Tuve el honor de escucharle y conversar con él en diversidad de ocasiones. En aquella última intervención en Málaga, me encantó una de sus frases. Más aún, su preciso mensaje. Después pasó algún tiempo y, sin dejar de reflexionar, llegué a pensar que quizá me había llevado más por la emoción y el sentimiento político que por lo que de la frase en sí se podía interpretar. Siguió transcurriendo el tiempo, años, y lo entendí cada vez mejor. Lo comprendí plenamente cuando algunos se propusieron volver atrás. Cuando comenzaron, más que a “resucitar” muertos para darles el justo sitio que les corresponde, a intentar también a levantarlos para ponerlos en pie de lucha partidista.
Siempre he sentido profundamente que somos, ante todo, memoria. Que el ser humano sin memoria es prácticamente mantener en el tiempo lo que algún día será físicamente, nada. Y precisamente, el devenir de los años le ha hecho llegar en vida a esa nada irreversible. Y la ha alcanzado hasta su cima, precisamente, cuando su aportación, en favor de superar evidentes desaguisados, probablemente hubiese sido muy fructífera en beneficio de todos. Al menos, nos ha dado el ejemplo de dignidad política ante tanta corrupción y putrefacción de políticos. Por favor, no generalicemos. Hay muchos políticos a los que les corresponde nuestro respeto, admiración y gratitud por su limpia entrega y bien hacer.
Parece paradójico. Es paradójico, caprichoso e incomprensible que en situaciones en las que los seres humanos han de aportar todo lo que son y representan por lo que fueron y significan, se queden plenamente en blanco. Así, la frase a la que me estoy refiriendo de él, probablemente reiterada en multitud de ocasiones, ya que ante todo era un decidido propósito de actuación, no la he olvidado jamás. Nos encontrábamos los representantes de UCD de Andalucía, cientos de personas que en distintas ocasiones, fuimos a escucharle más como persona e indiscutible líder para nosotros, que como presidente del Gobierno y del partido.
De este modo, la frase a la que me estoy refiriendo de él, si mal no recuerdo, textualmente era: “En UCD no preguntamos de dónde venimos, sino a dónde queremos ir todos”. En el no preguntar de dónde venimos, años después, como por algunos ahora mismo, se interpretaría como una dejación de responsabilidades históricas, algo así del por qué en la transición se siguieron dejando a muchos de nuestros padres y abuelos sepultados en las cunetas.
Sería cómo el eludir que entre los españoles algo tan tremendo pasó y que había que aplicar la justicia, supusiese lo que supusiese. Si había que buscar la reparación a toda costa, el no preguntar de dónde venimos podía ser un huir más que el unirnos a un llegar. Algunos le echaron en cara, con la desfachatez del brabucón, la mezquindad del que cree que el otro actúa como él lo hace y oculta y la pasión intolerante del que busca venganza por encima de todo, que lo único que pretendía era tapar su propia procedencia política. Casi todos estos se han percatado con el paso de los años que estaban muy equivocados.
Sé lo que ahora se dirá. La verdad se ha impuesto. El reconocimiento y la justicia con la que en estos últimos años se le ha tratado, aunque él ya no se haya enterado, aseguran en esta hora de su adiós que para siempre se ha comprendido su entrega y generosidad, su valentía y ambición política puesta al servicio de la concordia entre todos los españoles y, por lo tanto, queda bien claro, como para tantos millones de españoles lo está desde aquellos mismos años, que, en ocasiones, el no mirar atrás en un momento dado no es otra cosa que la necesidad de perdonarnos todos para continuar juntos el camino a recorrer. Más aún, el buscar la reconciliación de todos para que nadie vuelva a caer en los mismos pecados. Todavía más, no se trataba de otra cosa que lo que hizo junto con otro -quien no sabemos si estuvo a la altura de las circunstancias a la hora de su cese como presidente del Gobierno-, abrir un camino hacia la concordia de toda una nación, que bien lo requería y necesitaba, para con el tiempo, en su momento y como debía de hacerse, poner a cada uno en su sitio, incluidos los que injustamente quedaron en las cunetas, pero adecuadamente, sin volver en modo alguno a las acusaciones y revanchas que ensangrentaron a España por doquier.
