Según me informaron, Puno debe tener unas cien mil almas y su altura agota; estamos ya en una característica zona de puna que le da el nombre y requiere el insustituible mate de coca, los autóctonos en la mayoría de casos, llevan una bolsita con hojas de esa planta y ese es su “manjar”: te permite caminar y no pide alimento pero, dependiendo del tiempo que lleves masticando esa hoja inhibidora del cansancio y de las ganas de comer, deja desdentados a los indígenas del altiplano, pero permite luchar contra el mal de altura [falta de oxígeno] pues la ciudad se alza a 3850 metros [todavía por debajo de la célebre zona de El Alto-La Paz en donde se llega a los 4500 metros].
Pasa por ser la capital folclórica del Perú, una de las facetas que el visitante no debe perderse si le gustan los ritmos andinos. Por algo más de un menú en España, podemos disfrutar de una cena con música en vivo en un par de negocios bien céntricos o al menos eso me parecía a mí que los tenía a apenas 200 metros del coqueto hotel que me habían recomendado y que por lo visto fue la casa de un marino español. Está a la orilla del Lago Titicaca, se fundó el 4 de noviembre de 1668 por los españoles que en sus cercanías encontraron plata. Una velada de música y danza es algo que no sólo te relaja, sino que te abre los sentidos y te devuelve a noches interminables cuando las emisoras tropicales demedio continente llegaban a mi cuarto de radio y esa noche habías dormido demasiado; sólo estabas pendiente de cuál sería la siguiente emisora, el siguiente país en entrar con sus ritmos, tan distintos, tan distantes, pero siempre maravillosos.
La música y danza en vivo te harán pensar que no sabes dónde estás porque allí las fronteras políticas se superponen con la realidad. Música y bailes típicos pueden proceder de cualquier rincón del interminable altiplano. ¡Lástima que las fotos no recogen esa preciosa velada con fidelidad! Fastuoso todo el vestuario de los ejecutantes que, en alguna de las interpretaciones, me transportaron a la famosa Diablada de Oruro, las colonias bolivianas llevan esos colores, esa música y esas danzas allá en donde se encuentran, también malos encontraría en Santiago de Chile y en Valls los tuvimos con las célebres fiestas decenales de La Candela [La Virgen de la Candelaria que festejamos en Alhama, curiosamente también la encontré en algunos de los templos de esta ruta andina].
Puno no es la meta turística por excelencia, sobre todo para los europeos, aunque no sea difícil encontrarse con algunos. En cierta medida es una ciudad que se hace inevitable si uno pretende llegar al gran lago y disfrutar de algo insólito: sus islas flotantes y otras atracciones no muy comunes por el urbanizado territorio europeo, también porque es la ruta terrestre hasta Bolivia por dos carreteras en excelente estado a pesar de la altitud, personalmente en las ocasiones que he viajado por la región lo he hecho por la vía de Copacabana, coqueta villa boliviana que me encontré sumamente cambiada.
La Catedral de Puno fue levantada por los jesuitas en 1757 en la mismísima Plaza de Armas. Si nos colocamos frente a ella, el restaurante PORTALES nos ofrece una buena comida autóctona a precio peruano y, si hay suerte, incluso saborearla carne de algunos de los camélidos de la región [en esta ocasión había alpaca]. Hay que señalar que muchísimas veces esa carne está catalogada “delicatesen” y afirman que es más fácil encontrarla en Alemania [a precios alemanes, faltaría más] que en su origen Perú o Bolivia. ¡Por preguntar que no quede, sobre todo si aparece en el menú que, a veces, se confecciona de acuerdo a lo que se encuentra en el mercado! Curiosamente en esta ocasión no encontré las sabrosísimas ancas de rana pero abundaba pejerrey y trucha, peces que se han introducido y, mucho me temo, o lo que hoyes pan, mañana puede ser hambre, porque las piscifactorías con sus excrementos masivos acaban produciendo un “poso” que elimina la vida allá en donde se instalan, mucho más en zonas totalmente acotadas como son los lagos.
