Alhama y las clarisas: cuatrocientos años después



Reproducimos a continuación la intervención de Antonio Ramos Espejo, en los actos programados en el IV Centenario de las Clarisas en Alhama, realizada el pasado viernes 9 de noviembre.

Imagen supeirior las tres hermanas clarisas con Antonio Ramos, autor de este artículo.

EN ALHAMA PARA SIEMPRE

Por Antonio Ramos Espejo
    
 Hoy me parece un sueño estar aquí. Yo entonces era un niño, con la medalla de la Virgen de las Angustias colgada en el pecho. Me sentaba en uno de estos bancos. Volvía la cabeza cuando oía a las monjas cantar en el coro. Pretendía reconocer a aquellas jóvenes que yo conocía y de las que oír decir que “se habían metido a monjas”. A María Vinuesa la conocía porque nos vendía las tortas y bollos con mucho arte. De Tere López me llamaba la atención, camino del colegio de las monjas mercedarias, su porte majestuoso que adornaba con una larga trenza. A Anita Villegas la recuerdo de cuando jugaba en la puerta de su casa de la calle Enciso y de cuando fue un día a mi casa con las reparadoras a dejar al Niño Jesús. Ha pasado tanto tiempo… Ya no tengo que volver la cabeza para verlas. Las tengo aquí delante y ahora se llaman: Sor Clara, sor Francisca y sor Pilar.

     
  (Citas obligadas. Saludo la presencia del párroco, Enrique Angel Martín Puerta; del alcalde, José Fernando Molina López; y del hermano mayor de la Hermandad de la Virgen de las Angustias, Miguel Martín. Y, cómo no, de forma especial a Andrés García Maldonado, presidente de las Asociaciones de la Prensa de Andalucía, del Colegio de Periodistas, por varios motivos, como compañero y amigo, por su condición de Hijo Predilecto de Alhama,  por su contribución a mantener vivo el legado histórico y patrimonial de nuestro pueblo a través del Patronato de Estudios Alhameños, que dirige, y que ha sido la clave para la organización de este homenaje a las madres clarisas, en el que ha tenido una presencia singular Marina Arrebola. Y además, porque es el responsable de que yo esté aquí esta noche y de iluminar este texto que he preparado, partiendo de la disertación o conferencia inicial –Las Clarisas y Alhama, cuatro siglos de historia- que pronunció y con la que se dio por abierto este mes que representa el abrazo de las paisanas clarisas con la Virgen de las Angustias y con Alhama).  
     

 Quiero dedicar mis palabras, en nombre de la Virgen, a la mujer, a la mujer de Alhama en mi memoria, a las mujeres que recuerdo de niño, a mi madre y a las tres abnegadas madres clarisas que nos acompañan.

La Virgen es testigo de los secretos a ella encomendados:
Ante ella se han derramado lágrimas de dolor.
Ante ella estalla el corazón de alegría en las ferias.
Ante ella acuden sus hijos con sus mejores galas de estreno.
Ante ella la oración tiene un valor, lo mismo aquí a su vera, que, desde cualquier lugar del mundo, donde estén aquellos alhameños, que conforman esa otra hermandad de los devotos del silencio.

De izq. a dcha. sor Clara, sor Pilar y sor Francisca
UNA ATALAYA DE LUZ

 Me corresponde a mí, marcar algunas pinceladas históricas y de actualidad hasta llegar al éxtasis de amor que María Vinuesa (Sor Clara), Tere López (Sor Francisca) y Ana Villegas (Sor Pilar) viven junto a la Virgen de las Angustias, arropadas por un pueblo que las quiere, las adora. Porque ellas son el baluarte y las depositarias de una herencia que nos llega viva cuatro siglos después (1612-2012).

 En lo más alto de la histórica de ciudad de Alhama, se levanta como una atalaya de luz el Monasterio de la Inmaculada de las Hermanas Clarisas. Entrada y salida de viajeros, peregrinos y labradores de ida y vuelta por los caminos que conducen a la sierra, los ríos, las viñas, los confines de la provincia de Granada y la entrada en las rutas de Málaga.

 El convento ha sido siempre la referencia más señera, aunque, al menos desde comienzo del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, compartía ese punto de entrada con las posadas, sobre todo, la que nos describe Teófilo Gautier (viaje en 1840): Sería “cosa de las dos de la madrugada, cuando llegaron sedientos, hambrientos y rendidos de fatiga”, a la posada de Pedro Trassierra Conde, situada al final de la calle Enciso, frente al Convento de San Juan Pascual Bailón, entonces desierto por la exclaustración… (Referencia de don Inocente García Carrillo en “Alhama vista por un extranjero”). Esta posada, regentada por Fernando Castro Becerra, pasó comienzo de los años 60 siglo pasado, a la placeta). Ahora, al viajero le acompañan el sonido de las campanas y el caño de agua fresca y bendita que mana de los muros del convento.

EN LOS TERREMOTOS

 Las clarisas siempre han estado con el pueblo: en los momentos de alegrías y penas. Aún en las circunstancias más trágicas cuando reaparece el espíritu de solidaridad, cuando se crean los fuertes vínculos más fuertes entre los habitantes de una comunidad. Así ocurrió la noche del 25 de diciembre en nuestro pueblo y en su comarca, que se prolongó, de forma especial, en 1885 con la visita del Rey Alfonso XII. Tenemos un testigo especial, el periodista Luis Seco de Lucena, director-fundador de EL Defensor de Granada.

