Una casa, desgraciadamente no puedo afirmar que todo persona haya tenido una, un hogar donde crecer, que te ha visto imaginar y luego experimentar, un sitio que te ha acompañado para soñar, un lugar donde añorar y donde amar, un lugar personal, y es que no existe alguno igual.
Para todo aquel que sepa de lo que voy a hablar lo entenderá, son muchos los minutos junto a un balón los que sumamos los pertenecientes a la UD Alhameña, incluimos como tiempo de balón el realizado en nuestras calles, cómo no los vamos a contar, si fueron quien nos ojearon por primera vez, también incluimos el transcurrido en las plazas de nuestros respectivos pueblos, las variadas pistas de colegio, el polideportivo habitual, pabellones y campos de fútbol.
Visto así, minutos de balón entre todos tenemos como para derrochar, pero yo no quiero hablar en este caso de cualquier sitio sin ubicación, quiero hablar de alguien que quien haya pasado por la familia de de la UD Alhameña, conoce el municipal de la Joya, es un campo humilde, pero delicado, como su césped, con vestuarios sobrecogedores, un campo cálido por su ambiente pero muy frío en la soledad de la noche de invierno, de generosa y fértil tierra cuando convivía con charcos, barro y textura granulada, como demostraba la higuera que había en el córner, un campo amable, eufórico en las celebraciones y, a veces, un campo nervioso, un campo feliz y un campo enfadado, que te espera sin prisa y que te ve rugir, que te ve saltar y que te ve levantarte del suelo, un campo que te ve desesperar y huir de él en ocasiones, un campo no de nadie, sino de todo aquel que se lo han presentado y lo ha conocido en la cercanía.
El guión de este texto puede no tener coherencia, hablar de tu casa y saltar de repente a un campo de fútbol, ¿pero qué absurdez es esta?, más sencillo que saber que durante el tiempo que convivamos en la bonita y gratificante UD Alhameña, tenemos una casa común, el municipal de la Joya.