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El crimen de Cázulas o la ¿imprevisible? muerte de don Paco (y II)

Segunda parte de la crónica de un suceso que afectó a toda una comarca de Sierra Almijara y a muchos de sus habitantes. 

 Retomamos la historia en el punto donde la dejamos en la primera parte. El 17 de febrero de 1898 don Francisco Bermúdez de Castro y Montes, como cada mañana después de desayunar, había montado en su jaca Pañera para supervisar la plantación de unas parras en sus terrenos de la Viña del Colmenar –ese paraje también era conocido como la Viña del Amo–. El teniente alcalde de Otívar, Andrés Torres, que había salido al encuentro del marqués con toda la intención, lo escoltó durante un trecho del paseo, cabalgando ambos en aparente armonía por el camino que llevaba al río. No extrañó al marqués esa compañía dado que, desde hacía años, Andrés Torres le servía en muchos menesteres casi como un asalariado. Conforme al plan previamente trazado con sus cómplices, Andrés se había entretenido en el cauce del Río Verde con la excusa de dar de beber a su caballo, mientras que en realidad lo que hacía era comprobar que la víctima, ajena por completo a lo que se le venía encima, tomaba el sendero de la Viña del Colmenar sin desviarse a ningún otro sitio. Impresionado por la enormidad de lo que iba a pasar, Andrés no podía evitar temblar de pies a cabeza: sabía de sobra que el impróvido don Paco –que cabalgaba sin aprensiones, como rey en su reino–, tenía los minutos contados, ya que su muerte se había preparado a conciencia unos días antes, desde el cortijo Venta Los Mesoncillos. La tarde-noche anterior al suceso se habían construido unos pequeños escondites parecidos a puestos de caza –y con la misma función– con enramada de pino y palmito; quedaban perfectamente disimulados a ambos lados de la vereda, justo por encima de una pronunciada curva a la izquierda, donde la vegetación se espesaba y ocultaba el sendero de manera que lo hacía invisible desde todas partes. Antonio Franco, dueño del cortijo Venta Los Mesoncillos, y otro de los involucrados en la trampa mortal se apostaron allí al amanecer, y aguardaron en completo silencio.

 Pañera, la jaca de pura raza cartujana, siempre anunciaba su llegada con antelación, resonando a su trote airoso y triunfante la musiquilla de los cascabeles que llevaba cosidos en jáquima y montura. Cuando don Francisco enfiló la cuesta arriba los que le esperaban llevaban ya un rato escuchando sus pasos. Había llegado el momento de la verdad; Antonio el de Los Mesoncillos y su compañero se echaron las escopetas a la cara y asomaron los cañones por las troneras abiertas en sus escondites, mientras los cascos de Pañera se aproximaban pateando al galope corto, rítmicamente, las piedras del sendero. Clip, clop, clip, clop, clip clop… La víctima ya estaba casi encima; tras doblar la curva apareció la hermosa cabeza de la jaca, y a continuación, mirando al frente, la de don Francisco. Los apostados aguantaron la respiración, apuntaron y dispararon sus escopetas casi simultáneamente. El sonido de las descargas resonó valle abajo, en la mudez de la mañana, casi como una deflagración; allá en el río, Andrés esperó unos minutos y, cuando calculó que debía aparecer en escena, apremió a su caballo y subió por el sendero siguiendo los pasos de don Paco, haciéndose de nuevas pero sabiendo –y a la vez sin saber– lo que iba a encontrarse.

 Es justamente en este punto de la historia donde dejaremos que sea el periodista Francisco Seco de Lucena el que se encargue de continuar con la narración. Como eficiente corresponsal de su periódico, se desplazó personalmente al palacete de Cázulas –en aquellos tiempos se necesitaban veinte horas para cubrir el trayecto entre Granada y Otívar– para recabar la información de primera mano y publicar el suceso con todo lujo de detalles en El Independiente de Granada. Merece mucho la pena leer la sucesión de acontecimientos según él los interpretó. 

 La serie de artículos que Francisco Seco de Lucena publicó bajo el título “El crimen de Cázulas” es un testimonio directo de la época y del suceso narrado con extremo detalle, pues incluye hasta los pormenores de la autopsia realizada a don Francisco. Añadir que, que a finales del siglo XIX, existía un alejamiento entre la prensa y sus lectores; estos, aburridos de la clásica literatura periodística y con una desconfianza cada vez mayor hacia las noticias, habían dirigido su atención a los relatos que versaban sobre crímenes y suspense, tan de moda por aquel entonces. Algunos periódicos, buscando la recuperación de su público, solventaron el problema alimentando la curiosidad del lector; por ello los redactores cayeron en una especie de locura reporteril que los llevaba a contar los sucesos en un estilo casi novelesco, impropio del rigor que debía mostrar el medio periodístico. Se conseguía de ese modo mantener en vilo a los lectores, mientras se iba publicando en varias entregas, a lo largo de semanas e incluso meses, el suceso en cuestión. El periodista Francisco Seco de Lucena no fue una excepción a la hora de describir el asesinato del marqués de Montanaro; además, hay que tener en cuenta que era amigo personal de la víctima. 

 (Las imágenes de hemeroteca son las páginas de los periódicos que publicaron el suceso, y  corresponden exactamente a las noticias transcritas a continuación).

