Esta escala sólo estaba pensada en caso de lograr transporte para Granada (Nicaragua); al final fueron cuatro días en una ciudad de sabana.
El río homónimo y la carretera Panamericana pueden usarse como referencias cuando uno decide callejear y no perderse en el que puede convertirse laberíntico territorio por la semejanza de sus construcciones. No hay grandes dificultades para encontrar lo que un visitante puede necesitar aunque el alumbrado público deja mucho que desear y me recordaba al que teníamos en el pueblo cuando yo era un crío [aunque es cierto que al precio que nos han puesto la energía, tengamos que preguntarnos si ese derroche nocturno realmente merece la pena soportarlo, porque una cosa es alumbrado de referencia y otra que nuestras ciudades puedan permitir una vida nocturna como si fuera el mediodía] y consumíamos la energía que daban los Nacimientos y que tan religiosamente nos cobraba “Muñoz, el de la Luz” en su mini oficina de la calle Guillén. Liberia es una capital tranquila y se localiza en la provincia norteña de Guanacaste, al pie de la gran Panamericana que arranca en Alaska y finaliza en Chiloé en la zona denominada Hito Cero que hace años me encontré sin buscarlo.
El hotel inicial no me convenció y como había opción a buscar otro, esa servidumbre quedó solventada gracias al taxista que amablemente me llevó a otro más pequeño pero de mejor aspecto y tranquilidad total a unos diez minutos del centro, que facilitaba el paseo en una ciudad de llanura con grandes árboles en sus plazas que darán cobijo en las terribles horas de solana de la parte central del día. ¡Cómo se agradece una sombra en el trópico!
En el área histórica hay algunas viejas casonas [menos de dos siglos] la mayoría en desuso o reacondicionadas para el turismo. En una de ellas me alojaría tras regresar de Granada, había dejado allí mi equipaje y, tras descansar, tocaba reanudar el periplo que me llevaría, previo cambio de vehículo en la capital [San José] hasta Puerto Viejo de Talamanca en la zona caribeña fronteriza con Panamá.
Realmente es un área que no tiene grandes atractivos pero si uno subió hasta aquí entonces descubrirá una ciudad netamente sabanera y punto de escapada hacia las zonas playeras y la vecina Nicoya. Hay oferta turística y será difícil no encontrar alojamiento en la época de lluvias [nuestro verano] cuando incluso los precios caen [pero hay que negociarlos a la baja]. No nos engañemos, es calurosa y pegajosa. Vaya, que cuando el sol está en su cenit, echas a faltar la sombra. Buenos bares, excelente gastronomía y buenísima la cerveza a esa temperatura aunque lo mejor son sus jugos naturales que puedes saborear en cantidad de establecimientos a pie de calle.
Los “casados” [plato popular, vendría a equivaler a nuestros combinados] de carne son de primera, como la materia prima de la región y en caso de picoteo, los populares pollos que sirven “al paso” [comida rápida] y a precios imbatibles, te permiten reponer fuerzas con rapidez: lo mejor hay ofertas y locales para todos los gustos y posibilidades. Mi consejo para el viajero siempre será el mismo, intente saborear la gran oferta de frutas tropicales que tienen una extraordinaria variedad y los establecimientos que preparan los jugos son de una gran calidad. En caso de duda, déjese sorprender con alguna combinación local o la sugerencia del personal.
No hay mucho material a disposición del visitante, pero lo poco que encontré fue en la Casa de Cultura. Cualquier información alusiva al transporte se logra en la Terminal correspondiente, aunque no todos paran allí, por ejemplo, para la línea que atraviesa Nicaragua [nace en Panamá y muere en México] tuve que esperar cerca del hotel Bramadero y Boyeros, un cruce entre la Panamericana y la Avenida Central. Por suerte es un lugar que te permite una amplia visibilidad de la transitada ruta y al mismo tiempo puedes disfrutar de una excelente cerveza y amable charla con el paisanaje que puede estar esperando el mismo autobús o simplemente está descansando en la amplia terraza.
El par de museos no cautivarán a nadie que haya visto alguno medianamente grande en Europa, pero para ser de provincias, bien merecen que nos detengamos sobre todo, para poder entender también el estilo de vida y l idiosincrasia de la gente que habita la región. El Museo Sabanero es un lugar que pocas veces encontraremos fuera de allí, por tanto merece la pena que le echemos un vistazo: es algo poco habitual, al menos en España donde esa forma de explotación agrícola o ganadera prácticamente es desconocida.
Turísticamente, al margen de planear algún día de playa, el TOP de Liberia, según mi opinión sería el Parque Nacional Rincón de la Vieja. Se trata de un entorno más seco, pero menos impresionante que la zona de Monteverde; creado en 1973 en un intento de proteger el área que de manera natural es demasiado frágil y da lugar a espacios totalmente desprovistos de capa vegetal entre los 650-1900 metros. En su zona encontramos varias fuentes con agua termal y cascadas con inigualable belleza aunque no aptas para los que padecen dificultades en su aparato locomotor y requiere resistencia.
