Continuamos con la transcripción literal de la grabación que dejó Rita Rodríguez Herrero, donde narra su experiencia, personal y directa, en un contexto histórico-local irrepetible: la actividad del maquis en Sierra Almijara.
En esta segunda parte de los recuerdos que, por ventura, Rita quiso dejar grabados para la posteridad, se revelan ciertas informaciones –hasta ahora desconocidas por completo– que sólo sobrevivieron en la memoria de los implicados, y por las que padecieron todo cuanto se puede padecer. Se trata de hechos de relieve, como la carta secreta que un Roberto ya huido en Madrid y sabedor de su inminente detención escribió a Manolo el Fraile, uno de sus hombres de confianza. En ella instábale a huir y a abandonar a su suerte al resto de los guerrilleros –allá donde estuvieran ocultos; ¿qué más daba, a esas alturas?–, porque la causa que los guiaba estaba definitivamente perdida. Hechos, asimismo, como la evidencia de que algunos mandos de la guardia civil estaban en contacto directo con ciertos sectores de la guerrilla –posiblemente a espaldas de los mandos militares–, y hacían uso de esa comunicación según su provecho y conveniencia. O hechos como las osadas acciones que Rita y su hermana Dolores llevaron a cabo –y por las que sobrepujaron los límites de la temeridad, fiando su suerte a todos los santos del cielo– en pos de un ideal caducado, que estaba a punto de perder su razón de ser. Las declaraciones de Rita resultan imprescindibles para comprender, desde dentro, una tragedia que tomó proporciones intolerables para muchas familias del entorno de Sierra Almijara.
Al igual que en la primera parte de esta historia, los sucesos narrados han sido contrastados en su mayoría y podemos afirmar que son verídicos. Respecto a los detalles, yo me limito –como modesta embajadora del interés que suscita este tema– a exponerlos palabra por palabra y sin cambiar ni una coma del discurso: todo lo que Rita, mujer franca y espontánea, decidida y fuerte, dejó grabado en dos cintas de casette. Dada su relevancia como testimonio directo, su relato no debía quedarse en el fondo de un cajón: desde hoy nos pertenece a todos. Esta segunda entrega compone, por sí misma –y como se decía por aquel entonces–, un final de punta y tacón. La palabra de Rita representa hoy un legado de inmenso valor para la historia de la guerrilla en los territorios del actual Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama y, por supuesto, para la historia de sus habitantes.
Transcripción de los audios (parte II)
“…Como le estaba diciendo, ese muchacho lo había criado su madre y eso, que eran 17 años lo que tenía. Bueno, pues la familia imagínese usted, pues salieron a nada, a buscar qué, ¿qué iban a buscar? El Moreno no se iba a estar allí para que lo cogiera nadie; el Moreno salió corriendo y se fue a la sierra. Y yo tengo un recuerdo que todavía me emociono cuando me acuerdo de el padre de uno de ellos, que se llamaba Antonio Quiñones (el hijo se llamaba Antonio Quiñones, era altísimo) y el padre llegó al cortijo de mi padre, que en el verano nos bajábamos a sacar (algunos, la mitad de la familia nos partíamos), nos veníamos a sacar el fruto de la pasa, y llegó ese hombre allí, y yo cuando vi a aquel hombre tan alto, muy delgado era, y ya mayor, sentado en la viña llorando como un niño, y le decía a mi padre:”¡Paco, por Dios, que me matan a mi hijo, que me matan a mi hijo siendo inocente, ¿qué culpa tiene mi hijo de que le haya pasado eso?” Y el pobre hombre: “¿Adónde busco yo al Moreno?” El pobre hombre desesperado. Y efectivamente, lo mataron. Mataron a los tres. Fue… el cura que estaba en Frigiliana (se llamaba don Domingo) vino a Málaga, fue a Málaga a ver si lo podía salvar, pero qué va; se fue para allá con las orejas agachadas. Eso era una carta blanca que tenían los civiles para hacer lo que querían, y obraban según cada uno como era. Y era un muchacho… no lo mataron de un tiro, se lo dieron a los moros para que lo mataran como quisieran, y los moros se lo llevaron a la Loma de las Vacas (que hoy día allí hay muchos chalets), pero aquello es un terreno muy pedregoso y allí se lo llevaron y allí lo mataron a hachazos, a todo, que las criaturas tenían… estaban hechos polvo, pero las yemas de los dedos las tenían destrozadas de agarrarse a las piedras; de lo que hicieron los moros con los tres muchachos. Eso lo hizo el Cabo Largo: se los dio para que los mataran a su gusto.
En otra ocasión estaba el Cabo Largo en el río (bueno, iban para río arriba por el Pozo Batán) y entonces uno de Frigiliana, que se había ido a la sierra, salió a entregarse a ellos. Puso el fusil en el suelo y levantó los brazos, y les dijo que se entregaba. Entonces sacó el Cabo Largo la pistola y un guardia civil (que era este, Manolo Aguilar, que era uno de los que iban por allí) dice que empezó a gritarle: “¡Cabo, no dispare, que se está entregando, no dispare!”. Pero el Cabo Largo le dio unos pocos de tiros y allí mismo lo mató.
Bueno, del carácter o la forma de ser de la gente de la sierra, pues allí había de todo. Roberto era bastante duro (yo creo que un jefe de una cosa así pues lo tiene que ser); a mí… ni yo le gustaba a él ni él me gustaba a mí, en el sentido este de los caracteres. Yo no lo podía remediar; luego después había otras personas que yo los veía más nobles, más… yo qué sé, mejores personas. Roberto tenía muchísimo talento, tenía muy buena sombra: él siempre que bajaba pues contaba muchísimos chistes; yo no sé cómo, cómo se acordaba de tantísimos, pero vamos, todo “chistes rosas” porque en mi casa siempre nos respetaban mucho. Y ya le digo que sabía muchísimo: tenía una labia que le pusieron ``el conquistador´´, porque siempre se encontraba muchachos que se iban a por esparto o algo así, y como tenía esa labia pues… entre la labia que tenía y los palos que daba el Cabo Largo, pues no veas la gente que se fueron allí.
Luego estaban los Frailes, que el más duro era el menor (el más chico), pero es que tenía muy buenos motivos para ser duro. Este, Felipe que se llamaba, eran tres hermanos (eran de Torrox) y esto pues tiene una historia; esa familia tiene una historia muy triste. Este Manolo (de los tres hermanos, el mayor) por lo visto trabajaba en el ayuntamiento, y dicen que… bueno, que cuando iba un pobre, uno que no tenía y eso, pues vamos, le hacía lo que fuera y no le cobraba. Y entonces empezaron a decir que era comunista, hasta que un día fueron en busca de él y lo metieron en la cárcel. Yo ya después, ya no sé yo si es que terminó con algún contacto con los de arriba, o ya no lo sé yo, porque Manolo también estaba de los primeros; no creo yo, porque ya le digo que en la guerrilla se organizaron y Manolo estaba de los primeros, de modo que seguramente sería por eso. Total, que Manolo lo marearon bastante y le pegaron bastantes palizas en el cuartel, hasta que se hartó y se fue a la sierra. Cuando se fue, pegaron con los hermanos, con Felipe y con Nico, que esos son los nombres de allí (ellos tenían otros nombres; sus nombres no son esos, eso es que allí le ponían un nombre a cada uno). Así que el mayor era Manolo, Nico y Felipe. Pues entonces pegaron con los hermanos, y ellos tenían un cortijo de viñas y a cada instante los llevaban al cuartel, y paliza va y paliza viene, para que les dijeran dónde estaba el hermano. Y un día de los que estaban en el cortijo vieron que subía la guardia civil, y entonces se fueron por la ventana, y se fueron a la sierra, no dejaron que los cogieran más, y se fueron a la sierra. Luego pegaron con la hermana.
