

"Alcanzo desde el cielo hasta el suelo, porque puedo ser lo que yo quiera". Embalse de los Bermejales

Remanso en el río Alhama
Soy el agua, sí; y tan versátil, que sé adoptar cualquier forma pura. Puedo ser la bruma, sutil e impalpable como el humo, compuesta por miríadas de gotitas tan pequeñas que ni siquiera se ven, pero aun así capaces de emborronar el paisaje hasta desdibujar por completo las siluetas de valles y montañas. Puedo ser los oscuros nubarrones que se agrupan en torno a las cumbres, avanzando sin piedad hasta cubrir el cielo por completo con la negrura de la noche, presagiando la inminencia de una tormenta. Puedo ser la nieve, el hielo y la escarcha que tapizan las laderas en los días más fríos del invierno, cuando la nieve se funde con las nubes de tal modo que las cimas se pierden de vista veladas por su blancura, y el ramaje de los árboles deshojados parece, contra ella, una negra labor de encaje. Puedo ser el agua líquida, que recorre la sierra de punta a punta precipitándose montaña abajo, salvando barrancos, atravesando profundas gargantas y cañadas orilladas de alamedas y helechos; saltando de peña en peña en los arroyos, borboteando en los manantiales o remansándome dócilmente en pozas y embalses. Y puedo ser música que, junto al canto melancólico y cadencioso de las aves acuáticas, alegra el campo con el murmullo de mi corriente cuando acompaña el recorrido de caminos y senderos.

La bruma y la niebla reducen el paisaje a una velada lámina de formas difusas. Ruinas de la Venta de López

Camino blanco hacia el Salto del Caballo

"Y puedo ser la música que acompaña el camino." Paraje del río Alhama
Soy el agua. Puedo ser la lluvia mansa y fina, bálsamo vital de tierras resecas y consuelo de animales sedientos; puedo limpiar el aire y dejarlo transparente, húmedo y perfumado con todas las esencias del campo, y embellecer bosques y roquedos vivificando sus colores hasta que parezcan recién pintados. Pero también puedo dejarme llevar por el arrebato de la borrasca y el viento del norte y transformarme en aguacero furioso, incontrolable y sobrecogedor, arrasando todo lo que se me ponga por delante; deshaciendo en un momento casas, caminos y puentes como si fuesen de papel y asolando campos enteros, dejando tras de mí un rastro de desolación que permanezca durante mucho tiempo.

Aún son evidentes los daños causados por la riada del año 2010 en el barranco del río Malinfierno


Remansos que sirven de refugio a la vida salvaje. Poza en el Arroyo Golondrinas

Aves acuáticas tomando el sol en la pantaneta de Alhama de Granada

Tajos de Alhama, esculpidos durante milenios por el río del mismo nombre

A la orilla de su acequia, un antiguo molino. Al fondo, la ciudad de Alhama de Granada

Acueducto del siglo XVII sobre el río Alhama
Pero yo soy el agua. Y guardo como un tesoro viejas imágenes para mí inolvidables, como la de aquellas mujeres que, arrodilladas en el margen del río, entre hablillas y canciones, restregaban la ropa enjabonada contra una piedra o una tabla de madera, acaloradas en verano y congeladas en invierno; sus manos desnudas lavaban con el áspero jabón de sosa y luego tendían la ropa limpia en las matas de la orilla, donde la dejaban puesta "a solear". O los afanosos caleros que, llevando bien sujeta su mula del ronzal, se acercaban hasta los cauces para cargarla de cantos rodados y piedras blancas que luego destinarían a la cocción en las caleras, trajinando durante jornadas enteras con tan pesada materia prima. O los niños pastores que venían con sus rebaños para refrescarse y calmar la sed, tanto la suya como la de sus animales; otros, no tan niños, acudían para pescar -con los artilugios más insospechados- los escurridizos peces que después serían parte del almuerzo, cuando en las casas no se disponía de mucho más. O los labradores que acudían a mi corriente para construir las imprescindibles acequias, verdaderas arterias vitales que luego llevarían el agua varios kilómetros abajo, hasta sus cultivos. Y la bucólica estampa de las mujeres que se acercaban a llenar cántaros y porrones de agua para sus casas; aprovechaban esos breves momentos para hacer un alto en sus numerosas tareas y charlar con las vecinas al pie de la fuente… todos ellos son hoy la representación de un mundo perdido -no sabría decir si mejor o peor-; de una época que ya no volverá.



Antigua piedra de lavar; aún conserva las estrías que servían para frotar la ropa

Un recodo en el cauce del río Cebollón
Los tiempos han cambiado mucho, y ahora son otras las personas que vienen hasta los arroyos, ríos y lagunas: ya no son trabajadores, sino gente en busca de un lugar agradable donde pasar su tiempo libre, donde abrir los ojos y los oídos y cerrar la boca; tal vez incluso donde reencontrarse consigo mismos. Pero algunos de mis cursos sufren ya serios problemas de contaminación medioambiental y sobreexplotación agrícola o turística, y yo no puedo hacer nada para defenderme ante tales amenazas, porque no tengo más voz que la de aquellos que quieren hablar por mí. Tan sólo sé persistir en mi empeño de siempre: condensándome en las nubes, brotando en los manantiales, fluyendo en ríos y acequias, filtrándome en la arena, fertilizando los campos -en definitiva, compartiendo lo que soy-, y confiar en que un día todos, no sólo unos pocos, os deis cuenta de que constituyo el tesoro más valioso que guardan estas montañas, todas las montañas.


Porque, en esto, sois vosotros quienes tenéis la última palabra.

Pantaneta de Alhama de Granada
- Escrito por Mariló V. Oyonarte.
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