Para un europeo, por mucho que el indicador ponga, por ejemplo, 3 horas de camino, lo habitual es pensar que invertirá el doble y luego tenemos que calcular que hay que regresar, por lo que se hace imprescindible calcular el camino invertido para regresar a tiempo de tomar el transporte de regreso. Las sendas son verdaderamente hermosas, pero de una dificultad no siempre asumible para el urbanita. El jameño, una vez más, demostró que estaba a la altura gracias a aquellos entrenamientos que, sin saberlo, nos hacía comportarnos como etíopes cuando encarábamos por Los Llanos hasta observar la cuenca del Embalse de los Bermejales, las escapadas al Robledal, Los Nacimientos, la Fuente del Aragonés, La Alcaicería, el Llano Dona o las Pilas caminatas que, a lo tonto a lo tonto, nos hacíamos cuando todavía éramos unos críos que veces hacíamos la “rabona” en la Escuela y salíamos en plan explorador inspirados, tal vez, en aquellas películas del Oeste en nuestro querido, entrañable y siempre inolvidable Cinema Pérez donde con suerte cada domingo había dos o tres proyecciones y el “gallinero” se convertía en algo más que una fiesta.
Como el volcán Arenal, también aquí encontraremos actividad, las más recientes erupciones son todavía visibles en el paisaje donde se yerguen casi una decena de focos o conos que casi alcanzan los 2.000 metros. Algunos son preciosas lagunas de lujuriosa vegetación, en el Lago de los Jilgueros, no sólo se observan esas simpáticas avecillas que le dan el nombre, sino el mítico quetzal o las casi exclusivas dantas [conviene subir llevando agua y algo para cubrir la cabeza porque el sol abrasa el cuero cabelludo de manera inmisericorde]. La flora viene determinada por las terrazas de su orografía así que, a medida que ascendemos, la capa vegetal va cambiando y, con ella, su fauna, entre las especies que vislumbré, estaba el mono congo, el perezoso, el hormiguero, etc. Hay que madrugar para tener más posibilidades de encontrarte con los habitantes del bosque o bien hacer noche por la zona para ampliar nuestras oportunidades de avistamientos.
Digamos de paso que este volcán es uno de los más accesibles en la región. La entrada es asumible y en caso perentorio, hay un camping a precio módico [a veces cruzas fincas privadas y toca “rascarse el bolsillo” para poder realizar el paso: cada “quisqui” trata de sacar lo que puede para equilibrar sus balanzas, hablando seriamente: sin ese “impuesto” estoy convencido que la vegetación se comería los caminos y las lluvias los dejaría impracticables]. Los propietarios mantienen las vías y los visitantes cofinancian los costes. Vamos, como las aduanas de la Edad Media en la vieja Europa. Hay varios establecimientos de “alto standing” que permiten casi hacer vida de ranchero. Algunos incluso tienen habilitado servicio para discapacitados, pero hay precios de hasta 500$ al día. En definitiva es el bolsillo del visitante el que se decantará por tal o cual establecimiento, a veces es mejor alojarse en Liberia y comprar la excursión en algunas de sus agencias, vas más apretado de horario y no convives con el entorno humanizado, pero para una persona de campo que se “jartó” de montar en la yegua del abuelo y los mulos de su infancia, pues eso: montar a caballo ya no es una prioridad en la vida.
Más al Norte está el Parque Nacional Santa Rosa y el Parque Nacional Guanacaste que los parte la Panamericana, se realiza una parada técnica para ir al lavabo o simplemente comer a precios que en Europa nos darían risa. En el último parque encontramos el Volcán Orosi que dicen es buena idea visitarlo, pero estaba de camino hacia Granada (Nicaragua). Los playeros tienen también verdaderas joyitas en la región pero el Pacífico no es un océano amable y hay que vigilar en dónde decide uno bañarse, no hay que correr riesgos innecesarios. El Golfo de Nicoya permite un disfrute más tranquilo del agua del mar, pero no ofrece la espectacularidad de la zona de playas de El Coco, Flamingo o Tamarindo, según los costarricenses es la región con las playas más hermosas de todo el país, aunque sigo diciendo que meterse varias horas de avión y otras tantas escalas para llegar a Costa Rica para ir a tostarse, pues la verdad que no es precisamente mi plato fuerte cuando en casa lo tengo a media hora.
Recordemos que Liberia se fundó en 1769 con el nombre de Pueblo de Guanacaste, en la década siguiente, tras suprimirse el corregimiento de Nicoya (1787), pasó a formar parte de la intendencia nicaragüense de León hasta 1826. Ese año una Ley reunificará Nicoya y todo el territorio pasa a depender de lo que hoy es Costa Rica. El título de ciudad lo recibió en 1836 y la denominación actual la recibe en 1854 aunque no logré encontrar explicación por parte de las personas a las que pregunté por ese topónimo que a uno le lleva siempre a las costas occidentales de África tan de moda por la epidemia de ébola que hizo correr ríos de tinta en nuestro país cuando se trajeron algunos contaminados y estuvimos en la cresta de la noticia por las terribles consecuencias que esa lacra provoca en el ser humano.
Hasta la próxima aventura.
Juan Franco Crespo.