 Entonces y ahora, estaban las madres clarisas con su pueblo, sufriendo con su pueblo en esos momentos de dolor; como ahora en momentos de alegría con la Virgen de las Angustias en este lugar que había sufrido los horrores de la devastación. (En la provincia de Granada se registraron 828 muertos, 1.164 heridos…; se hundieron totalmente 3.287 casas particulares y 63 edificios público, además de 817 viviendas en estado ruinoso. En Alhama, que contaba entonces con 8.000 habitantes, se contabilizaron 463 víctimas, aunque, según otras fuentes, fueron 302…). El Defensor de Granada del 11 de enero da cuenta de la grave situación en la que se encuentra Alhama:

 “La catástrofe ha sido en dicha ciudad mucho más grave de lo que en un principio se creyó. De las casas que componían la población una tercera parte han venido totalmente al suelo y las otras dos se hayan en tal estado de ruina que es de todo punto imposible vivir. Los vecinos todos han acampado en la plaza pública y entre ellos se ven las monjas del Convento de franciscanas observantes [clarisas] y los presos de la cárcel, pues unas y otros han tenido que abandonar los edificios, que ocupaban…”

 A este pueblo destruido, presa de una inmensa conmoción llega Alfonso XII a las tres de la tarde del día 11 de enero de 1885. De inmediato, el Rey entra en contacto directo con enfermos, heridos y con todo el vecindario, alojado en chozas, departe con los vecinos, ofrece donativos y consuelo… En la finca del Castillo, donde se habían instalado en unas chozas las religiosas clarisas, el monarca departe con las madres de clausura, a las que entrega un fuerte donativo para reparar su convento de San Diego. El dibujante Comba de La Ilustración española y americana, el único corresponsal gráfico, que se desplaza al lugar para ilustrar los hechos, relata la escena que capta en vivo:

 "Las religiosas de Santa Clara, al ver hundido su convento la triste noche del 25 se refugiaron, en el huerto de la finca el castillo, propiedad de don José Toledo y Muñoz, y cuando yo las vi el día 11 esperando anhelosas al Rey formaban el cuadro encantador que he procurado bosquejar en mi dibujo. Estaban cubiertas de velos negros y rodeaban a la anciana superiora, a los lados aparecían las chozas que hicieron en los primeros momentos para albergue suyo y las tiendas de campaña, que posteriormente les ofreció la administración militar. Al fondo, resaltando sobre las nubes se ven las ruinas de la ciudad. Hacia el final del huerto se abre un tajo profundísimo, a cuyo borde movedizo se acercó S. M. verdaderamente impávido mientras el general Blanco al observarlo pronunciaba esta oportuna frase: Apartaos señor que ésa no es como las balas”.

 Además de las clarisas, quedan también sorprendidas por la tragedia las religiosas mercedarias. Hacía tan sólo unos meses que las Hermanas Mercedarias de la Caridad habían llegado a Alhama, instalándose en el Hospital de la Reina (Historia, leyenda y sociedad en la Alhama decimonónica, de Salvador Raya Retamero). Una fotografía de la época, muestra a las monjas, vestidas de blanco, en un bautizo al aire libre, semanas después del terremoto. (Desde entonces, los alhameños reparten su cariño entre las mercedarias, que dedican su tiempo a los enfermos y ancianos, y las clarisas que cuidan de sus almas con sus rezos y de sus cuerpos con sus manos prodigiosas para la más fina repostería. Y ya solo nos quedan las monjas que primero llegaron a nuestro pueblo.

GUERRA CIVIL Y POSGUERRA

 Damos otro salto en el tiempo. De aquella destrucción que descargó la ira de la naturaleza, Alhama, como toda España, se ve envuelta en aquella otra ira política y social de la guerra civil de 1936. Y de nuevo ahí está la Virgen ante la adversidad, que también fue una víctima más; como las religiosas clarisas y mercedarias, como todas víctimas de aquella sinrazón.

 A aquellos años de la tragedia siguió la posguerra. Los años del hambre. El tiempo del maquis o de los hombres de la sierra. Tiempo de muertes y crueldades para los ojos de un niño.

 Recuerdo las historias de sufrimiento de la familia cuando mi tío Adolfo Ribera fue secuestrado por una partida de hombres de la sierra, como se les conocía, en su cortijo de las Ánimas, y cómo sufrieron su mujer (mi tía Amparo, sus hijos: Pepe, Mari Carmen, Juan Luis, Juani)…

 Como recuerdo la capilla ardiente de un guardia civil, que había muerto en la sierra, y su cadáver fue expuesto en la sala de plenos del Ayuntamiento. (Y a aquella madre que, año tras año, como me decía Luis Morales, venía al cementerio y a rezarle a la Virgen de las Angustias).

 Y aún con más nitidez –siguiendo esas imágenes impactantes de la infancia- recuerdo el día que pasearon, mataos encima de sus burros, a ocho o nueve leñadores por ser enlaces de los hombres de la sierra. No se me puede olvidar, nunca, la imagen de Presenta, la viuda de uno de aquellos leñadores, cuando entró a trabajar en mi casa, toda ella enlutada, con sus tres huérfanos.

 Y un día nos dio mucha pena enterarnos que los Bibiana, de los que había quedado solo ella, la abuela, se habían tenido que ir del pueblo después de la muerte de uno de ellos.

