Y llega la hora de cerrar este pequeño ciclo que hemos dedicado al Teleclub y lo que supuso de enriquecimiento y futuro para Comacón-Cacín.
Retomamos la anécdota de la pareja de la guardia civil que inopinadamente entró en el teleclub, y se maravilló de sus buenas hechuras; proseguimos con una referencia a sus presidentes; y continuamos con el reconocimiento a todos los que hicieron posibles aquellas representaciones teatrales que hicieron que el nombre del pueblo resonara con fuerza en los contornos y la capital; “La zapatera prodigiosa”, especialmente.
Y nos despedimos de Don Francisco Carmona, rindiendo tributo a su formidable tarea pastoral y humana, que hizo que aún esté su recuerdo muy presente en las gentes que tuvimos la inmensa fortuna de conocerlo.
El teleclub (y III)
No era ni bar ni biblioteca, no era sala de la palabra ni club de citas,
no era cálida capillita ni colegio privado, no era salón de juegos ni ateneo.
Era más bien un acogedor refugio para no quedarnos a la intemperie
cuando teníamos ganas de escapar de nuestras casas
y reunirnos con los amigos bajo un techo
que nos resguardase de la lluvia o el calor.
(J.M. Montes, La Gaceta de Salamanca, 4-4-2023)
(Viene del cap. II)
“¡Este es un teleclub muy rico!”, sentenciaron los guardias, ante la munificencia y el orden que contemplaban, jaja… - comenta Don Francisco con amor propio contenido por una sonrisa cómplice.
Como responsables del teleclub figuraron los más sensatos y formales: Antonio Frascuelo, Antonio Moles Ñito, etc. Ellos se encargaban de la organización del teleclub, y de asegurar el buen orden y su correcto funcionamiento, atendiendo al sentido común y el compromiso cabal de sus socios, que recibían un carnet acreditativo, sin tener que pagar cuota alguna.
Uno de los cometidos fundamentales, se ha dicho ya, de los teleclubs consistía en organizar actividades educativas y culturales; entre ellas, el fomento del teatro de aficionados. Bajo la hégira de Don Francisco, se llegaron a representar incluso obras de teatro, remedando al Largo Dionisio, de la Compañía de teatro feriante “Valle”. Una de ellas fue “La barca sin pescador”, de Alejandro Casona, en la que este escribidor interpretó el papel de “Caballero de Negro”. Pero, sobre todo, el bombazo llegó con la puesta en escena de “La zapatera prodigiosa”, de García Lorca, previo el permiso que hubo de requerirse de la propia familia, que entonces aún no había esa libertad de elección sin más. Nuestro teleclub se puso de largo con su presentación en sociedad en 1970, llegando a representarse con notable éxito en el salón de actos del Seminario de Plaza de Gracia, Granada, abarrotado de un público entregado.
Muy emotivos son los recuerdos que sobre esa representación de “La zapatera prodigiosa” nos comparte Paqui Muñoz, Paqui la de Ochíchar, que ha tenido la deferencia de hacérmelos llegar, lo que es muy de agradecer:
“¡Qué recuerdos más bonitos…!. La zapatera ya sabes quién era: tu hermana Paqui; y el zapatero, tu primo Eusebio. Los dos eran los protagonistas de la obra. Luego estaba el alcalde, que era Frascuelo. Y en el papel de Don Mirlo, Manolo Mariano... A Mari Pepa y a mí nos dejaron ir porque iban tus hermanas, Mª Encarna y María la del negrito, que eran mayores y cuidaban de nosotros…Fue una experiencia inolvidable. Nosotras parábamos en la Chana en un piso, si no recuerdo mal, que era de tus tíos, padres de Eusebio. Y ellos en el Zaidín…Fue muchísima gente. Porque los dos hicieron un trabajo extraordinario.”
