Una propuesta de utopía: el altruismo recíproco como motor del cambio

Siempre habíamos pensado que sólo podía haber un mundo feliz, si ganaban “los nuestros”; luego, donde ganaban “los nuestros”, no podía haber un mundo infeliz.

 Cuando en noviembre de 1989 caía estrepitosamente el muro de Berlín, sus escombros parece que me cayeron devastadoramente sobre mis espaldas, como cayó sólo sobre los hombros y los hombres (y mujeres) de los que, coherentemente a nuestra fe comunista ( y eso que yo era de los eurocomunistas de Carrillo), reconocíamos el fracaso que eso representaba para la experiencia del mundo del llamado “socialismo real” y para las esperanzas y expectativas de todos los militantes comunistas que “aguantábamos” a este lado del telón de acero, críticos con el mundo de la Unión Soviética y sus vicios heredados del estalinismo trasnochado, pero en el fondo, fieles al Pacto de Varsovia, que no era más que un pacto defensivo, se nos decía, formulado por la esfera socialista, para contrarrestar la agresividad del pacto militar del mundo capitalista, la OTAN.

    Cuando dos años después, el 26 de diciembre de 1991, caía la Unión Soviética, ya nos “cogió confesados” y “curados de espantos”, que decimos en mi tierra, y ya la herida sólo supuró un poquito más de pus y terminó de sangrar.

   Siempre habíamos pensado que sólo podía haber un mundo feliz, si ganaban “los nuestros”; luego, donde ganaban “los nuestros”, no podía haber un mundo infeliz. En el mundo de “los nuestros”, la gente no era feliz y en este otro mundo…, nunca ganarían “los nuestros”. Y ése era “el análisis concreto de la realidad concreta” que había que hacer aquí y en aquellos momentos y con Marx, como único asidero de resistencia, me fui al destierro del llanto y la desesperanza. 

quedé con Robert Trivers y su concepto de “altruismo recíproco”

   Fue precisamente en aquellos años, cuando escribí mis poemas de “La ilusión”, como esperanza ingenua y “La esperanza”, como ilusión madura y fue entonces cuando, como un niño grande, empecé a buscar “las mieses doradas” en medio de “un desierto de tierras yermas”. Y busqué en Gandhi y busqué en Luther King y busqué en Edgar Morin y en Malraux y busqué en Darwin… sin dejar a Marx como garantía de análisis objetivo y concreto. 

   Y me maravillé con Darwin y la elementalidad y justeza de su teoría de actuación de la selección natural y supervivencia de los más aptos, expresada en su libro “El origen de las especies”. Y me maravillé de que el hombre, puesto que sobrevive, sea uno de los más aptos, según las leyes de selección de la naturaleza, cuando la verdad, es que no es el más fuerte, ni es el más rápido, ni el que mejor se camufla… ¿qué cualidad lo preservaba en la selección? 

  Cuando escuché por primera vez el concepto de “altruismo”, referido a la supervivencia, no tuve duda, ahí estaba la clave: ése era el motivo de su supervivencia. Después supe, que este término ya lo acuñara 200 años antes el filósofo francés Auguste Comte. Luego vendría el debate de si la presencia de ese gen altruista, era hándicap o ventaja para los individuos que lo portaran. Y quedé con Robert Trivers y su concepto de “altruismo recíproco”, que superaba la controversia como nuevo y contundente punto de apoyo para la supervivencia del hombre, en los oscuros años de los albores de su nacimiento como especie, hasta que combinó su acción con la de la inteligencia y que hoy yo la quiero utilizar como propuesta de “solución final” para la emancipación total del hombre y el triunfo de la nueva utopía.

Una propuesta de utopía 

 Con este ensayo quiero exponer de manera sintetizada y sentida, mi visión del mundo y de las relaciones humanas, sujetas al principio de evolución darwinista, mediante la influencia del gen altruista en el género humano, como herencia biológica determinante del comportamiento del hombre en una praxis de conquista de las libertades, la auténtica democracia y las conquistas sociales, mediante la práctica de la resistencia pacífica y el “altruismo recíproco”.

