El deporte, la ética, los valores humanos y la educación se alejan cada vez más del evento más multitudinario del mundo, aquél que debería reflejar que en el fútbol y en cualquier juego debe reinar el Fair Play por encima de todo. Pero el odio y la barbarie mediática que hoy infectan al Clásico español y mundial están empezando a aburrir a los que realmente saben lo que encarna la palabra DEPORTE.
Los sucesos que están sobreviniendo ante el carrusel de clásicos que estamos padeciendo (debería decir disfrutando, pero ya no es así) en los últimos días está mermando cada vez más a ese gran Patrimonio Mundial que un día fueron los choques entre Real Madrid y Fútbol Club Barcelona.
Yo, aficionado al fútbol desde pequeño y seguidor del Real Madrid estoy dejando de sentir ese gusanillo por este acto, y por desgracia tengo mis razones. El deporte y sus valores cada vez quedan más alejados del espectáculo mundial que jamás el planeta ha conocido, por su trascendencia, por su historia y por su emoción. Bien es cierto que un partido entre madrileños y catalanes trasciende de un choque normal, es especial y esto hace grande a este bello juego. La emoción es caprichosa y en estos eventos provoca éxtasis incontrolados de frustración o de alegría por lo que entraña esta maravillosa obra de arte que es el fútbol. Pero ciertamente, hoy vas al Bernabéu o al Camp Nou, y antes que ánimos a los equipos escuchas insultos, descalificaciones y menosprecio.
Ahora muchísimo más que antes. En el ambiente brota un odio que trasciende del estadio y también abarca a los bares, tertulias y lugares donde se concentran aficionados de ambos equipos. Los goles del Madrid para los blancos ya son menos importantes que los pitos que le profieren a Piqué o las mofas hacia Valdés, y los goles del Barça para los azulgranas no son nada comparado con los nuevos y originales insultos a Mourinho o a Ronaldo. En las gradas y por las calles se ven cada vez más (siempre lo ha habido, pero ahora más) bufandas con mensajes como "Odio Eterno" (pertenecientes a seguidores del Real Madrid) o "Antimadridistas" (de los culés). El ambiente destila cada vez más odio, más cuentas pendientes, más violencia dialéctica y más reproches buscando tan sólo el mal ajeno y no el beneficio propio. En cualquier debate se habla casi exclusivamente de los fallos arbitrales, sobre todo el equipo que pierde, para justificar su derrota. Pero con el odio, las derrotas duelen más, duelen demasiado. El lema "lo importante es participar" ha pasado a ser historia a costa de "ganar a estos mierdas, y pisarles el cuello si hace falta". El respeto y compañerismo entre aficiones ha dejado paso al fanatismo más puro, recurriendo incluso a reivindicaciones políticas para que el asunto tenga más picante si cabe. Una argucia de muy mal gusto.
Sinceramente, yo siento lástima del colectivo de jugadores y técnicos (por muy millonarios que sean), verdaderos protagonistas de estos partidos. Pienso que la mayor parte de ellos no tienen culpa de que el clásico "Madrid-Barça" se haya convertido en una guerra en toda regla, una guerra a la que sólo le faltan las armas, pero que al paso que va, no tardarán en llegar, ante la pasividad de políticos, y la colaboración de algunos que se hacen llamar periodistas. Y es que gran parte del periodismo deportivo de este país, más bien pseudo periodismo está utilizando la poderosa herramienta de informar para abrir cada vez más la brecha entre aficionados y jugadores de ambos bandos. La exagerada polarización a la que nos tienen sometidos está enardeciendo cada vez más la voz y los actos de merengues y culés. El merengue cree que el Marca o el As hacen información objetiva, y el culé piensa lo mismo del Sport o del Mundo Deportivo, cuando ninguno de estos diarios puede leerse con la fiabilidad suficiente, con lo que no es difícil prever un enfrentamiento, que estos medios se encargan de acentuar cada vez más y más y más con el único afán de vender papel, en este caso.
Los debates televisivos de algunas cadenas son imposibles de seguir por el nivel de decibelios, de gritos, de interrupciones y de falta de educación que allí se profesan ciertos individuos que se hacen llamar analistas deportivos, periodistas o simplemente colaboradores. Lo que diga un tertuliano extremista del Madrid o Barcelona por muy disparatado y fuera de lugar que sea, se convierte en un dogma para muchos aficionados, que lo traducen en insultos y odio hacia el equipo contrario. Los medios de comunicación tienen un poder enorme.
A uno ya le da por pensar que si en un Boca-River (partido de máxima rivalidad en Argentina) el principal peligro lo encarnan los Barras Bravas, o en un Céltic-Rangers (clásico por antonomasia de Escocia) la preocupación son los Hooligans, en el Madrid-Barça de España debemos empezar a temer más a algunos mandamases de la prensa que a los Ultra Sur o a los Boixos Nois. Aunque aquí es más grave, porque en otros países la política no infecta al deporte, o al menos no lo infecta demasiado, pero en España, en poco tiempo no sabremos diferenciar un debate en el Congreso de los Diputados de un Real Madrid-Barcelona (sobre todo por el tono de voz). Por tanto, tápenle los ojos y los oidos a sus hijos para el próximo clásico, o mejor aún, quiten el volumen a su televisor, y cuando acabe el partido quédense con el resultado. No vayan más allá. Y al día siguiente, al pasar por el kiosco eviten que sus hijos ojeen el Marca o el Sport, el Mundo Deportivo o el As, de la misma forma que las revistas de dos rombos.
