Leo con preocupación que es usted partidaria de limitar la libertad de expresión.
El hecho de que lo hiciese, además, en un evento organizado por una gran empresa mundial del negocio de los refrescos, aumenta mi preocupación inicial- Nada tengo en contra de esa empresa, pero no es una empresa que se caracterice por sus simpatías hacia las políticas liberales.
Entiendo que de lo que se trata es de poner fin a los bulos, las intoxicaciones y a las noticias falsas, aunque aquí debo coincidir con el presidente de la Asociación de Periodistas Europeos, Diego Carcedo que afirmo que “la noticia es la verdad”, por tanto, no hay noticias falsas, si no mentiras.
Señora Calvo le confieso que no creo en la limitación de la libertad de expresión como método para combatir la falsedad; creo mucho más en la educación adecuada que dote a las personas de las herramientas necesarias para contrastar todo lo que leen, para lo cual es absolutamente necesario que existan medios libres que sin miedo ni cortapisas a lo podrido lo llamen pocho y, cuando sea necesario ataquen a los miembros del gabinete (aquí hago un inciso para agradecer a Chicho Sánchez Ferlosio sus “Coplas retrógradas ). Luego está la propia responsabilidad del medio, o del informante para dar la cara, donde haga falta. Quien no actúa de esa forma no merece ser llamado periodista.
Por otra parte, se corre el riesgo de que, una vez iniciado el camino de esa limitación de la libertad de expresión, se avance hacia quien aun no mintiendo informe u opine de forma poco grata al poder, sea este el poder que sea. Y eso es muy peligroso, porque el único contrapunto al poder y sus arbitrariedades, está precisamente en esa libertad de expresión que usted, señora vicepresidenta, tan convencida está de que hay que limitar. Hay tres tipos de actitudes hacia el poder, por parte de quien informa u opina públicamente: La servil, propia de quien depende de ese poder para llegar a fin de mes, la rabiosa y furibunda de quienes nada bueno ven el poder y quienes lo ejercen, propia de quien depende para su sueldo de los enemigos del poder; y, por último la de quienes intentan informar y opinar con la mesura y libertad de criterio que dan el saber que no debes inclinar la cerviz para comer cada día. Personalmente estoy convencido de que la práctica totalidad de la prensa española está compuesta de este último tipo de gente, con las excepciones que todos conocemos, claro está.
Entiendo que de lo que se trata es de poner fin a los bulos, las intoxicaciones y a las noticias falsas, aunque aquí debo coincidir con el presidente de la Asociación de Periodistas Europeos, Diego Carcedo que afirmo que “la noticia es la verdad”, por tanto, no hay noticias falsas, si no mentiras.
Señora Calvo le confieso que no creo en la limitación de la libertad de expresión como método para combatir la falsedad; creo mucho más en la educación adecuada que dote a las personas de las herramientas necesarias para contrastar todo lo que leen, para lo cual es absolutamente necesario que existan medios libres que sin miedo ni cortapisas a lo podrido lo llamen pocho y, cuando sea necesario ataquen a los miembros del gabinete (aquí hago un inciso para agradecer a Chicho Sánchez Ferlosio sus “Coplas retrógradas ). Luego está la propia responsabilidad del medio, o del informante para dar la cara, donde haga falta. Quien no actúa de esa forma no merece ser llamado periodista.
Por otra parte, se corre el riesgo de que, una vez iniciado el camino de esa limitación de la libertad de expresión, se avance hacia quien aun no mintiendo informe u opine de forma poco grata al poder, sea este el poder que sea. Y eso es muy peligroso, porque el único contrapunto al poder y sus arbitrariedades, está precisamente en esa libertad de expresión que usted, señora vicepresidenta, tan convencida está de que hay que limitar. Hay tres tipos de actitudes hacia el poder, por parte de quien informa u opina públicamente: La servil, propia de quien depende de ese poder para llegar a fin de mes, la rabiosa y furibunda de quienes nada bueno ven el poder y quienes lo ejercen, propia de quien depende para su sueldo de los enemigos del poder; y, por último la de quienes intentan informar y opinar con la mesura y libertad de criterio que dan el saber que no debes inclinar la cerviz para comer cada día. Personalmente estoy convencido de que la práctica totalidad de la prensa española está compuesta de este último tipo de gente, con las excepciones que todos conocemos, claro está.
Pero, en fin, me curo en salud, señora Calvo Poyato y voy a limitar mi libertad de expresión, eso que se llama autocensura y que jamás en los años que llevo publicando mis opiniones he hecho: Pienso, señora vicepresidenta que es usted una...Como puede ver esto es mucho más peligroso e inquietante que si hubiese puesto en vez de los puntos suspensivos mi opinión. De ese modo sabría lo que pienso sobre usted y podría darme las gracias o denunciarme, según conviniera. Con los puntos suspensivos no sabe si se trata de una crítica leve, apenas el roce de las alas de una mariposa, por el contrario, en esos puntos suspensivos hay una filípica, llena de los más atroces insultos, las más contundentes descalificaciones y las más abyectas groserías.
Voy a dejarla con la duda, dado que me he impuesto limitar mi libertad de expresión, si le diré, para su conocimiento, que en mis artículos de opinión sobre Rajoy publicados en este medio jamás lo he insultado, mucho menos lo voy a hacer con usted que me cae bastante mejor que el ahora registrador de la propiedad. Pero los puntos suspensivos, suspensivos se quedan.
Voy a dejarla con la duda, dado que me he impuesto limitar mi libertad de expresión, si le diré, para su conocimiento, que en mis artículos de opinión sobre Rajoy publicados en este medio jamás lo he insultado, mucho menos lo voy a hacer con usted que me cae bastante mejor que el ahora registrador de la propiedad. Pero los puntos suspensivos, suspensivos se quedan.