El mundo novelístico de Delibes se abre con una grave preocupación, o, mejor obsesión por la muerte, raíces que habría que buscar en el temor por la muerte prematura del padre que tuvo el Delibes niño.
María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora
A través de la meditación sobre la muerte Delibes alcanza su visión del mundo. En “La sombra del ciprés es alargada”, es sólo la muerte lo que brinda importancia a la presencia en el mundo del individuo concreto, de “carne y hueso”, como lo llamaba Unamuno, cuyo ser se caracteriza, precisamente, por la finitud y la contingencia. Pero el existencialismo de Delibes es profundamente cristiano. La muerte como fin de nuestra existencia es algo absurdo y sin sentido, pero esto no significa que no haya esperanza para el hombre, porque “arriba aún queda Dios”, nos asegura Delibes. Su miedo obsesivo por la muerte será vencido poco a poco por una absorbente fe en Dios, y en su lugar se desarrolla el cristianismo ecuménico de Delibes que le llevará a luchar por el hombre en la dirección de una hermandad universal.
La nota fundamental de “La sombra del ciprés es alargada” es la obsesión por la muerte. Pedro es simbolizado por la sombra del ciprés, el árbol de los cementerios, cuya aguda punta simboliza su fúnebre visión de la vida. Esa obsesión por la muerte es parcialmente autobiográfica, por cuanto la infancia de Delibes estuvo marcada por el miedo a la posible muerte de su padre.
Confiesa Delibes 25 años después: “La muerte es una constante en mi obra. Yo diría más. Diría que es una obsesión(…) Ya de niño a mí me ocurría, por ejemplo, que al llegar a las escaleras de mi casa me imaginaba que un día bajarían por allí el ataúd con el cadáver de mi padre. Estas imaginaciones que reservaba para mí y no las confiaba a nadie, se repitieron hasta convertirse en una obsesión”.
Como una pesadilla obsesiva, Delibes no puede dejar de mirar fascinado lo que más le horroriza. Es como si, describiendo lo que más teme, pudiera liberarse de una visión espantosa. Y en efecto, el personaje se da cuenta de que “no había razón de vida fuera de la vida misma”.
La vida aparece ahora como un breve, pero precioso regalo. Lo que redime a Pedro del absurdo de haber nacido es su fe en Dios. Tenerle miedo a la muerte es desconfiar en Dios, cuya voluntad se manifiesta en nuestras vidas. Nuestros sufrimientos no son otra cosa que “un lapso de pruebas para ganar una experiencia superior”.
En su tercera novela, “El Camino”, asistimos al encuentro del hombre en armonía con la naturaleza, manifestación física del equilibrio interno del Universo. En la niñez el hombre está muy cerca de la naturaleza, más en contacto con los instintos naturales. Su retorno a la naturaleza de adulto es un esfuerzo para encontrar de nuevo la armonía perdida que existió una vez en sí mismo y en su relación con el mundo natural. La naturaleza excita la curiosidad de Daniel (protagonista de la citada novela) hasta llevarle a preguntarse sobre los misterios del Universo.
Para Lorenzo, el protagonista de “Diario de un cazador”, el amor a la naturaleza esencial en la vida. En este sentido hay una honda religiosidad entre Lorenzo y la naturaleza: “Salir del campo a las seis de la mañana en un día de agosto no puede compararse con nada. Huelen los pinos y parece que uno estuviera estrenando el mundo. Tal como si uno fuera Dios”.
Lo que la naturaleza da al hombre es la posibilidad de balancear su vida, regresando a las raíces mismas de su existencia. Hombre y naturaleza surgen de la misma matriz. La naturaleza para Delibes consiste en una preocupación constante, porque es como la estrella polar del hombre, algo que enseña al hombre su camino. Amar a la naturaleza es amarse a sí mismo, ser parte de una síntesis orgánica entre emoción e intelecto, síntesis que constituye nuestra búsqueda vital, nuestro impulso por encontrar el momento que nos devuelve al instante prístino de la Creación.
Su amor a la naturaleza es la manifestación de aquel respeto y amor por “el otro” que Delibes evidencia en su búsqueda de la solidaridad y de la justicia social.
La naturaleza como manifestación de un equilibrio que el hombre necesita imitar constituye en Delibes el deseo de proteger al ser humano en sus raíces y en su desarrollo para que no ignore o traicione su verdadera verdad.
Todos los temas o preocupaciones de Delibes son representativos de su fe en una Fuerza Divina en el Universo que brinda coherencia al conjunto y sus partes. La Naturaleza, con “N” mayúscula, forma parte integrante de nuestra vida, porque allí es donde se revela esa Fuerza Divina en toda su espontaneidad.
En “La hoja roja” muestra Delibes la preocupación por la solidaridad humana. El viejo Eloy buscará desesperadamente en Desi el calor humano que puede permitirle soportar el frío de la insolidaridad.
Los personajes de Delibes, aunque víctimas de destinos tristes, nunca se desesperan y, al final, saben dar una impronta esperanzada a sus vidas.
También, la preocupación de Delibes por la solidaridad humana se hace evidente en “Cinco horas con Mario”, donde, asimismo, resulta significativo el ecumenismo del personaje. La religión para Mario no es una serie de ritos misteriosos, sino la justicia social. Reconoce Mario que la responsabilidad del cristianismo en este mundo consiste en luchar para que la voluntad de Dios empiece a cumplirse aquí, para merecer contemplarla allá.
No hay duda de que Delibes considera que cada hombre tiene una responsabilidad hacia los otros, una responsabilidad bíblica de un hermano con otro.
En Delibes antes de apreciar al escritor ya admiramos al hombre. Lo que sabemos de él no lo sabemos por medios de detalles autobiográficos, sino a través de su actitud intelectual y emocional frente al mundo que se revela en sus obras. El compromiso de Delibes con la vida se manifiesta, subrayando aquellos valores que están en la base de la dignidad, hermandad y supervivencia del hombre en la tierra.
En el mundo en que vivimos hoy el hombre ha permitido que el amor y el calor humano ocupen un lugar secundario respecto a los “rigores” de la razón al servicio del progreso. En este sentido, una de las preocupaciones más vivas y constantes del escritor va a ser el amor como manifestación del “calor”. Toma muy en serio, Delibes, el mandamiento más importante del cristianismo, “ama a tu prójimo como a ti mismo”, y el radio de ese amor se ensancha a medida que se ensanchan los horizontes geográficos del escritor.
En el fondo de ese mar de la intrahistoria, Delibes describe las vidas de hombres y mujeres que viven fuera de la historia, en este mundo desconocido de pequeños hechos, lejos del “progreso”, cuya capacidad para comunicarse cordialmente uno al otro no ha sido destruido aún por la tiranía de la civilización. Por supuesto Delibes está a favor de que se mejoren las condiciones de vida de tantos que en España y en el mundo carecen de lo necesario para vivir como seres humanos. Pero la satisfacción de estas necesidades no tiene por qué hacerse a costa de que todos los hombres se conformen a un mismo “camino”. Salvarle a un hombre la vida y al mismo tiempo quitarle el alma, no es quererle y respetar la dignidad. Cada hombre, por humilde que sea, tiene en sí una chispa de divinidad y de individualidad.
Amar al prójimo como a nosotros mismos no puede significar obligarle a ser como nosotros, sino darle aquellas oportunidades necesarias para que él siga su propio camino.
¿Qué mayor evidencia puede darse de un respeto auténtico hacia “el otro”?
La voz de Delibes, desde su rincón de Castilla, nos llega muy clara a todos los seres humanos y halla profundos ecos de nuestra angustia.