José Mora Guarnido y su infancia en Alhama (y IV)

«Mis recuerdos, por tanto son vagos, brumosos, y se me aparecen cerrando los ojos y clavando el ciego interés de la mirada en la lejanía, como fugitivas escenas de una vieja película de los primeros tiempos del cine». (Mora, 1963: 4).

 El mundo que da a luz a José Mora es la antigua Alhama de Granada, el tres o el ocho de febrero de 1894, diez años después de que la localidad sufriera una enorme catástrofe natural: «inmersa en el doloroso recuerdo del terremoto de 1884 y sufriendo una profunda reconstrucción despedía Alhama el siglo XIX» (Raya,1992 :204). 

 El desastre humano del terremoto estaba aún presente, relataba un periodista francés sobre el movimiento sísmico sucedido en esta zona: «una joven que se ha vuelto loca: ha pasado cinco días debajo de los escombros, acostada sobre los cadáveres de su padre y su madre aplastados. En una casa de Alhama, veintidós personas que velaban el cuerpo de un niño fueron aplastados de un golpe. Cuando llegaron hasta ellos, todos estaban muertos». (Chesneau, 1885).

 En 1954, el arabista Emilio García Gomez, escribió un libro de viajes, Silla del moro y nueva escenas andaluzas, en uno de los pasajes, al que tituló como el famoso romance fronterizo: “¡Ay de mi Alhama!”, publicado antes en ABC el diez de septiembre de 1947, esboza la ciudad y la describe como: « una de las grandes ciudades elegíacas de la Península » (García Gomez, 1954:145). Emilio García Gomez hace una repaso de la historia del pueblo, añadiendo el presentimiento penoso del verso que aparece tras cada estrofa del poema original: “Ay de mi Alhama”. La entrada del ejército de Napoleón, el terremoto o la visita del rey son contados. Alhama es para ojos del escritor «aquella dolorida montaña» (García Gomez, 1954:145). Se despide con la imagen desde la luna trasera de un coche: «Sobre el telón violeta de los montes, el poblachón blanco, en alto, con soberbia torre, se iba quedando pequeñito, como un castillete de retablo. Todas las imágenes han vuelto a fundirse en la antigua del Romancero: ¡Ay de mi Alhama!» (García Gomez, 1954:146). Gracias a este libro, José Mora tuvo una «vaga revelación», porque hasta entonces «a pesar del esfuerzo que en ello puse, nunca pude reconstruir mentalmente el recuerdo de mi primer pueblo natal del que me alejaron cuando tendría unos seis años» (Mora, 1963: 2).

 Sin embargo, y a pesar de olvido y la distancia, pudo finalmente escribir sobre ella en las primeras páginas del inédito Panorámica sentimental, fechado en 1963. Por la referencia que ofrece, nació en lo que entonces era el pueblo nuevo, al lado de la plaza del rey Alfonso XII , en la Hoya, cuya evolución fonética, a la que él mismo hace referencia, terminará por evolucionar a la Joya. Sobre su nacimiento escribe: «en la escuela a la derecha de la iglesia, esto es, la de varones, se produjo en la mitad de la última década del siglo pasado un acontecimiento para mí de cierta importancia, aunque para el resto de la humanidad no tenga ninguna, puesto que cometí en esa fecha el grave error de venir a este mundo cochino». (Mora, 1963: 2)

 Es la «cierta importancia» una marca propia de ironía, y aunque José Mora escriba que es poco o nada lo que conserva en su memoria, podemos afirmar que es un testimonio mucho mas interesante de lo que él llego a estimar. Son las notas escritas con setenta anos, en un ejercicio en el que viaja a una infancia feliz : «para mi retina infantil, el panorama de aquella placita y la Joya tenía proyecciones monumentales» (Mora, 1963: 2). De esta primera infancia rememora: «yo me sentía feliz y contento y como aún no había sido sometido a la tortura del banquillo de la clase de párvulos y al cartel del abecedario, no creo que haya existido para mí etapa más grata y que por eso he olvidado tan fácilmente». (Mora, 1963: 2).