  En el último tercio del siglo XIX, se publicaron las dos teorías que iban a cambiar las bases teóricas y sociológicas del mundo: ”El origen de las especies” de Chlarles Darwin y las del “Socialismo Científico”, con la publicación de “El Capital” y el “Manifiesto Comunista”, de Karl Marx y con una repercusión similar a la que tuvieron 300 años antes, las teorías heliocéntricas de Copérnico y Galileo, que arrinconaron a un pretencioso y soberbio geocentrismo a los suburbios marginales del universo.

  De la misma forma, Darwin humaniza al hombre, situándolo como una especie más en el género de los primates y con ancestros comunes, ante el escándalo de iglesias y conservadores tradicionalistas, como ocurriría con Karl Marx y su obra, con “el análisis concreto de la realidad concreta” y su praxis revolucionaria que iba a cuestionar la hegemonía de las clases dominantes en más de medio mundo y cuya aplicación errónea e inmadura, llevó a la pérdida de credibilidad entre las clases populares y trabajadoras y al fracaso y la frustración de la utopía comunista.

  Oportunistamente, los neoliberales abrazan encantados los postulados del darwinismo, formulados como “la supervivencia de los más aptos”, con lo que, según ellos, la nueva ley natural expresada por Darwin, respalda su teoría de que los más preparados, los más aptos, son los que detentan la gestión de los medios de producción y de los medios económicos para su administración y financiación.

No pretendo hacer un estudio sobre las leyes de la evolución de Darwin

  Por el contrario, los marxistas, torpemente recelan de esos postulados, interpretando también erróneamente lo de “la supervivencia de los más aptos”, ahora desde el lado opuesto al capitalismo neoliberal, que lógicamente hubiera sido más lógico y acertado entenderlo como: la “supervivencia de los que supieran adaptarse mejor” y donde, qué duda cabe que, desde determinadas colonias de aparentemente indefensas bacterias, a una de frágiles pero masivas en número colonia de termitas, serían las reinas de la adaptación y la supervivencia. Sin olvidar tampoco lo oportuno al caso, del grito Marxista de “¡proletarios del mundo, uníos!”

  No pretendo hacer un estudio sobre las leyes de la evolución de Darwin, ni sobre los complicados tratados de la herencia, porque ni soy experto en la materia, ni viene al caso, pero sí que pretendo, a partir de los numerosísimos estudios y propuestas publicadas, sacar mis propias conclusiones, y proyectarlas como recurso de praxis, uso e intervención en la sociedad y la relación entre los hombres, desde la colaboración mutua y el entendimiento pacífico.

  Apenas penetras un poco en los tratados del darwinismo sobre los recursos de la selección natural, te maravillas de cómo, cada especie ha ido especializándose para sobrevivir y las formas tan lógicas, sencillas y razonables de explicar el fenómeno, que cuesta creer que, en los cinco mil años de civilización, a nadie antes se le hubiera ocurrido este elemental mecanismo de selección y supervivencia: unos por ser más veloces, otras por ser más sociales, por su capacidad de mimetismo, por su poder de defensa y ataque, por su resistencia a condiciones extremas etc. sometidos todos a la selección natural y cuando llegas al hombre, que ni es el más fuerte, ni es el más veloz, ni dispone de letales venenos, ni destaca en ningún otro recurso, no tienes duda: está variedad de homínidos, han sobrevivido, hemos sobrevivido, gracias a la inteligencia que nos habilita para la creación y manipulación de estrategias de ataques y defensa de alta eficacia.

  Pero, pronto caes en la cuenta, de que la facultad de la inteligencia es un proceso muy lento que para que supusiera una cualidad determinante en el hombre, deberían transcurrir millones de años, es decir la mayoría de los tres millones y medio de años desde que el género “homo” existe en la tierra y en los que sólo en los últimos quinientos mil años (¿Homo Erectus?) habría desarrollado una inteligencia reseñable y posiblemente superior a cualquier otro recurso. Por lo que se mantiene la incógnita de qué otra habilidad pudo haber habilitado su supervivencia, en los millones de años oscuros anteriores, de su presencia en el planeta como ser irracional.

