El espacio Menfis Interiores, ubicado en el edificio de Álvaro Siza, expone las obras de artista alhameño, una selección de piezas que dialoga con el entorno y abren unas perspectivas museográficas distintas.
La Casa del Almirante acoge el legado del artista
No era cosa normal, hasta hace bien poco, que las obras de arte fueran mostradas fuera de sus sitios habituales: las salas de exposiciones de instituciones tanto públicas como privadas, las galerías de arte, así como los museos y centros artísticos. Eran pocas las muestras que se presentaban en bares de copas y escasísimas las que se colgaban en las paredes de tiendas o establecimientos comerciales. Hoy todo ha cambiado. La gente expone donde puede o donde le dejan. Esto se ve aumentado desde los años de la crisis económica cuando las instituciones dejaron de apostar por lo artístico y se vieron reducidas sus aportaciones hacia la cultura en general y el arte en particular y, también, cuando las galerías empezaron a cerrar sus puertas y los artistas tuvieron tremendas dificultades para poder canalizar sus obras.
El espacio
Si aquello a los puristas no les pareció nada bueno y lo veían como algo que sólo podía ser para los artistas noveles o para los aficionados; en estos tiempos, cuando todo es posible y casi nada llama la atención, es normal encontrarse espacios ajenos a lo artístico que sirven de perfectos contenedores de muy buenas exposiciones. Es más, a veces, como es el caso que nos ocupa, un establecimiento puede ser un magnífico sitio para que las piezas dialoguen con el lugar, su entorno y abran máximas perspectivas artísticas. Porque, al fin y al cabo, la finalidad de la inmensa mayoría las obras de arte es ocupar un lugar determinado en un espacio doméstico, las paredes de una casa compartiéndolo con otros elementos. Por eso, una exposición con la excelsa obra de Juan Manuel Brazam puede perfectamente presentarse en un establecimiento dedicado al interiorismo. Sin embargo, la categoría de la pintura del artista nacido en Alhama, uno de los más importante del panorama artístico granadino, debería tener un lugar de preferencia y ocupar el más destacado de los espacios museísticos. Pero esa es otra historia y, ahora, la muestra que se presenta en Menfis es la verdadera protagonista.
El artista
Llevo conociendo a Juan Manuel Brazam desde hace muchos; he sido testigo de sus infinitas posiciones artísticas, de sus creencias plásticas, de su ideario estético, de su pintura superior, de sus planteamientos y conocimiento del universo artístico. Él ha configurado, desde la soledad de su estudio, ese espacio maravilloso que se encuentra en las Gabias mirando de frente a Granada, un espacio creativo que ha sido referente para la gran pintura granadina de las últimas décadas, las que tanta trascendencia han dado al arte que ha tenido lugar en la ciudad y que se ha extendido por todo el territorio nacional. Porque Juan Manuel ha sido un pintor con una gran clarividencia.
Ha pintado con fortaleza, con sentido, sin exigencias; haciendo lo que consideraba que debía hacer y abriendo muchas sendas en la interpretación de una abstracción que él siempre ha hecho de forma muy personal. Brazam ha sido pintor de pintores; siempre ha estado al margen de modos e imposiciones espurias y ha sido un artista en quien confiar plenamente porque está al tanto de una realidad artística continuamente hacia adelante. Es un creador nato que ha sabido evolucionar serena y sensatamente, sin exuberancias ni las alharacas habituales en un arte, quizás, demasiado exagerado. Además lo hemos visto en momentos de actuaciones cumbres como la puesta en escena de aquella serie dedicada a la paleta de Velázquez; aquella que nos llevaba por los entresijos de una abstracción superior, llena de esencias plásticas y máximo sentido artístico. Pero Juan Manuel Brazam no se ha quedado en los aciertos de un pasado esplendoroso; todo lo contrario, ha seguido manteniendo esa verdad pictórica donde la gran pintura seguía patrocinando los postulados del mejor arte de siempre.
La obra que se expone en Menfis, en ese edificio creado por Álvaro Siza, es un buen ejemplo de esa lucidez creativa en la que sigue posicionada la pintura de Brazam. En ella la abstracción continúa su mágico recorrido, su planteamiento riguroso, no sujeto a disquisiciones fuera de tono ni a dialécticas vacías que sólo interesan a los equivocados y a los soberbios de un arte con poco sentido. Se trata de una pintura confeccionada con máxima rigurosidad, validando la fuerza generadora del color, sosteniendo sus posiciones simbólicas y abriendo sus fórmulas expresivas para que manifiesten su justa dimensión. Una pintura que configura los gestos formales sin exageraciones, en su exacta distribución para que planteen sus desarrollos y desenlaces en su más exacta posición artística.
Las obras de Brazam dialogan con el entorno, sostienen la realidad física que lo configura y abren unas perspectivas museográficas distintas a las habituales. Y, creo, que esto es importante porque manifiesta una realidad diferente dejando claro la evidente fuerza de la propia pintura. Algo que dice mucho del poder estructural de una obra contundente, que se ajusta a cualquier situación, sin minimizar su potencial formal y plástico.
La pintura de Juan Manuel Brazam vuelve a mostrar su máximo sentido y lo hace en un espacio distinto a los habituales, potenciando su dimensión y abriéndose a una realidad novedosa sin alterar un ápice de su magnitud artística.
Juan Manuel Brazam mantiene intactos sus clarificadores registros de artista grande en plena magnitud creativa.