Cuando preparaba el posible periplo por el territorio peruano, Bolivia y Chile, quedaban un tanto “a resguardo” del tiempo que me llevaran los trayectos que tenía previstos y que me veía obligado a reorganizar sobre la marcha al descubrir que las cosas, de acuerdo con las guías es una realidad bien diferente a lo que te encuentras sobre el terreno.
Enamorado del tren, el proyecto era realizar varios tramos por ese medio que allí es realmente impresionante por las dificultades del trazado en unas condiciones orográficas que son verdaderos retos a la ingeniería. El trayecto Lima-Huancavelica, por una espectacular zona andina y, además, no apto para cardiacos, en algunos casos requieren máscara de oxígeno o el uso del ancestral mate de coca para superar el mal de altura, no fue posible [en cierta medida deseaba rememorar el que realizara hace años por México con el famoso CHEPE–Chihuahua-Pacífico- a través de las no menos impresionantes Gargantas del Cobre] porque en la práctica sólo realizan un viaje mensualmente y era imposible para mí que tenía “atados” los trayectos aéreos de y para España. De manera inmediata me aboqué a rehacer el trayecto inicial y saltar directamente al plato fuerte del viaje: las míticas ruinas de Machu Picchu, mucho más espectaculares de lo que cualquiera pueda imaginarse antes de partir.
Tras ese “bocado” continuaba el viaje y otro trayecto ferroviario que no podría realizar, según me informaron estaban con tramos en reparación y por lo tanto el trayecto Cuzco-Puno [también explotado turísticamente] no sería posible así que cubro el tramo con autobús que me devuelve a la siempre sorprendente puna [una zona en el altiplano donde la vegetación se asemeja a nuestro esparto y la soledad es infinita ante las duras condiciones de vida]. Tras la visita de esta ciudad a orillas del Titicaca, continúo viaje hacia La Paz que me devolvería a mi estancia de voluntariado en un colegio para niños sin recursos. ¡Impresionante!, pero una vez allí, tampoco tengo oportunidad de realizar el tramo La Paz-Arica vía ferrocarril porque tampoco funciona. ¡Maravillas de las guías! Uno se pregunta si realmente los autores de las mismas estuvieron en la región o simplemente se limitaron a transcribir (traducir) las de otros viajeros pero sin haber pisado el terreno…
En fin, tras varias jornadas reviviendo un pasado no tan lejano [descubro que dos décadas después me cuesta más caminar, que el mate me ayuda, pero no es tan efectivo: los años y el peso deben de ser los responsables de esa descompensación]en la capital boliviana [3.500-4.500 metros sobre el nivel del mar] descubro una gran diferencia en cuanto a lo que conocía. Más moderna, funcional y bulliciosa que entonces, aunque algunas zonas parecen ancladas en el tiempo y me resulta relativamente fácil poner mi GPS mental al día. Toca solucionar el tramo terrestre hasta Arica, y pongo manos a la obra con un autobús de última generación que me permitirá, una vez más, cruzar la cordillera en busca del Pacífico [por cierto, sólo tiene el nombre].
Evidentemente al descubrir que el trazado estaba clausurado, deducía que este no era precisamente mi proyectado viaje a lomos de los caballos de hierro. En su lugar el servicio colectivo me devuelve a una curiosa e impresionante ciudad en pleno desierto.
Me instalo, paseo, vivo, disfruto, charlo, me deleito. Pero toca continuar viaje y Tacna está en la mochila. Tampoco existe ese tramo ferroviario que era una servidumbre peruana sobre territorio chileno. En su lugar hay un servicio colectivo de transporte las 24 horas por poco menos de cinco euros [hay taxis que te encarecen el trayecto de manera exponencial y te permiten ir mucho más rápido, pero te pierdes el contacto con la gente] te llevan hasta el centro de esa histórica ciudad en pleno desierto del sur peruano en apenas cuatro horas [contando también los inevitables y no siempre tranquilos trámites aduaneros].
Tacna no era una meta en sí misma, pero era la puerta de entrada al territorio peruano por el sur. Era la ciudad en la que tendría que hacerme un hueco para llegar hasta Arequipa, una de las ciudades más hermosas del país y todavía medible a pie, especialmente en su casco histórico. Para ello, unos centenares de kilómetros y una tortuosa carretera con unos paisajes que parecen haberse sacado de una impresionante explosión nuclear. Dan la sensación de haber sido creados la noche anterior por las fuerzas de la naturaleza, pero no: llevan miles de años así.
Piedra volcánica por doquier y arena a espuertas [vean el París-Dakar y podrán hacerse una idea de lo que escribo] que el hombre está cambiando, sobre todo en la zona más plana gracias al milagro del gota a gota. Cultivos impensables antaño llenan las mesas de los europeos y están cambiando la faz de esta zona desértica fronteriza con Chile.
Tacna es la ciudad más meridional del Perú [sólo 36 kilómetros le separan de la frontera chilena] y está a unos 600 metros sobre el nivel del mar; a lo largo de su historia cambió de país por diversos avatares históricos (la última vez a causa de los conflictos políticos que en el XIX enfrentaron a los dos vecinos). Fue en 1929 cuando sus habitantes decidieron volver, mediante un peculiar plebiscito popular, a vivir bajo soberanía peruana y hasta hoy.
La ciudad, al menos en su parte histórica, es bastante coqueta y a pesar de ser pleno invierno, durante el día la sequedad del desierto y el sol hacen que puedas disfrutar del paseo en mangas de camisa. En el centro del llamado casco histórico tiene unos monumentos, aunque tampoco sean para tirar cohetes. Viene bien para reponer fuerzas de cara al tortuoso tramo que me llevará hasta la inmaculada Arequipa. Infinidad de negocios en una ciudad de frontera hacen que cualquier trámite sea relativamente fácil de solucionar.
El Museo Ferroviario y el de Historia son, quizá, los dos equipamientos más emblemáticos, quizá porque en el primero encontré una colección filatélica sobre el mundo del tren que no de teja indiferente a poco que te guste el mundo de los sellos y el segundo porque uno se puede detener para tratar de comprender mejor el enfrentamiento que dio lugar a la Guerra del Pacífico. En la Plaza de Armas encontré el arco conmemorativo que me devolvía la imagen de una franquicia norteamericana de comida rápida; me di media vuelta y la perspectiva era más alegre que las gigantes esculturas de Grau y Bolognesi. Mucho más interesante la preciosa fuente diseñada por el genial arquitecto francés Gustave Eiffel e inmediatamente la catedral que también la proyectó él y donde aproveché unos minutos para refrescarme ante el caluroso ambiente del momento en el sur del desierto peruano.
De nuevo al transporte para contaros una nueva aventura.
Juan Franco Crespo.