EL CRIMEN DE CÁZULAS 

(Cázulas, 18 de febrero de 1898)

 He llegado a esta magnífica finca a las cinco de la tarde después de veinte horas de marcha, y en verdad que la impresión no ha podido ser más triste para cuantos, rindiendo un último tributo a la amistad, hemos venido para acompañar a la familia de Bermúdez de Castro, asesinado de la manera más vil y alevosa que pueda inventar la perversión humana, en estos momentos de desconsuelo.

 La hermosa casa principal de Cázulas está invadida por un gentío inmenso que llega de todos los pueblos cercanos, de Almuñécar y de Motril, para tener noticias y detalles del infame atentado. El hecho ha producido gran sensación en toda la comarca y en todas partes se lamenta el desastroso fin del Sr. Bermúdez de Castro, y se anatematiza el crimen con la energía que merece. 

El hecho

 Aún no está bien dilucidado el hecho criminal; pero aunque no sea conocido en todos sus detalles, por las averiguaciones practicadas, por las lesiones que presenta el cadáver y los vestigios que en el lugar de la agresión dejaron los criminales, comprueban que se trata de un asesinato en que a las cualificativas de alevosía y premeditación hay que añadir la agravante del ensañamiento, que en el caso presente se ha mostrado con un lujo de repugnante crueldad, que indigna por la cobardía y el mal corazón que revela en los criminales.

 El Sr. Bermúdez de Castro salió ayer de la casa donde escribo ésta a las diez de la mañana, dirigiéndose a la haza llamada del Colmenar, dentro de Cázulas, donde estaba haciendo plantaciones en grande escala de parras de uva de embarque. Los asesinos, que hace días meditaban su siniestro plan, acecharon al Sr. Bermúdez de Castro en el camino, colocándose como en puestos de caza en escondites que fabricaron para asegurar el golpe.

Cómo fue el crimen

 Iba el Sr. Bermúdez de Castro, montando según su costumbre su hermosa jaca Pañera en la que acostumbraba a cabalgar todos los días y le acompañaba, también a caballo, el teniente alcalde del ayuntamiento de Otívar, don Andrés Torres. A unos dos kilómetros de la casa, frente al haza del Colmenar, hace una curva y un repecho la vereda, en cuya parte superior, cerca del río llamado del Higuerón, establecieron su acechadero los criminales, protegidos por los espesos pinares que a ambos lados del río se extienden. 

 Al embocar la víctima la curva del repecho sonó un disparo que le hirió en la cabeza con infinidad de perdigones de grueso calibre, que destrozaron la cara y el cuello al Sr. Bermúdez de Castro. Debió este quedar aturdido por el golpe y la detonación, y entonces el mismo agresor, u otro, que esto aún no está bien determinado, sin darle tiempo a ningún movimiento de defensa, disparó el segundo tiro, que era de bala, yendo ésta a clavarse en el pecho de la víctima. Cayó entonces el Sr. Bermúdez de Castro desplomado de su caballo, quedando exánime en el suelo y comenzando en tal momento la parte más criminal y horrible del infame asesinato.

 Los desalmados, que probablemente habrán debido muchas veces el pan de sus familias a la generosidad del propietario de Cázulas, se arrojaron sobre el cuerpo inanimado del Sr. Bermúdez de Castro y le aplastaron materialmente la cara y la cabeza con el mocho de las escopetas. El rostro de la noble víctima quedó completamente desfigurado por las horribles contusiones sufridas que produjeron la fractura de todos los huesos del cráneo y terrible conmoción y hemorragia cerebrales. Concluida su infame hazaña, los asesinos huyeron perdiéndose en las espesuras del monte, mientras llegaban a la afligidísima señora de Bermúdez de Castro las primeras noticias de su inmensa desgracia.

Auxilios al herido

 La primera persona que acudió en auxilio del herido fue el citado Andrés Torres, quien, según declara, encontró al Sr. Bermúdez de Castro caído fuera del camino junto a su caballo, que permanecía inmóvil en el lugar del crimen. Llamó Torres a la víctima y ésta no pudo pronunciar palabra, limitándose a abrir desmesuradamente los ojos. Acudieron a las voces que dio el teniente alcalde varios trabajadores de la finca que se hallaban próximos, y uno de ellos cargó sobre sus hombros el cuerpo de su desventurado principal, conduciéndolo en esta forma a la casa donde se produjo la desgarradora escena que es de suponer, al recibir la amantísima esposa doña Loreto Seriñá y la angelical hija del herido, en tan lastimoso estado al ser que más amaban en el mundo.

 El cochero del Sr. Bermúdez de Castro, José Reyes, avisó con extraordinaria celeridad a Otívar, Jete y Almuñécar reclamando auxilios médicos; un guarda salió a escape para Motril montando la misma jaca que llevaba al dueño de Cázulas en el momento del asesinato, para dar cuenta de lo ocurrido al señor juez de instrucción. 

Lo que hizo Torres

 Momentos después de nuestra llegada a Cázulas, dio la guardia civil cumplimiento al auto de prisión dictado por el celoso juez D. Benito López Robles contra Andrés Torres Fajardo que, como ya hemos dicho, acompañaba al Sr. Bermúdez de Castro cuando fue asesinado. Según hemos podido inquirir, este individuo has manifestado que seguía a pocos pasos a la víctima y que ésta se le adelantó un trecho por haberse entretenido Torres en dar agua a su caballo. Añade que al oír las detonaciones avivó el paso a su cabalgadura, llegando al lugar del asesinato cuando ya habían huido los asesinos.

