
En esta segunda entrega, nuestro protagonista nos narra su dolorosa salida de Cacín con rumbo a Vitoria primero, e inmediatamente después a Bruselas, donde se establece y prospera, hasta convertirse en pionero también del incipiente turismo.

Entre viaje y viaje, tiene incluso tiempo para practicar uno de sus hobbies y desarrollar su talento: compone poesía. Se adjunta una muestra original de ello.
Así mismo, nos habla de sus relaciones con el mundo de la farándula, y sus contactos con nombres de tronío, entre ellos el de Carmen Sevilla nada menos…
Lean, lean.
Historia de un emigrante (II)

Pueblo mío que estás en la colina,
tendido como un viejo que se muere,
la pena, el abandono
son tu triste compañía,
pueblo mío te dejo sin alegría.
(“Qué será”, de J. Feliciano)”
[Viene del capítulo I]
“… Ya teníamos la vida un poco mejor. Con la tienda no nos faltaba [de nada]. Vendimos unas 70 cabezas de ganado, que con tanto esfuerzo habíamos “reuntado”. Mi hermana Josefa ya estaba en Bruselas, y nos mandaba un poquito: 7.000 francos belgas, unas 4.000 pesetas. Como digo, yo no veía futuro en Cacín, aunque amaba a mi pueblo con locura, a mis padres, a mi España, quería a mis amigos. ¡Cuánto lloraba cuando escuchaba a Juanito Valderrama cantar “El emigrante”, o el pasodoble “Suspiros de España”!.“
Siguiendo, por tanto, los cantos de sirena de su familia, ya establecida en Bélgica, tomó esa decisión que le cambió la vida: hubo de salir del pueblo, con destino a Bruselas, dejando atrás lo que denominó Foxá “España nacional-seminarista”, ladeados algunos bonetes, trastabillados algunos latines.
“Bueno, el 8 de enero del 1962, mi padre me dio el último beso:
• “Adiós, hijo, ya no te veo más”
Y así fue: el 28 de mayo de ese mismo año murió, cinco meses después de marcharme de Cacín.”
El saber oscuro de quienes portan la misma sangre, padre e hijo: despedida prevista anticipada. La intensidad y brío de la historia de Antonio se instalan ya en los ribetes de la tragedia y el desamparo, en el candor montero y el cerco de la cenagosa noche. Las pérdidas en la distancia duelen mucho más.
“Mi hermana Emilia vino a despedirme a la estación de Granada, con la maleta de cartón, el trajecito de la feria, y un pantalón remendado. Fue desolador. Pobre hermana, cómo lloraba. Yo todavía tengo el ruido del tren en mi cabeza y en mi corazón”.
Qué será, qué será, qué será,
qué será de mi vida, qué será,
si se mucho o no sé nada
ya mañana se verá,
y será, será lo que será.
(“Qué será”, de J. Feliciano)