La hermana la conocí yo en el hospital; le dieron una paliza que le reventaron un pulmón. Pegaron con la hermana… la hermana era como una Santa Teresa, ¡era una preciosidad! Tenía un pelo negro, ondulado… era menudilla, era con una cara que parecía una Virgen, y yo como le digo, como la conocí en el hospital porque Manolo me lo había dicho, que estaba su hermana en el hospital, que si teníamos ocasión que la viéramos, que la visitáramos. Entonces allí, como estaba en la cama, con el camisón blanco, aquel pelo negro ondulado, tan delgadita, con aquel color sonrosado porque siempre tenía fiebre, y… luego después, muy educada, como todos ellos; parece mentira la educación que tenían unas criaturas así del pueblo, sin estudios. Era agradable y muy educada. Y ella tenía tres hijos; el más grandecillo, que tenía unos doce años, que es el que veíamos algunas veces (doce o trece añillos tenía su hijo mayor), y el que veíamos algunas veces en el hospital, porque nosotros ya nos habíamos venido a Málaga e íbamos a verla al hospital y le llevábamos siempre alguna comida, alguna cosilla hecha. Hablábamos con ella un rato y decía:”Yo sé que me voy a morir, pero si Dios me dejara unos añitos, que mis hijos fueran más grandecillos…” Porque ya le digo que el mayor tenía doce o trece años nada más. Y, bueno… pues se murió. Se murió porque la habían reventado los civiles de una paliza.
Cuando se murió ella, pegaron con el marido, y un día lo perdieron, y el marido ya no apareció más. Se quedaron los tres niños sin padre y sin madre. Luego después, los abuelos, que ya eran muy viejos (yo también los conocí en el hospital, que iban a ver a la hija), los abuelos, cuando se murió la hija y mataron al yerno, pues se fueron a Barcelona. Pero el abuelo ya era viejo para trabajar y eso, yo no sé el pobre… ya era viejo. Y un día el abuelo se tiró al tren. Yo no he vuelto a saber más de esa familia, pero esa es la familia de los Frailes, la historia de esa familia, porque si el mayor era de cualquier color pues allá él, pero no… matar a toda la familia.
Cuando yo vi en “La Ventana de la Historia” a uno que había sido de la guardia civil (sería capitán, porque tenía la Capitanía de Torrox) y salió ahí diciendo que a él le afearon, le criticaron de que cuando mataba a uno de la sierra lo paseaba por el pueblo. Y él dijo que él se sentía muy orgulloso, porque cuando lo paseaba siempre alguien decía: “¡Ah, este fue el que mató a mi Fulano; este fue el que quemó mi casa!” Y él salió acariciando una pistola, que eso, claro, lo vio todo el mundo, acariciando una pistola; decía que tenía muy buenos recuerdos, y que él nunca se sintió que había hecho ninguna cosa mal con pasear a los muertos. Al contrario, muy orgulloso. Pues da la casualidad que la gente de la sierra ha matado gente, a todos los chivatos y precisamente porque ellos han tenido la culpa, porque ellos les mandaban a decir los que daban parte, quiénes eran. Y segundo, la gente de la sierra no han quemado nada; lo único que se quemó por allí fue mi casa, y le pegó fuego la guardia civil.
En Málaga ya conocimos nosotros también a una familia de Torrox (bueno, a una familia… a una señora, yo a su familia no la conocí). Pero a esa señora… bueno, la conocimos precisamente en el hospital, porque ella era de Torrox y también iba a ver a Nieves (a la hermana de los Frailes), y allí ya la conocimos. Y ya nos contó su historia. Ella vivía en Torrox y tenía un cortijo; su padre tenía un cortijo y ella estaba con el padre. Entonces había uno de la sierra con un cargo importante que estaba enfermo, y lo llevaron a su cortijo para que lo pudiera cuidar ella; bueno, a él y otro más que lo acompañaba, dos de la sierra: uno que estaba enfermo y otro que lo estaba acompañando. Ella, como le digo, estaba en el cortijo con su padre. Y claro, es que la gente de la sierra iba por todos lados, y ya les pidieron que lo iban a dejar allí porque estaba enfermo, para que le pusieran otra clase de comidas y otros cuidos. Total, que un día pues iba la guardia civil registrando los cortijos, y María pues… el padre estaba abajo, en los huertos; estaba María sola, bueno, los… estaban los guerrilleros escondidos, pero el padre no estaba, María estaba sola en la casa. Entonces se quedaron todos los civiles abajo, y subieron dos… tres; subieron tres a registrar el cortijo. Claro, estaba el de la sierra acostado y el otro dentro; se metió en el cuarto cuando vio que entraban, que venían para arriba, se metió en el cuarto. No podía salir, no tenía sitio por donde escaparse, y entonces llegaron y le dijeron que iban a registrar. María dijo que no, que no podían registrar, que su padre no estaba allí, que llamaran a su padre. Claro, ella todo lo hacía a ver lo que pasaba; a ver si se bajaban y se podían escapar aquellos dos, porque ya ve usted lo que se iba a liar allí. Y entonces la guardia civil dijo que no tenían que esperar a nadie, que iban a… y ella les rogó (que eso fue lo que le salvó en el juicio), ella les rogó que no, que no, que no podían pasar mientras que su padre no estuviera. Un civil le dio un empujón y la tiró, y fue a entrar en el cuarto y claro, el que estaba con el otro le pegó un tiro y lo mató, y el otro lo fue a secundar y lo mató también, total: que mataron a dos civiles dentro (eso fue en Torrox), dentro de su cortijo. El tercero salió corriendo, salió corriendo para irse a donde estaban los otros civiles (que estaban en el barranco), y mientras tanto pues la gente de la sierra salieron corriendo para irse a la sierra. Pero el que estaba enfermo se cayó y se partió una pierna, y entonces claro, no podía correr y entonces el otro se lo cargó, y los civiles llevaban perros, y el muchacho se cargó al que se partió la pierna y no podía correr; era un hombre y no podía correr, entonces el otro le decía: “¡Vete tú y sálvate tú, que yo no puedo, vete tú!”. Total, que le obligó a que se fuera; lo metió en un zarzal (lo escondió), pero como los civiles llevaban perros dio con él, y el otro ya se fue. Y este se escondió allí, como le digo, y claro, al dar los perros con él pues lo rodearon, pero él tenía la pistola en la mano y los civiles le decían que se entregara, que no le iba a pasar nada. Ya ves, con dos muertos que se habían dejado dentro del cortijo, imagínate. Pues él sabía que ya ves lo que iban a hacer con él, y no podía moverse con la pierna partida, y total, que él, con la pistola en la mano les dijo que el que se acercara, que lo mataba. Y se quitó el reloj, lo machacó con una piedra; cogió el dinero que tenía, lo quemó con un encendedor y luego se pegó un tiro él. Así acabaron las cosas estas, pero luego a María pues ya subió el padre y lo metieron en el cortijo… ¡bueno! Le dieron una paliza para matarlo; al padre le dijeron:”¿Con qué mano le daba usted de comer a esos bandidos?” Y el padre dijo, el pobre hombre, viejecito:”¡Con la derecha, que para eso son hijos de Dios!” Y al señalar con la mano (con la derecha) le dieron un palo que le partieron el brazo, del primer palo, y luego el pobre hombre, también a matarlo, y ella… ¡bueno! A María le dieron un palizón tremendo: estuvo un mes en la casa sin poderse mover; dice que orinaba de todos los colores. Pero vamos, se salvó, y luego en el juicio ella lo que le valió fue que ella no quería que entrara la guardia civil allí. No sé si fueron tres años lo que pasó ella en la cárcel (y no he dicho que la dejaron completamente desnuda los civiles, allí delante del padre y delante de todo el mundo; la dejaron completamente desnuda para pegarle, para torturarla, que le hicieron horrores).