 Una persona ajena al juzgado, al practicar esta tarde un reconocimiento en la vereda del Colmenar, ha medido la distancia entre el sitio donde Torres dio agua a su caballo y el en que cayó moribundo D. Francisco Bermúdez de Castro. De esta medición resulta poco verosímil que al llegar Torres al lugar del crimen no pudiera ver a los asesinos, toda vez que en la serie de infamias que estos cometieron contra su víctima debieron emplear mucho más tiempo que el que se tarda en recorrer la distancia referida.

Últimos momentos 

 El Sr. Bermúdez de Castro, conducido a su casa en la forma que hemos explicado fue instalado en un lecho donde se le prestaron todos los auxilios que su estado requería. A la una de la tarde llegó a Cázulas el médico de Almuñécar D. Rafael Fernández y con alguna anterioridad a este señor el titular de Ítrabo, D. Ramón Bustos, quienes a pesar de que en el primer momento advirtieron lo desesperado del caso, hicieron una cura de primera intención. 

 El herido no recobró el uso de sus facultades; estaba en la agonía desde que le agredieron sus bárbaros asesinos y sólo por lo resistente de la naturaleza verdaderamente privilegiada del noble caballero asesinado, se explican los médicos que pudiera vivir algunas horas hasta las tres de la tarde en que dio el último latido aquel hidalgo y nobilísimo corazón. Las personas que asistieron a la agonía de la víctima cuentan que dio muestras de un vigor extraordinario en los movimientos inconscientes que hizo. No recobró el Sr. Bermúdez de Castro el uso de los sentidos; sólo pronunció palabras sin forma de raciocinio, pero todas reveladoras de que en el instante supremo de recibir el primer golpe del plomo asesino, pensó en Nuestra Santa Madre la Virgen, y a ella y a implorar su misericordia y amor hubo de dirigirse su último pensamiento. Sólo brotaron de sus labios salutaciones a la Virgen, siendo la que más repitió la que se contiene en las dulcísimas palabras con que comienza la salve. 

Las heridas     

 Con las formalidades que previene la ley se practicó en el día de hoy la diligencia de autopsia. La practicaron los facultativos D. Rafael Fernández, ya citado y el médico forense de Motril, D. Nicolás Martín Píñar que, creyendo podían ser útiles sus servicios en la esperanza de hallar vivo al Sr. Bermúdez de Castro, fue con extraordinaria rapidez a Cázulas a caballo, llegando a las cinco de la tarde y encontrando la triste novedad del fallecimiento.  

 Horrorizan los detalles que pudieron apreciar los facultativos en la autopsia, pues revelan la espantosa maldad de los asesinos. El cadáver se hallaba por completo desfigurado y tenía las siguientes lesiones. En el lado derecho del cuello y de la cara una multitud de pequeñas heridas producidas por el tiro de perdigones. De 25 a 30 proyectiles de esta clase tenía incrustados desde el nacimiento del cuello hasta la frente. Ningún proyectil había dañado los ojos. El disparo de este tiro debió de hacerse a una distancia de unos cuatro metros, y no o recibió el infortunado señor Bermúdez de Castro de lleno, pues en tal caso la carga de perdigones le habría deshecho el rostro. 

 En la región torácica se observó una herida de bala que penetró por la parte media del segundo espacio intercostal derecho, atravesó el pulmón y quedó incrustada por detrás y por bajo de la escápula del mismo lado, casi a raíz de la piel. La dirección de la herida es de adelante hacia atrás y con ligera inclinación de arriba a abajo. La bala extraída es esférica, pesa una onza y es de gran calibre, demostrando algunas de estas circunstancias que el disparo se hizo con una escopeta de pistón. Las lesiones descritas, aunque la segunda se califica entre las mortales de necesidad, no hubieran quizá causado la muerte al Sr. Bermúdez de Castro, pues la ciencia cuenta hoy con medios bastantes para curar las heridas del pulmón, especialmente cuando se cuenta con una constitución orgánica vigorosa; las lesiones más graves y las que produjeron la muerte fueron las causadas al señor Bermúdez de Castro por los cobardes que no vacilaron en cebarse dando golpes con sus escopetas a un hombre que se desangraba exánime en el suelo, destrozando aquella noble e inteligente cabeza que siempre albergó pensamientos de hidalguía y generosidad para el pobre.

 Las lesiones referidas son contusión ordinaria sobre el parietal derecho con fractura del mismo; otras dos también con fractura y depresión de los huesos en ambas regiones superciliares; fractura del frontal, del que salió una esquirla como de tres centímetros de longitud que atravesó la masa encefálica; contusión y fractura de los huesos propios de la nariz; y contusiones también con fractura del pómulo izquierdo y de la rama izquierda del maxilar inferior. Estos detalles revelan el espantoso grado de salvajismo y cobarde maldad a que llegaron los asesinos, en su afán de rematar por completo al hombre cuyo valor temían mientras conservase un soplo de vida. 

