Hay pueblos que no son sólo un lugar en el mapa, sino una forma de latir en silencio, una raíz que se hunde honda en la tierra y en el alma de quienes la pisan.
Jayena es uno de esos milagros callados
Entre montañas viejas y olivares eternos, nace su luz blanca, su tiempo sereno, su memoria de trabajo, de lucha, de vida. Aquí, cada calle guarda el eco de los pasos que no se olvidan; cada piedra, cada sombra, cada campo abierto es un poema escrito con sudor, viento y esperanza.
Jayena, corazón de cal y viento
En la frente de la sierra
duerme Jayena, callada,
con su torre de ceniza
y su pecho de campanas.
Entre el olivar soñando,
Jayena duerme tendida,
con un lazo de agua y cielo
anudado a sus heridas.
(La sangre verde del campo
late en tu pecho de arcilla.)
Caminos de polvo viejo,
sombra lenta de las viñas,
campanas que tiemblan lejos
como un rezo que titila.
(Por tus calles pasa el hombre,
cosechando su fatiga.)
Oh Jayena, flor cansada
que al sol su tristeza brinda,
en tus patios crece el llanto,
en tus manos, la semilla.
(Qué ternura en tu silencio,
qué coraje en tu sonrisa.)
La tarde baja, morena,
despeinada de palomas,
y tú, pequeña y eterna,
levantas torres de sombra.
(La esperanza en tus balcones,
el dolor en tu memoria.)
He cruzado tus caminos de sierra,
he tocado tus muros tibios de infancia,
y en tus plazas, Jayena,
he dejado mis lágrimas viejas.
Jayena es un latido en el mapa,
una luz pequeña que persiste,
una semilla vieja que florece
aunque el mundo ande deprisa.
Aquí, donde los días son redondos,
y las casas conversan entre sí,
el cielo baja y besa la frente de la tierra,
y todo - hasta el silencio - suena a hogar.
En Jayena el tiempo no corre:
cae como una hoja leve,
se posa en las manos llenas de viento,
se adormece en las eras verdes.
Todo es silencio respirado,
aire dulce, rumor de fuentes;
una ternura antigua
bajo un cielo que no muere.
me inclino ante tu alegría:
un racimo de luz pura,
una esperanza que nunca se olvida.
(Jayena, corazón firme,
tierra de lucha y caricia.)
Romance de la verita del río (Río de Jayena)
La niebla cubre los campos,
los álamos van dormidos,
el olivo se arremansa
en el temblor del rocío.
Cebada, trigo y amapolas
duermen bajo el cielo frío.
El río suena bajito,
como campanas de lirios.
La cebada dice “duerme”,
el río le canta un silbo,
la mimbre despierta sola
al borde del remolino.
Y el pueblo blanco descansa
con las calles en sigilo.
Cantan, mírenlo, los pájaros
su melodía sin bríos:
el serín y el escribano,
el ruiseñor escondido,
y un jilguero que titila
su canto fino y sencillo.
Todo duerme, menos ellos
y la voz del claro río.
A la verita del agua
camina un alma sin ruido.