Nuestra vida en Málaga, eso… lo que nosotros sufrimos eso no es para contarlo aquí así, porque primeramente que eso no interesará a nadie (aunque tampoco sé si interesa lo que yo hasta ahora he dicho), pero vamos, por lo menos es de la gente de la sierra. Nuestra vida aquí fue tremenda, vamos; que eso tiene para escribir un libro porque nosotros sufrimos, nos vimos hasta en medio de la calle. Lo que nosotros sufrimos no tiene tacto.
Una vez se presentó (siguiendo otra vez con la gente de la sierra), se presentó María Martín (esta que he estado contando ahora), se presentó en mi casa y nos dijo que Manolo estaba aquí en Málaga. Bueno, yo me alegré por un lado porque tenía gana de verlo, pero el miedo que no veas… Total, que vino a mi casa y estuvo ahí dos o tres días (paraba en su casa, en la casa de ella; pero vino a mi casa dos o tres días, de visita). Yo entonces habíamos dispuesto de ir a Madrid, que entonces mi marido (que en paz descanse) era novio mío, al principio de ser novios, y era ferroviario e íbamos a ir a Madrid unos cuantos. Total, que yo se lo dije a Manolo y entonces me dijo Manolo que yo le iba a llevar una carta a Roberto, que estaba en Madrid (yo no sabía que estaba en Madrid). Roberto estaba ya en Madrid con el Paquillo, este de Lízar que dijeron ellos que se les había escapado de Lízar; estaba allí en Madrid. Y le llevé la carta a Roberto y quince mil pesetas. La carta se la llevé a Roberto, y el dinero, y cuando me iba a venir Roberto me dio otra carta, con muchas señas puestas en el sobre y toda la pesca para que no la fuera a abrir (bueno, tampoco se me hubiera ocurrido pero vamos: él me dio la carta muy preparada), pero sí me encargó muchísimo que esa carta no se la diera a nadie, nada más que a Manolo el Fraile, y que si no veía a Manolo que nunca se la diera a nadie. Bueno, yo llegué a Málaga y yo a Manolo no lo vi más; Manolo había estado y se había ido, y yo ya ni supe más nada, ni lo volví a ver.
María Martín había tenido contacto, o tenía contacto con uno que se llamaba Ángel, de aquí de Málaga (vivía por el Palo); yo nunca estuve en su casa pero Ángel sí que fue unas cuantas veces a mi casa. Y también uno que se llamaba Enrique Domenec, que fue precisamente él con don Ángel Montesdeoca… bueno, la guerrilla aquí la derrotaron, la derrotó, don Ángel Montesdeoca. Este Enrique Domenec era un donnadie que estaba en la cárcel y que lo sacaron y lo cogieron como de espía, y le pusieron una oficina que era algo de bicicletas, que precisamente se llevaron allí a mi hermana Paquita a trabajar (que nunca le pagó). Yo creo que don Ángel se haría del dinero, pero que Enrique nunca le pagó el tiempo que estuvo allí. Y este Enrique pues parecía mu comunista, muy de ellos, y les hacía los documentos falsos, pasaportes y todas esas cosas; falsos se los hacía. En fin, que yo, como le digo, yo vine de Madrid y no volví más a ver a Manolo. Yo me guardé la carta muy bien e hice lo que me dijo Roberto. Pues… este Ángel se perdió y no venía, no venía, y un día se me presentó en mi casa y estaba blanquito y muy delgado, y digo: “Ay Ángel, ¿qué te pasa, has estado enfermo?” Y primero me dijo que sí; estaba muy callado allí, preguntándome, y al ratillo empezó a decirme que si no había yo traído nada de Madrid, y yo le dije que no (porque este Ángel sabía por María que yo le había llevado eso a Roberto). Que no había traído nada, y… “Mira Rita, ¿de verdad que no has traído nada de Roberto para acá, no te ha dado ninguna carta, ni nada?” Y yo: “No, no, a mí no me ha dado nada”. Y él seguía insistiendo. Como vio que no se la daba, vamos… que yo le decía que no, que no tenía ninguna carta, entonces ya tuvo que decirme que si yo había traído una carta, que le podía salvar la vida a él.
Total, que ya no tuvo más remedio que contarme que la gente de la sierra aquí (por aquí por cerca de Málaga) le había cogido a él para matarlo. Porque resulta que Manolo se había ido y no habían tenido noticias, y que el otro… se habían ido una pila y que conforme se iban, ya no tenían noticias ya nunca más de ellos. Y es que resulta que ya don Ángel Montesdeoca, que era teniente coronel de la guardia civil (que yo llegué a conocerlo), pues claro, lo iba… y Enrique Domenec estaban de acuerdo y ahora, cuando venía uno para irse (porque estaban disponiendo ya para irse para Francia, porque aquí ya se había puesto la cosa mala), pues ellos los iban cogiendo; los iban deteniendo. Entonces claro: se iba uno y no sabían nada, y se iba otro y no sabían nada, y entonces le echaron la culpa a este Ángel de que es que ellos los estaban traicionando. Entonces Ángel les rogó a ellos que por el trabajo, por el tiempo que había estado sirviendo, que le concedieran siquiera de defenderse; que su familia estaba allí, que si él se iba, que podrían coger a su familia. Total, que Ángel vino a mi casa y yo, cuando vi la cosa así, entonces le saqué la carta. Ya le dije:”Mira, esta carta me la dio Roberto y a mí me dijo que no se la diera a nadie nada más que a Manolo”; pero yo no había vuelto a ver a Manolo ni a saber nada de él. Entonces Ángel abrió la carta delante de mí y la leyó. Y lo que decía en la carta pues… era que se dirigía a Manolo, diciendo que como la cosa se había puesto ya tan mal para ellos aquí en la sierra, que metiera ``la criba´´, y que los que valieran la pena que se fueran yendo (para pasarse para Francia), y que los demás que los dejaran ahí. ¡Imagínese Roberto diciendo una cosa así! En resumidas cuentas, pues los que… unos cuantos que había, que eran más inteligentes, como los Frailes y algunos pocos más, y dejar a todos los que ellos se habían llevado ahí; que Roberto les enseñó a los muchachos que la última bala era para uno, porque la carne era débil, y que si los civiles los cogían pues los torturarían. Y hubo precisamente un muchacho de la Acebuchal que se llamaba José, con veintitrés años; no le quedaban tiros y antes de que le cogieran los civiles vivo, se cortó la garganta él mismo. Figúrese usted, y ahora Roberto pues decía eso, que metieran la criba y que los que no valieran que los dejara ahí. Que dieran cuatro saltos. Y esa carta le salvó la vida a este muchacho, a Ángel, que se la llevó y se la entregó a ellos, que entonces fue cuando se quedaron ahí en Frigiliana unos que le llaman “los Rosa”, que ya hicieron allí herejías, que ya esos no tenían nada que ver ni con los Frailes ni con nada, porque esos es que se quedaron ya ahí solos, y ellos ya se mandaban por su cuenta. Que los Rosa mataron ahí a unos cuantos en Frigiliana (entre ellos a un muchacho con veinte años, que le hicieron de todo también a la criatura, y al padre también lo mataron), y eso ya no fue cosa de la gente de la sierra del principio, sino de que ya se quedaron ahí, porque Manolo no llegó a leer esta carta: Manolo ya lo había cogido la guardia civil, por don Ángel… por Enrique Domenec y don Ángel Montesdeoca. Lo habían cogido a Roberto (a Roberto no, a Manolo) y a otros cuantos así, más… a Felipe también, que era el otro hermano, también lo cogieron, y eso; entonces ya se quedaron esos ahí, sin jefe y sin nada, y se hicieron los jefes, a Vicente Rosa (que Vicente Rosa es de Frigiliana; todavía vive) y allí en Frigiliana… pues hizo una sangría. Incluso a su propio hermano lo mató. Porque ya se quedaron esos grupos, como he dicho, sueltos, y el hermano estaba de jefe de un grupo y él también estaba de otro, y entonces se entregó; cuando ellos se vieron así se entregó Vicente, y entonces llegó con la guardia civil donde estaba el hermano con el grupo, y allí tuvieron un tiroteo que murieron unos cuantos, y entre ellos murió el hermano. Su propio hermano murió en aquel tiroteo.