El lugar del crimen

 Los asesinos deben ser gente avezada al crimen como lo prueban todas las circunstancias del hecho, preparado con la habilidad más infame para obtener la impunidad del horrendo delito. El Sr. Bermúdez de Castro fue asesinado en el paraje más oculto del sendero por donde se va del haza del Colmenar a la casa, por donde pasaba todos los días con motivo de la plantación de las parras. Como dejamos dicho, forma el terreno un zigzag y una elevación oculta por los pinares y que no puede descubrirse desde ningún otro punto de la finca. Frente al recodo, y a ambos lados de la senda, los asesinos habían hecho dos verdaderos puestos de caza donde se pusieron al acecho. Los habían construido con hojas de palmera y otro ramaje, recortando la maleza en ciertos puntos a modo de tronera para asegurar la puntería. En las ramas de los árboles frenteros a estos puestos se ven clavados algunos perdigones y también se encontraron la gorra que llevaba puesta el señor Bermúdez de Castro y rodó por el suelo al caer del caballo la víctima. También se encontró junto al herido, manchada de sangre, parte de la caja de una escopeta de dos cañones que debió romperse a la violencia de los golpes con que destrozaron los asesinos la cabeza de su víctima. Los acechaderos estaban construidos a unos tres metros uno de otro. 

Plan infame

 Cuanto dejamos dicho revela el inicuo plan que formaron los agresores y la tranquilidad inconcebible con que lo prepararon todo para asegurar la realización del crimen. El disparo de perdigones debió tener por objeto cegar al Sr. Bermúdez de Castro, asegurando de este modo infame el balazo que apuntó otro de los asesinos al corazón. Los dos disparos fueron consecutivos pero con intervalo de tiempo casi inapreciable. El Sr. Bermúdez de Castro es lo más probable que no tuvo tiempo para ver a los agresores. Que no pudo siquiera defenderse lo prueba el hecho de encontrarse cargado el revólver dentro del arzón de la silla y éste sin señal siquiera de haber extendido la mano el jinete para abrirlo. Todos estos detalles prueban que el crimen ha sido premeditado largo tiempo y que sus autores son gente muy experimentada y práctica en el terreno de Cázulas.

El juzgado

 Al llegar a Motril un guarda de Cázulas dando cuenta del asesinato al digno juez de instrucción D. Benito López Robles, se dispuso éste a emprender la marcha  con el escribano Sr. Cabrera, un amanuense y el alguacil, a las ocho de la noche llegó el juzgado a Almuñécar y a las once y media tras penosa y larga jornada en caballerías a Cázulas. Sin darse un punto de reposo el Sr. López comenzó la instrucción del proceso y estuvo tomando declaraciones hasta las cinco y media de la mañana, en que salió al campo para practicar un minucioso reconocimiento que duró hora y media en el lugar del crimen; después de hecha la autopsia regresó el juzgado a Almuñécar y Motril, dejando extendida la orden de prisión contra el teniente alcalde Andrés Torres, mandamiento que cumplió la benemérita. Créese que se harán en breve plazo otras prisiones.

 Hasta ahora no puedo aventurar juicio alguno acerca de quiénes sean los autores del horrendo asesinato que hará época en los fastos de la criminalidad; pero el juzgado trabaja con verdadero empeño, y es de esperar que llegue a esclarecer los hechos para que los culpables sufran el castigo que merecen y quede garantizado el orden social tan hondamente perturbado. Tengo en la cartera otros detalles de interés que procuraré coordinar si tengo tiempo y la serenidad de espíritu necesaria para formar con ellos una nueva correspondencia, que enviaré desde aquí a la primera oportunidad. 

 Esta noche será embalsamado el cadáver para su traslación a la Zubia, donde se le dará sepultura. La consternación entre los numerosos amigos de Bermúdez de Castro que aquí nos encontramos es profunda, aumentada por el temor de que quede impune el delito, que según habrán observado los lectores ha sido preparado sin omitir detalle para realizarlo a mansalva. Confiemos en que la justicia divina guiará a la de los hombres hasta el completo esclarecimiento de los hechos, pues crímenes tan horribles como este no pueden quedar sin el condigno castigo.    

Francisco Seco de Lucena
EL DEFENSOR DE GRANADA
(19 de febrero de 1898)

El cadáver de Bermúdez de Castro

 Anoche recibimos un telegrama dándonos cuenta del traslado del cadáver del que fue nuestro queridísimo paisano don Francisco Bermúdez de Castro, desde la finca de Cázulas a la Zubia, donde será enterrado. El fúnebre cortejo llegó a Almuñécar a las cuatro y media de la tarde, saliendo seguidamente para Motril, desde donde vendrá a Granada y la Zubia. 

 El cadáver, que fue embalsamado anteanoche, viene en un ataúd de zinc, ocupando el coche de la propiedad del difunto que usaba en sus viajes entre Granada y Almuñécar. Acompaña este carruaje otro en que vienen el hermano de la víctima, don Narciso Bermúdez de Castro, y los amigos que han ido con él desde Granada. 

 Según nuestros cálculos el cadáver llegará a Granada próximamente a la una de la tarde de hoy siguiendo, sin detenerse en la capital, hasta la Zubia, donde se hará la inhumación. Muchas distinguidas personas, parientes y amigos del finado, irán a esperar el cadáver al camino de Motril.

