Identidad femenina en el s. XIX: La mujer en la literatura



Las mujeres escritoras de esta época se van a lamentar de su situación, lo que no supone una llamada a la reacción contra el conjunto de normas sociales que impedían a las mujeres el acceso a la cultura.

María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora

 Si el siglo XVIII había supuesto la irrupción de la mujer en los espacios que transcienden el ámbito de lo privado, el siglo XIX supone una vuelta a lo doméstico, lugar donde la mujer se recluye, ensalzándose, asimismo, amén de sus cualidades físicas, su innata capacidad para consolidar los valores del hogar y de la familia. Pocas mujeres lograron escapar del paradigma establecido y las que lo hicieron fue a costa de sufrir cierto desgarro en su vida afectiva y personal, dedicándose la mayoría de ellas al periodismo y a la literatura.



 Existen rasgos comunes entre aquellas mujeres que, en su día, decidieron dedicarse al arte de escribir: La mayoría de ellas pertenecía a la aristocracia o a la alta burguesía. Sus continuos viajes al extranjero les permite conocer diversos idiomas, así como a los escritores de otros países, cuyos libros de éxito traducían al castellano. También coincidirían en esos rasgos que definen la personalidad de la heroína romántica: reveses económicos, enfermedades, amores desgraciados… Y su fatídico destino suele ser el de una vejez triste, melancólica y solitaria.

 Durante la primera mitad del siglo XIX abundan las mujeres novelistas, poetas y periodistas: Carolina Coronado, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Amalia Fenellosa, Rosalía de Castro, Concepción Arenal, Manuela Cambronero , Josefa Massanés, y muchos nombres más. Dicha proliferación de mujeres escritoras en España, tiene lugar cuanto mayor es la pujanza de las reformas liberales y el prestigio literario del romanticismo. Todas ellas son conscientes del doloroso destino de la mujer, sus dificultades para acceder a la actividad intelectual, la subordinación al hombre, el futuro incierto…



 Carolina Coronado, mujer dotada de una extraordinaria capacidad intuitiva, se ve obligada, por circunstancias familiares, a pasar grandes temporadas en el campo lo que redunda negativamente en su formación: “Mis estudios fueron ligeros, porque nada estudié sino la ciencia del pespunte y el bordado...”Los salones de su villa madrileña de la calle Lagasca constituyen el punto de referencia obligado para la actividad política y literaria del momento. Casada con Horacio Perry, primer secretario de la Embajada de Estados Unidos, alterna durante estos años su amistad con la reina Isabel II y Castelar. Desde su dorado refugio se conduele de las dificultades para continuar su vocación literaria: “Yo no soy literata; hice versos desde que supe hablar; dejé de hacerlos desde que aprendí a callar”...



 Otro caso digno de mención es el de Concepción Arenal, la muchacha que a los veintiún años decide entrar en la universidad y, para ello, se disfraza de hombre. El estudiante, en cierta forma atractivo, que entra en clase comenzada la lección y sale antes de que termine, despierta la curiosidad de sus compañeros. Al descubrirse que es una mujer, la polémica se rodea de insultos, indignación, disputas…El rector de la universidad decide tomar cartas en el asunto y después de un examen satisfactorio, la escritora queda autorizada para asistir a clase. Durante esos años acude a las tertulias del café Iris, siempre vestida de hombre. Tal vez, escondía su feminidad para demostrar la igualdad de su inteligencia y la exigencia de que se la tratase de igual forma que a los hombres o para hacerse respetar por sus compañeros de tertulia y de universidad.



 Para la escritora Josefa Massanés existe una verdad incuestionable. “…Se niega a esta preciosa mitad del género humano la aptitud para los trabajos intelectuales y, en caso de reconocer en la mujer las dotes de una brillante inteligencia, se le amenaza con el desprecio si intenta aprovecharse de tan estimado don, pretextando que el saber le perjudica”. Josefa Massanés en uno de sus poemas se pregunta sobre el hecho de escribir y afirma que va contra las costumbres femeninas: “¡Anatema el escribir,/el meditar y leer!/Amigo, sólo coser/o murmurar y dormir…”

En definitiva, todas y cada una de las mujeres escritoras de esta época se van a lamentar de su situación, lo que no supone una llamada a la reacción contra el conjunto de normas sociales que impedían a las mujeres el acceso a la cultura. En su mayoría, salvo contadas excepciones, como el de las antes mencionadas, los escritos de las literatas del siglo XIX consolidarán el modelo dominante de valores domésticos que perdurará hasta muy entrado el siglo XX.