Imaginemos la escena, por lo demás tan común en aquellas fechas de la emigración. La estación de tren lóbrega, de arquitectura demacrada y ya de por sí inhóspita y amenazadora, el aire viciado de una tristura lacónica. La hermana mayor protectora, y el aún niño, diciéndose un adiós que nadie sabía si pudiera ser el último, el definitivo, atravesadas las palabras en la garganta. En el suelo, la maleta de cartón, atada con una cuerda, testigo mudo de la desventura. Y los billetes de tren y los otros, en el bolsillo de atrás, o en la faltriquera, que es donde se guardan las cosas importantes. Entretanto, fluyen las lágrimas, un destilado líquido de emociones que hay que administrar con responsabilidad. En la distancia, se adivinaba una bandada de saturninos, un oleaje enlutado, premonitorio, que ensombrecía aún más la despedida.
“Llego a Vitoria. Calle Zapatería, nº 3. Mi hermano Paco había terminado la mili, y ya estaba ahí. Nos pusimos [ tuvimos] de patrona Isabel Bahona, una buena mujer. Mi primer trabajo en Vitoria era una cantera de piedra, pico y pala. Por la manga del pico chorreaba la sangre de mis tiernas manos; para qué vamos a decir más. Se ganaba 300 pesetas a la semana, y pagábamos 280 a la patrona; así que, para ahorrar un poquito, había que trabajar el domingo y hacer horas extra.
Mi hermano Paco y yo decidimos venir a trabajar a Bruselas. Aquí se ganaba bastante más. Mi primer trabajo fue en la obra. Pero yo tuve suerte, y comencé en el depósito, cargando camiones. Aquí no me mojaba. Había otros departamentos, pero un buen día mi amigo Manolo Martínez me pidió que hablara para él, para trabajar en la carpintería, y así lo hice. El hombre estaba contento, porque así no se mojaba. Nos ayudábamos como podíamos.”
Ahí está la clave de la supervivencia, que nos revela Antonio con su buen juicio: “nos ayudábamos los unos a los otros como podíamos”. El tío Manolo, cargando con su bondad y solicitando auxilio. Gente que iba a ganarse el pan con el sudor de su frente, y no con los escalofríos del alma de aquellos a quienes guía la ambición, que el que tropieza y no cae avanza dos pasos. Como dice M. Libertella, todos eran contemporáneos de sí mismos: vivían en “el presente absoluto, sin metáforas de futuro; el porvenir como una mera superstición.” Al menos, de momento. No mojarse era el objetivo primero y único. Quizá más adelante pudieran contemplar un futuro, que incluía indefectiblemente el retorno. Pero primero, triunfar; se descartaba la vuelta sin signos evidentes del éxito.
Al principio se hace dura sobre to la soleá,
esa gente chamullando no se le entiende ni atá.
Menos mal que algunas veces la embajada cultura]
les manda al Julio iglesias y a un tal Manolo Escobar
(“El Salustiano”, de Carlos Cano)
“Yo por las noches iba al cole para aprender francés. Y aquí empieza mi historia con la fotografía".

Un día, entré en un estudio a llevar unas fotos, y había dos señoras españolas que no sabían hablar francés. Yo las ayudé, y el patrón me preguntó si yo quería trabajar con él. Inmediatamente respondí que sí. Un año después, yo era el modelo de este señor, el mejor fotógrafo de Bruselas: Carl Alex. Él me enseñó muchísimo, y me hizo fotos de cine. Qué suerte, gracias a Dios. Poco después, trabajaba en el mejor laboratorio de Bruselas: Avu Color. Aquí aprendí [a trabajar] las fotos en color. También trabajé en Tecnocrón; y con un patrón español, en ciudad de Gante: Supercolor. Fueron muy buenos para mí: yo hacía las fotos de lujo. Los mejor [es que] los chicos venían de la universidad y yo los enseñaba a trabajar. Sí, aquel pastorcillo que salió de Cacín con la maleta de cartón, y sin formación alguna, [supo salir adelante]; y hoy a mis 82 años soy, como digo yo, polifacético.”

El azar forma parte ineludible de la vida de cada uno de nosotros. Sin reglas ni formulación aparentes, sin algoritmos que valgan, se presenta allí donde menos se le espera, y te cambia la vida. Un encuentro fortuito, una situación impensada, una conjunción de factores inconexos nos pueden ofrecer oportunidades inimaginables. Antonio se lo encontró en aquel estudio; y aunque él cree que fue la suerte, no es menos cierto que esa suerte la regalan entre aquellos que se levantan a las cinco de la mañana y patrullan las calles a la búsqueda del vivir. Ya sabemos la ecuación de Picasso: inspiración y transpiración son los factores; y cuando la primera llega, procura que te pille trabajando. Si quieres conseguir tus metas, hay que atemperar los nervios, porque sólo así se consigue el que el espíritu se acurruque a tus pies como un tierno cachorro.

