El Sefardismo, un fenómeno de supervivencia cultural



El término sefardismo deriva de Sepharet, nombre de un lugar de la cautividad hebrea mencionado por el profeta Abdías, y que en la Edad Media pasó a significar España y Portugal. Sefardim ( “sefarditas” ) se llamaron los judíos establecidos en África Noroccidental y los descendientes de aquellos que, expulsados en 1492 de la Península Ibérica, se difundieron por todo el vecino Oriente.

María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora

 Ellos representaron cerca de un nueve por ciento respecto de los de askenasim, o sea los hebreos orientales de Alemania, Polonia, Rusia, Francia, Inglaterra, etc, que hablaban Yidish; difieren de éstos en los ritos y prácticas religiosas, en la pronunciación de la lengua bíblica y en la escritura cursiva.



El sefardismo es más un fenómeno de supervivencia cultural que una actividad literaria creadora. De todos modos, es significativo el hecho de que, a una distancia aproximada de cinco siglos, las comunidades hebreas de Marruecos, Argelia, Grecia, Bulgaria, Yugoslavia, Turquía y Palestina, así como algún núcleo en Bucarest, Viena y Ámsterdam, hablen el “sefardí”, llamado también “español”, “ladino” y “judío español”; una lengua arcaizante, idéntica al castellano del siglo XV, si se exceptúa la contaminación del léxico producida por vocablos extranjeros, sobretodo hebreos, árabes y turcos. Entre los méritos de la madrileña “Gaceta Literaria” se puede contar el llamamiento lanzado a los tenaces depositarios de la lengua y , por consiguiente de la cultura española esparcidos por los países mediterráneos y del Oriente Próximo; al llamamiento respondió una entusiasta colaboración en artículos y estudios, la cual reveló de qué modo los descendientes de los expulsados guardaban en sus corazones el recuerdo de la ya legendaria Sepharat. En el citado periódico quincenal aparecieron, incluso, escritos en “sefardí”, que dieron a conocer las particularidades ortográficas y morfológicas, así como la riqueza en antiguas palabras castellanas, que evidentemente ya no se usan en el lenguaje de la Península. Una literatura “española” viva no existe; pero sí existen cantos populares, y en los archivos de las sinagogas, una copiosa producción de textos sagrados y eruditos; la versión hecha en el siglo XVI de la Biblia, edición llamada de Ferrara, escrita, naturalmente en caracteres hebreos; tratados de moral y teología, crónicas, etc. Además “la lengua española” ha servido a los “sefardim” en las fiestas y en las ceremonias religiosas, siendo de rigor para muchas plegarias y rituales; de aquí que su existencia, estrechamente ligada a la fe de toda una raza, no tenga por qué tener amenazas. Pero con la lengua los desterrados se llevaron consigo los tesoros del “Romancero”, y si aparecieron un tanto alteradas las estrofas de los romances que los vendedores de salep declamaban por las calles de Salónica, interrumpiéndose de vez en cuando para hacer el elogio de su mercancía, en la tradición de las familias cultas y humildes descubrieron los filólogos textos valiosos por su purísima antigüedad.



 En la segunda edición de 1933 de la “Flor nueva de romances viejos”, Menéndez Pidal tuvo en cuenta redacciones recogidas entre los judíos de Tánger, Tetuán, Larisa, Rodas, Hungría, Asia Menor, Argelia, etc; observemos, además, que las variantes se refieren a composiciones célebres: ciclo de Bernardo del Carpio y Carolingio, romances del Cid, fronterizos, moriscos y pastoriles. Todo ello resulta tanto más significativo si se considera la larga transmisión, por lo común oral, en ambientes extraños y hostiles.