San Apapucio

Cuenta una antiquísima tradición oral, que celoso el Demonio, de las virtudes de Apapucio, lo tentó con todas las ofertas más irresistibles y fastuosas...

 Desde siempre, había oído una especie de blasfemia de "arte menor" o "pecaillo", que me maravillaba y sorprendía, porque llegué a escucharla, creo, hasta en boca de hasta algún cura y seguro, en la de más de un sacristán, amén de los cientos de veces oída, desde mi más tierna infancia, en las más diversas ocasiones, circunstancias, bocas, lenguas, gargantas e idiomas. La escuché multitud de veces a mi hermano Emiliano y a muchas personas mayores del Llano. Pero también la oí en Granada, Sevilla, Madrid, País Vasco o Barcelona y en sus respectivas lenguas vernáculas. Esa "blasfemia menor" o "pecaillo", es: -"¡me cago en san Apapucio¡". Y no me digáis que no la habéis escuchado en alguna ocasión, porque se usaba muy a menudo, como queja o protesta ante cualquier situación adversa. Así, cuando llovía y se tiraba una larga "chamada" sin aclarar, "¡me cago en san Apapucio!". Cuando no llovía y se padecía una larga y pertinaz sequía, "¡me cago en san Apapucio!". Cuando caía el sol "a cachillos", haciendo "chiribitas"; cuando las duras heladas de invierno, abrían las entrañas de la tierra; cuando te machacabas un dedo al cerrar la puerta; cuando el mulo se ponía rebelde y no "entraba a camella"; cuando el sacristán encontraba vacío por enésima vez, el cepillo de la iglesia, cuando ibas volando al "servicio" por tu incontinencia, anterior o posterior y te encontrabas el letrerito "cerrado por avería"... -”¡me cago en san Apapucio!” Y todos lo decíamos, como si en lugar de una reprobable blasfemia, estuviéramos pronunciando una jaculatoria o una piadosa petición o maldición piadosa a este santo, patrón al parecer, de los imposibles.

 Es el caso que, hoy al proponer el dicho de "me cago en san Apapucio", como palabra o expresión, para integrarla en nuestro "diccionario del Llano de Zafarraya", me asaltó la curiosidad de conocer algo más de este legendario y estrafalario personaje o "santo" que, tantas identidades concitaba, aunque fuera para vituperarlo. Su memoria o leyenda, verdadera o ficticia, se remonta a los primeros tiempos de la era cristiana, entre los siglos IV y V y según cuenta la leyenda, sería un varón piadoso y virtuoso, de la zona de Antioquía, junto al desierto sirio que, asqueado de la corrupción moral y de costumbres en la sociedad de su tiempo, decidió abandonar el mundanal ruido, y retirarse al cercano desierto, como auténtico asceta y anacoreta solitario, que en aquellos tiempos era la actividad favorita de los aspirantes a santos, para dedicarse de por vida, a la contemplación, la oración y la penitencia. Sólo llevó consigo, un amplio sombrero, para protegerse del inclemente sol del desierto y unas sandalias, para salvaguardar sus pies de la abrasadora arena, mostrando en lo demás, su cuerpo absolutamente desnudo. Escogió para su retiro, la forma anacoreta de los "estilistas", (de "stylos", columna en griego).

 Subido a una plataforma, conformada en la parte superior de una pequeña columna y con una especie de "choza" de juncos, entretejida en la cúpula, hizo allí vida día y noche durante más de treinta años, cubriendo sus necesidades, sus propios devotos y seguidores y un cuervo que, siempre según la leyenda, cada día le llevaba medio pan en su pico. 

imploraba a los cielos, en un desgarrador lamento, que lo liberaran de aquella ominosa turbación...