 El hambre rondaba por doquier. Su impacto se reflejaba en las cartillas de racionamiento, en las espigadoras, en los rostros de los hombres que robaban para comer, en la mirada de los niños, en las mujeres con los vestidos raídos de tantos lutos, en los remiendos de los pantalones, en los hombres de la siega, en las mozuelas que no paraban de traer y llevar cántaros de agua de las fuentes a las casas, como en este caño del Sandiego, en habitantes de los barrios más castigados, entre los que teníamos a estos vecinos del Tejar, en las lavanderas que bajaban al río con las manos dañadas de sabañones...

 El convento de San Diego había quedado muy mermado de fuerzas. Las religiosas fueron recolocadas en conventos de Granada. Tres alhameñas: las madres Sacramento Pérez, Inocencia Raya Velasco y Dolores Valenzuela Gordo, volvieron a sus respectivas casas familiares desde las que iniciar la reconstrucción del convento. Todo el dinero que recogían, incluso yendo de cortijo en cortijo y trabajando, lo empleaban en la obra. En 1950, se reabre el convento con licencia y ayuda de Don Balbino Santos y Oliveira, arzobispo de Granada. Vienen entonces como refuerzo tres religiosas del Monasterio de Ávila: las madres Teresa Cañizares, María Isabel Acero y Margarita Valverde que, con las hermanas de Alhama, abordan con la reconstrucción del nuevo y decisivo impulso que necesitaba el convento.

TESTIMONIOS

 Es en esos años es cuando llaman a sus puertas las tres jóvenes alhameñas que hoy tenemos el orgullo de tenerlas con nosotros, nombres a los que hay que añadir el de la jatareña Josefina Mediavilla, que vive en la actualidad en otro convento granadino.

 Ellas dejaron su casa, el calor de sus familias, el bullicio de la calle, su juventud, para abrazar la vida contemplativa. (Tengo registrados algunos momentos, especialmente de sor Clara; de su participación en los documentales “Andalucía es su nombre”, en “Andaluzas” y en algunos de mis libros. Cautivado por la vida que discurre por esos adentros e interesadas ellas por contar más historias, les dejé una pequeña grabadora, con cintas de recambio, para que fueran recogiendo esas memorias. Las ocupaciones, que no son pocas, no les han permitido hasta ahora avanzar en ese empeño).

SOR CLARA (MARIA VINUESA)



 María del Carmen Vinuesa Jiménez del Barco, hija de Benito y María. Nació en Fornes, en el Molino de la Beata, donde se encontraban sus padres trabajando, aunque a los tres años vuelven a Alhama a la calle San Diego, a un paso del convento.

 Guarda sor Clara un recuerdo luminoso de su profesora doña Catalina, dio clases en la escuela que se denominó del Sagrado Corazón, hasta que esa escuela se vio obligada a cerrar. Entonces ella, como la mayoría de las niñas de Alhama, no quiso ir a las monjas Mercedarias y fue a la escuela pública para niñas que se situaba en calle Bermejas, cuya maestra era María Carrillo, que todos recuerdan con gran cariño. Entre los 12 y 14 años, forma parte de las Niñas Reparadoras, de Acción Católica; es Benjamina, Aspirante y Joven de Acción Católica, todo ello entre los 12 y 14 años.

 Ingresa en el Convento el 9 de abril de 1953. Había entonces doce hermanas; dice que un gentío del pueblo la acompañó a su destino y que fue tal la multitud que hasta una persona llegó a partirse una pierna entre empujones y avalanchas. Recuerda a las amigas de su edad, muchas, especialmente a Socorrito Vargas (que por ciertos, fui mi catequista), Maruja Benavides…Yo era muy alegre y me gustaba mucho la calle. Tanto era así, que cuando decidí ser monja, me echaban ocho días y llevo casi sesenta años. Yo me lo planteaba, sentía, como en el fondo, que Dios me llamaba. Y llegó un día en que descubrí que realmente me quería. Primero pensé ser Hermanita de los Pobres, pero cuando restauraron el convento y conocí a las monjas, y la vida que llevaban vida… Entré el 9 de abril aquí al convento y estoy feliz, realizada plenamente. Entregué mi vida por Dios, para el servicio de Dios y para bien de los hermanos. Mi fin era llevar todos los problemas al Señor para que se vayan remediando”.

SOR FRANCISCA (TERE LÓPEZ)



 Hija de José (agricultor) y Vicenta, nace y vive en la calle Enciso. Fue a las escuelas de doña Catalina, Colegio Corazón de Jesús y Mercedarias. Recuerda a amigas de su tiempo y edad, como a Conchi Castro Valladares, su prima Paquita López Cortés, …

 Vive la vida religiosa propia de las niñas de su época en Alhama: Reparadoras y Juventud de Acción Católica. Cuenta que era una niña muy alegre, una joven con mucho entusiasmo, muy unida a sus amigas y familia, participando en los coros y juegos con total entrega y felicidad, por lo que todos, familia y amigas, se quedaron sorprendidas cuando decide entrar al Convento: el día 24 de septiembre de 1954. Sus amigas decía cuando quería ya retirarse de las reuniones: “Que se vayan las aburridas, pero no tú”. Esas amigas y familiares le advirtieron que una joven tan alegre como ella que su entrada en el convento, en ese mundo tan austero y silencioso, no era para ella, que no aguantaría. Sor Francisca es muy sentimental. Siempre ha recordado el murmullo del río y el paisaje de los tajos jamás se le olvida.