Yo, aficionado al fútbol desde pequeño y seguidor del Real Madrid estoy dejando de sentir ese gusanillo por este acto, y por desgracia tengo mis razones. El deporte y sus valores cada vez quedan más alejados del espectáculo mundial que jamás el planeta ha conocido, por su trascendencia, por su historia y por su emoción. Bien es cierto que un partido entre madrileños y catalanes trasciende de un choque normal, es especial y esto hace grande a este bello juego. La emoción es caprichosa y en estos eventos provoca éxtasis incontrolados de frustración o de alegría por lo que entraña esta maravillosa obra de arte que es el fútbol. Pero ciertamente, hoy vas al Bernabéu o al Camp Nou, y antes que ánimos a los equipos escuchas insultos, descalificaciones y menosprecio.
Ahora muchísimo más que antes. En el ambiente brota un odio que trasciende del estadio y también abarca a los bares, tertulias y lugares donde se concentran aficionados de ambos equipos. Los goles del Madrid para los blancos ya son menos importantes que los pitos que le profieren a Piqué o las mofas hacia Valdés, y los goles del Barça para los azulgranas no son nada comparado con los nuevos y originales insultos a Mourinho o a Ronaldo. En las gradas y por las calles se ven cada vez más (siempre lo ha habido, pero ahora más) bufandas con mensajes como "Odio Eterno" (pertenecientes a seguidores del Real Madrid) o "Antimadridistas" (de los culés). El ambiente destila cada vez más odio, más cuentas pendientes, más violencia dialéctica y más reproches buscando tan sólo el mal ajeno y no el beneficio propio. En cualquier debate se habla casi exclusivamente de los fallos arbitrales, sobre todo el equipo que pierde, para justificar su derrota. Pero con el odio, las derrotas duelen más, duelen demasiado. El lema "lo importante es participar" ha pasado a ser historia a costa de "ganar a estos mierdas, y pisarles el cuello si hace falta". El respeto y compañerismo entre aficiones ha dejado paso al fanatismo más puro, recurriendo incluso a reivindicaciones políticas para que el asunto tenga más picante si cabe. Una argucia de muy mal gusto.
Sinceramente, yo siento lástima del colectivo de jugadores y técnicos (por muy millonarios que sean), verdaderos protagonistas de estos partidos. Pienso que la mayor parte de ellos no tienen culpa de que el clásico "Madrid-Barça" se haya convertido en una guerra en toda regla, una guerra a la que sólo le faltan las armas, pero que al paso que va, no tardarán en llegar, ante la pasividad de políticos, y la colaboración de algunos que se hacen llamar periodistas. Y es que gran parte del periodismo deportivo de este país, más bien pseudo periodismo está utilizando la poderosa herramienta de informar para abrir cada vez más la brecha entre aficionados y jugadores de ambos bandos. La exagerada polarización a la que nos tienen sometidos está enardeciendo cada vez más la voz y los actos de merengues y culés. El merengue cree que el Marca o el As hacen información objetiva, y el culé piensa lo mismo del Sport o del Mundo Deportivo, cuando ninguno de estos diarios puede leerse con la fiabilidad suficiente, con lo que no es difícil prever un enfrentamiento, que estos medios se encargan de acentuar cada vez más y más y más con el único afán de vender papel, en este caso.
Los debates televisivos de algunas cadenas son imposibles de seguir por el nivel de decibelios, de gritos, de interrupciones y de falta de educación que allí se profesan ciertos individuos que se hacen llamar analistas deportivos, periodistas o simplemente colaboradores. Lo que diga un tertuliano extremista del Madrid o Barcelona por muy disparatado y fuera de lugar que sea, se convierte en un dogma para muchos aficionados, que lo traducen en insultos y odio hacia el equipo contrario. Los medios de comunicación tienen un poder enorme.
A uno ya le da por pensar que si en un Boca-River (partido de máxima rivalidad en Argentina) el principal peligro lo encarnan los Barras Bravas, o en un Céltic-Rangers (clásico por antonomasia de Escocia) la preocupación son los Hooligans, en el Madrid-Barça de España debemos empezar a temer más a algunos mandamases de la prensa que a los Ultra Sur o a los Boixos Nois. Aunque aquí es más grave, porque en otros países la política no infecta al deporte, o al menos no lo infecta demasiado, pero en España, en poco tiempo no sabremos diferenciar un debate en el Congreso de los Diputados de un Real Madrid-Barcelona (sobre todo por el tono de voz). Por tanto, tápenle los ojos y los oidos a sus hijos para el próximo clásico, o mejor aún, quiten el volumen a su televisor, y cuando acabe el partido quédense con el resultado. No vayan más allá. Y al día siguiente, al pasar por el kiosco eviten que sus hijos ojeen el Marca o el Sport, el Mundo Deportivo o el As, de la misma forma que las revistas de dos rombos.