Luego él, como le hizo mucho servicio a la guardia civil, pues estuvo un poco tiempo en la cárcel y lo echaron; luego salió. Cuando salió y fue a Frigiliana, pues la madre de un muchacho que había matado él pues fue al cuartel y les dijo que se lo llevaran, que allí no estuviera. Claro, en la guardia civil le dijeron que él había cumplido su condena y que ellos no lo podían echar; pero se lo aconsejarían, porque él se fue a Granada. Creo que lo colocaron en la Cartuja y allí ya estaba él con su mujer y con sus hijos, que todavía vive. Tengo entendido que viene de vez en cuando a Frigiliana (¡también el valor de venir a Frigiliana! En Frigiliana hizo mucho daño). Mató a ese muchacho porque por lo visto les había llevado un saco con cosas para la gente de la sierra, lo dejaron escondido entre unas matas y este muchacho fue a por leña, o por carbón, o esparto, o algo…; fue a la sierra. Estaba en la mili y había venido con permiso, y entonces fue el muchacho y vio aquel saco, y lo abrió y cogió unas alpargatas y se las puso. Y Vicente, que estaba enfrente y lo estaba viendo con los gemelos, pues lo cogieron e hicieron una herejía. Lo colgaron, le cortaron sus partes, le saltaron los ojos y luego lo ahorcaron. Eso hicieron con un muchacho pues con veintiuno… veinte o veintiún años tendría; había venido con permiso a su casa, que estaba en la mili. Y eso lo hizo ya Vicente, que se quedó ya en la sierra y él se hizo el, bueno… el encargado de los que quedaban; el jefe, incluso (ya he dicho antes) que mató a su propio hermano, porque llevó a los civiles adonde estaba el hermano. En fin, luego después mató al padre el muchacho, y todavía vive, viene de vez en cuando; tiene el valor de venir de vez en cuando al pueblo.
Fue mucho lo que pasó allí en Frigiliana. La guardia civil se lució. La gente de la sierra también mataron a mucha gente, pero ellos les sacaron ventaja. Y además a casi niños, porque aquello fue un dolor. Allí en el Zacatín había un muchacho, vecino nuestro, que era un muchacho buenísimo y además guapísimo; era un rey. Y ese chico pues no tenía nada que ver con la gente de la sierra ni nada, que el padre había estado en la cárcel porque en el tiempo rojo se señaló no sé qué (poca cosa sería, porque allí lo que hicieron fue dar que hacer), pero al padre lo metieron en la cárcel, y cuando salió pues estuvo como un año o así en su casa y luego abandonó a la familia y se fue a Barcelona; allí se juntó con una. Total, que dejó a la familia, y ese muchacho pues lo crió su madre con mucha vergüenza y, como a los demás hijos (porque tenía una casa de familia), y un día fue a hacer carbón detrás del cuartel, allí mismo, en un bancal que caía al río pero justo detrás del cuartel, que habían cortado un algarrobo y fue a hacerlo carbón. Llegó el Cabo Largo y le pidió la documentación, y él pues claro, no la tenía porque allí todo el mundo se conocía, y estaba allí mismo y no la tenía (ahora todo el mundo lleva el carnet de identidad, pero antes no llevaba los papeles casi nadie; ni había carnet de identidad, había un papel que le llamaban… creo que eran las cédulas), y o lo que fuera, un papel, que era lo que tenían, y él no lo tenía. Entonces el cabo cogió una vara de algarrobo (que eso todo el mundo sabe, bueno, todo el que conozca los árboles esos pues sabe que esas varas tienen muchísimos nudos), y una vara verde así, y con ella le dio una paliza que le dejó toda la espalda ensangrentada; bueno, en carne viva. El muchacho se fue para su… ah, bueno, y le dijo:”A ti lo que te queda en este mundo son palos y cárcel, de modo que más vale que te vayas a la sierra”. Así echaba el Cabo Largo a la gente a la sierra. El muchacho se fue para su casa, pero al pasar por el casino paró, entró y mostró allí las espaldas a los que estaban. Bueno, ese niño, con el tiempo, se fue a la sierra también. Porque claro, era un muchacho joven y aquello estaba muy mal, y el cabo venga pegar… y él pues no encontró otra salida más que irse con la gente de la sierra. Que murió también.
El Cabo Largo era un hombre que era como una bestia. Una bestia maldita. Una noche (era Jueves Santo) y entró en una taberna que hay allí en el pueblo, en el centro, por la Plazuela; esa casa es bastante larga y tiene un huerto, de modo que cuando se entra tenía el local donde estaba el mostrador, un comedor, luego una cocina, y luego una puerta para el huerto, que subía para arriba; era larguísima. Entonces entró y les dijo a unos cuantos que había allí que si se iban a ir o se iban a quedar allí en la taberna. Y entonces dijeron unos cuantos que se iban, y otros dijeron: “No, nos vamos a quedar aquí”. Y entonces un muchacho joven que había subió, dice:”Yo me voy, pero voy a cerrar la puerta del huerto”; subió a cerrar la puerta y cuando bajó el cabo ya había cerrado la puerta de la calle, y les dio una paliza a todos los que estaban allí; los machacó a palos, incluyendo al muchacho también. No habían hecho nada; nada más que es que era una persona como una bestia, como he dicho antes.
La gente de la sierra no vivía en cuevas desde que tuvieron aquel primero… aquella primera denuncia, que murieron dos. Desde entonces pues ya ellos se procuraron una pequeña tienda de campaña que cuando hacía mal tiempo la utilizaban, pero ya no vivieron más… dentro de las cuevas no se metían. También tengo que decir que la gente de la sierra ajustaron, calcularon lo que valían las patatas aquellas que arrancaron del bancal de la puerta de la venta, que se llevaron las patatas; ellos calcularon lo que valían y nos mandaron el dinero, vamos, que nunca nos robaron.