SOR PILAR (ANA VILLEGAS MÁRQUEZ)



 Hija de Antonio (agricultor y tendero) y Rosa, nació en Alhama, en la misma Cuesta de San Diego. Estuvo en el Colegio Público de la calle Bermejas con la maestra María Carrillo y después con las Mercedarias.

 Recuerda que tenía muchas y muy buenas amigas, como las mismas Hermanas Clara y Francisca, además de Tere Pinos, Magdalena Ribera, Mari Crespo, Esperanza Ramos… Aunque la vida era muy difícil para los mayores, ella recuerda que tuvo una infancia y juventud muy alegre y en la que disfrutaba mucho. Se vivía mucho la religiosidad, era muy emotivo porque proporcionaba mayores relaciones entre las personas y las amigas. También ella, pasó por las Reparadoras y la Juventud de Acción Católica.

 De carácter más reservado, a sor Pilar (me resulta raro llamarla así… para mí siempre ha sido Anita Villegas), se le ilumina la cara cuando expresa aquellos momento de la vocación que la llevan a llamar a las puertas del convento. La sencillez, junto al amor por las flores y sus habilidades para los bordados, es una de sus virtudes que le han servido para mantener su espíritu desde aquel día, 5 de enero de 1955, que vio cómo se cerraban ya las puertas del convento. A partir de ese momento sustituía la calle por las rejas. Desde entonces su corazón quedaría dividido entre la familia de su casa y la nueva familia de doce hermanas… Para aliviar ese impacto que se produce con ese cambio tan radical, la nueva religiosa tenía el apoyo de sus dos paisanas: María Vinuesa y Tere López. El destino las ha ido llevando unidas hasta el día de hoy. Las tres alhameñas que se han mantenido fieles a la causa.

 El tiempo no se detiene. Ellas han seguido enriqueciendo su vocación. Mientras han tenido que sufrir los desgarros familiares que ha producido la emigración en este pueblo. Como casi todas las familias de Alhama, tienen sus familiares repartidos por Vitoria, Bilbao, Barcelona, Madrid… La distancia no ha sido obstáculo para que ellas se sientan ligadas con sus familias donde quiera que se encuentren.

 De hecho, sor Clara vive una experiencia especial. Entre 1971 y 1978, obtiene licencia para trasladarse al domicilio familiar de Bilbao, para cuidar de su madre y su hermana. Durante ese tiempo trabaja también como auxiliar de clínica. Después, de cumplir con los deberes familiares, como hija y hermana, retorna al convento. Su esfuerzo es encomiable.

TESTIMONIOS



SOR CLARA
. “Yo nací en una familia cristiana y trabajadora. Me tocó vivir la posguerra, en la que había mucha miseria, mucha hambre Yo no sentía hambre porque teníamos una pequeña panadería en la que trabajábamos todos. “Había mucha penuria pero vivíamos muy felices: los juegos, los cantos, las excursiones. Era otro mundo distinto. Era un tiempo fabuloso, con mucha miseria, mucha desigualdad, mucha injusticia; pero ya eso parece que va progresando”.

 “Si ahora lo piensas, la vida era dura. Teníamos poca comida, tan poca comida que yo a los quince días de estar aquí me moría de hambre y decía: ¿Qué habrá que hacer: decir que tengo hambre, que me dé un pedacito de pan con aceite o mortificarme? Opté por lo positivo, por pedir un bollo de aceite porque pasábamos necesidad”. (De hecho, cuando su padre tuvo conocimiento de que su hija había sufrido un desmayo por hambre, todas las tardes se acercaba a llevarles, para toda la comunidad, pan o tortas).

 “Pero, de una u otra forma, el problema se resolvía día tras día, y así a lo largo de los años. También pasábamos frío, muchísimo frío. A mí me salieron sabañones el primer año en los carrillos, porque rompíamos el agua por la mañana para lavarnos. Cuando estábamos trabajando y no podíamos seguir ya, decíamos: `Al brasero de los pobres`. Bajábamos al claustro y hacíamos paseo, todas, cantando en plan de marcha y así nos calentábamos y podíamos seguir trabajando”.



SOR FRANCISCA
. El primer día que entró Tere López confundió la cena con la merienda, por la hora y por lo poco que pusieron de comida; hasta el punto que transcurridas dos horas, permanecía sentada en la cama esperando ser avisada para comer. Tuvieron que hacerle una tortilla francesa.

 La dieta de un día cualquiera era: levantarse a la 6 de la mañana; desayuno, a las 9: unas granzas que les llevaban –de los cafés o de los bares- con un poco de pan; almuerzo a las 12,30: el potaje de garbanzos que tampoco le gustaba; una cena nada abundante a las 18.30, aunque se permitían degustar una onza de chocolate.

 En los momentos en los que están más necesitadas, aparece, como ellas dicen, la Providencia. Como cuando realizaron una primera gran obra de restauración tras los acontecimiento de los años treinta y necesitaban blanquear el convento: les llegó entonces una carta de Suiza con 80.000 pesetas, de un donante anónimo; o cuando un alcalde sabiendo que necesitaban 12.500 pesetas para albañiles puso una multa a alguien, tema de caza o algo parecido, y pasó el importe de la multa al convento.

 Cuando sor Clara y sor Francisca iban a Granada por sus estudios de magisterio (como más adelante veremos), en una ocasión que tenían poco dinero, como siempre, emplearon las pocas pesetas llevaban en comprar ternera para la comunidad; pero se quedaron sin las chirimoyas que tanto les apetecía. Al día siguiente, ya en el convento, llaman al torno y encuentran que alguien les ha dejado una caja con chirimoyas enormes.

