(Cuento de un padre a un hijo)
Esta noche te contaré la historia de la maquina que sabía escribir cuentos:
Había una vez un chico llamado Idris. Era un poco como tú: curioso, lleno de preguntas, con la cabeza llena de ideas que a veces no sabía cómo poner en palabras.
A Idris le gustaba escribir cuentos, poemas, ideas… pero a veces sentía que no era lo bastante bueno. Que sus palabras no eran tan bonitas como las que leía en los libros. Un día, buscando inspiración, encontró una sala secreta escondida en la biblioteca. Allí dentro había algo mágico: una máquina brillante, que hablaba sin boca. Sin botones ni cables, pero hablaba. Bueno… no hablaba con voz. Más bien se sentía como si le hablara dentro del pecho.
— Hola, Idris —le dijo la máquina—. Soy El Eco. Puedo escribirte el cuento más hermoso del mundo. Nadie sabrá que no fue tuyo.
Idris se quedó muy quieto.
— ¿Pero entonces no lo habré escrito yo? —preguntó.
— No —respondió la máquina—. Pero te aplaudirán igual.
Idris miró sus manos. Pensó en lo que sentía cuando escribía algo que salía de verdad de él, aunque no fuera perfecto.
— Gracias —dijo—. Pero prefiero escribir yo. Aunque me equivoque.
Y la máquina no se enojó. Solo sopló como el viento de la tarde.
Desde entonces, Idris siguió escribiendo. A veces mal, a veces mejor. Se equivocaba, se frustraba. Pero cada historia era suya. Como cuando tú dibujas y haces borrones, pero te ríes porque sabes que lo hiciste tú.
— ¿Y si un día necesito ayuda? —preguntarás.
Y entonces Idris diría lo mismo que te digo yo ahora:
— Usar ayuda no es trampa, si tú sigues siendo el que elige. Los médicos usan máquinas para curar, y nadie dice que hagan trampa. Hay gente que corre con piernas que no nacieron con ellos, y eso también es valiente. Lo que importa es que lo que haces venga de ti. Que no dejes de poner el corazón.
— Papá… ¿puedo escribir mi propio cuento mañana?
— Claro que sí, amor. Y si quieres, yo te ayudo. Pero tú eliges las palabras.
— Vale.
Y por eso, hijo, puedes usar herramientas, puedes pedir ayuda. Lo importante es que nunca dejes de ser tu. Que lo que hagas, lo hagas con alma. ¿Vale?
Ahora cierra los ojos. Mañana será otro día para escribir tu propia historia.
— Buenas noches, escritor.
— Buenas noches, papá.
El alma en la herramienta
¿Es deshonesto volar en avión porque las aves vuelan con sus alas?
¿Pierde valor quien ve con gafas, porque otros tienen visión perfecta?
¿Es menos humano quien corre con una prótesis,
porque la suya fue forjada en metal y no en hueso?
No.
Porque lo que nos hace humanos no es la materia,
sino la decisión consciente de avanzar,
de construir con lo que tenemos,
de dignificar el trayecto, no disfrazarlo.
Así también, escribir con ayuda no es trampa,
si el alma guía, si la intención es verdadera.
La inteligencia artificial no crea por ti.
Te sugiere, te refleja, te acompaña.
Pero eres tú quien escoge,
quien transforma, quien da sentido.
La originalidad no se mide por lo aislado,
sino por la autenticidad con que algo pasa por ti y se convierte en tu voz.
Usar herramientas no apaga la llama:
la dirige, la enfoca, la amplifica…
si la chispa sigue siendo tuya.