Treinta años de un asesinato por error y aún no se han despejado los interrogantes sobre el suceso. Esta realidad de asignatura pendiente en la historia de la transición democrática explica el libro “El Caso Almería, abierto para la historia”, del periodista Antonio Ramos Espejo, de próxima aparición.
El ‘Caso Almería’ es un caso abierto para la historia de la transición de la democracia en España. “Más tarde o más temprano, el ‘Caso Almería’ tendrá que reabrirse”, afirmó el 10 de mayo de 1996 el abogado Darío Fernández Álvarez, abogado que representó a las víctimas del ‘Caso Almería’, al cumplirse quince años de aquel trágico suceso que hoy, 30 años en 2011, todavía conmueve e indigna por la magnitud de los hechos y por los silencios de los responsables y su entorno oficial, a pesar de las condenas. Y esta realidad de asignatura pendiente en la historia de la transición democrática explica el libro “El Caso Almería, abierto para la historia”, del periodista Antonio Ramos Espejo, de próxima aparición.
Es desde la condición de periodista comprometido como se explica este libro, otro paso más que sigue a lo que fue la primera edición, con nuevos datos y crónicas recuperadas junto a la demanda de lo que todavía sigue esperando respuestas. “En cualquier caso, como periodista no me podía sentir ajeno a unos sucesos tan graves”, ha escrito Antonio Ramos recordando las razones de su crónica, asumiendo riesgos y actitudes que forman parte del acontecer del periodismo crítico que indaga en búsqueda de la verdad. Y cada vez más, contracorriente. Una actitud compartida y vivida por los periodistas que trabajaron en Almería y otros medios de España para desvelar el trasfondo de aquella tragedia que todavía permanece, para dar legítima justicia a Juan Mañas Morales (24 años), Luis Montero Garcia (33 años), Luis Cobo Mier (28 años).
Tras el juicio, en 1982, el coronel Carlos Castillo Quero fue condenado a 24 años de prisión mayor, ya fallecido; teniente Manuel Gómez Torres, a 15 años de prisión menor; y el guardia Manuel Fernández Llamas, a 12 años de prisión menor, estos dos últimos ya en libertad. La sentencia fue confirmada por el Tribunal Supremo. También hubo guardias civiles (8 según el libro de Antonio Ramos), cómplices y encubridores, que no fueron procesados y que todavía hoy día, sin conciencia, guardan silencio.
Silencio roto
Sólo un guardia civil rompió el silencio, eso sí desde el anonimato. Fue en 1984. La familia recibió una carta mecanografiada, llena de faltas de ortografía y con una redacción muy elemental, casi de analfabeto, que hace pensar que su autor quería camuflarse más todavía para ocultar su identidad. El contenido de la carta se hizo llegar a los medios de comunicación, pero no vio la luz, por razones obvias, hasta años recientes, en el diario ‘El Mundo’ y en el documental televisivo ‘Crónica de una generación’.
La carta del guardia civil anónimo, corregida para hacerla inteligible, dice lo siguiente:
Es desde la condición de periodista comprometido como se explica este libro, otro paso más que sigue a lo que fue la primera edición, con nuevos datos y crónicas recuperadas junto a la demanda de lo que todavía sigue esperando respuestas. “En cualquier caso, como periodista no me podía sentir ajeno a unos sucesos tan graves”, ha escrito Antonio Ramos recordando las razones de su crónica, asumiendo riesgos y actitudes que forman parte del acontecer del periodismo crítico que indaga en búsqueda de la verdad. Y cada vez más, contracorriente. Una actitud compartida y vivida por los periodistas que trabajaron en Almería y otros medios de España para desvelar el trasfondo de aquella tragedia que todavía permanece, para dar legítima justicia a Juan Mañas Morales (24 años), Luis Montero Garcia (33 años), Luis Cobo Mier (28 años).
Tras el juicio, en 1982, el coronel Carlos Castillo Quero fue condenado a 24 años de prisión mayor, ya fallecido; teniente Manuel Gómez Torres, a 15 años de prisión menor; y el guardia Manuel Fernández Llamas, a 12 años de prisión menor, estos dos últimos ya en libertad. La sentencia fue confirmada por el Tribunal Supremo. También hubo guardias civiles (8 según el libro de Antonio Ramos), cómplices y encubridores, que no fueron procesados y que todavía hoy día, sin conciencia, guardan silencio.