 Hay en todo viaje a los remotas partidas del tiempo propio, un ejercicio de reconstrucción que esta entreverado con fugaces e intermitentes imágenes, resquicios de colores y sensaciones vírgenes que conjugan, en este caso, la inocencia y la picardía. Estas fugitivas escenas de los primeros tiempos del cine, como dice en la cita que abre este apartado, nos ayudan a confirmar que sus primeros pasos en el paraíso de la niñez fueron nutritivos. Vistos como huellas, muestran la raíz de la personalidad de Mora. Desde esa descripción, como cuadros salpicados, como con una especie de viejo prisma nebuloso del cine originario, podemos explorar impulsos, emociones, comprobar su origen antimonarquico, la valoración sobre su padre, o pinceladas marcadas de su carácter, mostrando también arrojo, capacidad de acción, y hasta un suceso que «ejerció en mi ánimo violenta influencia y es posible que su confusa fuerza expresiva clavara ya en mí, inconscientemente y profunda, la raíz de mi antipatía apasionada hacia los poderíos militares y su brutal razón de dominio en el mundo» (Mora, 1963:4). A más de diez mil kilómetros de Alhama y de su infancia, el escritor evoca la pureza y libertad del niño en el pueblo, un mundo hecho de la naturaleza, de pájaros, exploraciones, y de piedras: «A mí me bastaba para mis aventuras y sueños, mis trampas para cazar gorriones, mis irreverentes pedradas a la estatua que sonaba en los golpes con cascada voz de lata vacía». (Mora, 1963: 2). 

 Como acabamos de apreciar, desde los primeros años de vida de José Mora existe una auténtica vocación antimonarquica. Fue esa estatua del rey Alfonso XII, en la plaza que hicieron en su honor, la primera que abominó el José Mora infante. Critica al rey, piensa que se presentó en la ciudad caída y ofreció un plan de ayuda que quedó en no más que promesas huecas: «porque haciendo sensata omisión de la disposición regia que ordenaba la reconstrucción de la ciudad con petulancia de Alejandro disponiendo la fundación de Alejandría, pero no dio dinero sino para empezar, se abstuvieron de cooperar en la construcción del pueblo nuevo». (Mora, 1963: 2)

 Razón por la cual era indigno que erigieran esa estatua: «un ridículo monumentillo en el que aparecía el propio reyezuelo en uniforme de capitán general, erguido y con el índice señalando el basamento constituido con una pintoresca alegoría la catástrofe (columnas rotas, umbrales resquebrajados, todo muy expresivo y muy real, casi como la estatua al Héroe de Cascorro, con su cuerda y sus dos latas de petroleo en la mano); todo como diciendo muy elocuentemente y heroicamente: “Yo me digné a venir aquí para esto ...”». (Mora, 1963: 1)

 La Panorámica de José Mora, de 1963, nos lleva a un páramo de historia siniestra. A pocos metros de donde estimamos, según las referencias de donde estaría su casa, está hoy el colegio Miguel de Cervantes. Antiguo cementerio en el que unos años antes, por el terremoto, algunos ataúdes y cadáveres salieron a la superficie, como muestra en hipérbole la famosa lamina de París Ilustré . En el espacio que había entre el pueblo viejo y el nuevo, a la derecha del camino, quedaban aún los agujeros de los palos de un antiguo cadalso en el que habían ahorcado públicamente a un criminal, Mora rescata una «misteriosa presencia de algo inexplicable y sobrenatural para los pequeños» (Mora, 1963: 3), los hoyos inquietantes «llenos de barro y bordeados por raquíticas hierbas» (Mora, 1963:3) revelan aquellas tétricas vibraciones para los niños: «respeto o temor supersticioso, obsesión para los mayores que presenciaron por incauta curiosidad el repugnante espectáculo» (Mora, 1963: 3). 

 De la sombra de entre pueblos, primeras sensaciones oscuras: «Cuando de noche nos veíamos obligados a pasar por allí, apresurábamos la marcha» (Mora, 1963: 3). José Mora escribe de nuevo sobre un acontecimiento sucedido en la plaza de Alfonso XII, un suceso en el que enlaza sátira, violencia y una escenificación grotesca. Este altercado marcará precozmente al niño: «el espectáculo ejerció en mi ánimo violenta influencia y es posible que su confusa fuerza expresiva clavara ya en mí» (Mora, 1963: 4). 

 En una noche cercana al definitivo Desastre de Cuba, Alhama, como tantos otros lugares de España, se tiró a la calle para manifestarse contra Estados Unidos. Se trataba de un ritual de protesta paródico, al que no le faltaba escenificación o reproducciones grotescas, como la de las representaciones de gobernantes norteamericanos. Al presidente estadounidense lo describe como «un enorme cerdo de cartón relleno de petardos» (Mora, 1963: 5). El autor escribe: «Una noche famosa, la plaza se llenó de extraños y fuertes rumores, músicas de charanga, cohetes, gritos, tumulto amenazador de gente que venía del pueblo viejo, encabezada por banderas enarboladas airadamente y largos palos en cuya altura bailaban extrañas figuras de cartón. Numerosas candelas con hachones de esparto y reas de puño le daban al conjunto un lúgubre aspecto de aguafuerte. Asustados contemplamos todo aquello desde mi casa; mi padre salió al balcón y habló acaloradamente suscitando aplausos y gritos de elogio ». (Mora, 1963:5)

