ricardo Salas para que, como director conservador del Parque Natural, cierre adecuadamente el breve y emotivo acto. Ricardo apela a la importancia de la iniciativa ciudadana como la mejor forma de concienciar a la población sobre del cuidado de nuestros espacios naturales, y da la enhorabuena al Club Navachica por la organización de esa actividad, en la que él tiene el gusto de participar no ya como autoridad sino como un acompañante más. También anima a mantener ese espíritu que los ha llevado allí, y confía en que los niños puedan contemplar el pino crecido y convertido en otro símbolo del Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama. Tras su exposición, el grupo al completo pone el punto final con un cerrado aplauso.





 Antes de dar por concluido el homenaje, los asistentes se acercan a las mesas plegables donde algunos componentes del grupo -entre quienes se encuentra Vanesa, la alcaldesa de Jayena que, en un discreto segundo plano durante toda la mañana, se ha puesto manos a la obra, colaborando en todo como una más- tienen oportunamente dispuesto un sencillo pero apetitoso refrigerio a base de refrescos, snacks y bocadillos para todos los que han participado en el acto. El momento se convierte en un rato más de agradable convivencia, y constituye el cierre perfecto para ese día corriente y memorable a la vez, para todos ellos.





 Ya rayando el mediodía, la reunión casi ha terminado. El ambiente va decayendo y llega el momento de recoger enseres y marcharse; por todas partes suenan frases de despedida y agradecimiento. Unos tras otros, los testigos de ese día -aunque en absoluto están todos los que son, pero al menos sí son todos los que están- van abandonando el mirador que, después de la marabunta, recupera su silencio y calma habituales. El pequeño pino recién plantado se queda solo. La brisa, que continúa soplando a rachas suaves, agita sus ramas; casi podría decirse que el arbolillo está diciendo adiós. Frente a él yace, de nuevo solitario, el tronco desnudo y seco del Pino de las Cinco Ramas, que por fin cede su lugar -en todos los sentidos- generosamente, tal y como vivió, mientras espera a que llegue una sierra lo suficientemente grande como para poder cortarlo en ruedas que, una vez tratadas y barnizadas, serán conservadas en el Punto de Información de La Resinera y en todos los ayuntamientos de los pueblos de la comarca. Un respetuoso y merecido final que, sin duda alguna, el Pino de las Cinco Ramas se ha ganado a pulso.


 En nuestro recuerdo queda la imagen -como si fuese un bodegón recién pintado- de ese pino adolescente creciendo sano, extendiendo sus raíces junto al veterano tronco abatido y al cartel que resume una gran historia de amor entre el árbol y el hombre, y que ha durado más de doscientos años. Pasado, presente y futuro se dan la mano en el mismo metro cuadrado de terreno. El mirador del Pino de las Cinco Ramas, aunque el árbol que le dio ese nombre ya no esté, continuará llamándose así para siempre. Y el ciclo de la vida también persistirá inexorable, absoluto y perpetuo. Como el Pino de las Cinco Ramas, inmortal ya por derecho propio, porque se mantendrá vivo en la memoria de todos mientras continuemos pronunciando su nombre.





Escrito por Mariló V. Oyonarte
Fotografías de Carlos Luengo