Ya tenemos a Antonio instalado en Bruselas, paseando sus calles, quizá sentándose en una mesa en un café, junto a la ventana, que es desde donde mejor se ve pasar a la gente, y con ella, la vida, desde la quietud de su silla, vagabundeando por los pasillos y corredores de sí mismo, mirada adentro, mirada de pozo. Ya con su dinerillo en el bolsillo, mandando remesas a su familia, que sigue en Cacín sus evoluciones, intranquila y expectante. La imaginación suelta lastre y amarras, mientras ve pasar a la gente por la ventana empañada. Y la vida le aquieta en el rostro la sonrisa, que preludia un futuro halagüeño.
“Tuve la suerte de viajar mucho. Las islas griegas más importantes las conozco. Tengo historias preciosas en cada una de ellas, pero la que me marcó más fue la isla de Rodas; ahí nación mi poesía “Historia de amor”. Esto fue en el año 1978. Yo venía de visitar Israel, y pasé aquí un mes precioso”.
Días de vino y rosas buscados y merecidos por nuestro protagonista. Como un trotamundos moderno, en un tiempo en que viajar podía ser un deporte de riesgo, Antonio se aventuró a visitar todos esos lugares, y ahí despertó su lado poético, lo que es lógico y natural, tratándose de un ser de una extremada sensibilidad, y con capacidad para captar matices de la realidad que transforman cualquier cosa en asunto poético, tras pasar por el tamiz de la mirada del artista. Esa “Historia de amor” que menciona la ha querido compartir igualmente. La incluyo en su estado original:

Seguimos con las correrías de Antonio:
“Otro viaje en el que me pasaron cosas interesantes fue en Jordania. Yo hacía un tour por todo el país. Mi primera etapa terminó en Ammán, la capital. Pero me di cuenta de que no me habían enseñado todo. Entonces me dirigí a la agencia Orient Express a reclamar a Ajarmeh, que era el dueño. Este señor me dijo que no podía, porque yo era una persona sola en el tour. Yo, indignado, le hice una cruz con los dedos, y le dije:
• “¡Usted se va a acordar de mí!”
Me marché a la ciudad de Petra y Aqaba, al mar Rojo, donde terminaba en el hotel Holiday Inn. Aquí conozco a una chica inglesa que se llamaba Alicia. Un día estaba yo en la playa, y me dice:
• “Antonio, ¿te vienes, que voy a la frontera de Arabia Saudí con un amigo?”.
Le dije que sí. Salimos del hotel, y había un señor esperando en un coche. Me lo presenta, y ale, en ruta. Había que hacer 30 kms. Había muchos militares, y cada vez que parábamos a este señor le hacían unos saludos muy importantes. Llegamos a una playa maravillosa. Allí había mucha gente de mucha categoría, y unas comidas impresionantes. A los pocos días, le pregunté a la chica quién era ese señor, y me dijo que era el número 1 del turismo jordano: el director general Nasri Atallah. Este señor se enteró de mi problema, porque la chica se lo contó. Nos mandó al Ministerio de Turismo, donde escribieron todo, y el señor de la Agencia tuvo que viajar a Aqaba y pedirme perdón. Me suplicó, que le cerraban la agencia. Me puso un taxi a mi disposición, y un guía: yo podía visitar todo lo que quisiera. Me devolvieron la mitad de mi dinero, y el Ministerio de Turismo me escribió una carta pidiéndome disculpas; una historia de cine.

También en este hotel conozco un señor, que era quien me servía la comida, y hablando me doy cuenta de que está casado con una prima mía de Fornes – también fue una historia muy interesante.
¡Cuántas cosas me pasan en este país de la dinastía de los Nabateos y las caravanas de la Reina de Saba!”.
Aquel pastorcillo claramente espabiló, no permitió que le tomaran el pelo ni le engañaran, y montó aquel rifirrafe en Jordania. Ya estamos ante un Antonio cosmopolita, que ensancha y amplía su mundo, que conoce sus derechos y los ejerce; que se maravilla ante las bellezas que presencia, y que es tocado de nuevo por el azar.