 Otra vez, sin contar ya con nada en la despensa, les dejan bastantes kilos de garbanzos, lentejas y otros productos con un kilo de caramelos.

 “Bueno, pues vivimos…, dicen. Ya tenemos paga, pero de eso no hace tanto tiempo. Vivimos de la repostería, que no es mucho porque somos poquitas y no podemos hacer mucho, y luego de la Providencia. El pueblo nos quiere, está con nosotras, también nos ha ayudado mucho”.

MANOS DE DULCE

 La repostería de las clarisas de San Diego tiene fama. Sobre la excelencia de sus dulces, nos da cuenta una información de la Asociación Gastronómica y Cultura de la Axarquía y su Taller de Repostería de Conventos:

 “Miel, azúcar, almendra y especias son los ingredientes imprescindibles en la repostería granadina. De clara influencia árabe son, paradójicamente, los dulces que elaboran las monjas en los conventos de clausura son los que han logrado más renombre. De entre estos conventos, el de las Hermanas Clarisas de Alhama de Granada es uno de los más conocidos de la región andaluza. En las cocinas del Monasterio de San Diego, pudimos comprobar en situ la influencia musulmana que aún se respira entre los fogones que aún utilizan…”

EL VALOR DE DOS MONJAS-ESTUDIANTES

 Lo que hicieron Sor Clara y Sor Francisca (María Vinuesa y Tere López) es una proeza que empieza en el verano de 1962 y culmina en 1968. Su objetivo era hacerse maestras. ¿Cómo sin tener más estudios que los básicos de la escuela se atreven a hacer una carrera? Hacen el ingreso (les ayudan en esos primeros pasos, Manolo Vinuesa, Agustín Molina, Antonio Pastor…) y los primeros cursos de bachillerato por libre en Alhama. El cuarto curso y los años de carrera lo hacen en la Compañía de María, de Santa Fe, donde se alojan. Convalidan el título de magisterio en la Sagrada Familia de las Siervas de San José (Josefinas) de Granada.

 Con el permiso de Roma y el apoyo de su comunidad habían logrado su objetivo. Ya estaban preparadas para abrir una escuela en el convento, que les permitiera lograr ingresos con los que hacer frente a las necesidades económicas. Sin embargo, una inesperada circunstancia se cruza en su camino. El Vaticano corta de raíz esas expectativas. La orden de Roma era taxativa: o clausura o enseñanza. Lógicamente, optaron por mantenerse en la llamada del espíritu.

 ¡Qué historia! ¿Cómo podían costearse en Granada, dos monjas de clausura? No disfrutaron de becas, ni de ingresos extras… Todo el sacrificio, como los estudiantes con sus padres, recae sobre la comunidad. De ahí que las monjas-estudiantes hicieran lo imposible para reducir gastos. Tienen mil y una historias que merecerían la publicación de un libro. Les referiré una muy curiosa:

 Sor Clara y son Francisca regresaban todos los sábados y domingos a su convento. Si no tenían más remedio viajaban en la Alsina; pero para no gastar hacían auto-stop. Ver a dos monjas hacer dedo, eran, cuando menos, una curiosidad. Eso le pasaría al conductor de un camión de feriantes que iba para Alhama. Las monjas se subieron a bordo. Sor Clara les dije que las podían dejar en el cementerio. (Su padre había fallecido hacia poco tiempo y quería acercarse a su tumba). Enterado el conductor del porqué de esa intención, las paró en el cementerio y además las esperó a que terminaran sus oraciones para proseguir el viaje hasta el pueblo.

VIRGEN DE LOS ÁNGELES

 Entre otras imágenes y devociones a la Virgen, me parece la más entrañable y fantástica Virgen de los Ángeles, en esa cueva, convertida en Ermita de Peregrinos. La Virgen de los Ángeles es la reina del silencio. Un silencio sólo interrumpido por los efectos de la naturaleza. Cerramos los ojos y los oímos: los rumores del agua, los silbidos del viento encañonado entre los tajos, el canto de los pájaros, el croar de las ranas, los saltos de las truchas en el agua.

 A la rejilla de su puerta se asoman los peregrinos, los pastores, los caminantes –ahora también los paseantes-, hacia los cortijos río arriba y las rutas de las viñas. Todo dispuesto allí por algún ser que se nos antojaba entonces misterioso y creíamos que vivía en aquellos adentros. Como si más allá de lo que alcanzaba nuestra vista se abrieran las estancias ocultas de los Ángeles, que adoraban a esta madre del camino.

 La Ermita de los Ángeles tiene para nosotros el valor de una joya religiosa, literaria y fantástica en la Leyenda del Caballo. La marca de la herradura sobre la piedra: la historia de aquel jinete que prometió construir una ermita si la Virgen lo salvaba de aquel trance que lo colocaba a las puertas de la muerte.

     
  TODO EMPEZÓ EN ASÍS



 Damos un salto en el tiempo. En la cuna de San Francisco y Santa Clara (Ya, 11 de mayo de 1972). Estamos en Asís (Italia) en la basílica de de Santa Clara… Gracias a un permiso especial, se nos permitió entrar en el interior del convento de clausura de las madres clarisas.

 Aquí se vive todavía, al 100 por 100, la regla franciscana, la vida profunda e interior. Viven como si el tiempo no hubiese corrido desde el siglo XII. Trabajo y oración. Hábitos marrones y rostros alegres y cansados, a su vez, por el sacrificio. El sol entre rejas y las campanas, viejas y sonámbulas, suenan cada dos por tres anunciando un toque de oración.

