El enloquecimiento acelerado de esta maquinaria deportiva requiere la complicidad de muchos padres que pierden la cabeza, y acarician, a las primeras de cambio, un futuro de promesas para sus hijos. El fútbol deja de ser un juego, exigiéndoles la seriedad y el rendimiento de un niño superdotado.
Como punto de partida solo y exclusivamente me centraré en lo que es mi apreciación personal y por lo tanto la intención de total objetividad en la valoración de la formación, del fútbol de base.
Por Marino Moles García
Técnico deportivo, y actual entrenador del Jayena CF
Habiendo dejado claro que probablemente yo no sea la persona mas indicada en emitir juicios de valor en ninguna de las facetas que intervienen en esta competición, el desarrollo de este artículo lo voy a desglosar, sin pasar a enumerar las posibles carencias que hacen que la formación no tenga la calidad deseada, abordando de pasada algunos de los condicionantes, no todos y de una forma bastante libre, de:
- Entrenadores
- Federación
- Clubes
- Árbitros
- Jugadores
El fútbol es un deporte que ofrece retos físicos, satisfacción emocional y valores y experiencias de por vida a los que lo practican. Las siguientes normas éticas y código de conducta perfilan una filosofía que es de gran importancia para el fútbol y que debe ser recalcada en combinación con el desarrollo de la técnica y el estilo de juego.
- Dentro de este contexto, los entrenadores deben priorizar el bienestar de sus jugadores, respetar las normas de conducta y competencia profesional.
- El comportamiento ético de los entrenadores se demuestra en sus relaciones con los jugadores, colegas, árbitros, directivos, padres...
- Los entrenadores son un modelo de comportamiento y deben entender la gran influencia que sus palabras y acciones tienen en los jugadores que forman su equipo.
Por esa razón debe considerar su principal responsabilidad la continuidad de los valores morales y la conducta ética que se deriva del espíritu del juego y que se establece en el reglamento.
De esta manera, los entrenadores mantienen la estabilidad de la comunidad futbolística y promueven la buena reputación de la “profesión” de entrenador. Entrecomillada la expresión de “profesión” porque en la mayoría de los casos, los entrenadores no cobran nada sino que suelen tener gastos, sin entrar a valorar las horas y la dedicación que han de tener.
Es notoria la falta de técnicos especializados en formación de base, por esta razón, en muchos casos se delega esta responsabilidad en personas no preparadas específicamente, aún cuando manifiestan una total entrega y dedicación.
Estas circunstancias implican una serie de consecuencias que condicionan la labor que se puede realizar con relación a la formación de jóvenes jugadores.
- Dentro de este contexto, los entrenadores deben priorizar el bienestar de sus jugadores, respetar las normas de conducta y competencia profesional.
- El comportamiento ético de los entrenadores se demuestra en sus relaciones con los jugadores, colegas, árbitros, directivos, padres...
La apremiante exigencia de ganar como sea desata la agresividad que canaliza el deporte, desluce el juego, que puede reventar a los futbolistas y agotar la paciencia del público | |||
Por esa razón debe considerar su principal responsabilidad la continuidad de los valores morales y la conducta ética que se deriva del espíritu del juego y que se establece en el reglamento.
De esta manera, los entrenadores mantienen la estabilidad de la comunidad futbolística y promueven la buena reputación de la “profesión” de entrenador. Entrecomillada la expresión de “profesión” porque en la mayoría de los casos, los entrenadores no cobran nada sino que suelen tener gastos, sin entrar a valorar las horas y la dedicación que han de tener.
Es notoria la falta de técnicos especializados en formación de base, por esta razón, en muchos casos se delega esta responsabilidad en personas no preparadas específicamente, aún cuando manifiestan una total entrega y dedicación.
Estas circunstancias implican una serie de consecuencias que condicionan la labor que se puede realizar con relación a la formación de jóvenes jugadores.
Programar el entrenamiento, significa adecuar el tiempo que uno dispone en función de las necesidades propias del grupo. Generalmente en las categorías amateurs, los entrenadores disponen de un máximo de 6/7 horas semanales, que deben ser aprovechadas para poder mejorar características individuales (lo que no siempre es posible) como colectivas, desde el punto de vista técnico-táctico, físico y psíquico.
En consecuencia, el entrenador deberá hacer frente a:
- Horarios nocturnos de los entrenamientos, con luz artificial (generalmente escasa), frío intenso, etc.
- Lugar físico donde se trabaja, no siempre adecuado para la exigencia, espacios reducidos, irregularidad de los terrenos etc.
- Presencia de jugadores, normalmente no son totales o con llegadas tarde.
- Problemas alimenticios por falta de tiempo, medios o escasa información.
- Cansancio físico y psíquico después de una jornada laboral o de estudio.
A éstas y a muchas otras dificultades, deberán adaptarse tanto el entrenador como el equipo; tratando de no improvisar para no perder la naturaleza de los objetivos propuestos y optimizar al máximo cada sesión de entrenamiento.
Por lo tanto es posible estimular a los jugadores con propuestas organizadas y sin pausas inútiles, para que el tiempo sea realmente efectivo. Sin dejar de lado las ejercitaciones con balón, como tampoco el trabajo táctico, que en algunos momentos es indispensable.