Para los que buscan huellas precolombinas, lo mejor que pueden hacer es darse un garbeo por el Museo Municipal Dreyer que presenta una amplia panorámica de cerámicas inca, nazca o tihuanaco junto a lienzos de la colonia. Si sus piernas [y su respiración] se lo permiten un poco más arriba se localiza una gigantesca escultura de Manco Capac que parece saludar al viajero; éste puede quedarse extasiado viendo la ciudad que parece mimetizarse con el ocre del entorno y el inmenso lago a sus pies. Es el más grande de América del Sur y del mundo a 2000 metros ; otra de sus curiosidades es el mayor lago navegable a 3850 metros y existen conexiones marítimas entre los dos países que comparten jurisdicción sobre sus aguas, hay que decir que se va desecando y ello está afectando ya a su flora, especialmente la célebre totora o juncos que se utilizan para infinidad de útiles, aunque esa ligera planta la popularizara Thor Heyerdhal y su famosa teoría de la llegada del hombre al Nuevo Mundo en esas barcas desde la Polinesia. El lago alberga numerosas islas, pero para mí las más sorprendentes son las de los uros que son flotantes. Cortan los juncos, los “atan” y montan sus cabañitas sobre el agua, cuando las familias se enfadan, desatan su “islita flotante” y a otra cosa mariposa. Aunque es más una atracción turística que un modo de vida, ahí están estos hombres, orgullosos de su tradicional estilo de vida que atrae precisamente al viajero.
Como ya escribí en alguno de mis anteriores paseos por la región, mi objetivo era el viajar en el tren que tiene un impresionante trazado de casi 500 kilómetros a más de 3000 metros de altura entre la capital arqueológica [Cuzco] y la folclórica [Puno].Lamentablemente no fue posible porque el tramo estaba en obras, así que sólo pude realizar un trayecto en caballo de hierro el de Cuzco-Machu Picchu. Teóricamente funcionaba el tramo Puno-Arequipa, pero yo decidía continuar hacia el sur y reencontrarme con Bolivia, con Copacabana y revivir cuando estuve como voluntario en un centro de niños sin recursos. Es cierto que la coqueta ciudad ha perdido su aislamiento y se han instalado vivos de medio mundo para explotar a cualquiera que posa sus reales, aunque nunca se harán millonarios, saben que prácticamente no vivirán los terribles problemas de nuestras sociedades estresadas y al límite de la locura. La mayoría de los que abarrotan sus autobuses regulares son mochileros de escaso presupuesto [hay lugares que con 10 euros puedes tener todas tus necesidades diarias cubiertas] y una de las situaciones a las que muchas veces te enfrentas es el de la tarifa. Por lo general el extranjero soporta unos precios tres o cuatro veces superiores a lo que abona el lugareño que, en muchos casos, trata de sobrevivir a costa de los visitantes, a pesar de todo, totalmente asumibles para nuestros bolsillos.
Centenares de vendedores tratarán de colocarte una excursión, en todo caso, la experiencia demuestra que consultar con el personal del hotel suele ser el mejor consejo, aunque no siempre conozcan la realidad de la región [por ejemplo en el Hotel de La Paz pregunté para ir al Valle de la Luna y no tenían ni idea, pero recordaba la zona en que la en los noventa tomé el micro para ir hasta ese sorprendente valle, así que me desplacé a la plaza y en menos de diez minutos estaba ya viajando al lugar: el personal del hotel me había recomendado un taxi, mientras que para mi lo más formativo es compartirla vida con las personas del lugar, el micro me dejó a dos pasos de la puerta de entrada, se han modernizado y hay ahora senderos señalizados, tiendecitas, lavabos, etc., algo que lo hace más atractivo para el viajero] o bien tomar un taxi hasta el embarcadero a primera hora de la mañana, momento en que encontrará un buen número de lanchas dispuestas para realizar la excursión, como hay varios destinos y varias islas, lo mejor es saber de antemano lo que uno quiere realmente conocer o si el tiempo lo permite visitarlas todas, pues tienen diferentes atractivos.
Hasta la próxima aventura, Juan Franco Crespo.