"¡Paco, tú estás borracho o qué, que has estado a punto de pincharme!".
En los inicios de los sesenta, aunque ya un poco más repuestos de los catastróficos efectos de la guerra, sobre todo de las hambrunas que, afortunadamente, iban quedando cada vez más lejos en el tiempo, en los efectos y en el recuerdo, en España y sobre todo en los pueblos, se seguía careciendo de los más mínimos recursos e infraestructuras para el disfrute de una calidad de vida aceptable y mínimamente cómoda. La dieta habitual consistía en puchero diario y curiosamente casi siempre por la tarde noche, compartido en el día a día, con alguna cazuela de bacalao, legumbres (judías, lentejas), la típica chanfaina de papas (a veces con setas), o sopa de cachorreñas o de tomate y un arroz con pollo o carne con tomate y gazpachuelo, en fiestas muy señaladas. Ninguna casa del pueblo tenía cuarto de baño, agua corriente ni por supuesto, daros de evacuación de aguas negras, ni recogida de basuras. Tampoco había teléfonos, ni fijos ni móviles, ni televisión, y sólo algunas radios o varios periódicos en todo el pueblo. No había lavadoras, hornilla de gas o eléctrica, calefacción o muchas bombillas en las casas (de una a cuatro y en muchas, ninguna, alumbrándose con un candil), y con un suministro eléctrico bajo mínimos, discontinuo y de permanentes caídas de tensión. No había en el pueblo coches o camiones (el primer coche lo vimos entrados los sesenta y camión, el de Rafalillo el Café, en el viajábamos hacinados los niños, en alguna excursión. No había discoteca, ni "pub" musicales ni instalaciones deportivas de algún tipo. El único recurso para el ocio de aquellos años, consistió en un salón de cine, inaugurado en los inicios de la década de los cincuenta (Cinema Palma) en el que se proyectaban películas los domingos y festivos.
Sigo, o ya me estáis diciendo: -"¿pero ¿cómo se podía vivir así? Pues se vivía y hasta éramos felices, quizás porque no conocíamos otra cosa o quizás porque todo es cuestión de adaptarse. Aunque es obvio que siempre sería más duro adaptarse de bueno a lo menos bueno, que de lo malo a lo bueno.
A pesar de todo, fuimos felices. Reímos, jugamos, cantamos y lloramos, como en todos los tiempos, como en todas las épocas, donde siempre quedó claro que, apenas te dejan una cuota mínima de libertad, el ser humano puede ser más feliz por lo que quiere y lo que aspira que por lo que tiene. Si además sabe compartirlo con los cercanos, al igual que éstos con él, incrementará satisfactoriamente su experiencia vital.
En algún relato anterior he contado cómo nos divertíamos los niños de la posguerra, donde nunca echamos en falta juegos más sofisticados, donde la imaginación y nuestros deseos, sustituían y creaban los más divertidos entretenimientos. Igual ocurría en el mundo de los adultos, donde nunca faltaron iniciativas para incentivar la participación en las actividades lúdicas, culturales y de relación social, sobre todo entre los mocitos y las mocitas en "edad de merecer", que se ingeniaban las mil y una forma de relacionarse entre ellos, de manera natural y fluida. Esa naturalidad espontánea que entonces venía lastrada y dificultada porque hasta el fin de la etapa escolar se había mantenido la férrea separación de "los niños con los niños y las niñas con las niñas", tan típico de la escuela franquista y el nacional catolicismo. Gestionaban encuentros en veladas de juego en casas particulares (sobre todo "cinquina", una suerte de "bingo" casero), bailes "a fiesta", donde se ejecutaba el "fandango del Llano", más celebrado en el mundo de los cortijos y en una parte del pueblo. Y bailes tipo "guateque", de música bailable, ejecutada por un "tocaor" de acordeón y jamba y muy posteriormente por tocadiscos. También se intensificaba esta relación con motivo de las fiestas populares que, además de las ferias o "Día de la Cruz", destacaban la de "La Candelaria" y Los Carnavales. Siempre fue en ésta última, donde los pueblos derrochaban más ingenio y actividad lúdica creativa, generando más participación y divertimento entre los mozos y mozas, creando espectáculos culturales, comparsas, murgas y chirigotas, que han trascendido en el tiempo, con ingeniosas y picantes representaciones y coplas que pesaban en el recuerdo de generaciones enteras o actividades que marcaron momentos en la historia de nuestro pueblo. Y éste será el motivo de mi relato de hoy, el de describir el espectáculo desarrollado en los carnavales de aquel año: "Tarde de toros". Corría el año de 1961, de la recien inaugurada y esperanzadora década de los sesenta, que tantos cambios iba a provocar en El Llano, pero sobre todo en el pueblo, en el que se iniciaba una doble espiral: por un lado, la abierta a la emigración masiva, como en todos los pueblos, hacia el norte de España y resto de Europa y por el otro abierta a la transformación al regadío, con la apertura de pozos superficiales con motobombas y la sustitución paulatina del cultivo de cereal por cultivo de huerta de primor que inmeditamente y para El Llano, adquirió el nombre propio original y exclusivo de, "los motores". Este proceso provocaría con los años, primero el frenazo del hecho migratorio hacia afuera, y años después, la inversión total del fenómeno, convirtiéndose El Llano en receptor masivo de inmigrantes.