La polémica se complica al determinar si la selección natural actúa a nivel individual o grupal

  Cuando leí la primera vez el concepto de “altruismo” como un posible rasgo de comportamiento animal, útil o hándicap para la supervivencia, no tuve duda de que ése sería el rasgo determinante en el hombre, para su adaptación a la supervivencia.

  Pero se me vino encima una montaña de argumentación, que lo invalidaba: cualquier comportamiento altruista de un individuo, sería una rémora en las perspectivas de supervivencia genética de ese individuo. Y parecía razonable: el altruismo sería favorable para la supervivencia genética del receptor de la acción altruista, pero nunca para el ejecutor. La polémica se complica al determinar si la selección natural actúa a nivel individual o grupal, o si hay factores negativos a nivel individual, para el altruista, pero pueden ser beneficiosos a nivel grupal o de parentesco.

  Cuando un día cayó en mis manos un estudio de Robert Trivers de 1976, desaparecieron mis dudas: en 1971, este biólogo evolutivo, publica el artículo “La evolución del altruismo recíproco”, que resucita el gen altruista, eliminando de golpe todas las contradicciones, trabas y rémoras que la práctica del altruismo biológico plantearía al restarle posibilidades de supervivencia genética, a cualquier ente vivo que lo practique, sustituyéndolo por el “altruismo recíproco”, donde es evidente que todos los seres que lo practiquen, podrán obtener también un beneficio recíproco en las posibilidades reproductivas de sus genes.

  El descubrimiento, resolvía todas mis dudas y me evitaba el enredoso debate emprendido por los biólogos sobre el nivel al que actuaba la selección genética, para considerar benéfica o nociva, la práctica del altruismo. Y a mi modesto parecer, me abría un amplio camino para resolver muchas de mis dudas sobre el papel entonces de la inteligencia en el hombre y cómo ésta puede ejecutar un doble juego de potenciación o anulación del papel determinante del gen del “altruismo recíproco”. 

la inteligencia tendría en el hombre, efectos rotundos y favorables para su supervivencia y hegemonía

  Hoy sabemos que muchos animales comparten con el hombre ese gen de altruismo recíproco, entre ellos, muchos primates, lo que nos viene a confirmar lo que ya sospechábamos: que el hombre ya disponía de ese gen altruista, heredado de un ancestro común con algunos primates, mucho antes de iniciarse en él, el proceso evolutivo y genético, que lo llevaría a la inteligencia, lo que le sirvió de herramientas de supervivencia en los primeros millones de años de su vida en el planeta.

 Que la inteligencia tendría en el hombre, efectos rotundos y favorables para su supervivencia y hegemonía, sobre todas las especies, así como para el desarrollo y extensión del altruismo sociológico y cultural, y para otros valores ético morales, potenciadores del altruismo, que esa misma inteligencia, dotada de consciencia y libre albedrío, le iba a facilitar la tentadora y egoísta posibilidad de discernir sobre la conveniencia o no de compartir con sus semejantes, la práctica del altruismo recíproco y de su aceptación o retraso, en función de sus intereses, lo que iba a provocar deserciones masivas de la práctica del “altruismo recíproco”, lo que iba a propiciar en el mundo, la instauración del desequilibrio y la desigualdad.

Mientras en el mundo científico, biólogos y genetistas debatían sobre el hipotético gen altruista, sin llegar al consenso, una reciente investigación de la Universidad Hebrea de Jerusalén, pública un estudio en el que comunican al mundo científico el descubrimiento de ese gen, al que incluso identifican con las siglas de AVRPa’’. 

  En los animales que utilizan la misma práctica de altruismo recíproco, como está ligada al instinto y no al libre albedrío, se mantendrá toda su vida esa acertada estrategia de supervivencia, beneficiosa para el individuo y para la especie entera. 