La apremiante exigencia de ganar como sea desata la agresividad que canaliza el deporte, desluce el juego, que puede reventar a los futbolistas y agotar la paciencia del público.
La tentación de intensificar la presión competitiva en edades cada vez más tempranas es un disparate que sólo puede entenderse por la ignorancia, el peso de la inercia, o la dinámica en que nos movemos. Este experimento con los niños carece de base científica alguna, al punto de que puede estar provocando un efecto negativo, que ayude a fracasar en el desarrollo del talento de los nuevos jugadores.
En estas edades, el mimetismo del fútbol adulto pasa por alto una regla de oro en la educación: siempre son más importantes los niños y su formación, que la actividad que realizan. Tampoco se debe olvidar que la maduración de estos jugadores es inseparable de su propio crecimiento emocional y su formación integral como personas. Se trata, por tanto, de hacer el fútbol a su medida, en lugar de forzar una adaptación de los pequeños a una actividad que no ha sido pensada para ellos y que, en lugar de animarles, puede frustrar su aproximación al deporte.
Esta inadaptación había penalizado hasta ahora a las niñas, al punto de considerarse poco menos que normal su marginación en este deporte, pero, en los últimos años el fútbol empieza a despegar contando con gran cantidad de equipos de chicas, pero se palpan indicios claros de que el aumento incontrolado de la presión competitiva también está afectando negativamente a la mayoría de estos equipos.
El futuro de este deporte, al que apenas se dedican recursos por parte de entidades locales, federaciones y clubes para mejorar la formación integral de los jugadores y sus preparadores, desde las primeras etapas, hace pensar que se presenta poco esperanzador.
La repetición disciplinada de automatismos en los entrenamientos, y esta obsesión por ganar en la competición temprana, limitan la práctica del juego, que es el medio más estimulante para que el niño tome confianza, aprenda y disfrute, también del fútbol. En lugar de pasárselo bien, educarse en el juego limpio y despertar su creatividad, la disciplina empleada para garantizar el orden establecido termina, muchas veces, aburriendo a los niños.
Una enseñanza formal tan prolongada desde la más tierna infancia muy distinta del aprendizaje informal en la calle que sucedía hace apenas unos años puede retraer el talento individual de tantos jugadores, que adolecen con frecuencia de un estilo muy estandarizado. La aplicación de pedagogías tradicionales centradas en la transmisión, a todos por igual, de aquello que han de aprender, produce una clonación de jugadores que integran colectivos con un rendimiento enorme a corto plazo, pero excesivamente previsibles, para satisfacer las exigencias de flexibilidad y excepcionalidad individual que reclama el fútbol.
En consecuencia, el entrenador deberá hacer frente a:
- Horarios nocturnos de los entrenamientos, con luz artificial (generalmente escasa), frío intenso, etc.
- Lugar físico donde se trabaja, no siempre adecuado para la exigencia, espacios reducidos, irregularidad de los terrenos etc.
- Presencia de jugadores, normalmente no son totales o con llegadas tarde.
- Problemas alimenticios por falta de tiempo, medios o escasa información.
- Cansancio físico y psíquico después de una jornada laboral o de estudio.
A éstas y a muchas otras dificultades, deberán adaptarse tanto el entrenador como el equipo; tratando de no improvisar para no perder la naturaleza de los objetivos propuestos y optimizar al máximo cada sesión de entrenamiento.
Por lo tanto es posible estimular a los jugadores con propuestas organizadas y sin pausas inútiles, para que el tiempo sea realmente efectivo. Sin dejar de lado las ejercitaciones con balón, como tampoco el trabajo táctico, que en algunos momentos es indispensable.
El comportamiento ético de los entrenadores se demuestra en sus relaciones con los jugadores, colegas, árbitros, directivos, padres... | |||
La tentación de intensificar la presión competitiva en edades cada vez más tempranas es un disparate que sólo puede entenderse por la ignorancia, el peso de la inercia, o la dinámica en que nos movemos. Este experimento con los niños carece de base científica alguna, al punto de que puede estar provocando un efecto negativo, que ayude a fracasar en el desarrollo del talento de los nuevos jugadores.
En estas edades, el mimetismo del fútbol adulto pasa por alto una regla de oro en la educación: siempre son más importantes los niños y su formación, que la actividad que realizan. Tampoco se debe olvidar que la maduración de estos jugadores es inseparable de su propio crecimiento emocional y su formación integral como personas. Se trata, por tanto, de hacer el fútbol a su medida, en lugar de forzar una adaptación de los pequeños a una actividad que no ha sido pensada para ellos y que, en lugar de animarles, puede frustrar su aproximación al deporte.
Esta inadaptación había penalizado hasta ahora a las niñas, al punto de considerarse poco menos que normal su marginación en este deporte, pero, en los últimos años el fútbol empieza a despegar contando con gran cantidad de equipos de chicas, pero se palpan indicios claros de que el aumento incontrolado de la presión competitiva también está afectando negativamente a la mayoría de estos equipos.
