La oscuridad no es eterna

 Sorprende Bárbara Gillette Price en su obra última, mostrando su adaptabilidad a los diferentes registros que las emociones de los días invocan. Presentan un conjunto plástico de gran rotundidad expresiva, deshaciendo la idea original en el viaje azaroso de la creación de cada pieza. Ésta surge porque sí, pues toma vida en su desarrollo para emerger autónoma del lienzo, poderosa y enigmática, portadora de deseos y tristezas, expuesta como exorcismo, que borrará los recuerdos de los tiempos amargos de la oscuridad recluida.

 La pintora posee una profunda capacidad expresiva, sin necesidad de cargar en demasía el cuadro, limitándose al gesto preciso, a la acción necesaria del pincel, que rasga la superficie para descubrir la esencia de la imagen. Juega esta creadora con el azar, dirigido por la experiencia, sensibilidad y técnica acumulada en su dilatada trayectoria artística.

 En su obra los colores son limitados, jugando entre sí con sus variedades tonales, conformando composiciones sobrias, serenas, reflexivas, pese al violento trance de su elaboración, que queda contenido en su trazos, en estructuras danzantes que la mirada, en su fantasía, convierte en figuras espectrales, seres ocultos en sus sombras, que danzan, dialogan, transitan, existen solos, y vuelven a danzar, transitar… así una y otra vez, no hay escapatoria, están condenados a repetir la rutina de las horas.

 Bárbara G. Price es directa en la descripción de su idea, cuyo resultado reflejado en el cuadro supera al concepto pensado. Ahí está su habilidad y oficio, pues ahonda en la maestría adquirida para convertir su actividad pictórica en gracia compositiva. Se libera de formas y signos singulares, de su producción reciente, para reflejar la imagen descarnada, limpia, simple y directa, exuberante en significados, incidiendo directamente en la razón sensitiva del espectador. Cada uno de ellos vivirá su aventura propia de los días oscuros sin nombre.