  Por el contrario, al carecer de consciencia e inteligencia superior, no puede desarrollar el altruismo sociológico o cultural ni otros valores ético morales como la compasión, la piedad, la justicia… 
  
  Es posible también en el género humano, que las cosas ocurrieran de otra manera: en los inicios del hombre como especie, estuvo dotado de un fuerte gen biológico altruista y darwiniano, que actuaba y generaba beneficios, a nivel de parentesco, uno de los espacios donde los biólogos genetistas, están de acuerdo en que podría operar la acción benéfica favorable a su supervivencia. 

  Dado que los homínidos eran también seres sociales (como ya dijera Aristóteles hace casi 2.500 años), al igual que el 30 por ciento de los animales, es también posible que esta filiación lo llevará a compartir el gen altruista con los grupos afines de relación: clanes, tribus y colectivos próximos, ajenos al parentesco, pero de cercana relación social. 

unos derechos humanos iguales y universales para todos los hombres y mujeres del mundo

  Conforme los humanos iban avanzando en inteligencia, la influencia de las dos realidades, el altruismo biológico y su predisposición social iba propiciando y facilitando la acción y extensión del gen altruista a toda la humanidad, lo que va a generar un altruismo sociológico y un altruismo cultural, este de transmisión adquirida y posiblemente por tanto de carácter lamarkiano.
  
  Pero como quiera que actúe el gen altruista en el hombre, es su combinación con la inteligencia y su facultad de reflexión y libre albedrío, lo que va a provocar los efectos más benéficos o devastadores, con la sublimación, reflexión y reafirmación del altruismo, transformado en altruismo sociológico y cultural, o por la negación, inhibición o deserción reflexionada e interesada del mismo. 
  
En el primer caso, propiciará el altruismo sociológico y cultural, que andando los siglos, dará lugar a que a partir de valores ético morales, se abra el mundo la institucionalización de la democracia, las libertades individuales y la aceptación, reconocimiento y declaración formal, de unos derechos humanos iguales y universales para todos los hombres y mujeres del mundo y la creación, primero del estado y luego del llamado “estado de bienestar” en las democracias más avanzadas, con todas las garantías recíprocas de derechos y libertades, como máxima expresión de ese altruismo recíproco sociológico y cultural, así como a nivel individual, lo vemos en los comportamientos de donantes de sangre y de órganos o en los innumerables afiliados a organizaciones benéficas sin ánimo de lucro. 
  
  En los últimos días lo hemos visto en los miles de voluntarios, colaborando altruistamente en el desastre provocado por la “dana” climática en Valencia. 

  Por el contrario, esa misma inteligencia, capacidad de reflexión y libre albedrío, llevó a algunos individuos de personalidad más tóxica, y desde tiempos antiquísimos, a elucubrar miserablemente sobre la ventaja que obtendrían de los otros miembros de la comunidad, si ellos no correspondían a su altruismo. La ganancia neta, les sedujo tanto que, decidieron adormecer su propio gen altruista o bien por carecer de él, como verdaderos psicópatas de la sociedad y no corresponder con reciprocidad.

  Como es lógico, con esa no correspondencia, pronto consiguieron acumular una gran cantidad de bienes, dinero y poder, adquiriendo una gran ventaja sobre los demás, muchos de los cuales, escandalizados, desertaron también del “gen altruista”, sumándose al grupo de los egoístas, en lugar de combatirlos, aislándolos y llevándolos al ostracismo. 
  
  Con el tiempo, el mundo quedó dividido entre una minoría de “explotadores”, carentes sicópatas del gen altruista o desertores que consiguieron adormecerlo y una inmensa mayoría de “explotados”, que conservan dicho gen, aunque a veces den la sensación de que lo tienen adormecido, que escandalizados e indignados contra los “egoístas”, deciden en numerosas ocasiones y lugares a lo largo del tiempo y del mundo, sublevarse contra ellos, pero para entonces, es tan grande la ventaja acumulada por los desertores, que les ha permitido crear unas estructuras de poder a su servicio, con ejércitos propios, leyes y religiones con sus ministros y sacerdotes, que los bendigan y protejan y administración propia de justicia que vele por sus intereses. 