Es de justicia añadir que, en todos esos líos en que se metía y nos metía Don Francisco, era una ayuda fundamental e imprescindible una representante de la Sección Femenina, Valentina, Tina, castellana menuda pero recia, de Toro (Zamora), que dejó en el pueblo una huella indeleble por su simpatía, entusiasmo, cariño, alegría, carisma y saber hacer. No se le ha olvidado.
Aparte de estas performances que renombraron a Cacín, nuestro uso del teleclub era eminentemente para armar bailes, como pedían los jóvenes en sus reuniones al cura. Equipo de música y discos surtidos estaban al alcance por primera vez de todos nosotros, y hacíamos un uso intensivo de todo ello…
Nuestro Don Francisco se fue del pueblo en busca de nuevos retos a finales de 1970. El teleclub comenzó a languidecer, como cualquier cosa que pierde el nervio, a la que le falta el alma…y concluyó la excitante aventura de aquella iniciativa que nos marcó a todos positivamente. Recientemente, con motivo de la presentación del libro “Comacón -Cacín forever”, se elaboró un reportaje audiovisual de lo más icónico de Cacín. No dudé en señalar a la cámara los bajos de la iglesia, donde se ubicó el teleclub, uno de los hitos fundacionales de nuestras trayectorias vitales. Allí comenzamos a soñar y vislumbrar el futuro varias generaciones de comaconeros, bajo la mirada entusiasta, compasiva y guasona de Don Francisco Carmona. La misma sonrisa que me dedica cuando le comento que en el teleclub había un magnetofón, marca Grundig, me corrobora, un trasto enorme, tecnología punta entonces, provisto de dos gigantescas bobinas, en las que había grabadas una selección de canciones famosas; yo me detenía en “Bridge over troubled water”, “Puente sobre aguas turbulentas”, de Simon y Garfunkel, soberbiamente versionado por la orquesta de Ray Conniff, que se me quedó prendido irremediablemente en los meandros de la memoria, ese lugar donde todo ocurre una segunda vez, según atinadamente señala P. Auster. Y hago uso de esa segunda oportunidad, pasando y repasando aquellas tardes con la pandilla de insurrectos, en que compartíamos inquietudes, planes y proyectos, temores y miedos…las tardes de parchís y cháchara, maragatos y prendas, “la zorra iba por el campo”, etc. Y las primeras lecturas de muchos de los usuarios, que confiesan con nostalgia haber leído allí obras maestras de la literatura universal - “Las aventuras de Tom Sawyer”, “El perro de los Baskerville”, “La Regenta”, etc. -, previa cumplimentación de las obligadas fichas de lectura, comme il faut…
Con esa misma sonrisa apacible y bonachona, asentada por los años, pelín ladina y pícara, baja Don Francisco Carmona cuesta abajo por los jardines del Triunfo, pasos lentos y medidos, seguros y espaciosos, bien administrados y tasados, con parada cada tres metros, vista al cielo añil cuando quiere recordar, verbo fluido y preciso del intelectual que es, sintaxis geométrica sin hipérbaton ni asíndeton, con la auctoritas que confiere el estudio y el conocimiento, que rezuman en cada uno de sus razonamientos y asertos. Llegados a la Avenida de la Constitución, antaño de Calvo Sotelo, nos despedimos con un abrazo sentido y un hasta pronto, y se coloca bajo un árbol de espléndido verdor en protección de su “venerable testa”, ya descubierta y despejada…Y colijo que bajo esa apariencia frágil, bajo ese ligero encorvamiento que sus recién estrenados ochenta años le comienzan a regalar como dádiva de haber vivido, subyace un hombre de una pieza, de una estatura inmensa, y de una categoría extemporánea, porque está fuera del tiempo y del espacio. Y pienso que aquella frase del llorado Antonio El Guerra fue un veredicto definitivo e irrefutable, por exacta y atinada:
- Don Francihco Carmona ha zío ‘l cura con máh cohoneh qu’a pazao por Cacín.
Amén.