 Cuenta una antiquísima tradición oral, que celoso el Demonio, de las virtudes de Apapucio, lo tentó con todas las ofertas más irresistibles y fastuosas: de poder, con llevarlo hasta la cumbre absoluta del Imperio; o de riqueza, con lujosos palacios y tesoros sin par, que el virtuoso varón rechazaba sin dudar un momento. Decidió entonces el Diablo, tentarlo con el irrefrenable e irrechazable poder de la lujuria, por lo que envió hasta Apapucio, a la más sensual y bella hurí del Edén, con un escultural cuerpo, completamente desnuda y cubierta únicamente, por siete velos transparentes, con los que se aprestó a interpretar la "danza de los siete velos". Al percatarse el "santo" de la cercanía de la "vestal", pudorosamente, tomó en sus manos el amplísimo sombrero, y se tapó con él sus partes pudendas, reparando que, por su total desnudez, se ofrecían impúdicas a aquella tentadora mujer. Ésta mientras tanto, había iniciado un erótico y sensual contoneo, cimbreando su cuerpo, mientras sus globosos y turgentes senos, rebotaban sobre su rosáceo pecho y sus anchas y voluptuosas caderas, enmarcando su esplendoroso y poblado pubis, cubierto de un lujurioso bosque de ensortijado vello, que se ofrecía sobre su carnoso y lubricado Monte de Venus, al tiempo que, poco a poco y de forma absolutamente erótica y voluptuosa, se iba desprendiendo de los velos transparentes que la cubrían. El virtuoso Apapucio, ofrecía estoico una tenaz y heroica resistencia a la demoníaca aparición. Pero en el clímax de la diabólica visión, y ante la inminente caída del último velo, descubriría que era bien cierto que, es más fuerte el espíritu que la carne y en un desesperado y pavoroso intento por superar la "erotiquísima", lujuriosa e irresistible tentación, tapándose los ojos con ambas manos, imploraba a los cielos, en un desgarrador lamento, que lo liberaran de aquella ominosa turbación.

 Y en ese momento, según nos cuenta la leyenda y la abundante tradición oral que ha llegado hasta nosotros del singular suceso, se produjo uno de los milagros más asombrosos, conocidos y prodigiosos, de la antigüedad: "el sombrero del virtuoso santo, continuó obstinado y sin apoyo alguno aparente, preservando el pudor del atormentado varón, al quedar suspendido a la altura de "sus partes nobles", desafiando cualquier ley de la gravedad, descubierta o por descubrir".

...sus devotos y fervientes seguidores, cercenaron su pene con...

 El milagro, corrió como la pólvora por todo el Oriente de la Antigüedad, cuyas gentes proclamaron santo por aclamación, al estoico Apapucio que, desde entonces será conocido en toda la cristiandad, como San Apapucio “El Estoico”.

 A su muerte, ocurrida unos años después, sus devotos y fervientes seguidores, cercenaron su pene con el prepucio, de sus restos mortales, lo trocearon y distribuyeron como reliquias del santo, por catedrales, basílicas, iglesias y ermitas de toda la cristiandad. Si hiciéramos un censo de todas las reliquias procedentes del pene del casto y estoico varón, repartido en varios miles de lugares de culto de todo el mundo, nos llevaríamos la inaudita sorpresa de que el miembro viril del santo, debería medir al menos quinientos metros, imaginando las reliquias, de no menos de dos centímetros de longitud aproximadamente, desperdigadas por el mundo.

 Con los años, los fabricantes de sombreros de todo el mundo, lo nombran su "santo patrón", aunque yo particularmente opino, que debiera haber sido nombrado, "patrón de los gilipollas", a tenor del candor de los devotos seguidores que proclamaron "el milagro". Con respecto al ancestral dicho con el que irreverentemente nos referimos al santo tan a menudo, no he podido averiguar su origen, lo que me provoca una irritante desazón..., "!me cago en san Apapucio!" Y no me sorprende que esta historia sea anónima y que haya llegado hasta nosotros, sólo por transmisión oral, pues de hacerlo algún poco apercibido historiador por escrito, hubiera sido víctima inmediata de la Santa Inquisición.

 Espero y deseo que ningún creyente sincero y de buena fe, se escandalice por este impúdico e irreverente cuento, recordándole que, hablamos de un santo ficticio, legendario e inexistente y en un contexto de esperpento y broma. No obstante, vayan por delante mis sinceras disculpas.

Juanmiguel, Zafarraya.