Silencio roto
Sólo un guardia civil rompió el silencio, eso sí desde el anonimato. Fue en 1984. La familia recibió una carta mecanografiada, llena de faltas de ortografía y con una redacción muy elemental, casi de analfabeto, que hace pensar que su autor quería camuflarse más todavía para ocultar su identidad. El contenido de la carta se hizo llegar a los medios de comunicación, pero no vio la luz, por razones obvias, hasta años recientes, en el diario ‘El Mundo’ y en el documental televisivo ‘Crónica de una generación’.
La carta del guardia civil anónimo, corregida para hacerla inteligible, dice lo siguiente:
“Mi querida familia, ante el respeto que merecen me dirijo a ustedes para contarles el hecho siguiente, respecto a las extrañas circunstancias de la desgracia de vuestro hijo y compañeros que fallecieron en manos de los asesinos de la Comandancia de esta localidad. Como saben ya de antemano los detuvieron en Roquetas de Mar, los trajeron a la Cabecera de la Comandancia, con grandes medidas de seguridad. Acto seguido los trasladaron en los mismos vehículos al Cuartel de Casas Fuertes, junto al aeropuerto, donde fueron sometidos a interrogatorio. Acto seguido ordenó Castillo Quero que tenían que ser sometidos a garrote y pidió voluntarios, saliendo el primero Juan Martínez Castro, casado, en Lubrín en la actualidad, con dos hijos; pertenece al Servicio de Información de la Comandancia. Estuvo, antes de ingresar en la Guardia Civil, 7 años en la Legión. Después salió el sargento Cañadas, hoy destinado en Ceuta, que lo pidió él cuando se celebró el juicio. Otro, el guardia Pabón, destinado y a punto de jubilarse, en la Comandancia. Otro, el guardia Fenoy, también destinado en el Servicio de Información de la Comandancia. Estos fueron los asesinos de vuestro hijo y de los compañeros. Al principio les dieron gran paliza, especialmente por el guardia Castro, perdiendo uno el conocimiento. Y entonces los mataron con un tiro de pistola a cada uno que recibieron por separado. Posteriormente, los envolvieron en mantas viejas, penetrándolos en un Ford Fiesta en el asiento trasero y al volante, el guardia Castro Martínez, ordenando Castillo Quero que fueran volcados en un sitio que no los viera nadie, y que se les pegara fuego para que no se conocieran los maltratos. Como el guardia Castro se destacaba, con el dinero de los pobres, ya cadáveres, que fue el que se quedo con él, le echó en San Silvestre gasolina al Ford y una lata de cinco litros llenó, con la que luego después prendió fuego al vehículo en la carretera de Gérgal. Y antes de pegar fuego, con la metralleta de los compañeros, el guardia Castro gastó dos cargadores de 30 cartuchos cada uno sobre lo cadáveres, en combinación con el depósito de la gasolina del Ford. Acto seguido, con el mechero pegó fuego a la gasolina que se derramaba del depósito, añadiendo la que tenía en la lata aparte. Por otra parte, cuando tuvieron que abrir diligencias no querían figurar en ellas, pero como el guardia Llamas, que se incorporó al hecho después de todo y como estaba aprobado para cabo, los otros, le dijeron “Llamas este servicio es un buen servicio porque hemos matado a tres terroristas y si tú figuras sacarás el número uno de tu promoción de cabo”. Y cuando él se dio cuenta de lo que había hecho y estaba en Cabo de Gata ya arrestado, todos los días era visitado por numeroso público, tanto del Cuerpo como paisanos, que era mandado por el capitán Masegosa, hoy capitán de Tráfico de la Comandancia, entonces Jefe de Servicio de Información. Y le llevaban al mencionado guardia grandes regalos, más los paisanos, como uno de ellos, Francisco Cazorla, el de Rioja, y otros que no me acuerdo de ellos. Y los guardias que no éramos adictos a estos asesinos, a algunos de ellos los han trasladado de puesto, como uno del Aeropuerto, que dijo en un bar que el chico de Pechina era buena persona, este guardia fue arrestado inmediatamente y trasladado con urgencia a Pozo del Esparto. Sin nada más se despide un gran amigo de ustedes, que en la actualidad es guardia civil pero no asesino, como en unas declaraciones que se hicieron a la prensa. No me identifico `porque sería una cosa no oportuna para mi. Firma: Arriba Pechina. Posdata: Si tienen bien, esta carta quiero que sea vista por el letrado de Santa Fe, Darío, que cumplió nada más con su deber”. |
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Caso abierto
Tres décadas después de aquél error, todavía se mantiene en el recuerdo y, por supuesto, en la historia, la tragedia que acompañó a tres jóvenes amigos que habían viajado de Cantabria a Pechina para asistir a la primera comunión del hermano de uno de ellos, el pechinero Juan Mañas Morales. Claro que para muchos lo que ocurrió fue algo más que un trágico error para que Luis Cobo Mier, Juan Mañas Morales y Luis Montero García, tras ser confundidos por la autoridad como los etarras Mazusta, Bereciartúa y Goyonechea Fradúa, que habían atentado en Madrid contra la vida del general Valenzuela, murieran en tierra almeriense, mil kilómetros al sur de donde salieron para asistir a lo que iba a ser una fiesta y a manos de quienes deben garantizar los derechos de los ciudadanos.
