Sí, moros viejos y alfaquíes presagiaron que, la perdida de Alhama por los musulmanes, traería la ruina total del hermoso reino de Granada:
“Allí habló un moro viejo,
de esta manera hablara:
-¿Para qué nos llamas, rey
para qué es esta llamada?
¡Ay de mi Alhama!
Habéis de saber, amigos,
una nueva desdicha,
que cristianos de braveza
ya nos han ganado Alhama.
¡Ay de mi Alhama!
Allí habló un alfaquí
de barba crecida y cana:
-Bien se te emplea, buen rey,
buen rey, bien se te empleara.
¡Ay de mi Alhama!
El nombre de amuri ó maurusci (moros) procede del fenicio mahuarín (los occidentales) y, según otros, del bajo griego mauros (negro), siendo aplicado por los antiguos primitivamente a los habitantes de las cercanías del Atlas, es decir, a los berberiscos, llamándose su territorio Mauritania.
Tras la conquista de los sarracenos (árabes) en el siglo VII, en esta misma parte de África se denominó moros a los mestizos de árabes y moros que vivían en la región del Atlas, en especial en la costa. Después, al invadir los árabes España en el 711, se dio a los conquistadores el nombre de moros, al mismo tiempo que los auténticos y verdaderos, descendientes de los antiguos moros, se retiraron a las montañas y recibieron el nombre de berberiscos (amazirgos).
Los moros viejos, alfaquíes y santones eran las personas de mayor respeto y consideración de los musulmanes, escuchando y siguiéndose sus consejos y atendiéndose a la experiencia que sus años, experiencia y preparación les había dado.
El alfaquí, cuya palabra viene de la árabe “alfaquih” y significa “docto”, era entre los musulmanes un doctor o sabio de la ley. Así es este, al que se le da también la respetuosa y sabia significación de anciano o moro viejo al describirlo “de barba crecida y cana”, el que sentencia a Muley Hacén, en el romance “¡Ay de mi Alhama!”, que bien se le emplea todo lo que está sucediendo, exponiéndole las causas de ello y, finalmente, la pérdida no ya sólo del mismo sultán sino de todo el reino de Granada.
En todo momento, los musulmanes sienten una gran veneración y respeto por los ancianos y alfaquíes. Mi entrañable e inolvidable amigo Antonio Navas, que tanto profundizó en estas cuestiones moras y moriscas, en su magnífico libro “Vida y diáspora morisca en la Axarquía veleña”, escribió: “Precisamente el término “Jofor” significa en la lengua algarabí pronóstico o profecía, y era muy habitual su uso en la sociedad morisca como recurso de garantía previa a cualquier acto transcendental o decisorio. Su interpretación, cabalística cuando eran escritos o cronologías y astronómica cuando eran orales, estaba a cargo de los “nabíes” y “alfaquíes” que diagnosticaban sus resultados proféticos en sus aspectos mágico-religiosos con aplicación a cualquier práctica común como la medicina, viajes, transacciones comerciales, matrimonios, etc., y, sobre todo, a los actos graves o sublimes como la guerra y la muerte. Los “jeques” o ancianos, por los que se tenía una gran veneración y respeto, eran los encargados de mantenerlos y difundirlos hasta el extremo de poderse afirmar que estos usos rebasaban las propias prescripciones coránicas”.
Concretamente, cuando se rinde Vélez-Málaga a los Reyes Católicos, en abril de 1487, los que reciben las condiciones de la rendición son éstos: “vinieron los viejos e alfaquíes en nombre de todos estos lugares, y de todos los otros que son en las Alpujaxarras...”.
Ya el moro viejo, como hombre de sabiduría y consejo, se recoge en un acontecimiento del reino de Granada de dos meses antes a la toma de Alhama, como advertencia o premonición de las desgracias que van a sufrir. Concretamente cuando regresa Muley Hacen, en diciembre de 1481, de su conquista, también por sorpresa, de la fortaleza de Zahara.
Volvió a Granada, tras los estragos que hizo a los descuidados defensores de Zahara con cuantas personas pudo hacer cautivas, mujeres, niños y ancianos, todos ellos ateridos de frío, llenos de lodo y muchos ensangrentados, y, cuando no podían caminar más, obligados a ello por los soldados: “los granadinos, que esperaban celebrar un triunfo y vieron sólo un espectáculo repugnante e inútil -escribe Rada y Delgado- recibieron con marcada frialdad a su rey, y como si condensara el sentimiento nacional, un santón venerado en toda la comarca recorrió las calles repitiendo en son profético: “¡Ay de Granada! La hora de tu desolación se acerca; las ruinas de Zahara caerán sobre nuestras cabezas; ya llegó el fin del imperio muslímico en España; tus bravos campeones caerán al bote de la enemiga lanza; tus mancebos y tus doncellas gemirán en duro cautiverio; Zahara es un remedo de lo que será Granada”.
Este mismo hecho, nos lo narra Pí Margall, haciendo una mención a Alhama, de la siguiente manera: “...se dirigió (se refiere a Muley Hacén) en silencio a Zahara, la atacó en una noche tempestuosa, pasó a degüello a la mayor parte de sus habitantes entregados tranquilamente al sueño, cautivó a los que pudieron escapar con vida, y regresó a Granada satisfecho en su orgullo y ensoberbecido con el triunfo. Al entrar en la Alhambra oyó entre las felicitaciones de los cortesanos palabras siniestras, hijas al parecer de un triste presentimiento; oyó la voz de un anciano que exclamó como impelido por una fuerza misteriosa: ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay de Granada! La hora de su desolación se acerca: llegó ya la hora de hundirse en España el Imperio del Profeta; pero ni se estremeció ni consideró tan aterradoras palabras sino como inspiradas por un fanatismo religioso, indigno de hallar eco en el corazón de un rey a quien no logra intimidar el espantoso rumor de las batallas. Creíase invencible y despreció la profecía; pero no pasó mucho tiempo sin ver abatida su soberbia y estrellados sus esfuerzos al pié de una de sus ciudades y contemplar en la toma de una de sus principales fortalezas el origen de su ruina y la ruina de todo el reino. Rodrigo Ponce de León, deseando ilustrar su historia con una nueva hazaña, concibió la idea de atacar la villa de Alhama, que por estar circuida de muros y precipicios parecía al abrigo de toda clase de invasiones, y por hallarse enclavada en territorio poblado de infieles abandonó San Fernando después de haber hecho flotar en lo alto de sus torres los estandartes que tantas veces había coronado la victoria”.
Era tal el respeto que se sentía por los moros ancianos de la corte y los alfaquíes en el reino de Granada que, por ejemplo, cuando se enfrentan, en la misma ciudad de Granada y en plena guerra de Castilla contra Granada, encarnizadamente y llenos de ira, impulsados por el tremendo odio que se profesaban, los seguidores de Boabdil y Muley Hacén, tan sólo se suspenden los durísimos y sangrientos combates cuando median entre los partidarios y tribus enemigas los ancianos de la corte y los alfaquíes, los que logran un armisticio proponiendo dar a Boabdil la ciudad de Almería por lugar de residencia y como capital de su reino y quedando Muley Hacén en Granada como capital del suyo.
Así, las palabras del moro viejo o anciano y las del alfaquí en el “¡Ay de mi Alhama!” no es otra cosa que, primero, el interés y la preocupación por lo que está sucediendo al llamar Muley Hacén a todos tras recibir la noticia de la perdida de Alhama, y, después, la profecía de lo que va a suceder y las causas de ello, llevando a la conclusión última y definitiva, el abatimiento del pendón del Profeta en tierra de la Península Ibérica.