Los protagonistas de aquella fiesta, iban a ser un grupo de mozos y mozas de entre los 18 y los 30 años, que cada año aprovechaban los Carnavales para desarrollar alguna actividad o espectáculo. Este año se habían propuesto organizar una corrida de toros en la Plaza de España del pueblo. Entre otros, en el grupo de amigos que lo formaban estaban los: "Emiliano", Paco "Moni" Antonio "Rapio", Paco "El Cálabres (Paquito el de La Eugenia), Antonio "El Zocato", Rafael "Mariapalma", Antonio "El Porteño", Eugenio "Juanela"; y alguno más que no recuerdo.
Ni más ni menos, habían decidido organizar aquel día 22 de enero, de 1961, domingo de Carnaval, una verdadera corrida de toros con toda la parafernalia y "tempos" de la tauromaquia y con todos los personajes de la fiesta presentes en el acto: presidente del festejo, "Emiliano"; madrina de la fiesta, Carmen Bueno, la mujer del "Quiles"; Alguacil Mayor de la fiesta y jefe de plaza, Eugenio "Juanela"; rejoneador a caballo, Rafael "Mariapalma"; picador, Antonio "El "Zocato"; banderilleros, Paco "Moni" y "El "Cálabres y espadas, Antonio "Rapio" y Antonio "El "Porteño". Como mulillas de arrastre, actuaron las de Antonio "Leandrico". Y el toro... sí, !el toro!: Paco Atareño, "Facundo", que tenía todas las características y potencialidades de un auténtico "mihura", con una sola diferencia: era muchísimo mas agresivo y peligroso. Será innecesario aclarar, que el pretendido festejo taurino no era una auténtica corrida de toros al uso, sino un simulacro de "pitorreo taurino carnavalero", en aquel domingo de carnaval de 1961. Pero es que la promoción publicitaria fue tan eficaz y completa en toda la comarca (yo participé en ella, desde mis 16 años recién estrenados, elaborando al carboncillo carteles con escenas taurinas de promoción), que la Plaza presentaba esa tarde, un lleno espectacular y a rebosar, con gente de todo El Llano, de Alhama y hasta de los otros pueblos limítrofes.
Los ensayos se habían llevado a cabo en la corraleta de Eduardo "El Lojeño", frente al cementerio, durante semanas enteras, con el objetivo de rebajar la agresividad y peligro del toro, "Facundo", hasta límites razonables.
A la hora de la fiesta, la plaza lucía plena y espectacular, como una ascua de colores, sonidos, voces y griterío de toda la chiquillería del pueblo, que eufóricos, iban de uno a otro lado de la plaza. Unas recién llegadas y asombradas golondrinas, a las que no se le asentaban las plumas al cuerpo, posadas temblorosas en los cables eléctricos. Los utilleros de las golosinas, Lili y Espinillo, con sus canastas repletas de "garbanzos tostados", peladillas, cacahuetes y "chuches", dispuestos a hacer su agosto. El improvisado ruedo, conformado por filas de sillas dispuestas en semicírculos, hasta ocupar todo el aforo de la plaza, apenas dejaba despejado un ruedo suficiente para moverse en él, caballos, toreros y "El Bicho", lo que añadía un plus de adrenalina a los ocupantes de las primeras filas. Y el aguacil "Bautista" y "Acuña", como funcionarios municipales, solícitos y atentos a prestar sus servicios, en caso necesario.
A las "cinco en punto de la tarde" se abre el festejo con el discurso de su presidente desde el palco de honor, el balcón del bar de "Eliseo", que sirve también de señal de aviso a los toriles, situados en el portón de Miguel el de Miguelico, del inicio de la corrida y para la puesta a punto de "la fiera" taurina, "Facundo". Remedando a José Isbert en la mítica y entrañable película "Bienvenido mister Marshall", dijo así: -"¡como alcalde de esta villa ordeno y mando, que el alguacil y "Arcuña" están estorbando!".