Tres décadas
Han pasado ya 30 años. Mañana. día 10, se cumplirá esa cifra redonda y en el municipio de Pechina una familia, lo que queda de ella, recordará una vez más el suceso. Este año faltará José Mañas, el patriarca, que hace unos meses dejó sola con sus recuerdos a María Morales, la madre que mantiene viva la imagen de su hijo, guardada en la caja de guardar sus cosas y que siempre tiene a mano, María sigue sin entender lo que sucedió hace ya 30 años.
María nunca ha podido ocultar las lágrimas no ya por el recuerdo de su hijo, sino por la actitud de quienes eran entonces la autoridad. No se ha cansado nunca de decir lo que piensa de quien estaba al frente de la Comandancia de la Guardia Civil de Almería, el teniente coronel Carlos Castillo Quero «Aquél hombre lo único que quería era que le reluciera en el pecho la medalla que le iban a dar».
Y es que, efectivamente fue algo más que un trágico error. Al fallo inicial de la identificación, que sorprendentemente no se corrigió, siguió lo que la familia considera el ensañamiento de un loco. «No entendemos como un alcohólico podía estar al frente de la Comandancia de la Guardia Civil». El resultado: tres víctimas inocentes, un informe manipulado y enmarañado, el silencio de un buen número de testigos basado todo en un falso e indecente honor del cuerpo y, a la postre, el desprestigio para unos guardias que terminaron siendo condenados por homicidio y la consiguiente salpicadura para un cuerpo que no supo, por lo que fuera, estar a la altura, como posteriormente refirieron varios responsables de los Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado.
Tres décadas
Han pasado ya 30 años. Mañana. día 10, se cumplirá esa cifra redonda y en el municipio de Pechina una familia, lo que queda de ella, recordará una vez más el suceso. Este año faltará José Mañas, el patriarca, que hace unos meses dejó sola con sus recuerdos a María Morales, la madre que mantiene viva la imagen de su hijo, guardada en la caja de guardar sus cosas y que siempre tiene a mano, María sigue sin entender lo que sucedió hace ya 30 años.
María nunca ha podido ocultar las lágrimas no ya por el recuerdo de su hijo, sino por la actitud de quienes eran entonces la autoridad. No se ha cansado nunca de decir lo que piensa de quien estaba al frente de la Comandancia de la Guardia Civil de Almería, el teniente coronel Carlos Castillo Quero «Aquél hombre lo único que quería era que le reluciera en el pecho la medalla que le iban a dar».
Y es que, efectivamente fue algo más que un trágico error. Al fallo inicial de la identificación, que sorprendentemente no se corrigió, siguió lo que la familia considera el ensañamiento de un loco. «No entendemos como un alcohólico podía estar al frente de la Comandancia de la Guardia Civil». El resultado: tres víctimas inocentes, un informe manipulado y enmarañado, el silencio de un buen número de testigos basado todo en un falso e indecente honor del cuerpo y, a la postre, el desprestigio para unos guardias que terminaron siendo condenados por homicidio y la consiguiente salpicadura para un cuerpo que no supo, por lo que fuera, estar a la altura, como posteriormente refirieron varios responsables de los Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado.
Origen.