El otro día, una persona de la que me fío bastante, y que sabe bien de lo que habla, me dijo muy serio: 'Juan Miguel, tienes un corazón que no te cabe en el pecho".
Como quien me lo dijo es una persona seria y sincera, que no es amigo de falsas lisonjas, ni de aduladores "papeleos", casi me lo creí y sentí un cierto rubor y desazón como de vergüenza. Y rechazaba la afirmación, no porque crea que tenga un corazón mezquino y poco generoso, pero tampoco "de oro" ; más bien normalito, y de "andar por casa", generoso a veces y otras no tan sensible y empático como debería, pero desde luego nunca, como para merecer esa declaración tan indubitativa y rotunda: "tienes un corazón que no te cabe en el pecho", pero claro, lo decía la persona que mejor y más concienzudamente me conoce por dentro, la que conoce todos los recovecos, ansias y debilidades de mi corazón y el que mejor me ha examinado y analizado en profundidad últimamente, que ciertamente lo creí y hasta me sentí halagado. Hasta que, de repente superando la obnubilación momentanea, reparé en la frase y “caí del burro", como vulgarmente se dice: es que el consumado experto que emitía aquel rotundo veredicto, era... ¡mi cardiólogo!. Después de exaustivas pruebas, electros, analíticas y demás "almaraqueas", me estaba comunicando su inapelable diagnóstico: "tiene usted una miocardiopatía hipertrófica, que es necesario seguirla, tratarla y si fuera necesario, intervenirla". En cristiano, que se me había inflado el corazón más de la cuenta lo que provocaba una sobrecarga en el bombeo. No voy a decir que me quedé de piedra, porque más o menos me lo barruntaba, pero tampoco que me lo tomara a broma, no vayáis a creeros eso de "irredento optimista" que me habéis asignado en el grupo. Pero como tampoco lo va a mejorar el que me deprima, simplemente me lo tomo con filosofía y procurando no perder el humor. El caso es, que aprovechando el derecho a consulta mensual que me da la "Iguala Médica" que tengo suscrita con Sanidad, la de este mes la hemos dedicado a la revisión y puesta a punto de algún problemilla cardíaco que venía dando la lata desde hace un tiempo. Una arritmia galopante que se disparaba de vez en cuando, sin previo aviso y alterando el ritmo cardiaco de las pulsaciones, más desacompasado que el "yamba" de Ladislao Carmelo. Han sido unas pruebas y revisiones concienzudas, la mayoría indoloras, pero para corregir ese vicio, sí me dieron unos cuantos latigazos de laser, en el mismo músculo cardíaco. Esta técnica, que se conoce como "ablación miocárdica", consiste en hacerte literalmente varias pequeñas quemaduras (abrasiones), directamente sobre el corazón, tan sumamente dolorosas que, en serio, no se lo deseo ni al que se declare mi peor enemigo. El resultado final ha sido la corrección total de la arritmia y la casi total normalización para el acompasamiento de los latidos cardíacos, provocado por la situación que detectaba el diagnóstico inicial, de "miocarditis hipertrófica". Más positivo fue la conclusión sobre su origen, ya que las pruebas certificaron que su motivación no era genética, que hubiera supuesto pasar por la prueba a toda la familia (al menos hijos y hermanos). Pudo quizá provocarlo un sobreesfuerzo físico... ¿de trabajo, deportivo?.
Como conclusión, me han asegurado que, cuidándolo un poco, este reloj seguirá dando la hora todavía por bastantes años..., eso sí, adelantando y atrasando algún minutillo de vez en cuando, pero... ¡tampoco vamos a ser muy "tiquismiquis" por unos segundos más o menos.
Mientras la escuchaba entre abducido y ausente
Pero bueno, el motivo de esta reflexión, no es acabar con vuestra paciencia, contando la recurrente aventura de mis "dolemas", Dios me libre. Lo que quería contaros, es los sentimientos, recuerdos y reacción que me provocó la comunicación del diagnóstico con aquella frase redonda y equívoca, "tienes un corazón que no te cabe en el pecho". Mientras la escuchaba entre abducido y ausente, en esos eternos segundos hasta recobrar la consciencia, como cuando en un sueño real de unos segundos, visualizas imágenes virtuales que necesitarían horas para su desarrollo real, atropellada, pero nítidamente, pasaba esta escena por mis recuerdos: ¿"Será verdad eso, de que tengo un corazón que no me cabe en el pecho”? Al fin y al cabo, no estaría tan mal, porque si bien es verdad que a veces el exceso de ingenuidad y generosidad me ha pasado algunas facturas, quebrantos económicos y dolores de cabeza, si mi comportamiento social hubiera estado siempre dictado sólo por el beneficio propio, la insolidaridad y el egoísmo, el solo reconcomio de esos recuerdos, me hubiera llevado a una ruina moral y anímica. Y no digo que haya que ir por ahí, siendo el objetivo de desaprensivos, sinvergüenzas y caraduras, que busquen aprovecharse de lo que para ellos sería una debilidad y objetivo de su depredación, la excesiva generosidad y empatía, porque a estos, rechazo y aislamiento social. Pero dejando claro, que, de pecar, en esto de la empatía y el altruismo, prefiero hacerlo por exceso, que, por defecto, porque el exceso de generosidad puede dejarte algunas heridas económicas leves, pero su ausencia o falta de empatía, puede herir gravemente, tu moral y tu autoestima, además de debilitar gravemente a toda la sociedad.