Yo le gasté una broma a Roberto en una ocasión, pues… me dijo, había subido yo a la venta y me dijo, dice, me saludó y me dice: “¿Qué me has traído?” Total, que yo le dije (yo no le había llevado nada), y yo le dije: “Una morcilla”. Entonces entré al cuarto y cogí una morcilla que había (que las señoras, en aquel tiempo, se hacían como una morcilla de tela y una guita, y se la ponían encima del pelo y se enrollaban el pelo allí; esto era, se le decía, un “arriba España”, era un peinado que se llevaba entonces), y mi madre tenía una. Y yo cogí la morcilla aquella y la lié en un papel, y se la di. Y claro, aquello estuvo muy mal hecho, porque él me dio las gracias y se la llevó, no la deslió; y luego arriba, pues sacó la navaja y fue a cortar un pedacito de morcilla y se encontró que era de trapo. Bueno… cuando bajó al otro día me puso como un trapo. Claro, me lo merecí porque aquello estuvo muy mal hecho pero claro, yo no pensaba en si estaba bien o si estaba mal, nada más que le dije que de broma. Yo ya le caía bastante mal a Roberto, porque cuando subía pues yo decía lo que pasaba en el pueblo: que la cosa estaba muy mal, que habían perdido a Fulano, y que yo sabía que en mi casa nos iba a pasar igual, que… y claro, y esas cosas no estaba bien que yo las dijera porque los muchachos y eso, la gente allí se desmoralizaba, y a Roberto le daba coraje. Yo era muy joven y no me daba cuenta si estaba bien o si estaba mal; yo les soltaba todo lo que pasaba en el pueblo y todo lo que decían, y todos los puyazos que me daban a mí, que yo sabía que era verdad, que nos iba a pasar eso. Y claro, Roberto le daba coraje. Me decía: “Eres una sapa, siempre vienes a desmoralizar a los chicos”.
A Roberto lo detuvieron en Madrid, y al Paquillo; mi hermana no se enteró de que estaba detenido Roberto, porque a mi hermana también la detuvieron. Roberto vivía en un piso con el Paquillo y con una mujer que tenía Roberto, no sé si era legítima o no; yo sé que estaba casado y tenía un niño, pero creo que la mujer no estaba en España, estaba en Francia o por ahí; la cuestión es que aquí en Madrid vivía él con una que se llamaba Anita (mi hermana la conocía), pero no tuvieron ellos… que mi hermana, por lo visto, no fue casi nunca a su casa. Ellos se vieron; algunas veces se citaban en tal sitio, porque Roberto, como le he dicho antes, consiguió las señas de mi hermana. Pero sí mi hermana (que la tuvieron esos seis meses, que la tuvieron en el cuartel), cuando la detuvieron, que la tuvieron seis meses (es que no sé si he contado esto, o no). Mi hermana, cuando la detuvieron, seis meses justos, la tuvieron que no nos mandaba a decir… vamos, que no nos pudo decir que estaba detenida ni nada, porque la policía la tuvo allí sin decir nada para escribir: escribía a mi casa (ellos la ponían a escribir), y le dictaban lo que tenía que escribir, que mi hermana le temía, porque luego yo, que era la que recibía las cartas (porque en aquellos días estaba mi madre… en aquel tiempo estaba mi madre en el pueblo y nosotros estábamos aquí; habían ido ellos a sacar fotos y en las fotos estábamos aquí en Málaga), y yo era la que recibía las cartas y la que le contestaba. Y yo le decía siempre:”Dolorcicas, mira, no me has contestado; esto, lo otro…”, y cuando escribía otra vez, lo mismo: no me decía de aquello nada. Claro, era… la policía era para provocarme a mí, para que yo hablara, y lo consiguieron, porque yo le decía que no fuera, que no viera a Roberto, que ya habíamos sufrido bastante, que eran todos iguales… total yo le hablaba así; claro, eso era lo que la policía quería. Pero Roberto estaba ya detenido. Y así pasó seis meses. Mi hermana me contaba luego después que cuando veía a la policía con el papel y la pluma para que escribiera que vamos, que se le venía el mundo encima, porque no podía decir nada, nada más que estaba detenida. Y así estuvo, como digo, seis meses. Y ya a los seis meses la pasaron a la cárcel, en Madrid; ya nos escribió desde allí y nos contó lo que había pasado.
Pero lo que quería decir es que un día, que ya estaba en un calabozo en un cuartel, y un día que dice que le abrían para que fuera al servicio, pues dice que se salió el guardia civil y entonces ella (había muchos calabozos abiertos), y entonces ella entró a alguno y empezó a leer, que había en la pared escrito, y dice que encontró poemas de Roberto a Anita, y Anita también, poemas escritos en la pared, que se los dedicaban ellos; entonces se dio cuenta que ahí habían estado Anita y Roberto, y ella estuvo muy mal. Porque seis meses en un calabozo… se puede hacer una idea. Y luego después, aquello tan estrecho… ella dice que cuando se acostaba en el camastro y veía en el suelo una cruz, que era la sombra de los dos hierros que tenía en cruz el ventanuco. Aquello era una cosa muy chica, con dos hierros en cruz y claro, la sombra de la luna o de la claridad de fuera, se veía reflejada una cruz en el suelo, y ella dice que le entraba una angustia muy grande, y unos ahogos que no podía estar; así se tiró seis meses. Ya en la cárcel pues estuvo mejor, ya nos escribió; me acuerdo que en la primera carta (bueno, eran postales, porque cartas no podían escribir), en la primera carta me pedía alguna ropa interior y eso, porque no tenía nada; ella ha sido una persona que siempre se ha apañado con poco y… pero es que no tenía nada. Ya le mandé alguna ropa interior, en fin; lo que pude. Y ya ella allí en la cárcel no estuvo mal, porque enseguida la metieron en la imprenta, que allí reducían el tiempo; pero tenía que hacer cien cuadernos para ganar tres perrillas (quince céntimos), así se trabaja mucho, como siempre, pues explotan a todo el mundo que pueden, porque tenían que echar muchísimas horas de trabajo para ganar muy poca cosa. Pero bueno, ellos reducían algo y los otros se llenaban los bolsillos. Y a ella la quisieron, porque como siempre ha sido muy noble y muy buena (porque ella tiene la misma forma de ser de mi padre), pues enseguida la quisieron, y además la pusieron con los políticos, porque allí había por lo visto (creo que en todas las cárceles será igual) había pues muchas clases de gente y estaban… por lo visto también se podían reunir en los patios y eso, pero luego tenían sus sitios aparte, y a ella la pusieron con las políticas y allí vamos, que la miraron bien, y estuvo bien, dentro de que tuvo que estar dos años. Allí conoció a mucha gente, que estaban en la cárcel por política; conoció a una chica que no sé la edad tendría ella entonces, pero que la metieron en la cárcel cuando acabó la guerra porque fue secretaria de un general comunista, yo no sé si era de Negrín, o de uno de esos. Fue secretaria, pero tenía dieciséis años, y por ser secretaria llevaba un montón de años allí, y dice que pidió revisión de causa y le doblaron el tiempo. La detuvieron con dieciséis años; eso fue Francisco Franco.