Y siguen los viajes:
“Otra ciudad que me impresionó mucho fue Jerusalén.
En la India, fue Benarés, con el río Ganges, y sus famosos crematorios, en montones de leña. Qué fuerte.
Nepal me dio mucha satisfacción, porque había visitado la montaña más alta del mundo: 8.848 m sobre el nivel del mar; e Israel, la más baja, el mar Muerto, 400 m bajo el nivel del mar.

Como veis, he sido un trotamundos. Todo esto ha sido gracias a una persona que conocí en el año 1966 y me ha ayudado mucho en la vida, un ser humano único, que murió en un hospital de Bruselas en mis brazos.”
Antonio deja apuntada esta vivencia: solo nos da esta pincelada. Las tragedias, siempre rondando. La muerte en perfecta simetría con la alegría de vivir; dos caras de la misma moneda.

“Bueno, aquí sigo recordando las cosas de Cacín de mi vida. Recuerdo que la calle Real era muy animada y divertida, a pesar de todo; Filo la Polea, llamando a Mª Luisa a voces; Mariquita la Caleña dando estacazos a la perra [de] la Carpena, que le había sacado el tocino de la olla - ¡cómo chillaba el animal! - había mucha hambre. Paco Nerra, tocando el tambor que le habían echado los Reyes a Pedrito el de Amparo, y al mismo tiempo cantaba La Campanera. Era una vida muy natural y graciosa, sin hacer daño a nadie.”
De nuevo, retazos de recuerdos que ya son humo, pero que siguen removiendo y nutriendo la conciencia de quien nos los cuenta. Costumbrismo, casticismo, trufado de amor y pasión por su pueblo, Cacín. Pero la vida estaba en Bruselas. Una batalla insonora entre esas dos hipótesis, Cacín y Bruselas, una personal guerra civil que llevaba en el bolsillo Antonio.

Retornamos a su segunda patria:
“En Bruselas tuve buenas amistades: artistas, periodistas, gente de la gastronomía. Era una época interesante. Carmen Sevilla me la presentó un amigo periodista que se llamaba Marcos, y tenía un restaurante en la Rue Haute 169: “Casa Manolo”. Entre Carmen Sevilla y yo hubo mucho misterio y muchas confidencias. Era una persona frágil, educada, guapísima. Puedo presumir de tener la foto más preciosa, ningún hombre del mundo tiene esa foto. Una fotografía de cine: los dos abrazados. El periodista que la hizo se quedó de piedra cuando le hizo la señal y ella dijo que sí. Gracias, Carmen, sé que estás en el cielo, y toda mi vida te estaré agradecido por aquella velada que pasamos juntos. A los 3 meses de esta historia se divorció.
También tengo fotos interesantes con la Paquita Rico, Mª José Nat, una actriz francesa, y otras muchas.”

Confesiones que nos sitúan ya en un plano en el que nuestro emigrante deviene un inopinado donjuán, y se codea con las artistas más apreciadas, queridas y deseadas del momento. Las que nombra en su texto son palabras mayores: nada menos que Carmen Sevilla, una belleza alarmante - como diría Borges -, de esas en cuya presencia parpadear sería un despilfarro, un desperdicio. Y allí estaba el pastorcillo requebrando bellezas, rompiendo corazones, y quién sabe qué más. Y la actriz Paquita Rico, fotogénica artista folclórica, “con una belleza racial, típicamente andaluza”, según podemos leer por ahí. Y Mª José Nat, bella actriz francesa.
Vaya si prosperó nuestro paisano Antonio.
Pero continuemos. Antonio era el penúltimo de siete hermanos, …
[Continúa en el capítulo III)