Alhama, la de merecida fama



Las aguas termales y el romance fronterizo han atraído el interés de vihuelistas como Narváez y arabistas de la talla de Emilio García Gómez. El "¡Ay!" de los cantaores flamencos puede tener su origen en el estribillo del romance a la pérdida de Alhama, según escribía  M. Torner en 1931.


Imagen superior: El arabista Emilio García Gómez estuvo en Alhama en el verano de 1947.

 Quien fuera director de la Real Academia de la Historia, maestro de historiadores y arabistas, Emilio García Gómez (Madrid, 1905-1995) visitó Alhama en agosto o primeros días de septiembre de 1947 ya que el diario ABC publicó, primero en su edición de Madrid (10/09/47) y cuatro días más tarde en su edición sevillana un pequeño artículo en el que demuestra su profundo conocimiento de los principales hechos históricos sucedidos en nuestro suelo y cuenta -sin rodeos- sus impresiones de los alhameños con los que se cruzó.

 García Gómez catedrático de Lengua Arábiga de la Universidad de Granada (1930-1935) que lo nombró doctor honoris causa en 1975 con motivo de su jubilación académica fue, además, el primer director de la recién creada Escuela de Estudios Árabes en 1932. Le cabe el honor de que al año siguiente de visitar Alhama publicó conjuntamente con un joven hebreo nacionalizado inglés, Samuel Miklos Stern, un trabajo que descubre la existencia de las jarchas que dio argumentos suficientes para apoyar la tesis del origen árabigo-andaluz de la lírica románica, desbancando otras.  

 En su artículo, que reproducimos a continuación, se puede demostrar lo que venimos diciendo a los cuatro vientos que, el romance a la pérdida de Alhama ha sido el mejor de los eslóganes que ha tenido nuestra ciudad. También que es mundialmente conocida desde hace siglos por sus aguas termales. Comienza con una selección del texto de la entrada dedicada a Alhama en el Diccionario Geográfico de Pascual Madoz, en el que se describe sus calles, casas e industrias, “nada de particular que no exista también en otros cientos de pueblos”. ¿Qué diría ahora pues de la que queda algo son sólo escombros? Continua, no sin ironía, refiriendo a los supuestos hijos ilustres que con anterioridad a 1845 habían nacido en Alhama, un tal Villarrasa y otro de apellido Gutiérrez, autor de un libro.

 ¡Menos mal que nos queda el romance que hace que una vez al año  “brilla Alhama de pronto, con vivos colores, como un castillo de ensueño, en todas las cátedras de historia y de literatura del país, sobre el fondo gris nacarado del Romancero”!. Todavía lanzará otros dos ayes lastimeros al rememorar el asalto de Alhama por las tropas napoleónicas y el trágico enfrentamiento fraticida de la guerra civil. Después nos sorprende con una pregunta y un deseo: “¿Por qué hemos de contentarnos con lo que dicen los libros? Yo siempre había querido ir a Alhama, y, por fin, este año se me ha logrado”.   

 A continuación nos describe el recorrido realizado, comenzando por el balneario que encuentra “un tanto parado en el tiempo y en el que Andalucía se remedia el reuma”, su parque y albercas. Una vez en Alhama ven “la hermosa iglesia mayor”, recorre algunas calles, se asoman a “un tajo, casi tan bello como el de Ronda” para contemplar el río Marchán  y los molinos harineros, “de los que salen borriquitos cargados de sacos blancos”. Por último, se sientan en un bar de la plaza y da rienda de nuevo a su ironía al describir lo que recuerda haber visto en esta jornada, entre otros, algunos animales, unas chiquillas en la fuente, una mujer barriendo, un campesino remendando un cedazo, y unos viejos tomando el sol.  

 Igualmente al sacristán soñoliento, al camarero casi mudo, y “un corro vago de gentes que parecían fantasmas”. Afortunadamente la imagen de Alhama a través del cristal trasero del coche que se aleja de Alhama por la carretera de Salar enmienda en alguna medida esta gris imagen: “sobre el telón violeta de los montes, el poblachón blanco, con su soberbia torre, se iba quedando pequeñito, como un castillete de retablo”.  

 Esto nos sirve para  reflexionar acerca de la importancia que tiene para cualquier visitante –y todos lo hemos sido en algún momento- no sólo los atractivos paisajísticos y monumentales de un lugar sino que también han de cuidarse con esmero la atención y trato que se le da por parte de los propietarios y trabajadores de los establecimientos hoteleros y de restauración, y, por supuesto, de cualquier vecino que con su atención y buen trato puede servir para que vengan otros muchos turistas.   

Texto de Emilio García Gómez

¡Ay de mi Alhama!

¿VA usted para Alhama? ¿Viene usted de Alhama? está aquí Fulano, de paso para Alhama. A doña Fulana le ha sentado muy bien la temporada de Alhama...

Todos los años por estas fechas adquiere Alhama de granda una cierta popularidad; pero es menester confesar con pena que se  debe casi exclusivamente a sus aguas medicinales y al recrudecimiento de los reumas.

