¡Feliz día del beso!

Yo sé del beso que hiere / y del que en el alma flota, / sé del que llega y se queda / y del que se va sin nota.

Estancia de los Besos

Sé de tus besos como sé del viento
que roza lento el mar en la mañana,
como del sol que besa la ventana
y enciende el alma en un suave tormento.
Tus labios son del tiempo un instrumento,
de luz, de sombra, de pasión temprana.
Beso que hiere,
beso que cura,
beso que sangra
y sin embargo ama.
Con ellos dices más que con palabras,
con ellos callas cuando más se grita.
Y yo, que a veces soy sombra dormida,
me vuelvo llama si tu boca abraza.
En cada beso cabe lo vivido,
lo que se ha ido,
lo que aún nos abraza.

Romance de los Besos

Dicen que besas despacio
cuando el amor se demora,
como el rocío en el campo
cuando la alborada asoma.

Yo sé del beso que hiere
y del que en el alma flota,
sé del que llega y se queda
y del que se va sin nota.

Un beso entre la tristeza
y el borde azul de tu boca
puede ser cruz o camino,
puede ser luz o derrota.

Besos de sangre y ternura,
de pasión, de pena loca,
besos que duermen contigo
y despiertan en tu sombra.

Bésame cuando te vayas,
bésame si no me nombras,
que si tus labios me faltan
la vida se me desboca.

Romance

Por la vereda del monte
iba una doncella clara,
cinta verde en la cintura
y la flor recién cortada.

Un mozo vino a su encuentro,
de voz firme y cara brava:
—“Decidme, bella señora,
¿quién os dio tanta fragancia?”
—“Nadie
 me la dio, buen mozo,
la traigo desde la infancia,
que la flor no se me roba,
si no hay mano que me abraza.”

El mozo miró su talle,
y sus ojos se le ablandan:
—“No os robo ni flor ni risa…
mas dejad que os dé mi alma.”

Y al decirlo, sin ruido,
como el viento entre la rama,
le besó con tanto miedo
que tembló toda la enramada.

Ella no dijo palabra,
ni se tornó ni se alzaba…
pero el beso la encendía
más que el sol de la mañana.

Desde entonces por el valle
se les ve juntos al alba,
ella con flor en el pelo,
él con la paz en la cara.

Romance de la alegría y la tristeza

¡Ay! En la cima de un monte,
donde el sol quema la tarde,
la alegría, radiante y viva,
canta su gloria al instante.

"¡Oh, cielos! ¡Qué dulce es el viento!
Mi alma se eleva y vuela,
canta, ríe, y se enciende
en la luz que nunca muera."

Mas la tristeza, callada,
baja en sombras y desdicha,
y en su rostro, cargado,
se esconde la triste herida.

"¡Oh, alegría, fulgente amiga,
quién pudiera ser como tú!
Mas mi alma ya está herida,
y mi llanto nunca cesó."

La alegría, que en su gloria
y al viento su voz alza,
se detiene al escuchar
la pena que la tristeza embalsa.

"¿Por qué te escondes, tristeza,
en la sombra del quebranto?
Ven, danza en mis brazos,
y olvida el yugo tanto."

Mas la tristeza, profunda,
con su manto de silencio,
responde con voz rota
que su alma carga el tiempo.

"En mis ojos se esconde
el dolor de mil batallas,
y en mi pecho, la herida
que nunca sana, que no calla."

La alegría, viendo su sombra,
se postra ante ella en respeto,
y la tristeza, que en su fondo
lleva el eco de un gran reto,

susurra al oído al viento:
"Sin mi pena, no hay victoria,
sin tu risa, no hay aliento,
y sin nosotros, no hay memoria."

Y así caminan, inseparables,
por los campos y los valles,
la alegría en su fulgor,
y la tristeza en sus detalles.

El uno al otro se hallan,
como sol y luna fiel,
en la danza del destino,
donde se funde el bien y el mal.

Romance del corazón dormido

Por la vereda del río
iba la niña callada,
llevaba el amor dormido
en la orilla de su falda.

Pasó un mozo y la miró,
y el alma se le quebraba,
como se quiebra el cristal
si lo acaricia una lágrima.

"¿Qué llevas ahí?", le dijo.
"Un corazón que no canta".
"¿Puedo rozarlo?", y al roce
se despertó con el alba.

Jesús Pérez Peregrina, Jayena.