Para no vaciarse, este municipio pegado a la A-92, integra a sus vecinos extranjeros con lecciones de español impartidas por el alcalde.
En la plaza principal de El Turro, junto al Ayuntamiento, hay dos tractores aparcados junto a los coches. El silencio de la tarde se rompe con una única conversación entre dos jóvenes, junto a ropa que se seca al sol. Son, en total, 250 vecinos y de esos, una veintena son ingleses. Jubilados que encontraron un lugar de casas recién encaladas, perrillos sueltos y un gato bien criado en lo alto de una tapia. Pese a que están a pocos minutos de la A-92, por la salida de Moraleda de Zafayona, la despoblación les azota. Cerró el bar 'El zorro', que mantiene el cartel y las rejas oxidadas y cerró el colegio. Eran 9 niños y sus padres los enviaron a Moraleda «para hacer relaciones sociales». El alcalde, Juan Miguel Garrido, lo dice apenado porque perder la escuela fue una herido imborrable. Sin mochilas, sin gritos, sin carreras descontroladas, se fue un trozo de vida con aquellos escolares.
Hace 15 años comenzó una colonización entrañable y afectiva con la llegada de los primeros ingleses que sirvieron como reclamo para sus compatriotas. Ahora la esperanzas de que El Turro no acabe siendo una aldea abandonada están depositadas en ellos. Porque los jóvenes se van a estudiar fuera y ya no vuelven. Y tienen hijos y tiran de los abuelos que dejan una casa vacía, que mantienen como si fuera una fotografía en blanco y negro. Se convierten en recuerdos deshabitados. Unas 40 viviendas no tienen moradores y los vecinos se pierden de diez en diez en un goteo constante viaje con billete solo de ida.
Y en mitad de este desierto de paisaje de olivos aparece Juan Miguel Garrido, el presidente de la entidad local autónoma, desde que se creó en 2013. Ahora también es el 'teacher', ya que ideó una curiosa forma de integrar a los vecinos ingleses que le ha hecho coger la tiza y preparar fotocopias de 'workbook'. «Las clases de inglés y de español sirven para mejorar la convivencia y que los vecinos se entienden mejor, de hecho, ya toman cervezas juntos», bromea el alcalde, a la sazón, el profe de inglés.
Tocan los adjetivos
La idea empezó a funcionar en octubre y en la clase se juntan más de diez vecinos dispuestos a aprender español coloquial y el inglés necesario para entenderse. Por allí están Philips, Robert, Amy, Noyo o Jane en una de las clases que imparte Juan Miguel. Toca aprender los adjetivos y bromean sobre quién es más guapo en el padrón de El Turro.
También a la clase asisten dos vecinas españolas, Begoña y María Angustias, que han encontrado así la fórmula para aprender inglés en el pueblo y sumar estos conocimientos a sus estudios. Ahora, según explica el presidente de la ELA, la ayuda de Diputación para los pueblos despoblados servirá para profesionalizar las clases y buscar algún profesor, que provenga de una asociación, que vaya explicando los temas de mayor calado. «Aquí echamos un rato bueno», apunta el alcalde, que tiene un chascarrillo con cada uno de ellos. En la puerta del Ayuntamiento dos carteles anuncian la fiesta de la Candelaria:uno en inglés y otro en español. Los alumnos de este curso de idiomas los observan y planean ir juntos a este encuentro que alargue el futuro de El Turro.