  Pero su principal actividad de destrucción de una sociedad alternativa y solidaria, consiste en su acción de confusión propagandística, desde su posición hegemónica en los medios de comunicación de masas, prensa,  radio, televisión y redes sociales, creando bulos y noticias que desinforman y confunden a la opinión pública o apoderándose de eslóganes, cánticos, valores y principios, que hacen suyos con un cinismo total, como hemos tenido ocasión de comprobar en las últimas movilizaciones de Valencia, donde las fuerzas mercenarias de los privilegiados desertores del gen altruista que nos amenazan, se apropian de un eslogan tan justo, asumido, revolucionario y popular,  entre la gente sencilla y solidaria, como: “sólo el pueblo salva al pueblo” lo manipulan y vocean com un grito de descalificación y deslegitimación del papel del estado, como auténtico protagonista y garante de los derechos del pueblo y de paliar los daños causados, porque estos son los derechos conseguidos por el pueblo, desde la lucha solidaria que ha ido imponiendo desde el “altruismo sociológico”.

   A veces, esa indignación acumulada, estalla en una revolución violenta global, donde anulados temporalmente los genes de colaboración recíproca, se desatan las más atroces revanchas, venganzas y matanzas colectivas imaginables. Pero queda muy claro que desde la violencia, siempre estarán en ventaja los viejos desertores egoístas y sicópatas, organizados para la violencia desde su enorme poder.

los desequilibrios y abusos que supuso el abandono de las prácticas altruistas por sectores de la humanidad

  En los siguientes capítulos o apartados de esta reflexión - ensayo, nos ocuparemos de ir recopilando los razonamientos de las leyes de la selección natural de Darwin y la observación y puesta en valor de aquellas características genéticas que permitieron al género humano, desde su aparente fragilidad, no sólo ir superando las pruebas de selección y adaptación evolutiva, sino que se haya convertido en la criatura hegemónica y dominante de la naturaleza.

  Haremos también un análisis sobre los desequilibrios y abusos que supuso el abandono de las prácticas altruistas por sectores de la humanidad, que han ocasionado el conflicto permanente entre los hombres, por los abusos de los desertores de las prácticas altruistas y la rabia y sublevaciones permanentes a lo largo de la historia, de las mayorías frustradas y explotadas por una minoría de egoístas oportunistas. La inutilidad de las revoluciones violentas, que ante un enemigo más poderoso, lo único que consiguen es justificar una mayor represión y violencia desde el poder ilegítimamente constituido.

  Posibilitando un único campo de acción, en la conquista de las libertades, la democracia formal y la lucha desde la resistencia pasiva y la práctica masiva del “altruismo recíproco”, como única estrategia indemne e inderrotable por las fuerzas opresoras de los poderosos. 

  Planteando una propuesta de utopía para la recuperación pacífica de la normalidad, que podríamos muy pronto ver plasmada en las normas constitucionales de todos los países democráticos de la Tierra y en una declaración universal de las Naciones Unidas.

  En el tiempo, podremos optar por un proceso de “evolución revolucionaria” o por uno de “revolución evolucionista”. Ambos pueden darse, hasta en ausencia de libertades, pero nunca en ausencia de paz. Ese proceso, posible y necesario, pero perseguido a través de la violencia, sólo generaría un cambio con más violencia. La futura sociedad desde ése método de violencia, sería una distopía. Lo que planteamos desde la alternativa del altruismo recíproco y la resistencia pasiva, es una propuesta de lo utopía para esa sociedad de futuro.

  El mundo se debate en la actualidad entre las dos crisis más graves de los últimos 30 años: la guerra de Ucrania y el genocidio del pueblo palestino Ambas, sólo podrá superarlas el mundo, desde la solidaridad compartida y el altruismo recíproco. Y no es una reflexión ingenua y voluntarista, sino la firme convicción, y a veces, hasta constatación empírica, de que ese “altruismo recíproco”, es la mejor arma de superación y finalización de los conflictos entre los humanos.

   Y todo inspirado en la filosofía hölderliana, como colofón de un mundo mejor.

Juanmiguel, Zafarraya.