 Cuarenta y ocho religiosas clarisas. En el interior de la basílica conservan el cuerpo incorrupto de Santa Clara. Las religiosas, desde unas rejas, y con velos que les cubren el rostro, hacen de "guía" a los turistas o peregrinos que quieren ver el cuerpo de la santa. Explican la historia de la madre Clara, su muerte, su obra, le dan a uno estampas y después le hacen rezar.
(…)
Diálogo junto a una mesa… Algunas reflexiones:
— El Concilio ha «sido para mí —dice la madre maestra— el acontecimiento más importante que hemos vivido en estos últimos años.
— ¿Qué mensaje, en nombre de Santa Clara, pueden ustedes lanzar a este mundo complicado?
— Vivir el evangelio. Vivir directamente de Cristo. El contacto con Cristo no como una abstracción, sino en todo su valor; con el sentido de la vida primitiva, de las verdades, de la interpretación del hombre, del Adán, como si comenzara a sentir la vida y conocer la felicidad en su paraíso.

 Les hemos preguntado que cuál es su misión en el mundo, de si es suficiente la oración, el aislamiento sin la acción...
— La acción —contestaron— es externa, accidental. Nosotras rezamos por el mundo, no por egoísmo refinado, sino porque creemos que ésa es nuestra principal misión, además de los “picolli” sacrificios que hacemos y que se quedan en el silencio. Esto no quiere decir que renunciemos a la acción. Si alguien quiere hablar con nosotras, establecemos el diálogo. Nuestra clausura, entendida espiritualmente, está abierta al mundo. Hoy el mundo es apertura, diálogo, comunicación.

 La santa Clara de Zeffirelli. Les pregunto si han oído hablar de la película sobre Santa Clara y San Francisco, "Fratello sole, sorella luna", que ha realizado Franco Zeffirelli?
— Sí. Y nos han dicho que recemos mucho, porque ofrece una visión sumamente mundana de los dos santos en su juventud.
— Se amaban, ¿no?
— Pero sublimizaron su amor —dice otra.
— No tendrá nada de malo la película.
— Al menos así nos lo han dicho.

Sin embargo, otra religiosa que entra en ese momento, sor María Asunta, de Cerdeña, alegre, simpática, desenvuelta, que tiene sus informaciones propias sobre el filme "Fratello sole, sorella luna", dice:
— Zeffirelli presenta una Santa Clara alegre, sencilla... Como una "ragazza" sana y divertida, llena de belleza y de gracia. ¿Por qué va a ser mala?
— ¡Por qué va a ser mala!—repiten a coro.
— Cierto. ¿Por qué va a ser mala?

 Suena una campanilla. Se acaba la hora. No puede seguir roto el silencio claustral de las clarisas. El toque de la oración. Contemplación y evangelio: "Orar para abrazar en el amor a todos los hermanos."

 Así es su vida de años y años entre rejas, mientras se les va abriendo el mundo de la trascendencia. Todavía en las celdas, el lecho duro, la mesa de madera rústica, los cilicios, los breviarios... Son una prolongación de la "sorella luna" en la cuna del amor franciscano. La puerta se cierra. Detrás, rejas. Cuadriculados de rejas. Y un portón grande, pesado, para guardar el silencio que sube de la pradera.


 
     



TESTIMONIO DE LA MONJA DEL 28-F

 Sor Clara, recuerda aquel momento en el que salta a la prensa por haber dado públicamente, a través de una carta abierta, en IDEALl, su apoyo a la autonomía andaluza.

 “Nos dio mucha alegría cuando el 28 de febrero aprobaron nuestra autonomía y cuando vino, por primera vez, el presidente Escuredo. Estábamos trabajando y una madre mayor, que era una mujer extraordinaria que se adelantaba a los tiempos, escuchó el Ángelus a las 12 y oyó decir que había llegado a Alhama el presidente de la Junta de Andalucía. Entonces, nos tocó la campana, subimos y nos dijo: “Está aquí el presidente, hay que felicitarlo”. A todas nos pareció bien. Como yo estaba al frente de la Comunidad, le escribí unas letritas dándole la enhorabuena, deseándole lo mejor y pidiéndole que mejorase esta Andalucía nuestra.

 “Y esa carta se publicó en el periódico. La llevó un sobrino mío y salió en primera plana. Tuvo reacciones positivas y negativas. Recibimos cartas dándonos la enhorabuena de haber saludado al presidente y deseándole todo lo mejor para Andalucía. Y luego, hubo otros que decían que no estaba bien, que no teníamos que habernos metido en eso. Pero, ¿por qué no?; si somos ciudadanas, cómo no vamos a felicitar a nuestro primer presidente de Andalucía. Lo hicimos con todo el amor y la sencillez del mundo. Sin pensar en un signo ni otro signo porque para nosotros no hay signos, hay hermanos”.

(A propósito de la bandera de Andalucía y del 28-F, quiero recordar que mi madre, Carmen Espejo Guerrero, cosió la primera bandera andaluza que ondeó del mástil del Ayuntamiento de Alhama).

LAS CLARISAS DE ESTEPA

 Seguimos con aquellas vísperas del 28 de Febrero de 1980, y nos vamos de las clarisas de Alhama a las clarisas de Estepa. Había entonces en esta comunidad doce religiosas. La madre abadesa era Asunción Fernández, que ha fallecido hace ya unos años. Hoy la madre abadesa es sor Clara de la Eucaristía Olvera; la comunidad la integran once religiosas, que envían un abrazo fraternal a sus hermanas de Alhama.