A mi hermana en el juicio pues le leyeron las cartas que yo le escribía; claro, aquello justificaba que conocía a Roberto, aunque ella nunca… solamente lo veía como amistad, pero ella no participó en ninguna cosa de política. Pero claro, eso no valía, y era justificar que lo conocía. Y leyeron mis cartas, que dice ella que pasó mucha fatiga porque yo, como le hablaba a mi manera, a mi forma, pues, entre otras cosas, mandaba a tomar viento (con otras palabras más fuertes) a Roberto y a Franco. Y le soltaba mucho lo que me parecía. Y dice que los militares pues leyeron las cartas, y que ella pasó mucho apuro pero que los militares se rieron, que se reían cuando leían mis cartas. A ella le pedían doce años; a mi hermana le pedían doce años, y el abogado que tuvo era de oficio; mi padre no pudo pagarle ningún abogado ni nada, pero el hombre no fue malo. La defendió muy bien, incluso le dijo (porque mi hermana era una belleza, era muy guapísima, y algunas veces, tanto yo aquí en Málaga como luego allí, dicen que… porque allí le hicieron muchas pinturas, gente que había allí en la cárcel, que pintaba, y le hicieron muchas pinturas a mi hermana, y algunas veces la peinábamos con unas puntas de estas que tapan las orejas y el pelo atrás recogido, y eso, pues parecía una mujer… bueno, digamos una mujer fatal, porque ella tenía una belleza extraordinaria. Y otras veces pues se hacía trenzas, que tenía ella el pelo negro, muy bonito, unas trenzas muy lindas, negras, y parecía que tenía un ángel…), y entonces el abogado dice que le dijo que el día del juicio que se hiciera las trenzas, y el hombre se portó muy bien y la defendió muy bien. Mi hermana estuvo dos años en la cárcel; yo no me acuerdo cuánto le echaron, porque después de rebajarle, los indultos que concedía Franco todos los años, y de… el tiempo de reducción de causa por el trabajo que hacía, después de todo eso, ella estuvo dos años en la cárcel (de modo que verdaderamente yo ahora mismo no sé lo que le echaron).
Nosotros aquí en Málaga tuvimos más suerte, porque después de detener a todos los jefes estos de la gente de la sierra, pues a la gente que no teníamos importancia, como fue esta María Martín, y mucha gente que tuvimos contactos con la gente de la sierra (aunque para nada de política, nada más que como amistad), don Ángel Montesdeoca no nos detuvo a ninguno. Este hombre tuvo conciencia y ya le digo, yo sentí muchísimo que acabara la cosa así por mucha gente buena que había ahí, pero también comprendo que este hombre, pues ése era su deber y obró como tenía que obrar, no como el Cabo Largo, matando gente inocente. Pasamos mucho; yo ahora mismo ya me acuerdo de poco. Yo recuerdo que en una ocasión, recién venidos a Málaga (que estaba mi hermana Dolores aquí en Málaga todavía), pues llegó un muchacho que tenía un hermano en la sierra, era guerrillero, y nosotros lo conocíamos por “el malagueño”; le decían el malagueño. Y resultó allí, en una… la guardia civil cogió en una ocasión en Málaga a muchísima gente que estaban complicados, que tenían organizado no sé qué de comunismo, y detuvieron a mucha gente, y este chico se escapó y resultó allí. Y se hizo guerrillero; allí estaba en la venta también. Y un hermano de este, recién venido a Málaga pues vino a mi casa y tomamos amistad. El padre tenía un bar cerca del cementerio de San Miguel, bueno, y este chico se llamaba Antonio, y un día vino a mi casa y nos dijo que teníamos que pasar a un muchacho para allí, para que se fuera a la sierra. Bueno, ese muchacho era conocido nuestro: precisamente fue el que nos llevó a nosotros a la Venta Panaderos aquella noche cuando detuvieron a mi padre. Este se llamaba Antonio Sánchez y era de Frigiliana, pero como los civiles lo habían cogido muchas veces y lo habían torturado y todo, pues se había ido; se había escondido y yo no sé dónde fue a parar, lo cierto es que resultó allí a su casa. Entonces este, que se llamaba Antonio Elena, vino en busca nuestra y nos dijo que Antonio Sánchez estaba en su casa y que nos lo teníamos que llevar para allá. Que lo teníamos que llevar hasta “El Conejito”; que nosotras nos arregláramos bien, que nos pintáramos, porque había que… por si la guardia civil paraba el coche (porque entonces había muchísima vigilancia); y claro, entonces no era lo mismo que ahora, entonces había poquísimos coches, y entonces era fácil para ellos registrarlos. Y como teníamos tantísimo miedo y tanto susto, pues era mejor que nos pusiéramos como si fuéramos unas fulanas, digamos, para… y que íbamos por ahí de fiesta. Y mi hermana y yo pues nos pintamos, peiné a mi hermana con el pelo en alto, en fin, nos arreglamos como nos pareció mejor. Y allá nos fuimos en un taxi, con un miedo que nos íbamos a morir, nos iba a dar un infarto. Así llegamos hasta El Conejito. Cuando llegamos allí, dejó el coche allí en la entrada de Torrox, de la carretera para Torrox; el Conejito, enfrente al bar del Conejito. Y entonces se bajaron los dos; nos dijo Antonio Elena que si tardaba… (creo que fue media hora); que si pasaba media hora y que no había vuelto, que nos fuéramos para Málaga. Nos dejó doscientas pesetas para que pagáramos el taxi (entonces doscientas pesetas era bastante dinero), y allí nos quedamos las dos solas en el taxi, con un miedo tremendo porque a nosotros nos conocía muchísima gente, porque la Venta Panaderos la hicimos famosa con tanto jaleo. Y entonces el taxista se salió y se fue al bar del Conejito, y como la gente son tan golosas, pues entonces vino (volvió Antonio Elena, Antonio Elena volvió a tiempo; se metió en el taxi), y el dueño del bar se acercó al coche, a ver quién había. Claro, Antonio Elena era una persona muy rubia, era inconfundible, con un tupé que tenía… tenía entradas y tenía un tupé de pelo muy rubio, un pelo muy tieso que tenía, y resulta que él conocía al del Conejito, porque el padre de este chico era representante de vinos y había ido con su padre, y lo conocía. Antonio Elena, cuando lo vio de venir (él se sentó detrás y se metió entre las dos, y llevaba una gabardina puesta), y el de la taberna, cuando se acercó a ver quién había, aunque él se tapó; se echó para abajo y se tapó un poco con la gabardina, pero como era inconfundible, el otro lo conoció por el tupé. Entonces le dijo:”¡Ay, yo se lo diré a tu padre!” Que se lo iba a decir a su padre, que se había ido de juerga. Figúrese usted el papel que íbamos nosotros pintando. Ya volvió el taxista y nos vinimos para Málaga. Con un miedo tremendo vamos, ya le digo, que hemos pasado unos tiempos que el miedo era frío por dentro, porque no… un mal rato tremendo, vamos. No se puede explicar, eso es para pasarlo, no se puede explicar.