EL DEFENSOR DE GRANADA
Lunes 21 de febrero de 1898
EL CRIMEN DE CÁZULAS

Trabajos del juzgado (19 de febrero)

 Como decía en mi carta anterior, el juzgado, en las 26 horas que permaneció en Cázulas no descansó un momento, y al emprender el regreso a Motril llevaba ya un considerable número de folios escritos con las primeras diligencias  y multitud de declaraciones. En todas estas ha podido observar el digno juez de instrucción Sr. López Robles, que la misión que le está encomendada es muy difícil, pues es desesperante la monotonía con que todos los interrogados afirman que no saben ni han visto nada. 

Declaración de un pastor

 La única declaración en que consta algo relacionado con el crimen, es, aparte de la de Andrés Torres, la de un pastorcillo de unos catorce años de edad que al tener conocimiento del asesinato se presentó voluntariamente al juez. El muchacho que es natural de Alhama y llevaba en Cázulas poco más de un mes, dice que estaba al cuidado de unas cabras la mañana del jueves en un monte inmediato al lugar del crimen del otro lado del río, pero desde donde no se ve el sendero en que acechaban los criminales. Paró poco la atención en los tiros y al poco rato vio dos hombres que salían del pinar, cruzaron el río y después huyeron por otro pinar perdiéndose de vista. No pudo el pastor distinguir las facciones de dichos hombres viendo sólo que uno de ellos iba en mangas de camisa y otro vestía un traje oscuro. En las manos llevaba uno de los criminales un objeto que al muchacho pareció una escopeta. Los dos hombres cruzaron el río a paso moderado, echando a correr luego para tomar el bosque de pinos.

Otras declaraciones

 Además de este han declarado el guarda de Cázulas, que estaba en un haza próxima y acudió a las voces de Andrés Torres, los trabajadores que acudieron a prestar auxilio al señor Bermúdez de Castro, un ventorrillero próximo, que tampoco ha visto nada, según dice, y otro sujeto apellidado Quintana, que parece había tenido disgustos con el interfecto, y fue conducido a Cázulas por la guardia civil. Después de su declaración quedó en libertad este individuo por no resultar contra él cargo alguno.

El cadáver

 El cadáver del Sr. Bermúdez de Castro está completamente desfigurado; después de practicada la autopsia quedó en el lecho donde murió, cubierto por una sábana. A las nueve y media de la noche llegaron con un propio a Cázulas los instrumentos y líquidos antisépticos que se habían pedido a Almuñécar para hacer el embalsamamiento del cadáver. Esta delicada operación la hizo hábil y cuidadosamente el ilustrado médico de Motril don Nicolás Martín Píñar, auxiliado por el inteligente facultativo de Almuñécar don Rafael Fernández. A las dos de la madrugada ha llegado de esa capital un féretro de zinc donde se ha colocado el cadáver.

Otros detalles

 Todas las observaciones que se recogen acerca del asesinato comprueban más y más la horrible alevosía con que hubo de cometerse el infame crimen. El Sr Bermúdez de Castro marchaba sobre su caballo al galope corto, y los asesinos que esperaban en lo alto de la cuestecilla emboscados a la salida del recodo que forma el sendero, debieron prepararse al sentir los pasos de la jaca. Es lo más probable que el primer tiro fue el de perdigones, al asomar la parte delantera del caballo y la cabeza de su jinete; seguidamente, otro asesino debió disparar el tiro  de bala en el momento en que el animal completaba el salto del galope, y apareció en el camino todo el busto del señor Bermúdez de Castro. Es  indudable que este no pudo apercibirse de lo que le ocurría, pues entre la perdigonada y el balazo medió un tiempo imposible de apreciar resultando los disparos casi simultáneos. El cuerpo se debió desplomar cayendo a tierra por las ancas del caballo. No hubo pues la más remota posibilidad de que el Sr. Bermúdez de Castro se defendiera. Los infames que le acechaban sabían muy bien el denodado valor que formaba una de las más salientes cualidades del hidalgo carácter de su víctima.

 Por la situación en que se emplazaron los puestos, la elección del sitio, el más escondido de todo el camino, y otros detalles se ve plenamente que los asesinos han premeditado de manera minuciosa hasta en los detalles más pequeños su horrible delito.

La familia

 Es indescriptible la desesperada pena que ha producido el asesinato en la familia del Sr. Bermúdez de Castro. Su viuda doña Loreto Seriñá, hija del general del mismo apellido, está desesperada e inconsolable. Llora sin cesar y su dolor inspira profundo respeto y honda amargura. La hija de este matrimonio hasta hace poco feliz, linda criatura de ocho años de edad, inteligentísima y nerviosa, acompaña a su pobre madre procurando reprimir el llanto y darla consuelo. D. Narciso Bermúdez de Castro, hermano menor del finado, ha sufrido también una impresión violentísima. Desde la tarde del jueves en que recibió la infausta nueva no ha dormido ni ha probado bocado apenas. Cuantos amigos compartimos con él estas horribles horas de dolor, nos hallamos afectados profundamente. 