 En aquellas fechas tan decisivas para la autonomía andaluza, Rafael Escuredo, presidente de la Junta de Andalucía, oriundo de Estepa, se detuvo en el pueblo y quiso hacer una visita especial. Junto a otros acompañantes (unas cinco personas más), fui testigo del cariño que el Presidente profesaba a las madres clarisas del convento de Santa Clara de Jesús, fundado en 1599 . En la sala de visitas apareció la madre abadesa con casi todas las religiosas del convento. De inmediato, la madre abadesa, señaló con el dedo al Presidente y le dijo: “Tú eres, Fali, no?”. Se acordaba de aquel chiquillo que iba con su madre a visitarlas y a comer dulces.

 Ya que estamos en Estepa, contaré que fue también Rafael Escuredo el que nos llevó después a presenciar la procesión de la Virgen de la Asunción, Patrona de Estepa, el 15 de agosto. Y nos dijo, fijaos en las joyas que lleva… Son un regalo de Juan Caballero. Este estepeño formaba parte de los tres bandoleros que, junto a José María El Tempranillo y José Ruiz Permán (“El Germán”), pactaron el indulto real que le fue concedido por el Fernando VII el 23 de julio de 1823 en la Ermita de la Corcoya de Badolatosa (Sevilla). Del Tempranillo se sabe que fue comandante de la Guardia de a Caballo de Andalucía y que murió a manos de un bandolero cerca de Alameda (Málaga). Juan Caballero, en cambio, vivió respetado, como un hombre acaudalado y letrado, llegando a escribir sus memorias. Murió en su pueblo.



RECUERDOS DE LA VIRGEN

 Antes de conmemorar estos días tan extraordinarios, con la Virgen de las Angustias, convertida también en la madre que vela ahora por sus sueños, las hermanas clarisas disfrutan del privilegio de verla cada dos años ante el convento cuando sale en procesión. Sobre esos momentos recuerda sor Francisca: “Sentimos mucha emoción… Nos la colocan mirando hacia nosotras. No te puedes imaginar lo que sentimos”.

 Y además confiesa que su momento más emocionante fue cuando, de niña, la Virgen pasó por la puerta de su casa… “Lo tengo grabado en el corazón. Con el balcón abierto, mi tío Antonio, tenía 28 años y estaba ya muy enfermo, se incorporó (se echa a llorar) para ver a la Virgen… Así, muy poco después, se fue reconfortado”.

 Por su parte, María Vinuesa, recuerda a la Virgen de otra manera:

 “Yo era muy traviesa. Iba, como otras niñas a los sermones, y éramos de las que atábamos los mantones de las mujeres mayores a los bancos” (travesura que se lo he oído referir a mi hermana Charo, a Matilde y Paqui, las mellizas, a Isabel Romero…).

 “Pero un día –sigue- oí un sermón: el predicador dijo algo que me impactó tanto… Me pasó como a Paulo de Tarso (“¿por qué me persigues…? que yo también me caí del caballo… Me marcó tanto, que cambió radicalmente mi vida”.

 Y continúa: “Pero, además recuerdo… al mecánico que vivía en el humilladero, tenía muchos hijos, y no era hombre de iglesia, sino todo lo contrario. Un día, no sé cómo pasó, que fue al camarín de la Virgen –sería a arreglar algún enchufe- y qué le pasaría allí dentro a este hombre, cuando se encontró cara a cara con ella, que se convirtió desde entonces en un hombre muy devoto, como toda su familia”.

MONAGUILLOS

 En la Iglesia de San Diego se ha forjado una escuela de monaguillos. Ser monaguillo en las monjas clarisas, verlas desde las rejas, comunicarse por el torno, aparte de ayudar a los sacerdotes de turno, imprimía carácter. Los ha habido de todas clases, más o menos piadosos, más o menos traviesos, pillines… Durante algunos años Paco Pérez Morales (ya fallecido) y Miguel Ramos Espejo, Michel, formaron una pareja de monaguillos simpáticos. Había que tener oficio o vocación para madrugar todos los días para y estar preparando la misa de las ocho.

 Cuenta Miguel lo bien que los pasaban, que aquello era como un juego. Los domingos las monjas les daba el desayuno en la sala de visitas al sacerdote que oficiaba la misa. Los niños, que desayunaban junto al torno, miraban de reojo. Su desayuno no era igual. A ellos les daban café y una pequeña tostada con manteca colará. Pero, no les gustaba y las voleaban por la tapia. “Niños, si no os gusta no las tiréis”, le decía una monja.

 Ya se dice que hay monaguillos que se aficionan al vino. Estos dos, Miguel más que Paco, se bebían el vino sobrante de las vinajeras que no había consumido el sacerdote. Si el oficiante era Don Miguel, y ya sabemos cómo era aquel buen hombre, obligaba, aunque ellos se resistían, a que le echaran todo el vino… Pero, otros sacerdotes, coadjutores más jóvenes, se dejaban por lo menos la mitad. Los monaguillos se bebían el vinillo al llevar las vinajeras del altar al torno. Las monjas les advirtieron entonces que no era necesario ese traslado, que dejaran las vinajeras en el altar. Y así hicieron, pero antes de dejarlas, los monaguillos se agachaban por detrás cuando podían, y se bebían el “mollate”.