Y es que quizás sea cierta la reflexión que un día compartí con vosotros en este foro: quizás en el proceso evolutivo del hombre, el factor genético determinante que llevara al "homo sapiens" al dominio hegemónico del planeta, pese a sus escasos recursos como depredador, fue el del altruismo. Este gen habría sido incluso anterior y superior en influencia, a los que propiciaron la inteligencia. Habría transformado al hombre, en un ser más social y solidario y por ende más invulnerable y poderoso para superar los retos planteados. "Si yo te apoyo a tí y tú me apoyas a mí, es indudable que, los dos saldremos ganando." Está claro que aquí, el enemigo a vigilar, arrinconar, aislar y eliminar socialmente, sería el desaprensivo, desvergonzado y caradura que, careciendo de este "gen altruista" o porque ha aprendido a dominarlo para provecho propio, fuera una rémora para el hombre, el desarrollo armónico de la sociedad y su camino hacia el progreso. Y es bien cierto que, este espécimen que carece de ese benéfico gen, sólo representa una minúscula parte de la población mundial, pero, desgraciadamente son los más ricos, poderosos y sin escrúpulos del planeta, por lo que da la sensación de que son mayoría, cuando el noventa por ciento de la población mundial, tenemos, gozamos y disfrutamos de su benéfica influencia. Quizás haya que recordar el viejo grito de los humildes de la tierra: "¡Proletarios del mundo, uníos"!
Siempre escuchamos decir que, antes la gente no tenía de nada, pero era más solidaria, empática e incluso a veces feliz, que ahora que tenemos de todo. Quizás es que la gente compartía lo poco que tenía, porque no temía perder nada y a pesar de la escasez de todo, muchas veces se sentía más dichosa que ahora. Y aún sin declarar dogma de fe lo de “cualquier tiempo pasado fue mejor” en términos absolutos, es verdad que sí se compartía vida y milagros en aquellos duros pero solidarios años.
...usaron de la solidaridad recíproca con el vecino y esto los fortalecía
¿Hemos reflexionado porqué las cosas se daban así? Antes dije, que quizás fuese porque como tenían poco, poco tenían que perder y aún en las extremas condiciones de represión y dictadura a que los sometieron los "huérfanos del gen", vencedores en la feroz y fratricida guerra “incivil” anterior, usaron de la solidaridad recíproca con el vecino y esto los fortalecía y ayudaba a superar las dificultades y soportar mejor todas las adversidades. No se pedía mucho, porque poco había para dar, pero recuerdo que entre vecinos se compartía, entre tantas cosas humildes, pero bellas y de primera necesidad: unas ascuas, para calentar la plancha o encender el brasero; un puñado de sal, que mañana será a la inversa; un huevo, que mañana te lo traigo, en cuanto me ponga mi gallina (el dicho "va espavoría, como el que busca huevos”, quizás haga referencia a aquella vecina que recorría toda la calle buscando quien le prestara un huevo, vital, para hacer un gazpachuelo, para toda la familia); medio vaso de aceite, que hoy la tienda "no me ha fiao"; tres pesetas para los avíos de la cazuela, hasta que mi "marío cobre el peón"; medio litro de leche para el niño, que la cabra se ha quedado "enjugá"; un canasto de trigo, para cambiarlo por vales de pan, que en cuanto seguemos la "rosa", te lo traeré, el "pan de reolas", que te fiaban algunas tiendas; la burra para traer una carga de agua del pozo; el "ajuarito" del niño y la toquilla para cristianarlo, que al año siguiente sería a la inversa; el vestido de comunión (o el de novia) para mi niña, que lo cuidaré bien, “para que cunda"; anillo y sarcillos para la novia, “!que Dios te lo pagará, mujer!"; el pedazo de pan de limosna, que hoy resulta humillante, pero que cuando eran decenas de trozos, suponían varios panes diarios; un rato al fresco a la puerta, en tus sillas, que mañana noche será en las mías; una sonrisa, que siempre ha sido gratis, pese a su inmenso valor, unas palabras sinceras de consuelo, en los momentos de drama o desasosiego. Y tantas y tantas cosas que se compartían desde la escasez casi absoluta, pero desde la solidaridad y la empatía, que propiciaba el mínimo de seguridad y garantía que, a veces separaba la vida de la muerte.
Hoy, con todas las comodidades, casi preferimos encerrarnos cada uno en nuestra casa, con la televisión y las redes sociales, como si quisiéramos hacer bueno el viejo dicho, "cada uno en su casa y Dios en la de todos", ignorando que donde no hay solidaridad y empatía, "no puede parar ni Dios".
Tras unos segundos eternos, volviendo de mi ausencia, reparo en la presencia de mi cardiólogo, que emite su diagnóstico desde una frase equivoca. De golpe, lo comprendo todo. ¡Gracias, doctor!
Juanmiguel, Zafarraya.