La jaca Pañera

 Este hermoso animal en que iba montado el Sr. Bermúdez de Castro cuando fue víctima de los criminales, lo encontramos a nuestra llegada a Motril. A la Pañera le alcanzó parte del tiro de perdigones, clavándosele algunos de estos proyectiles en la oreja izquierda, y encima del ojo derecho.

Manifestaciones de duelo

 Aquí están o han estado, desde que se supo la infausta noticia fuera de Cázulas, infinidad de personas distinguidas de esta región. De los primeros en llegar fueron los señores D. José y D. Luís Márquez, siguiendo D. Rafael Guidet Calvente, D. Manuel Terreros, D. José Fernández, el médico D. Miguel Páramo Jiménez y D. Vicente Calvo de Almuñécar, además de nuestro diligente corresponsal en dicha población. José García de Atienza, que hubo de entregarme a mi llegada una detallada relación de los hechos, de la que me valgo, con mis apuntes y observaciones propias para estas correspondencias. De Otívar estaban el alcalde D. Serafín Sánchez, el juez municipal y D. Antonio Alcalá y Soler pariente del finado. De Motril D. José Tuset, D. Paulino Bellido, D. Fernando Díaz y otras distinguidas personas cuyos nombres no pudo recordar. Y de Granada los que hemos venido con D. Narciso Bermúdez de Castro. De los pueblos inmediatos hay infinidad de personas que invaden todas las habitaciones de la casa. 

Sufragios

 El párroco de Jete D. Manuel López González dijo ayer en su iglesia una misa en sufragio del Sr. Bermúdez de Castro con asistencia de todas las autoridades. También ha celebrado otra, por indicación del párroco, el coadjutor de Otívar.
(Francisco seco de Lucena)

Traslación del cadáver

 Anteayer, a las dos de la tarde, salió de Cázulas el fúnebre cortejo para trasladar a la Zubia el cadáver de nuestro querido paisano el Sr. Bermúdez de Castro. Depositaron este en un ataúd de zinc que fue colocado en el coche de la casa, del que tiraban un troco de mulas y enganchada, de pericón, la jaca Pañera, predilecta del difunto y que es la que montaba en el momento de ser asesinado. Detrás iban en otro carruaje don Narciso Bermúdez de Castro y sus amigos D. Indalecio Coca y D. Luís Aguilera, que no se han separado de él en esta triste jornada; y precediendo, rodeando y siguiendo al féretro una muchedumbre de campesinos y trabajadores de Cázulas y Otívar que acompañaron el cadáver hasta Motril. 

 Al pasar por las inmediaciones de Jete, salieron al encuentro las autoridades y el pueblo en masa desarrollándose conmovedoras escenas de dolor, pues algunas mujeres prorrumpieron en amargo llanto y todos manifestaban la más profunda consternación por la terrible desgracia que les priva del que fue siempre generoso protector de los pobres de aquel pueblecito que tiene en Cázulas la base de su subsistencia. 

 El recibimiento y despedida que se le hizo en Almuñécar fue imponente, y lo mismo en Motril, Vélez Benaudalla, Béznar, Dúrcal y Padul, donde las autoridades y clero parroquial y la mayoría del vecindario, particularmente la gente del pueblo en la que la admiración y el cariño hacia don Paco tenía más hondas raíces, le esperaban y le acompañaron hasta las lindes de los respectivos términos municipales. En el Suspiro del Moro uniéronse a la comitiva una comisión del Ayuntamiento de Granada, compuesta por el alcalde D. Fernando Medina Fantoni, los concejales D. Antonio María Afán de Ribera, D. Luís Rico y D. Narciso Romo, el secretario particular del alcalde D. Fernando Gómez, el jefe de negociado de la secretaría D. Francisco de P. Valladar y el jefe de la guardia municipal D. Francisco Díaz Sánchez.

 Al mismo tiempo, se incorporaron al fúnebre cortejo D. Vicente Molina, el corresponsal de El Liberal D. Ramón Álvarez de Toledo, nuestros compañeros de colaboración D. José Figueroa Robles y D. Luís Fernández de Córdoba y el propietario de El Defensor de Granada D. Luís Seco de Lucena. Pasado el pueblo de Alhendín esperaban D. Andrés Marín Montes, D. Nicolás Montes y D. Eduardo Trujillo, D. Restituto Alonso, D. Nicolás Bermúdez de Castro y D. José Morell que iban en tres carruajes y que se unieron también a la comitiva. Esta siguió por la carretera de Armilla, pasando por el callejón del Ángel, al camino de la Zubia, en cuyo trayecto descargaron fuertes aguaceros. En la ermita de la Marquesa, recibieron al cadáver los mayordomos de una cofradía, con su estandarte, y multitud de gente de la Zubia que fue aumentando a medida que se aproximaban al pueblo. En las calles de este el acompañamiento se hizo tan numeroso que en varias ocasiones la aglomeración de la muchedumbre hizo necesario detener la marcha.

Llegaron, por fin, a las cuatro de la tarde, al cementerio de la Zubia, término de la luctuosa jornada, donde el señor cura párroco rezó sobre el ataúd las preces de ritual y el cadáver fue depositado en un nicho, interinamente, hasta que cumpla el tiempo que la Ley de Sanidad exige para permitir que sea trasladado a la capilla del Palacio Arzobispal, de aquel pueblo, donde reposan los restos de la ilustre familia de los Montes y Bermúdez de Castro. 