 (Era un vino de Bodegas la Guarda de Málaga que, por entonces, se lo traía Antonio Ramos, mi padre).

 Años más tarde, Paco Pérez y Miguel, ya no eran monaguillos, pero mantenían su querencia con el convento. Y con Kiko Quesada, Gerardo Gómez y Andrés Garcia Maldonado decidieron visitar a las monjas un día de navidad. Las madres los recibieron con los brazos abiertos: los obsequiaron con café y una bandeja de roscos. Una merienda de lujo. Estaban de charla cuando se apagó la luz. A los pocos segundos vino la luz… La bandeja estaba ya casi vacía y los visitantes con las bocas tan llenas que no le cabía ni un alfiler.

 Podría recoger numerosos testimonios, y el deseo de tantos paisanos que lo dejarían todo por estar con nosotros. Como lo haría mi hermana Amparo, religiosa dominica, y así nos lo ha transmitido, desde Cuba. Allí tenemos a nuestra hermana, que mantiene vivos sus recuerdos y emociones de este convento y la devoción a la Virgen de las Angustias a través de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, con la que los indígenas aprendieron a rezar el Ave María.

“AYUDADNOS A VIVIR”



 “El futuro –dicen- lo afrontamos con mucha ilusión y mucha esperanza. Se dice que el mundo está muy mal, pero creemos que no, que el Señor va haciendo su Historia. El mundo tiene cosas positivas y negativas, como las ha tenido siempre. Nosotras, a pesar de ser pocas, no hemos perdido la ilusión, restaurando cosas, arreglando el convento, viviendo con alegría, sin pensar qué va a pasar. Pensando que el día de mañana, si nosotras no disfrutamos esto, lo disfrutarán otras criaturas; pero nosotras vivimos al día y llenas de ilusión”.

 Y hablando del día a día, del tiempo que pasa inexorable y del futuro, quiero pensar que esta casa es y seguirá siendo de quienes la habitan, de sus familias, del pueblo de Alhama. Porque este convento, estas campanas que suenan -¿recuerdan cuando se decía “son las tres y la olla sin poner”?-, esta fuente fría, esta gran casa que veo yo desde mi ventana de la calle Guillén, este entorno de hombres y mujeres que han nacido aquí, que son sus más directos hermanos y vecinos, de miles de alhameñas y alhameños que junto a estas tapias han crecido y han aprendido a rezar, son parte de sus señas de identidad. Y aún más de estas madres clarisas, a las que deseamos que no se sientan desprotegidas, que vivan aquí, siempre… (Me alegro que ya esté entre ellas, Chencha Serrano López, como familia; porque ya es un hecho, un síntoma positivo...).

Hoy todos los alhameños que están aquí, o en sus casas, o en cualquier lugar del mundo, se sienten honrados con nuestras hermanas clarisas y con nuestra Virgen de las Angustias.

 Los niños y niñas de entonces, y también de ahora, llevábamos colgado el escapulario o la medalla de la Virgen de las Angustias. La medalla que simboliza a todas las familias, mi familia: mis abuelos, mis padres, mis hermanos, mis primos, toda la familia… Y en este capítulo tan cercano del corazón, está Carmela, la esposa que llegó, de Almería, y la niña de Córdoba, que ya se ha convertido en la madre de Iván y Paula. Ellas, como todas las mujeres de la familia, de Alhama, representan mi fuerza interior.

 Una madre es el paradigma del sacrificio. Así interpretamos a la Virgen de las Angustias, con el Cristo yacente en sus brazos. Es la madre de los que más sufren, las víctimas del terrorismo, la madre de tantos guardias civiles, policías, jueces, asesinados… La madre que no puede cruzar la otra orilla porque su hijo se le ha perdido en una patera… La madre de los niños Ruth y José, entre Huelva y Córdoba, asesinados por un padre desalmado. La madre de los desesperados por los desahucios que produce esta crisis a las altura de noviembre de 2012 y que los lleva a inmolarse, como ocurrió en los casos más recientes de La Chana (Granada) y Baracaldo (Guipúcoa). Por todas las madres, por todas las víctimas de las guerras, de los malos tratos, de las injusticias, del odio y del hambre… He querido expresar estos testimonios de nuestras tres madres: Sor Clara, sor Francisca y sor Pilar… Siempre las llevaremos con nosotros ante este cuadro natural de las clarisas con su Virgen de las Angustias.

 En enero, de 2011, falleció Mercedes Olea, de Benalúa de Guadix. (Su lugar en AUSENCIAS) Una gran mujer, como las trece religiosas que, desde los años de la posguerra, están aquí enterradas y por las que pedimos un minuto de silencio.

 Nuestras tres paisanas se han quedado solas. Ellas son tres monumentos vivos; tres joyas que representan los cuatrocientos años del abrazo histórico de las monjas del San Diego con el pueblo de Alhama. “Ayudadnos a vivir”, dijo la noche anterior a este encuentro el cardenal Carlos Amigo, también franciscano, amante de los cosas sencillas. “Ayudadnos a vivir”… Hacía tiempo que no había oído una frase tan hermosa. Tan apropiada, para una historia de amor a la que ponemos música de fondo con los gritos de nuestros corazones: ¡VIVA SOR PILAR! ¡VIVA SOR FRANCISCA! - ¡VIVA SOR CLARA! ¡VIVA LA VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS! - ¡VIVA EL PUEBLO DE ALHAMA!.

Antonio Ramos Espejo
Iglesia-convento de San Diego. Alhama de Granada, 9-XI-2012