El futuro de este deporte, al que apenas se dedican recursos por parte de entidades locales, federaciones y clubes para mejorar la formación integral de los jugadores y sus preparadores, desde las primeras etapas, hace pensar que se presenta poco esperanzador.
La repetición disciplinada de automatismos en los entrenamientos, y esta obsesión por ganar en la competición temprana, limitan la práctica del juego, que es el medio más estimulante para que el niño tome confianza, aprenda y disfrute, también del fútbol. En lugar de pasárselo bien, educarse en el juego limpio y despertar su creatividad, la disciplina empleada para garantizar el orden establecido termina, muchas veces, aburriendo a los niños.
Una enseñanza formal tan prolongada desde la más tierna infancia muy distinta del aprendizaje informal en la calle que sucedía hace apenas unos años puede retraer el talento individual de tantos jugadores, que adolecen con frecuencia de un estilo muy estandarizado. La aplicación de pedagogías tradicionales centradas en la transmisión, a todos por igual, de aquello que han de aprender, produce una clonación de jugadores que integran colectivos con un rendimiento enorme a corto plazo, pero excesivamente previsibles, para satisfacer las exigencias de flexibilidad y excepcionalidad individual que reclama el fútbol.
Después de muchos años de sobreentrenamiento y dedicación prácticamente exclusiva al fútbol, soñando con ser uno de los elegidos, a la inmensa mayoría de los participantes en este deporte les aguarda una salida frustrante, que poco o nada tiene que ver con el futuro anhelado. Cabe preguntarse si no se está pagando un precio muy alto para acercarse al espejismo que representan los ídolos del fútbol, tan difundido como inalcanzable, donde las excepciones confirman la regla. ¿Realmente merece la pena sacrificar la infancia y la juventud de tantos deportistas, a cambio de una formación tan limitada y unas promesas de éxito tan poco ciertas?.
El enloquecimiento acelerado de esta maquinaria deportiva requiere la complicidad de muchos padres que pierden la cabeza, y acarician, a las primeras de cambio, un futuro de promesas para sus hijos. El fútbol deja de ser un juego, exigiéndoles la seriedad y el rendimiento de un niño superdotado. Hay equipos, no sólo los filiales de los grandes, también los más chicos, de barrio para entendernos, cualquiera de los que forman parte en las ligas que tientan con promesas de todo tipo a jugadores de otros equipos, antes incluso de acceder a la categoría infantil. Privando a otros clubes de los mejores jugadores rompiendo en pedazos dicho equipo con la única obsesión de ganar. Fruto de esta misma ansiedad, son cada vez más frecuentes los comportamientos de ciertos padres incontrolados que se pasan todo el partido a voz en grito. Este espectáculo tan poco edificante se deja ver también en los encuentros que juegan los más pequeños, interfiriendo constantemente en la labor de los entrenadores e incitando a la agresión dentro y fuera del terreno de juego.
Resulta patético comprobar la desatención de los poderes públicos ante esta degeneración del deporte, habida cuenta del interés social del fútbol, así como de su enorme potencial para la promoción de hábitos saludables y valores que nos son cada vez más caros en la convivencia diaria. Tampoco es tarea fácil reordenar un sector tan poderoso que ha creado tramas muy extensas y sutiles de intereses compartidos por la mayoría de la población, al punto de que las políticas públicas ensayadas a contra corriente no han conseguido torcer esta peligrosa dinámica, quedándose la mayoría de las veces en papel mojado.
Al final, por impotencia, desconocimiento de los beneficios sociales del deporte, o por desprecio hacia una actividad tan popular, los gobiernos han abdicado de su responsabilidad para civilizar un sector que ha perdido la cordura, y posee una capacidad de irradiación social tan evidente.
El enloquecimiento acelerado de esta maquinaria deportiva requiere la complicidad de muchos padres que pierden la cabeza, y acarician, a las primeras de cambio, un futuro de promesas para sus hijos. El fútbol deja de ser un juego, exigiéndoles la seriedad y el rendimiento de un niño superdotado. Hay equipos, no sólo los filiales de los grandes, también los más chicos, de barrio para entendernos, cualquiera de los que forman parte en las ligas que tientan con promesas de todo tipo a jugadores de otros equipos, antes incluso de acceder a la categoría infantil. Privando a otros clubes de los mejores jugadores rompiendo en pedazos dicho equipo con la única obsesión de ganar. Fruto de esta misma ansiedad, son cada vez más frecuentes los comportamientos de ciertos padres incontrolados que se pasan todo el partido a voz en grito. Este espectáculo tan poco edificante se deja ver también en los encuentros que juegan los más pequeños, interfiriendo constantemente en la labor de los entrenadores e incitando a la agresión dentro y fuera del terreno de juego.
Resulta patético comprobar la desatención de los poderes públicos ante esta degeneración del deporte | |||
Al final, por impotencia, desconocimiento de los beneficios sociales del deporte, o por desprecio hacia una actividad tan popular, los gobiernos han abdicado de su responsabilidad para civilizar un sector que ha perdido la cordura, y posee una capacidad de irradiación social tan evidente.
¿O es precisamente de eso, de lo que se trata?