Así, en su digna memoria, no instiguemos al preguntar de dónde venimos, decidámonos a compartir el a dónde vamos para hacer una sociedad cada vez mejor, más justa y democrática para todos, sin exclusión de clase alguna. Por supuesto, sin eludir responsabilidades, pero sí comprendiendo que la exigencia histórica del pasado, que ya es eso, historia, no debe en modo alguno derrotar a la concordia necesaria que ha de imperar en el presente y, menos aún, al futuro esperanzador que hemos de alcanzar para quienes nos siguen.
Por todo ello, a la usanza de las grandes culturas y sentimientos elevados de la Historia Universal: honor y gloria eterna para quien, perdiendo su memoria en los últimos años de su vida, lo tendremos en la nuestra mientras vivamos y ya se encuentra en lo mejor de la Historia de nuestra España, Adolfo Suárez González.
Andrés García Maldonado
Candidato a la Alcaldía de Málaga por UCD en 1979.Parece paradójico. Es paradójico, caprichoso e incomprensible que en situaciones en las que los seres humanos han de aportar todo lo que son y representan por lo que fueron y significan, se queden plenamente en blanco. Así, la frase a la que me estoy refiriendo de él, probablemente reiterada en multitud de ocasiones, ya que ante todo era un decidido propósito de actuación, no la he olvidado jamás. Nos encontrábamos los representantes de UCD de Andalucía, cientos de personas que en distintas ocasiones, fuimos a escucharle más como persona e indiscutible líder para nosotros, que como presidente del Gobierno y del partido.
De este modo, la frase a la que me estoy refiriendo de él, si mal no recuerdo, textualmente era: “En UCD no preguntamos de dónde venimos, sino a dónde queremos ir todos”. En el no preguntar de dónde venimos, años después, como por algunos ahora mismo, se interpretaría como una dejación de responsabilidades históricas, algo así del por qué en la transición se siguieron dejando a muchos de nuestros padres y abuelos sepultados en las cunetas.
Sería cómo el eludir que entre los españoles algo tan tremendo pasó y que había que aplicar la justicia, supusiese lo que supusiese. Si había que buscar la reparación a toda costa, el no preguntar de dónde venimos podía ser un huir más que el unirnos a un llegar. Algunos le echaron en cara, con la desfachatez del brabucón, la mezquindad del que cree que el otro actúa como él lo hace y oculta y la pasión intolerante del que busca venganza por encima de todo, que lo único que pretendía era tapar su propia procedencia política. Casi todos estos se han percatado con el paso de los años que estaban muy equivocados.
Sé lo que ahora se dirá. La verdad se ha impuesto. El reconocimiento y la justicia con la que en estos últimos años se le ha tratado, aunque él ya no se haya enterado, aseguran en esta hora de su adiós que para siempre se ha comprendido su entrega y generosidad, su valentía y ambición política puesta al servicio de la concordia entre todos los españoles y, por lo tanto, queda bien claro, como para tantos millones de españoles lo está desde aquellos mismos años, que, en ocasiones, el no mirar atrás en un momento dado no es otra cosa que la necesidad de perdonarnos todos para continuar juntos el camino a recorrer. Más aún, el buscar la reconciliación de todos para que nadie vuelva a caer en los mismos pecados. Todavía más, no se trataba de otra cosa que lo que hizo junto con otro -quien no sabemos si estuvo a la altura de las circunstancias a la hora de su cese como presidente del Gobierno-, abrir un camino hacia la concordia de toda una nación, que bien lo requería y necesitaba, para con el tiempo, en su momento y como debía de hacerse, poner a cada uno en su sitio, incluidos los que injustamente quedaron en las cunetas, pero adecuadamente, sin volver en modo alguno a las acusaciones y revanchas que ensangrentaron a España por doquier.
Así, en su digna memoria, no instiguemos al preguntar de dónde venimos, decidámonos a compartir el a dónde vamos para hacer una sociedad cada vez mejor, más justa y democrática para todos, sin exclusión de clase alguna. Por supuesto, sin eludir responsabilidades, pero sí comprendiendo que la exigencia histórica del pasado, que ya es eso, historia, no debe en modo alguno derrotar a la concordia necesaria que ha de imperar en el presente y, menos aún, al futuro esperanzador que hemos de alcanzar para quienes nos siguen.
Por todo ello, a la usanza de las grandes culturas y sentimientos elevados de la Historia Universal: honor y gloria eterna para quien, perdiendo su memoria en los últimos años de su vida, lo tendremos en la nuestra mientras vivamos y ya se encuentra en lo mejor de la Historia de nuestra España, Adolfo Suárez González.
Andrés García Maldonado
La hija de Andrés, Carmen Elena, en la campaña electoral de su padre en 1979.