Pues llegamos a Málaga y ya nos quedamos en nuestra casa, y una noche, en la Semana Santa (ya pasó el tiempo que fuera; no me acuerdo cuánto), la Semana Santa (estaba yo viendo la procesión por cierto, era el Cristo del Amor) y me dijo el novio de mi hermana, que entonces… luego se casó con ella, pero entonces era novio, me dijo que los civiles me estaban buscando. La verdad que a mí me entró una cosa por el cuerpo que no sé cómo no me caí, con el miedo que había antes, y me dijo que los civiles me estaban buscando. Y fue verdad, que habían ido… yo, como estaba trabajando, no me había enterado. Cuando fui a mi casa era verdad, que habían ido y me habían dejado una carta: que fuera, me presentara en el Palacio de la Tinta, que allí había oficinas de militares. Y allí me presenté. Me recibió un juez, se llamaba don Benigno y era de Torrox; y era el mismo que había juzgado a mi padre, y aquel hombre no era bueno; ni chispa. Allí me empezó a hacer preguntas, y yo pronto me di cuenta que era referente al viaje que habíamos hecho para llevar a Antonio Sánchez al Conejito. Pero yo supe salir con bien de todo aquello, yo me hice la nueva y cuando me dijo que si conocía al Cortijo de Gloria (él se estaba refiriendo al cortijo que había cerca del Conejito, que por lo visto se llamaba la dueña Gloria), pero yo me fui a Frigiliana; sí, yo dije:”Sí, conozco a Gloria, que la llaman “Marcasal”, total, que tienen un cortijo allí debajo, cerca del pueblo, en Frigiliana…” y entonces dijo:”No, no, no, eso no es lo que estoy diciendo”. Pero yo siempre me iba por otro lado y me hice… vamos, que menos mal que lo hice bien, que pasé de aquello (con un mal rato tremendo) y no me podía mover, yo estaba sentada y no me podía mover de la silla, del miedo que tenía. Luego él se retiró y se fue a un salón (sé que era un salón porque luego me llamó) y este señor que estaba escribiendo todo lo que yo había dicho pues me miró y se sonrió. Sabía muy bien lo que yo había hecho, y me dijo que lo había hecho muy bien. Luego don Benigno me llamó allí a aquel saloncito, estuvo hablando conmigo (yo era una niña con diecisiete años) y en fin, que el hombre muy fino no era, y vergüenza tampoco le sobraba, pero en fin, ya pasó aquello y yo me fui a mi casa, y luego con el tiempo ya supimos que habían detenido a Antonio Sánchez, o por lo menos así lo hacían ver a la gente, porque resulta que Antonio Sánchez fue colaborador de la guardia civil. Y él me declaró a mí, pero no a mi hermana, entonces por eso me insistía:”Tú ibas con otra chica, pero ¿quién era, cómo se llamaba?” Porque dijo quién era yo, pero no dijo de mi hermana.
En aquel tiempo se aprovecharon mucha gente de la sierra de las circunstancias. Porque cuando Manolo el Fraile estuvo en mi casa en Málaga se quedó mi hermana parada, mi hermana Paquita se quedó parada, y entonces yo hablando con él pues le dije, le referí, digo:”Fíjate, con lo malo que está el trabajo” (porque entonces en aquel tiempo hasta para servir en una casa era difícil encontrar), y le dije eso a Manolo:”Con lo mal que está el trabajo y mi hermana Paquita se ha quedado parada”. Y le referí todo lo que habíamos sufrido, todo… habíamos pasado hasta muchísima hambre. Él se quedó sorprendido, dice:”¿Eso cómo es?” y entonces nos dijo que ellos nos habían estado mandando para que no pasáramos apuro, ya que aquella ruina nos había venido por ellos, y que ellos nos habían mandado, con una persona de confianza, dinero para que no pasáramos apuro. Yo le dije que no habíamos recibido nada, y él no lo podía creer, porque era una persona de muchísima confianza para nosotros, y… incluso el hermano de Manolo, el Felipe, que estuvo en Málaga, cuando lo cogieron también (que yo no lo llegué a ver, nosotros no lo llegamos a ver, nada más que María Martín), creo que le refirió a María Martín que nosotros les habíamos pedido demasiado a ellos, y nosotros nunca les pedimos nada. Fue el mismo, la misma persona esta que le mandaban el dinero para que nos lo diera, ese mismo se quedaba con lo que le daban para nosotros y además les pedía más, en nombre nuestro, una cosa que no fue así. Y esta persona se salvó porque ya cogieron a Manolo, y ya acabaron con ellos, pero si aquello no se hubiera acabado en aquel entonces, esta otra persona hubiera escapado bastante mal, por aquello. No quiero decir su nombre porque tenemos mucha amistad con su familia; una familia que siempre nos hemos querido mucho. Pero vamos, que aquello nos dolió muchísimo y que no nos lo podíamos creer. No lo podíamos creer.
En otra ocasión, ya que nos habíamos venido de la venta y eso, pues este señor que salvamos, bueno, este hombre que le salvó mi padre la vida, Agudo, Antonio Agudo, pues claro, de penitencia (no sé si lo he dicho antes), de penitencia le pusieron que tenía que llevarle suministro a la gente de la sierra. La gente de la sierra no es que les tuvieran que llevar la comida de balde; la gente de la sierra le pagaban lo que les llevaba, pero claro, se tenía que exponer y llevárselo, lo que le pidieran: de patatas, o harina, lo que fuera, le tenían que llevar. Mientras que estuvimos nosotros en la venta pues él iba allí, a la venta a llevárselo, pero una vez que nos vinimos pues claro, él tenía muchísimo miedo. Nosotros no sabíamos por qué tenía tanto miedo porque, al fin y al cabo, pues ya llevaba mucho tiempo llevándoles las cosas a la gente de la sierra y claro, no le pasaba nada porque era un… cómo digo yo, un trato que habían hecho; le perdonaban la vida, que incluso tuvieron que trasladar al hermano del muerto, del que mató este, lo tuvieron que mandar para el norte, porque el hermano decía que lo tenía que matar él. Y para quitar complicaciones Roberto mandó al hermano a otro grupo, allá por el norte, cuando le perdonaron la vida. Y claro, es que resulta que este Antonio Agudo estaba también de acuerdo con el Cabo Largo; el Cabo Largo fue el que lo mandó a que hablara con mi padre y a ver si le podían salvar. Y él todas las cosas se las contaba al Cabo Largo; el Cabo Largo estaba bien enterado de todo. Claro, en el fondo él tenía ese miedo, que se supiera, porque si la gente de la sierra se llega a enterar, ya es que no le hubiera perdonado nadie. Entonces, un día que llegamos mi hermana Dolores y yo al pueblo, pues nos llamó la mujer:”Ay mira, Dolores, que Antonio tiene que ir a llevarles a la gente de la sierra y que a mí me da mucho miedo, por qué no vais con él…” Íbamos mi hermana y yo, y nosotras: “Qué va, pero por qué va a tener miedo, él que lleve las cosas que ellos ya no le van a hacer nada”; y ella claro, ella tenía mucho miedo. Y entonces nosotros fuimos; fuimos con Antonio nada menos que a la venta, allí al lado. Al llegar, antes de pasar el barranquillo, al llegar, que allí había un pinar bastante espeso (que hoy día ya se ha quemado y no hay allí nada, pero allí había un pinar bastante espeso), y allí mismo ya la gente de la sierra nos llamaron, y bajaron allí a coger las cosas que les llevaba Agudo. Fuimos a acompañarlo, y después, ya más tiempo… bueno, a Agudo lo detuvieron porque al Cabo Largo se lo llevaron del pueblo, entonces ya detuvieron a Agudo; lo cogieron, claro: todo el pueblo sabía que él estaba llevando cosas, porque allí no había nada tapado. Y en cuanto cambiaron de jefe de puesto, trasladaron al Largo, en cuanto entró otro pues ya detuvieron a Agudo, pero mientras que estuvo allí el Cabo Largo pues no le pasó nada a Agudo, lo mismo que nosotros, a mi padre es que lo detuvieron en Nerja, porque nosotros era al revés, nosotros era porque el Cabo Largo tenía que ver con la gente de la sierra y a nosotros nos dejó allí por eso. Y Agudo era porque era amigo de él y estaban de acuerdo, y le permitía que fuera a llevarles la comida. Que el día que Agudo tenía que llevarle una carga de comida a la gente de la sierra, pues el cabo mandaba los civiles para otro sitio. Y aquel día que fuimos a acompañarlo, pues por lo visto también ya estaba el cabo informado, de que íbamos nosotros con él, a acompañarlo. Entonces, mientras que nosotros estábamos en la Ma… a aquel pedazo le decían la Majadilla, creo que era (algo así le decían a aquel pedazo), estaba muy espeso de pinos, como he dicho antes; mientras nosotros estábamos allí y él estaba entregando los suministros y eso, pues por lo visto estaba la guardia civil enfrente, por el montecillo que había allí por el Higuerón. Desde enfrente nos estaba viendo la guardia civil con los gemelos, entregar las cosas a la gente de la sierra.