¡Dios haya recibido en su seno el alma generosa de nuestro noble y querido paisano e ilumine la acción de la justicia para que tan execrable asesinato no quede impune!

LA CRÓNICA MERIDIONAL
1 de marzo de 1898 

La muerte del Sr. Bermúdez

 Según leemos en nuestro colega El Defensor de Granada, ya está del todo descubierto el autor del asesinato cometido en Cázulas, en la persona del rico propietario D. Francisco Bermúdez de Castro. En un careo que han tenido el teniente alcalde de Otívar D. Andrés Torres que acompañaba al Sr. Bermúdez y otro individuo llamado Antonio Franco “el de los Mesoncillos”, éste se ha declarado autor del hecho. 

EL DEFENSOR DE GRANADA
(Jueves 17 de marzo de 1898)
Bermúdez de Castro

 Hoy hace un mes que fue villanamente asesinado en sus posesiones de Cázulas el que fue nuestro queridísimo paisano D. Francisco Bermúdez de Castro, una de las personalidades más salientes de nuestra buena sociedad, y al mismo tiempo figura popularísima en Granada por su recto espíritu de caballerosidad, su trato distinguido y sus rasgos de esplendidez que con otras excelentes cualidades formaban el fondo de su carácter.

 Bermúdez de Castro era un hombre de gran corazón dispuesto siempre a toda obra generosa: un espíritu valeroso y fuerte, amante de la sinceridad y enemigo jurado de toda suerte de hipocresías y de falacias; que hacía del honor un culto y de su palabra cadena inquebrantable. 

 Poseía como pocas personas el don de gentes y la primera impresión por él producida en quien le hablaba, era la de una corriente simpática que a poco que durase el conocimiento convertíase en afección sincera y honda si quien tenía la suerte de tratar a Bermúdez de Castro era espíritu que supiera apreciar en su justo valor los nobilísimos sentimientos que formaban aquel hermoso carácter, que honraba un apellido ilustre con hechos siempre inspirados en la más fina delicadeza del caballero y en la tendencia innata hacia el bien que produce lo más excelente de este mundo: el hombre honrado.

 Honrado y caballero; estas dos palabras bastan para dibujar la silueta moral de Bermúdez de Castro y hacer de su memoria un venerado recuerdo. Desde muy joven, impulsado más por afecciones de amistad que por afanes de político, imposibles de entender como los entienden muchos por un hombre de tan elevadas miras como Bermúdez de Castro, figuró en la vida pública y formó parte de las corporaciones populares de Granada, a las que llevó con los prestigios de su nombre, el deseo fervientísimo por el bien de su patria, a la que siempre amó como buen ciudadano, y a cuyo servicio dedicó sus energías y actividad, siendo siempre el primero en acudir poniendo cuanto de su parte estaba, dondequiera que fue necesario su concurso.

 En las relaciones privadas es muy difícil encontrar quien como el malogrado granadino logre reunir tantas y tan bellas cualidades: pundonoroso como nos figuramos a aquellos caballeros cuyos nombres conserva la tradición enseñándolos como espejo de hidalguía; correctísimo en sus acciones; valiente sin jactancias; desprendido y generoso con el necesitado; consecuente en la amistad hasta llegar al sacrificio; tal era el hombre que murió a manos de un vil asesino, cuando se dirigía al sagrado de su hogar desde los terrenos de su finca, donde su actividad empezaba a crear otras fuentes de riqueza que cedería en beneficio de la comarca entera que en la sombra de los bosques de Cázulas y en la largueza de su propietario, ha encontrado siempre los medios de vivir sin las amargas estrecheces que afligen con triste frecuencia a la población pobre de otras regiones granadinas. Por el alma del honrado patricio y del cristiano caballero, se elevarán hoy las preces de la iglesia hasta el trono de Dios; con ellas subirán también las oraciones de cuantos apreciaron en su peregrinación por el mundo la nobleza y bondad de aquel espíritu, digno por sus excelentes virtudes de la santa paz de la Eternidad.   

LA CRÓNICA MERIDIONAL
(Sábado 19 de marzo de 1898)

Desde Granada

 Se ha hecho luz por fin en el repugnante crimen de Cázulas, de que fue víctima nuestro querido amigo Bermúdez de Castro. Los criminales convictos y confesos, hallábanse en la cárcel de Motril, de donde serán trasladados a la de esta capital, tan pronto como el sumario se halle terminado, cosa que sucederá muy en breve. Tan brillante resultado para la causa de la justicia, débese en primer lugar al celo del digno juez de instrucción de Motril D. Benito López, auxiliado por el ilustrado abogado fiscal de esta Audiencia D. Joaquín Torres Callejas, y en segundo término a los incesantes trabajos realizados por la benemérita. 

 El día 10 del actual celebróse en la iglesia de San Gil, una solemne misa de Réquiem en sufragio del alma del distinguido y ya mencionado D. Francisco Bermúdez de Castro y Montes, costeada por la asociación de la Cruz Roja, de la que el finado era valiosísimo miembro. Al acto asistieron todos los socios, y otras personas de la buena sociedad de Granada. 