 El eco de las futuras causas, como la “putrefacta” sociedad granadina o su carácter combativo, tiene su origen en sus primeros años. En los sibancos, alhameñismo que hace referencia al poyete de las puertas donde se sentaban los vecinos, a veces invitados por una suerte de gracia de la primavera, nacían en las noches de verano chismes que cruzaban por las esquinas. Otras veces, las sillas y los cuchicheos, iban conformando «animadas reuniones de chisme y pelea mientras se despiojaban o despiojaban a sus herederos. Yo oía las protestas familiares contra aquellas reuniones que infestaban el ambiente con sus conversaciones y peste» (Mora, 1963: 4). José Mora también rescata su primera acción de protesta, se asomó al balcón y «di resuelta libertad al grifo de mi vientre. Cayó el chorro sobre las reunidas que alzaron la cabeza soliviantadas. “Meá de niño, meá de ángel”, proclamó una de las viejas riendo» (Mora, 1963: 4). Fue una de los primeras decepciones de Mora porque «como mi provisión de riego era limitadísima, contemplé con grave desencanto el fracaso de mi intención» (Mora, 1963: 4), y a pesar del posterior apoyo tácito de su tía y de su madre: «comentaron con indisimulada aprobación aquella medida mía tan ambiciosa como ineficaz» (Mora, 1963: 4). 

 De la admirable voluntad de una jugada arriesgada, y que como tantas veces le pasará a lo largo de su vida, humildemente reconoce: «así mismo han fracasado muchas veces mis mejores deseos de hacer algo útil» (Mora, 1963: 4), dejando una huella temprana de su cáracter contestatario y de acción. Los excesos muy pronto tuvieron consecuencias: «Durante mucho tiempo, cada vez que veía aparecer en la plazuela un guardia municipal yo salía corriendo y me escondía debajo de la cama» (Mora, 1963: 5). En este conflicto, al intentar robarle las castañuelas a una niña que estaba ensayando, ella lo golpeó y él respondió con una pedrada a la frente, no fue a mayores, pero su madre y su padre, – al que describe de la siguiente manera: «Caballero de la Mano en el Pecho del Greco, barbita y bigote sedosos, decente vestimenta oscura y ademanes pausados, el maestro, soportaba el triple peso de una autoridad merecida» (Mora, 1963: 3) – lo castigaron ejemplarmente, no solo con aislamiento, sino que «y para complemento y crearme la saludable moral del escarmiento me previnieron que acaso vendría la policía en mi busca» (Mora, 1963: 4). 

 Poco más le quedó a José Mora de Alhama, ni el recuerdo de su imponente tajo, ni la torre de la iglesia de la Encarnación, encaramada bajo la sierra, ni lazos, «ni un nombre ni un cariño a nada» (Mora, 1963: 5). En relación al famoso poema fronterizo y anónimo, “¡Ay de mi Alhama!”, sí que tuvo constancia posteriormente. Mas allá del costumbrismo y de lo pintoresco, el escritor defendió que el alma de Granada se evaporó, pues fue extirpada por los cristianos que no supieron conservar la grandeza, sino más bien que se dedicaron a destruir con rencor: «Granada ha tenido un destino triste, que comienza acaso en el día de su conquista por los Reyes Católicos» (Mora, 1958: 35). En Panorámica sentimental, sobre el antiguo poema, suscribe la pena del rey moro por perder esta tierra y critica: «aunque su Alhama pocos años después de haberla perdido y al caer en el área nefanda del cristianismo, quedó convertida en un miserable villorrio, como muchas joyas de la cultura árabe caídas bajo el poderío cristiano. Poder demoledor del fanatismo y de la intransigencia que ha dejado marca imborrable en casi todas las poblaciones andaluzas» . (Mora, 1958: 35).

Bibliografía:
- Chesneau, E. (1885). Paris Illustré. Número especial. Los terremotos de Andalucía. 1 de marzo de 1885. Digitalizado por Gallica.bnf.fr
- Idmhand, F. (2013). “Palabras desde el exilio: la correspondencia de José Mora Guarnido”.. Gallego Cuinas, Ana, Martínez, Erika. Queridos todos. El intercambio epistolar entre escritores hispanoamericanos y españoles del siglo XX., P.I.E Peter Lang, Bruxelles, Bern, Berlín, Frankfurt am Main, New York, Oxford, Wien., p. 417-431, 2013.
- Gibson, I. (1998). Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca. Barcelona, Plaza & Janés Editores
- Mora, J. (1963). Panorámica sentimental. Inédito.
- Vines, C. (2008). Turistas en Granada. La ciudad de 1830 vista por viajeros. Granada, edición Fundación Albaicín
- García Gómez, E. (1954). Silla del moro y nuevas escenas andaluzas. Buenos Aires: Espasa-Calpe.