De inmediato, y después del paseillo conjunto de los espadas con sus subalternos, rejoneadores, picadores y alguacil mayor o "jefe de ceremonias", y de un aplaudidísimo toro, cuyos mugidos, bramidos y derrotes, helaban la sangre y hacían temblequear las piernas de los aguerridos "taurómatas" y sin solución de continuidad, se van precipitando todos los "tercios" de una auténtica corrida de toros: recepción "a capote" de la fiera; picador, rejoneo a caballo, faena de muleta, con naturales y pases de pecho espectaculares; con escenas definitivamente hilarantes, donde toreros, banderilleros y resto de la cuadrilla, mostraban unas expresiones de terror y pánico, muy superiores a las que serían normales ante un toro de verdad y agudizadas por los escalofriantes mugidos del toro "Facundo", y que se manifestaban en frases como: -"¡Paco, berrea que sepa por dónde vienes!". "- ¡Paco, no entres tan fuerte que me tiras!".
-"¡Paco, tú estás borracho o qué, que has estado a punto de pincharme!". -"¡Coño, Paco, que me has “pisao” el juanete, ¡bicho!". Todo ante un público entregado que aplaudía a rabiar, con escenas tan esperpénticas, que ríete de las que años después, en 1985, nos muestra la magistral película de Berlanga, "La Vaquilla". Con los correspondientes cambios de tercio, por expertos "pitorreros", con los clásicos "pitos de caña", musicados por Julio Martín, maestro oriundo, que ese año iniciaba otra actividad músico -cultural, que perduró en el pueblo hasta que la emigración masiva aniquiló el grupo: La Rondalla de música de cuerda "Los Tamangueros".
Paradójicamente, la escena o "tercio" más peligroso de esta "peculiar corrida", fue el arrastre del toro por las mulillas, con la correspondiente vuelta al ruedo: la inercia adquirida por la fuerza centrífuga en el giro de arrastre del cuerpo del toro apuntillado y "muerto" (Paco "Facundo"), echado sobre una recia cubierta de goma, enganchada al mayal de tiro de las mulillas y los terroríficos tamangos de espeluznantes y erizadas hebillas de hierro, que iban golpeando sillas de la primera fila, que saltaban con alguna pata rota; o miembros de la cuadrilla, enganchados, tarasqueados y con heridas superficiales menores en piernas, brazos y tobillos. Este "tercio", que debía ser pasivo, provocó quince o veinte lesionados, aunque no hubo que lamentar afectados graves en el trance.
Terminado el festejo entre el regocijo y el pitorreo de un público satisfecho y entregado que, pese a los tiempos de penuria, agotó después todas las reservas consumibles de los bares de la zona: "Eliseo", "Juandes", María "Tedoro" y "Placidones", además de arrasar con las "chuches" de peladillas, altramuces, y pastelillos de la Encarnación de "Juanela".
La afición taurina parece que prendió en el pueblo, y cuando años después el régimen de Franco creó el irrepetible fenómeno de "El Cordobés", y su celebérrimo "salto de la rana", combinado con la novedad que significaba la televisión en nuestros pueblos, aunque por entonces todavía ligada sólo a los bares, asistiríamos durante muchas tardes de verano, a otras insólitas y espectaculares "tardes de toros". Dándose el increíble fenómeno de que a las 4,30 de la tarde, la gente abandonaba masivamente el tajo de trabajo, en la siega o en la incipiente huerta (corrían los años 65- 66), para asistir a la retransmisión de todas y cada una de las corridas que el inigualable Manuel Benítez "El Cordobés", protagonizaba desde las cámaras de TVE y que se prodigaban día sí, día no, como fomento de un fenómeno de masas muy útil para los intereses del régimen político imperante.
Entre los aficionados de Zafarraya, impresionaban menos las hazañas de "El Cordobés" y su proverbial salto de la rana, quizás motivado todavía por el recuerdo especial de un auténtico "Mihura", "Facundo", con trapío y casta de aquella legendaria tarde de toros en la plaza, comparado con las mansas ovejitas que nos "endiñaban" en las series de "El Cordobés".
Y es que condición y figura..., porque Paco "Facundo", repetiría hazaña en los carnavales del año siguiente, en esta ocasión como un terrorífico gorila rescatado de la selva ecuatorial africana. ¿El auténtico King - Kong? ¡Tampoco ese año hubo víctimas que lamentar! ¡Feliz verano!
Juanmiguel, Zafarraya.