EL DEFENSOR DE GRANADA  
Jueves 5 de mayo de 1898

El crimen de Cázulas

 El teniente fiscal de esta audiencia D. Diego García Alix ha devuelto ya calificada la causa instruida por el juzgado de Motril contra Antonio Franco y otros, por el horrendo asesinato de D. Francisco Bermúdez de Castro (q.e.p.d.). El Sr. García califica el crimen como asesinato en el que son de apreciar las circunstancias de alevosía, ensañamiento y despoblado. Pide para el autor del delito Antonio Franco la pena de muerte y para los encubridores la de presidio mayor. 

EPÍLOGO (por  Mariló V. Oyonarte)

 Don Francisco Bermúdez de Castro y Montes, que se jactaba de ser como un zorro viejo que todo lo preveía, no fue capaz de imaginar su terrible final, pese a ser consciente de que tenía muchos enemigos y de que aquellos, ay, eran otros tiempos. Nuestro protagonista falleció dejando una viuda de veintinueve años y una hija de ocho, sin darse apenas cuenta de lo que le ocurrió y sin la oportunidad de apearse, por lo tanto, de ninguna de sus convicciones. No sospechó que su proceder podría acarrearle odios tan enconados como para que unos hombres sencillos se liasen la manta a la cabeza dispuestos a todo, y se embarcasen en un complot contra su vida. Desgraciadamente, sólo con su muerte desaparecieron el terror que cundía como fuego en un pajar y todo el mal que atenazaba Cázulas. Los restos del marqués de Montanaro fueron enviados lejos de su hacienda por expreso deseo de su esposa, doña Loreto; en concreto a la localidad de La Zubia, de donde era originaria la familia del finado. Allí fue sepultado don Francisco, y allí continúa. 

 Cázulas experimentó, a partir de ese momento, un cambio radical –casi una metamorfosis– en todos los sentidos. Se acabaron las amenazas, los recelos, los pavores y la autoridad mal entendida y mal ejercida: doña Loreto se apoyó en sus administradores y apoderados, que velaron por los intereses de la joven viuda como propios; con su ayuda la señora fue capaz de llevar la finca con entendimiento, ponderación y claridad de juicio, sin grandes complicaciones y, sobre todo, manteniendo la paz con los trabajadores y habitantes de toda la comarca, que sintieron regresar su antigua lealtad por los amos y vieron restituida su tranquilidad, arrebatada durante tanto tiempo. Al año del fallecimiento de su esposo, doña Loreto mandó construir una sólida cruz en su recuerdo –respetuoso, que no cariñoso, y eso porque era muy religiosa–, a pocos metros del lugar donde don Francisco cayó herido de muerte. La leyenda del pedestal reza así:

R. I. P.
D. Francisco Bermúdez de Castro y Montes
Fue muerto alevosamente el 17 de febrero de 1898. Su desconsolada familia ruega se encomiende a Dios. Los Excmos. e Illmos.  Ssres. Arzobispo de Granada y Obispos de Málaga, Guadix y Almería conceden 80 y 40 días de indulgencia por cualquier acto de piedad, caridad o devoción que se practicare en sufragio por el eterno descanso de su alma.

 Por su parte madre e hija, tiernamente unidas, no se separaron jamás. Cuando María del Mar creció y tuvo edad de casarse, mantuvo a su madre en casa; sencillamente, no quería alejarse de ella. En la administración de los terrenos de Cázulas y en los negocios que se abordaron después siempre tuvo en cuenta el parecer de su madre, a quien reservaba en su hogar y en su corazón un lugar destacado, incluso durante los tres matrimonios que haría, ya como tercera marquesa de Montanaro. Las dos señoras volvieron a frecuentar las alegres reuniones de la alta sociedad, alternando con amistades a las que no veían desde hacía tiempo, así como a pasearse por los terrenos de la finca –ambas amaban esas tierras y sentían que sus almas tenían raíces en el suelo y estaban hondas, muy hondas– para acercarse a charlar cortésmente con los trabajadores y a sus familias, a quienes incluso llegaban a hacer visitas en los cortijos.   Y es que, como dos espíritus parejos, doña Loreto y doña María del Mar tenían, en el fondo, el corazón hecho de manteca, que lo mismo servía para el pan de trigo que para el de centeno. Todo les venía bien.

 Los tres condenados por el crimen de Cázulas no llegaron a cumplir sus sentencias –de pena de muerte para Antonio Franco, y de prisión mayor para los otros dos, de los que no han trascendido sus nombres–. Cuando pasó un tiempo prudencial, doña Loreto se encargó personalmente de esgrimir su influencia para, en primera instancia, aligerar sus penas, y en última, liberarlos de ellas. A los ocho años del asesinato se pudo ver, pues, a los tres inculpados –ya exculpados– caminando por la sierra tranquilamente, recogiendo hinojo, esparto y plantas aromáticas. ¿Gratitud, bondad, clemencia, recompensa, compasión cristiana…? Lo dejaremos a juicio del lector. 

 Madre e hija tampoco se separaron en la hora de la muerte; doña Loreto falleció en 1943, y María del Mar en 1971. Ambas reposan –juntas, como no podía ser de otro modo– en su panteón familiar del cementerio de Granada.  

Escrito por Mariló V. Oyonarte.
Fotografías, Archivo de Cázulas y Mariló V. Oyonarte.
Colaboración de Alberto Martín Quirantes.

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