Eso lo supimos después, cuando ya estábamos en Málaga ya supimos, porque mi hermana Dolores se encontró un día en Málaga al Cabo Calé, que como he dicho antes, era el que estaba el día que nos fueron a echar, que iban quince civiles, y ese hombre no fue malo; bueno, el Cabo Calé era fresco como todos (porque allí se presentaba también sin comer y sin nada), sin comida, pero no era como el Cabo Largo, que, que… allí el Cabo Calé no se señaló en nada. Y claro, el Cabo Calé se encontró a mi hermana y ya estuvieron hablando, y ya le dijo que habían quemado ellos la Venta Panaderos; que la habían quemado para que no se metiera dentro la gente de la sierra. Pero es que también mandaron a cortar los olivos, eso fue el Cabo Largo. Y entonces ya le contó eso, dice: “El día que fuisteis vosotros con Agudo a acompañarlo, nosotros estábamos enfrente; mientras que vosotras le salvasteis la vida, él iba al cuartel a contar todo lo que pasaba”. Le contaba todo lo que pasaba al Cabo Largo. Dice:”Por eso ese día que fuisteis nosotros os estábamos viendo desde enfrente, por el Higuerón, una cresta que hay allí que cae enfrente de ese sitio, nosotros os estábamos viendo con los gemelos”. Por eso en cuanto al Cabo Largo se lo llevaron de allí de Frigiliana, detuvieron a Antonio, y a mi padre (creo que lo he dicho antes) que lo detuvieron en Nerja, en Frigiliana nunca. El Cabo este Calé, dice mi hermana que le dio mucha alegría cuando se la encontró, y que le preguntó por mí. “Si viera a Rita me parecería que la estaba viendo por un espejo”.
No sé si he dicho que don Ángel Montesdeoca supo que yo había llevado a Madrid a Roberto la carta y las quince mil pesetas, y él me dijo que me tenía que haber quedado con el dinero, dice:”Con eso te hubieras casado”. Porque en aquel tiempo con eso te comprabas un dormitorio; por menos lo compré. Y él me dijo eso, pero que el hombre se portó bien, porque ni me metió en la cárcel ni nada. Y que Roberto, cuando lo detuvieron, dijo que si le respetaban su vida entregaba a todo el ejército. ¡Ése fue Roberto, después de llevarse a tanta criatura allí, a enseñarlas a todo lo que tenían que hacer, a ser fieles, a que se mataran ellos cuando no les quedara ninguna bala… y él sin embargo, pues entregó a todo el que pudo por ver si se salvaba! Que él era muy largo, era muy listo, y él sabría que Franco no lo iba a dejar vivo, pero por jugarse la última carta ofreció a su ejército a cambio de que le respetaran su vida. Claro, cuando entregó todo lo que pudo entregar, Franco lo mató. En fin, todo eso pasó.
Bueno, hay algunas cosas que recuerdo ahora, como cuando ya Vicente se quedó a cargo de los que se quedaron ahí, ya sin los jefes y todo eso, que para ellos ya era bastante difícil conseguir el suministro de comida. Entonces un grupo de gente de allí del pueblo, que tenían familiares, les llevaban a Lízar; iban a Lízar y allí por lo visto se reunían y les llevaban lo que podían, y entre ellos iba creo que se llamaba José Cerezo. Una noche pues los emboscaron la guardia civil y tiraron unas bombas al grupo, y murió José Cerezo; eso fue allí en Lízar. Y después, pues se fueron mucha gente de Frigiliana; bueno, se fueron algunos, que eran personas que nadie se esperaba que tuvieran contacto con la gente de la sierra, como Manuel Navas, Pepe Marina, Pepe Requena (que la gente no lo sabía, pero es el que yo he hablado antes, que les escribió ofreciéndoles sus servicios; este Pepe Requena no salía del pueblo para nada, nada más que se iba a pasear a la carretera un rato, vamos, que él no tenía por qué, ni encontrárselos, ni nada) pero él les escribió ofreciéndoles sus servicios, y él se fue luego después, cuando la cosa se puso más fea, se fue a Barcelona. Y el otro, Pepe Marina, y Manuel Navas, que eran gente que estaba muy bien, la gente no sabían por qué se iban y también era por eso, porque también tenían que ver mucho. Incluso después de morir el hermano, a la pila de años, que el hermano era soltero y vivía con ellos, y el hermano no se fue, se quedó aquí, y después de morir Manuel, que se llamaba, pues le encontraron una bomba en un baúl. Pero al montón de años, porque Manuel vivió muchos años después de pasar todo esto.
Bueno, esto lo he grabado para don Francisco de la Torre Prados, que lo he grabado con mucho cariño. Don Francisco, sé que va muy mal, pero no he podido hacer otra cosa. Tengo mala voz, no hablo bien; bueno, que soy una birria, pero es que, la verdad, es que otra cosa no puedo hacer. Mi hijo Paco me ha regalado un casette porque yo sabía el interés que tenía en grabar esta cinta, y por fin lo ha conseguido. No sé si esto va a tener interés para usted, vamos, yo sé que a usted le interesan todas estas cosas, pero no sé si va a tener interés en lo que yo he contado aquí. En fin, yo he hecho lo que he podido, don Francisco, esas fueron nuestras vivencias con los guerrilleros y con la guardia civil. Nosotros nos vinimos a Málaga porque a mi madre le pareció mejor, porque teníamos que trabajar, y mi hermano… mi padre estaba en la cárcel, mi hermano mayor tenía once años y allí nosotras no nos íbamos a poner a trabajar porque no había trabajo para nosotras. Nos vinimos a Málaga, porque lo que nos esperaba era bastante triste. Tuvimos que servir, bueno, lo que se dice, empleadas de hogar, hoy en día. Y para nosotras eso era bastante duro porque nosotros no éramos familia de eso, y antes había una diferencia muy grande en la escala social. Nosotros no éramos ricos, pero pertenecíamos a una familia que nunca lo había hecho, y… que no nos pegaba eso. Aquí nos vinimos y pegamos en muchas puertas; amigos, amigos de toda la vida, que incluso vive un señor hoy (que usted lo conoce, pero no voy a decir su nombre) que nos cerró la puerta, y nos decía que nos habíamos vuelto comunistas, y nadie nos echó una mano. Incluso fueron gente después que yo a pedirle un favor, y se lo hizo, y yo, que fui antes, no me lo hizo por eso, porque decía que nos habíamos vuelto rojos.
A mi hermana la detuvieron en Madrid el día 1/10/51. En las mismas fechas detuvieron a Roberto, que ese fue el motivo de que mi hermana la tuvieran seis meses en el cuartel, para que nadie se enterara que Roberto estaba detenido. Porque él estuvo entregando a todos los que pudo, y cuando ya no tuvo más nada que decirle a las fuerzas de Franco, pues lo fusilaron en Granada. Al fin y al cabo, se lo mereció. Y yo no soy política pero vamos, que él fue muy traicionero con los suyos.
Bueno, don Francisco; no sé si podrá sacar algo en limpio de todo esto que yo he hablado, porque va bastante mal. Bueno, hasta pronto”.
Fotografías, archivo de la familia Rodríguez Herrero, José Aurelio Romero Navas y Mariló V. Oyonarte.