El delicioso Diccionario de don Pascual Madoz nos colma las medidas, si queremos saber cómo era Alhama a mediados del pasado siglo. Por él nos enteramos, entre otras mil cosas, de que sus calles son poco regulares, con muchas casas de tres pisos y de diez a trece varas de altura; de que la fachada del convento del Carmen calzado tiene diecisiete balcones de hierro y a la vuelta, siete rejas medianas, y de que cuenta con varios telares de lienzos ordinarios, tres hornos de pan cocer, cuatro posadas públicas, una alfarería, una fábrica de jabón, una caldera de aguardiente y tres molinos de aceite, además de los harineros. Como se ve, nada de particular que no exista también en otros cientos de pueblos. ¿Hijos ilustres? Nuestro puntualísimo don Pascual nos cita nominantim más que a un señor Villarrasa, que fue del Consejo de Indias, y a otro señor Gutiérrez, autor de una Librería de escribanos y abogados. Poca cosa tiene esto que ver con la celebridad literaria de Alhama, que es una de las grandes ciudades elegiacas de la Península.

Porque una vez al año brilla Alhama de pronto, con vivos colores, como un castillo de ensueño, en todas las cátedras de historia y de literatura del país, sobre el fondo gris nacarado del Romancero:

Paseábase el rey moro
por la ciudad de Granada,
desde la puerta de Elvira
hasta la de Vivarambla

¡Ay de mi Alhama!


En un retablo como el de maese Pedro se van sucediendo en relámpagos las diminutas escenas. ¿Qué  ha ocurrido? Han venido cartas con una mala noticia: que ha caído Alhama. El Rey interrumpe su paseo, descabalga de la mula y su a caballo a la Alhambra. Tocan las cajas y suenan los añafiles. Se congrega la batalla. Un moro viejo pregunta el porqué del apellido. Un alfaquí de barba crecida formula pavorosos presagios. Y cada cuatro versos se alza el ay, subrayado por las ariscas vihuelas y por los trémolos de la tonada antigua:

¡Ay de mi Alhama!

¿Qué tiene que ver esta ciudad soñada con la actual cabeza de partido granadina? ¿Y quién podría saberlo? Pero el 2 de febrero de 1810, tras una resistencia de heroica sensatez, la entra a sangre y fuego el Ejército de Napoleón, que le exige en veinticuatros horas una contribución de 900 onzas (¡Ay de mi Alhama!) Y en nuestra guerra civil de 1936 rompe allí una de las crueles olas de la barbarie y vuelve a mancharla de sangre (¡Ay de mi Alhama!)

¿Por qué hemos de contentarnos con lo que dicen los libros? Yo siempre había querido ir a Alhama, y, por fin, este año se me ha logrado. Recorrimos al cabo su escondido balneario, un tanto parado en el tiempo, en el que Andalucía se remedia del reuma; un balneario con su parque espeso, su sombreado arroyo, donde se enfría la corriente termal, y sus pilas modernas, al lado de las albercas árabes en que ya se metían los agüistas del califato. Y luego, atravesando el arrabal construído a raíz de los terremotos, subimos al pueblo mismo: hemos visto la hermosa iglesia mayor; hemos dado una vuelta por las calles; nos hemos asomado, sobre el Marchán o río de Alhama, a un tajo, casi tan bello como el de Ronda, donde entre el verde violento funcionan unos molinos, de los que salen borriquitos cargados de sacos blancos; nos hemos sentado a refrescar en un café de la plaza.

¿Qué Alhama está muerta? Respondo de haber visto en ella gallinas, hogazas, una carreta que subía cargada por una cuesta inverosímil, una gata morisca; de que las casas están, por lo común, bien encaladas; de que he comprado en un estanco un paquetillo de tabaco rubio, y de que he visto unas chiquillas en la fuente, una mujer barriendo, un campesino remendando un cedazo, y unos viejos tomando el sol. Pero también es verdad que el sacristán nos enseñó la iglesia con aire soñoliento, que el mozo del café era casi mudo, y que, en torno nuestro y a cierta distancia, se formó en la plaza un corro vago de gentes que parecían fantasmas.

¿Ha aumentado esta rápida visita mi conocimiento de Alhama? Creo que no. Al correr el coche por la carretera del Salar, he mirado por el cristal trasero. Sobre el telón violeta de los montes, el poblachón blanco, con su soberbia torre, se iba quedando pequeñito, como un castillete de retablo. Todas las imágenes han vuelto a fundirse en la antigua del Romancero: ¡Ay de mi Alhama!

EMILIO GARCÍA GÓMEZ de la Real Academia Española.

ABC de Madrid, 10/09/47, y ABC de Sevilla, 14/09/47, pág. 3




¿Cuántos ayes habrán salido de la garganta del cantaor alhameño  Paco Moyano?

El posible origen del “quejío” flamenco

 Hablando del romance a la pérdida de Alhama quiero aprovechar para hacer una breve referencia a otro artículo publicado por el ABC de Madrid, el 8 de febrero de 1931, al que le dedica las páginas 13 y 14. Me refiero a un texto que bajo el título “Los vihuelistas del siglo XVI” su autor Eduardo M. Torner realiza una pormenorizada exposición acerca de la importancia de estos músicos y compositores del seiscientos.

 Se detiene muy especialmente en Luís de Narváez “uno de los más hábiles tañedores de vihuela, maestro de música de Flipe II y autor de un libro de música profana para vihuela "El Delphin de Música (1538) en el que se incluyen 14 fantasías, romances y villancicos populares, destacando el Romance del Rey Moro que perdió a Alhama.

 Torner resalta el “evidente andalucismo de este romance" antes de añadir “la formula cadencial con que se canta el estribillo, ¡Ay de mi Alhama! ¿No es lo mismo que el lamentable ¡Ay! con que los cantaores andaluces inician sus coplas?". Nunca nos habíamos planteado esta hipótesis del origen de quejido flamenco pero tampoco suena tan descabellado.